Divina lección de combate al mal

Modelo supremo de victoria sobre los infiernos, Nuestro Señor Jesucristo nos enseña cómo pasar incólumes por las tentaciones, sin arriesgarnos con discusiones inútiles con el demonio.

Evangelio del I Domingo De Cuaresma

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».

Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto”».

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del Templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, 10 porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, 11 y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”».

12 Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

13 Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión (Lc 4, 1­-13).

I – Misteriosas paradojas en la vida del Salvador

La vida de Nuestro Señor Jesucristo está llena de misteriosos contrastes. Siendo Él mismo Dios, Creador de todo el universo, escogió para sí a la más hermosa, la más pura, la más perfecta de las madres, María Santísima; sin embargo, quiso nacer en una pobre e insignificante cueva y tener por cuna el comedero de donde se alimentaban los animales.

A su entrada en este mundo, los Cielos se manifestaron de manera portentosa, por medio de los ángeles que aparecieron cantando: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14 Vulg.). No obstante, los habitantes de Belén les negaron posada a los padres del Salvador, enajenándose de tal maravilla. De los alrededores de la ciudad de David, únicamente los pastores acudieron al pesebre para adorarlo.

Más tarde, el Niño Jesús fue homenajeado por los Magos provenientes de regiones lejanas, de quienes recibió ricos obsequios. Pero poco después tuvo que huir a Egipto, porque Herodes quería matarlo… Cuando por fin pudo regresar a Israel, se estableció en la pequeña Nazaret, donde estuvo treinta años conviviendo en la intimidad con la Virgen y San José.

Ya de adulto, al ser bautizado en el Jordán los Cielos nuevamente lo exaltaron; Juan vio bajar sobre Él el Espíritu en forma de paloma y se oyó la voz del Padre: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1, 11). Tras ese momento de gloria, que a ojos humanos parecería ideal para inaugurar una misión pública, el divino Maestro, por el contrario, se dirigió al desierto en solitario, donde permaneció cuarenta días.

Su retiro en el yermo nos enseña divinas lecciones de combate al mal, así como nos invita a meditar en las gracias que Jesús nos compró entonces, con vistas a nuestra perseverancia. La liturgia de hoy constituye una óptima oportunidad para profundizar en este atrayente aspecto de la vida del Redentor, pues la Cuaresma es tiempo no sólo de penitencia, sino también de recordar, con gratitud, los beneficios que de él recibimos.

II – Cuarenta días en el desierto, por amor a nosotros

San Lucas, al concluir el segundo capítulo de su Evangelio, sintetiza en una sola frase el período transcurrido desde la discusión de Nuestro Señor con los doctores de la ley en el Templo, cuando tenía 12 años, hasta el momento de su Bautismo: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).

En el episodio que contemplamos en este primer domingo de Cuaresma, encontramos al Salvador en la plenitud de la edad, «unos treinta años» (Lc 3, 23); por lo tanto, con el físico y las facultades intelectuales desarrolladas y, en su naturaleza humana, en una relación con el Espíritu Santo más intensa todavía que cuando era niño. Valiéndose de la libertad inherente a la misma naturaleza, durante aquellas décadas había ido adecuando sus gestos, actitudes, palabras y pensamientos a la visión beatífica, en la cual siempre estuvo su alma, de manera que la divinidad resplandecía cada vez más en su cuerpo y éste se volvía cada vez más capaz de reflejar a Dios.

Ciertamente presentía las ocasiones de gran conmoción que se darían con la difusión de la Buena Nueva en Israel, cuando «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo» (Hch 10, 38) a través de predicaciones, milagros y consejos. Aunque el recogimiento fuera el estado habitual en el hogar de la Sagrada Familia, donde los quehaceres no absorbían las atenciones en detrimento de lo sobrenatural, por amor a nosotros Jesús prefirió dejar a su Santísima Madre, ausentándose de la tranquila y elevada morada de Nazaret, para sumergirse en el silencio y en la soledad del desierto.

