La pequeñita que gobierna el Corazón de Dios

A semejanza de lo que narran los Evangelios acerca de Jesús, con el transcurso de los meses la niña María crecía y se fortalecía, llena de gracia y sabiduría, bajo la mirada de Dios y de los hombres.

Su bondad, su delicadeza, su extrema dedicación para con los demás y, sobre todo, su espíritu de esclavitud brillaban ante su santa madre, que se admiraba de las maravillas obradas por el Señor en esa divina niña. En unión con los ángeles que, extasiados, no dejaban de contemplarla ni un instante siquiera, Santa Ana pensaba: «¿Quién es esta?». ¡Ah, es aquella que sólo el Todopoderoso podría imaginar! ¡Es la pequeñita que gobierna el inmenso Corazón de Dios!

 

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