Pescador de hombres

En el llamamiento del divino Maestro a San Andrés refulgen lecciones que enriquecen el apostolado en todos los siglos.

Evangelio de la Fiesta de San Andrés

En aquel tiempo, 18 paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. 19 Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». 20 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. 21 Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. 22 Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron (Mt 4, 18-22).

I – Contra-Revolución tendencial en la Iglesia naciente

El Evangelio de la fiesta de San Andrés pone de relieve la vocación apostólica en todo su esplendor: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Pero ¿qué significa exactamente ser «pescador de hombres»? ¿Por qué el Señor usó esta imagen? ¿Simplemente por el hecho de que los dos hermanos que Él llamaba ejercían tal profesión?

En los planes divinos todo está ordenado de manera perfecta. Así, las razones más altas de la sabiduría confieren sentido a las realidades inferiores, de modo que el arte de la pesca ha sido inspirado por Dios, en sus más variadas formas, para dar una idea aproximada de lo que significa haber sido elegido para evangelizar, y no al contrario.

Sin embargo, la simbología de la pesquería abre horizontes inéditos a quien, como es el caso del autor de estas líneas, ha podido saciarse en una fuente copiosa y cristalina como son las enseñanzas del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. En efecto, las doctrinas explicadas por él, bien aplicadas, arrojan luz sobre el Evangelio de este domingo, al mostrarnos que el apostolado es un arte que debe involucrar a todo el hombre, sin menospreciar las facetas más volubles y delicadas de su personalidad, como las emociones, las pasiones y los sentidos.

Profeta llamado a luchar contra un fenómeno universal y corrosivo, al que llamó Revolución, el Dr. Plinio fue dotado de un particular discernimiento de espíritus para conocer el proceso psicológico mediante el cual las fuerzas del mal avanzaron de manera eficaz e irresistible a lo largo de los últimos cinco siglos, promoviendo el libertinaje en las costumbres y acuñando doctrinas y eslóganes perniciosos.

La fuerza de las tendencias, para bien y para mal

Para el Dr. Plinio, «la fuerza propulsora más poderosa de la Revolución reside en las tendencias desordenadas».1 Estas tendencias son malas pasiones en estado de exacerbación, las cuales «por su propia naturaleza luchan por realizarse» y, «​​no conformándose ya a todo un orden de cosas que les es contrario, empiezan a modificar las mentalidades, los modos de ser, las expresiones artísticas y las costumbres, sin que en un primer momento afecte de manera directa —al menos, habitualmente— en las ideas».2 Una vez allanado el camino, «de estas capas profundas, la crisis pasa al terreno ideológico. […] Así pues, inspiradas en el desarreglo de las tendencias profundas, eclosionan nuevas doctrinas».3

Tanta es la importancia de las pasiones desordenadas, hasta el punto de ser el motor de la Revolución, que el Dr. Plinio consideró una acción contrarrevolucionaria tendencial para afrontarlas, ya que existen inclinaciones buenas que juegan en la línea del bien un papel análogo al de las pasiones desordenadas en la del mal. Él mismo lo explica al hablar de los ambientes, los cuales, en la medida en que favorecen costumbres buenas, pueden ponerle asombrosas barreras a la Revolución. Según el Dr. Plinio, «Dios ha establecido misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos, perfumes y sabores, por un lado, y ciertos estados del alma, por otro» y, en consecuencia, «está claro que a través de estos medios se puede influir profundamente en las mentalidades».4 Finalmente, concluye que es necesario «valerse, en el plano tendencial, de todos los recursos legítimos y apropiados para combatir a esta misma Revolución en las tendencias».5

El hombre es un ser inteligente que lo conoce todo a través de los sentidos externos e internos, estando fuertemente condicionado por ellos. Por lo tanto, la tarea de la evangelización debe tener en cuenta los factores que influyen, favorable o negativamente, en la recepción del mensaje de la salvación. Algo similar ocurre con el oficio de la pesquería. Pescar no se limita a echar las redes, sino que requiere conocimiento del mar, de las condiciones atmosféricas, de las rutas que siguen los bancos de peces y de un sinfín de elementos más; en definitiva, encierra una técnica compleja y riquísima. De este modo, al comparar a los apóstoles con pescadores, el Señor, fuente de toda sabiduría, insinúa con divina sutileza el papel de las tendencias en la obra sobrenatural de la expansión de la Iglesia por los cuatro rincones de la Tierra.