Detalle de las «Tentaciones de Cristo», por Fra Angélico – Museo de San Marcos, Florencia

Docilidad extraordinaria, amor supremo

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando…

El desierto de Judea, además del aspecto desolador propio a las zonas áridas posee un paisaje accidentado, en aquella época solitario, donde se ven montes, colinas y valles profundos, con numerosos recovecos en los que se refugiaban serpientes, hienas y leones, entre otros animales salvajes. Como suele suceder en esas regiones, la temperatura cae de manera acentuada por la noche y Nuestro Señor padeció sucesivamente largas horas de frío y jornadas de calor abrasador. Quizá también le haya molestado la lluvia en ese período, pese a ser un fenómeno raro allí.

A lo largo de casi seis semanas, el Salvador estuvo desplazándose por aquellos parajes arenosos, ora deteniéndose ante un peñasco, ora sentándose en una piedra, ora poniéndose de rodillas y levantando los brazos en oración, con la mirada hacia el Cielo; sin duda siempre solemne, grave, en continua contemplación.

Conviene destacar el término empleado por el evangelista al indicar la acción del Paráclito para con Jesús: «el Espíritu lo fue llevando». No en calidad de Verbo eterno, sino como hombre, se dejó guiar con docilidad extraordinaria y amor supremo, mostrándonos cuál debe ser nuestra actitud como discípulos suyos. Así, la consideración de este primer versículo nos sugiere una oración: «¡Oh divino Espíritu Santo, guía nuestra almas! Rompe, si necesario fuera, todas nuestras resistencias interiores. Haznos atentos, amorosos, fieles, entusiasmados. ¡Condúcenos, como a Jesús, a una perfección cada vez más divina!».

La tentación no es síntoma de crisis espiritual

2 … durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre.

Por un error frecuente, nos quedamos con la idea de que la acción del demonio en ese momento de la vida de Nuestro Señor se limitó a esas tres sugestiones descritas por los evangelistas. El texto de San Lucas, sin embargo, nos revela algo muy diferente y en él se apoyan los exégetas para afirmar que el Redentor estuvo a merced de constantes asaltos diabólicos «durante cuarenta días», de los cuales la triple tentación constituyó el desenlace.

Detalle de las «Tentaciones de Cristo», por Fra Angélico – Museo de San Marcos, Florencia

Arquetipo en materia de penitencia, Jesús hizo ayuno absoluto, como ni siquiera San Juan Bautista había osado hacerlo en su admirable rigor. Sin duda, estuvo sustentado por un milagro que le impidió desfallecer por la falta de alimento, pero no le alivió los sufrimientos del hambre. Una importante lección para nosotros, sobre todo en estos tiempos en los que la ascesis parece haber desaparecido de la faz de la tierra. La mortificación, además de reavivar el recuerdo del pecado original y de las faltas personales, llamando nuestra atención hacia la gravedad de nuestros actos, templa la voluntad, equilibra las pasiones, desprende el alma de las cosas del mundo, le despierta el fervor y disipa la tibieza.

El espíritu así disciplinado está preparado no sólo para los grandes vuelos en la oración, sino también para vencer al príncipe de las tinieblas, el cual ataca especialmente a quien avanza en el camino de la santidad. He aquí uno de los aspectos fundamentales de este pasaje: enseñarnos que la tentación es algo normal y no significa crisis o decadencia espiritual; al contrario, a menudo indica excelentes progresos alcanzados por el alma, como le ocurrió al propio Cristo, contra quien el diablo volvió a la carga incluso después de cuarenta días de embestidas fracasadas.

Nuestro Señor trata al demonio con desprecio

3 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».

Satanás, con la perspicacia inherente a su naturaleza angélica, ya había notado en Jesús una fuerza extraordinaria. Al sospechar que fuese el Mesías, pero sin ser consciente de que era el propio Dios, quiso probar su poder a fin de descubrir su identidad. Pretendía, además, desviarlo con mucha habilidad, provocándole el apego a la materia, en especial al dinero, simbolizado en la piedra y en el pan.

Las condiciones para que Nuestro Señor realizara tal prodigio eran las más favorables: aparte de la necesidad humana —pues, de hecho, tenía hambre—, podría obtener fácilmente cualquier tipo de alimento a partir de aquella piedra o incluso sin ella, valiéndose de su omnipotencia divina, capaz de crear todas las cosas de la nada. Para Él, que en Caná les había proporcionado a los novios el mejor vino de la fiesta transmutando el agua contenida en las tinajas y que más tarde saciaría a miles de personas multiplicando cinco panes y dos peces, habría sido bastante sencillo obrar el milagro que le proponía el demonio. No obstante, precisamente porque procedía de ese ángel maldito, Jesús no sólo rechaza esa sugerencia, sino que corta el asunto de manera tajante.

Desierto de Judea (Israel)

Si, por un lado, es indispensable que prestemos atención en el carácter engañoso del padre de la mentira y execrarlo, así como su pérfida táctica, por otro, debemos llenarnos de admiración por el modo de proceder de Jesús. Él se eleva por encima de la tentación y la desprecia, dando una respuesta en la que trasparece cómo su divina mirada se detiene en el pan material solamente de manera vaga y huidiza, pues se encuentra fija en el verdadero alimento, que es la Palabra de Dios.

A nosotros nos corresponde imitar ese supremo modelo de cara a las trampas puestas por el enemigo de nuestra salvación: jamás mirarlas con complacencia, ni siquiera hacer consideraciones al respecto. Como todo lo que proviene del infierno, la tentación es vil y degrada al alma que no le tiene horror. Sin embargo, si adoptamos la estrategia enseñada por el divino Maestro, saldremos de esos embates fortalecidos y con más apetencia de los bienes sobrenaturales.

Respuesta cortante y avasalladora

5 Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto”».

Frustrado en su primer intento, el diablo presenta ahora un ardid propio a excitar el orgullo humano, tantas veces manifiesto en el vicio de la ambición. A lo largo de la Historia, ¡cuántos potentados no han llevado a extremos el delirio de poseer y dominar, cometiendo toda suerte de injusticias, violencia y locuras para conquistar siempre más, y llegando, en algunos casos, a hacerse adorar como dioses! ¡Cuántas naciones destruidas y cuántas persecuciones causadas por esa maldita pasión!

Noble vencedor, Nuestro Señor Jesucristo nuevamente reacciona a esa tentación de manera directa, cortante y avasalladora, citando las palabras de las Escrituras. Al recordar el precepto de adorar a Dios y únicamente darle culto a Él, consignado en el Deuteronomio, apunta a la necesidad de ser íntegros en el amor, no permitiendo jamás que nuestro corazón se prenda a los bienes y honras del mundo.

No entrar nunca en discusión con Satanás

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del Templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, 10 porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, 11 y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». 12 Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

Impresiona ver hasta qué punto el Salvador se dispuso a ser tentado por amor a nosotros, incluso al permitirle al espíritu maligno que lo transportara a lo alto del Templo. A pesar de que se nos presenta un tanto espantoso que una criatura tenga tal poder sobre el propio Dios, algo semejante ocurre con la Eucaristía, en la cual Jesús está a merced de los ministros que lo llevan, por ejemplo, a los enfermos en los hospitales, aun cuando fueren, por desgracia, sacerdotes indignos o deliberadamente sacrílegos.

Por las dos respuestas anteriores, el demonio percibió que estaba tratando con alguien muy versado en las Escrituras y que las citaba con propiedad. Astuto, decide recurrir también al texto sagrado, sin darse cuenta de que hablaba con su propio autor.