II – El primer convocado

San Andrés es poco conocido en nuestros tiempos, aunque en los siglos áureos de la cristiandad medieval era muy apreciado, hasta el punto de que su nombre había sido el grito de guerra de la primera cruzada, en la que se reconquistó Jerusalén. Las pocas referencias que hay de él en la Sagrada Escritura, sumadas a los relatos de su vida, pasión y muerte escritos aproximadamente en el siglo iv, permiten trazar su perfil moral como el de un alma sumamente bondadosa, generosa y valiente. Su índole cándida y dadivosa hace de este apóstol, venerado en Oriente como el primero en entregarse en el seguimiento del Señor, una figura que brilla con especial atractivo en el firmamento de la Iglesia.

“Chamado de São Pedro e Santo André” por Arcangelo di Cola – Bonnefantenmuseum, Maastricht (Países Baixos) Llamamiento de los santos Pedro y Andrés, de Arcángelo di Cola – Museo Bonnefanten, Maastricht (Países Bajos)

El Evangelio de esta fiesta narra con sublime sencillez la vocación de San Andrés y de San Pedro, quienes con admirable presteza lo abandonaron todo para acompañar definitivamente al Salvador. San Lucas, por su parte, aporta preciosos detalles sobre este episodio tan significativo (cf. Lc 5, 1-11). Una vez que la muchedumbre se agolpaba a su alrededor a orillas del mar de Galilea, el Señor buscó apartarse a fin de poder hablar con él, y para ello utilizó la barca de los dos hermanos, que presenciaban embelesados la emanación de sabiduría divina que salía de sus labios. Entonces ocurrió la primera pesca milagrosa. Las redes que habían estado vacías durante toda la noche, a una palabra de Jesús se llenaron hasta comenzar a reventarse.

El milagro produjo un hondo estupor en las buenas tendencias de los presentes, que culminó con la renuncia a todo por parte de aquellos discípulos para seguir al Maestro. Empezaba a cumplirse, de hecho, la profecía de Isaías, citada por San Mateo en los versículos anteriores: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande» (Mt 4, 16).

Grandeza de la vocación apostólica

En aquel tiempo, 18 paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.

Cuando el evangelista afirma que el Señor vio a los dos hermanos, es necesario comprender que lo hizo no sólo con los ojos corporales, sino también con la visión omnisciente del propio Verbo divino, que comunicaba a su mente una noción exacta y deslumbrante de la grandeza de la vocación de aquellos elegidos.

Por otro lado, Santo Tomás de Aquino6 interpreta de una manera mística el hecho de que sean dos hermanos los llamados. Para él, es una alusión a la virtud de la caridad, que consiste en el amor a Dios y al prójimo y se hace más firme si la naturaleza la sostiene: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132, 1).

Respecto a los nombres de ambos, el Doctor Angélico comenta que son propios a todos lo que se dedican a la predicación, por sus virtudes: «Simón se interpreta como obediente, Pedro significa el que conoce, Andrés quiere decir fortaleza. Y el predicador debe ser sumiso, para invitar a los demás a la obediencia […]; instruido, para enseñar a los otros […]; fuerte, para no acobardarse ante las amenazas».7

Finalmente, señala el Aquinate que el hecho de estar echando las redes prefigura la misión de los futuros anunciadores del Evangelio, ya que sus palabras, inflamadas por el Espíritu Santo, arrastrarían a los hombres como por mallas divinas.

Una nueva escuela, fundada en la convivencia

19 Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».

La escuela del santo Evangelio es sumamente sapiencial y distinta a los actuales centros de estudios superiores, incluso bajo la égida católica.

San Andrés – Catedral de la Asunción de la Virgen María, Thurles (Irlanda)

El aprendizaje intelectual hodierno es considerado de forma distorsionada como el factor primordial de la formación, y casi lo único que se les exige a los estudiantes. Para el Verbo Encarnado, el verdadero discipulado consiste en convivir, en estar juntos y en quererse bien. En este molde las almas se transforman gracias a las enseñanzas asimiladas al calor de la santidad y la bondad del divino Maestro. De esta cercanía espiritual nace una amistad entrañable, que producirá con eficacia el efecto del amor: transformar al amante en el Amado.

Ir en compañía de Jesús es, por tanto, la vía princeps hacia la santificación. Los que siguen los pasos del Señor acaban asimilando su doctrina y su espíritu, siendo para los demás un reflejo puro de la virtud. Se convierten así en auténticos pescadores de hombres, capaces de cautivar a multitud de almas.

Prontitud apostólica

20 Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

La diligencia de los apóstoles en responder a los deseos del Maestro muestra el ardor de su entusiasmo y la perfección de su obediencia. En efecto, la prontitud con la que lo dejaron todo para servir a Jesús, su desapego de los bienes terrenales y el hecho de haberlo seguido efectivamente indica cuán intensa era, en ese momento, la virtud de la caridad en sus corazones.

En este sentido, San Andrés y San Pedro se constituyen en modelos para todos los sacerdotes del Nuevo Testamento que los seguirían a lo largo de los siglos. Su espíritu está sumamente bien descrito por San Luis María Grignion de Montfort, en la Oración abrasada:

«Sacerdotes libres de tu libertad, desprendidos de todo, sin padre, sin madre, sin hermanos, sin hermanas, sin parientes según la carne, sin amigos según el mundo, sin bienes, sin trabas y sin cuidados e incluso sin voluntad propia. […] Esclavos de tu amor y de tu voluntad, hombres según tu corazón que, sin voluntad propia que los manche y detenga, hagan todas tus voluntades y derroten a todos tus enemigos, como tantos nuevos David, el cayado de la cruz y la honda del santo rosario en las manos […]. Nubes elevadas de la tierra y llenas de rocío celestial que sin impedimento vuelan por todas partes según el soplo del Espíritu Santo. Éstas son, en parte, de las que tuvieron conocimiento tus profetas cuando preguntaron: “¿Quiénes son ésos que vuelan como nubes?” (Is 60, 8); “Iban adonde los impulsaba el espíritu” (Ez 1, 12). […] Gente siempre a tu mano; siempre dispuesta a obedecerte, a la voz de sus superiores, como Samuel: præsto sum (1 Sam 3, 16); siempre dispuesta a correr y sufrirlo todo contigo y por ti, como los Apóstoles: “Vamos también nosotros y muramos con Él” (Jn 11, 16)».8

El ósculo de la divina predilección

21a Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano,…

Después de Simón y Andrés, otros dos hermanos son llamados —¡con qué predilección!— por el divino Maestro. Se trata de los «hijos del trueno», que tendrán un destacado papel en la Iglesia recién fundada, en comunión con Pedro.

San Andrés – Iglesia dedicada al apóstol en Bayona (Francia)

Ambos se convertirán en pescadores de hombres, anunciando la Buena Nueva de la salvación en los más variados rincones de la tierra. Santiago será el primero en dar testimonio con su propia sangre de la veracidad de la Palabra divina, y San Juan, el apóstol virgen, gozará de la intimidad con el Redentor y nos legará el cuarto Evangelio, de inapreciable riqueza teológica e histórica.

Es significativo que dos parejas de hermanos fueran los primeros convocados por el Señor. Según Santo Tomás,9 este hecho representa la plenitud de la caridad —dos veces dos— que es alcanzada en la Nueva Alianza.

¡Dejarlo todo para recibir mucho más!

21b … que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre,…

El evangelista destaca el detalle de que los dos estuvieran en la barca con su padre arreglando las redes. Los que van a ser pescadores de hombres tendrán que cambiar la embarcación familiar por la nave gloriosa de la Santa Iglesia; Zebedeo, su progenitor terrenal, por el Padre celestial; y, finalmente, las redes de peces por las mallas de la fe, hacia la cual llevarán a los hombres mediante el esplendor de la buena doctrina.

El llamamiento de estos apóstoles es, por tanto, una sublimación de las realidades corrientes en las que vivían. Así ocurre con toda vocación: ¡es una invitación a dejarlo todo para recibir mucho más!

La fuerza del llamamiento

21c …y los llamó.

«Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido» (Jer 20, 7), exclamó Jeremías. Si la vocación profética del Antiguo Testamento se revestía de tanta fuerza, ¿cuál no será el ímpetu del llamamiento en la Nueva Alianza?

Jesús «los llamó», ¡cuánta sencillez en estas dos palabras, pero cuánto vigor irresistible! Pidámosle a Dios, por medio de María Santísima, que los convocados por la voz de su Hijo en nuestros días se dejen conquistar por completo.

22 Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Mayor, en cierto aspecto, es el mérito de los hijos de Zebedeo, que abandonaron no sólo su oficio, sino también a su propio padre. Esta mención hoy en día aún sorprende a algunos. Sin embargo, en un mundo casi sin familia y sin orden, se considera una violencia cortar los lazos de consanguinidad a fin de entrar en la familia de Dios. Y los hombres que ya no se escandalizan ante los desórdenes morales se rasgan las vestiduras, como nuevos fariseos, cuando un joven decide entregar su vida a la causa católica de forma integral, dejando el hogar y sus comodidades para seguir al divino Maestro.

Si esta vía de radicalidad no existiera, nunca se cumpliría con perfección la exigencia del santo Evangelio de un amor que no antepone nada a Cristo: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10, 34-37).

III – El esplendor de una columna de la Iglesia

San Andrés se presenta como un apóstol imbuido de una discreta luminosidad, en quien refulgen las virtudes propias de los primeros seguidores de Jesús, futuras columnas de la Iglesia universal: prontitud, entrega y amor llevado hasta sus últimas consecuencias.

«San Andrés erige una cruz en las montañas de Kiev», de Nikolay Lomtev

No obstante, en su índole está el destacarse de entre todos por su celo fraterno. Fue él quien llevó al futuro primer Papa a la presencia de Jesús, habiéndole anunciado antes: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1, 41). Y después de haber conocido al divino Maestro en la intimidad (cf. Jn 1, 39) y dejando finalmente atrás sus realizaciones terrenales e incluso su propia familia para seguirlo, su caridad no hizo más que crecer, convirtiéndolo en un evangelizador incansable, de sinceridad y honestidad indudables.

El bien es difusivo en sí mismo, como enseña la sana filosofía. La figura de San Andrés lo confirma plenamente y nos anima a imitarlo, buscando la santificación del prójimo mediante el anuncio valiente de la verdad, acompañado de una caridad ardiente, extremosa e incansable. Caridad que en su caso estuvo adornada de extraordinarios milagros, los cuales constituyeron una acción tendencial de inmenso porte, predisponiendo los corazones a la acción del Espíritu Santo.

Roguémosle a este gran apóstol que conceda a la Iglesia almas magnánimas, fuertes y fervientes de fe como la suya, auténticos guerreros de Dios y de María dispuestos a todo por la gloria de ambos. 

 

Notas


1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5.ª ed. São Paulo: Retornarei: 2002, p. 44.

2 Ídem, p. 41.

3 Ídem, ibídem.

4 Ídem, p. 85.

5 Ídem, p. 193.

6 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Lectura super Matthæum, c. 4, lect. 2.

7 Ídem, ibídem.

8 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. «Prière Embrasée», n.º 7-10. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, pp. 678-679.

9 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit, c. 4, lect. 2.

 

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