Al mencionar un pasaje del salmo 90, Satanás apuntaba nuevamente el orgullo, esta vez tocando las cuerdas del instinto de sociabilidad. Pretendía instigar a Jesús a que realizara algo grande, capaz de maravillar a las multitudes, y para eso intentó insuflar el deseo excesivo de la estima ajena, como si dijera: «¿Qué pensarán los demás al verte caer de los aires y aterrizar suavemente junto al Templo? ¡Todos te admirarán! ¡Qué triunfo!».

¡Cuántas veces el anhelo desmedido de ser valorado por los otros lleva al hombre a actos irreflexivos que terminan en desastre y frustración!

El divino Maestro desmonta este último ardid con un pasaje del Antiguo Testamento muy simple y claro, enseñándonos a no entrar en discusión con el demonio en los momentos en los que explora nuestro amor propio: «No tentarás al Señor, tu Dios».

Vencida la tentación, la lucha continúa

13 Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Humillado y derrotado, el tentador se retira, pero no definitivamente. Regresará «hasta otra ocasión», con embustes diferentes, pues los utilizados en el desierto no habían logrado nada.

Así sucede también con nosotros, como alerta San Pedro: «Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8). Si, por desgracia, el alma cede, el demonio intensifica aún más sus solicitaciones, alterando el modo de presentarlas, de modo a empujar al pecador hacia nuevos abismos de maldad. Cuando, por el contrario, la persona resiste, los golpes del maligno se van volviendo cada vez más inútiles y fugaces. Quien, en medio de las luchas de la vida espiritual, procura ser perfecto a semejanza del Redentor, gozará, como Él, de la paz, de la libertad y de la victoria.

III – La mejor defensa contra las artimañas de Satanás

Nuestra Señora del Socorro – Basílica de la Santa Cruz, Florencia (Italia)

Hasta la venida de Nuestro Señor al mundo, el pueblo elegido estaba adscrito a la ley, la cual indica el camino de la santidad, pero no proporciona las fuerzas para seguirlo. A partir del momento en que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), una nueva vitalidad sobrenatural pasó a circular en las almas sedientas de alcanzar la sublime meta del Cielo: la gracia, con la cual nos volvemos capaces de vencer cualquier tentación. Si disponemos de este auxilio, nada debemos temer, como afirma San Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4, 13).

El enorme impedimento para triunfar siempre sobre el demonio no está, por tanto, en nuestra flaqueza, ni en el ímpetu del mal en intentar perdernos, sino en el hecho de dejar de depositar nuestra confianza en Dios. Es una auténtica locura querer emplear las cualidades y fuerzas humanas como instrumento esencial, o a veces único, en el combate contra los infiernos.

Por eso tenemos la necesidad absoluta de aproximarnos a los sacramentos con la máxima frecuencia, de recurrir a la mediación de la Santísima Virgen y a la intercesión de los santos, nuestros patronos celestiales, de buscar la convivencia con los ángeles; en fin, de estar el día entero con nuestra primera atención puesta en los sobrenatural.

Dios promete amparar a quienes se abandonan a sus cuidados y los acompaña como Padre en las dificultades y amarguras, conforme canta el salmo responsorial de este domingo: «Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre; me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación» (Sal 90, 14-15).

En suma, la liturgia de hoy nos invita a combatir el buen combate, siguiendo los pasos de Nuestro Señor Jesucristo, con una fe llena de amor en su fuerza, que doblegó a Satanás en el desierto y que también lo vencerá en nuestras almas. Por muy grandes que hayan sido nuestras concesiones al pecado, ofrezcamos al Redentor en esta Cuaresma nuestro deseo de repararlo todo, abandonando para siempre cualquier lazo con el infierno.

Oigamos el consejo que el divino Maestro nos dirige en este Evangelio: «Hijo mío, aprende de mí: cuando Satanás te tiente, ponme entre ti y él. En vez de considerar el horror del mal, para apartarlo, piensa en la grandeza del bien y elévate hasta él. Piensa en mí, piensa en mi Madre y sé perfecto como tu Padre celestial es perfecto». 

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados