El Reino de Dios, ¡un reino de lucha!

Los hijos de la luz, vigilantes en relación con el enemigo que siembra la cizaña a su alrededor y en su interior, deben sobre todo confiar en la fuerza de la gracia, la cual hace a los buenos crecer y fortalecerse en medio de los combates.

 

Evangelio del XVI Domingo del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, 24 Jesús propuso otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; 25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. 26 Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. 28 Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. 30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

31 Les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».

33 Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».

Detalle de un grabado de Jacob Matham y Abraham Bloemaert (c. 1652)
Detalle de un grabado de Jacob Matham y Abraham Bloemaert (c. 1652)

34 Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, 35 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».

36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». 37 Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles. 40 Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, 42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga» (Mt 13, 24-43).

I – La prudencia en el combate al mal

Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, dice la aclamación al Evangelio de este decimosexto domingo del Tiempo Ordinario (cf. Mt 11, 25), indicándonos la perspectiva desde la cual debemos analizar las tres parábolas contenidas en él. En este contexto la palabra «pequeños» no se refiere a los niños, ni a personas sin importancia o de corta inteligencia, sino a aquellos que saben reconocer la ínfima distancia existente entre la condición de criatura y la omnipotencia de Dios y viven en la alegría de depender enteramente de Él.

Quien tiene esa actitud de alma entiende con facilidad los elevados principios que, en el fragmento de San Marcos seleccionado por la liturgia, el Señor nos transmite a través de figuras sencillas, sacadas de la realidad común y corriente de aquella época: la cizaña y el trigo, el grano de mostaza y la levadura.

La primera parábola, narrada a la multitud y explicada después a los discípulos, a menudo es objeto de una interpretación absurda, fruto de la falta de estudio y meditación o, quizá, de la poca atención prestada a las inspiraciones de la gracia. Según piensan algunos, la imagen de la cizaña arrancada del campo solamente en el momento de la cosecha habría sido empleada por el divino Maestro para demostrar la inutilidad de cualquier combate al mal por parte de los buenos. Sin embargo, lo que Jesús resalta en este pasaje es la necesidad de que seamos vigilantes de cara al enemigo, el cual nunca ceja en su empeño de perdernos, y de que lidiemos con él de manera prudente, esperando el momento más adecuado para extirparlo, como quedará claro a continuación.

Cuando se considera la lección de paciencia y prudencia contenida en esta parábola, surgen con frecuencia esta pregunta: ¿Por qué Dios permite la existencia del mal junto a los buenos? Entre otras razones, porque se trata de una condición esencial al estado de prueba, tanto para los hombres como para los ángeles. Es lo que sugiere la oración perfecta, enseñada por el Salvador: cuando rezamos el padrenuestro pedimos gracias para no sucumbir jamás a las tentaciones, pero no suplicamos que cesen.

Además de proporcionarnos la oportunidad de adquirir méritos por la resistencia y la perseverancia, las tentaciones son un elemento indispensable para que ciertos aspectos de la grandeza de Dios se manifiesten. Él sacó de la nada el universo para su propia gloria, deseando llevar a las criaturas inteligentes, ángeles y hombres, a participar de su infinita felicidad. Antes, no obstante, cada una debe ser sometida a la prueba, en función de la cual el Creador mostrará su misericordia y justicia al concederle el premio o el castigo, en otras palabras, el Cielo o el Infierno tan claramente descritos en los versículos finales del Evangelio de hoy.

Se forma, así, un cuadro en que se destaca el papel imprescindible de la lucha para la santificación de los hijos de la luz. Lucha guiada por la virtud de la prudencia, la cual indica el camino más corto y eficaz, todo hecho de sabiduría, para lograr el fin.

Partiendo de ese prisma sobrenatural analicemos cada una de las parábolas.

II – Tres lecciones de lucha y de confianza en la fuerza de la gracia

Conforme registra San Mateo al principio de su capítulo 13, el Señor contó las parábolas sobre el Reino el mismo día en el que había discutido con los escribas y los fariseos a propósito de la curación de un poseso ciego y mudo (cf. Mt 12, 22-45). En esa ocasión destacó la gravedad del pecado contra el Espíritu Santo y profetizó la condenación de aquella «generación perversa y adúltera» (12, 9); además, esclareció al pueblo sobre su predilección por los que hacen la voluntad del Padre, señalando a los discípulos y diciendo: «Estos son mi madre y mis hermanos» (12, 49).

A continuación, narra el Evangelio que «salió Jesús de casa y se sentó junto al mar» (13, 1). Pero tanta gente se le acercó que tuvo que subirse a una barca, mientras el público permanecía en la orilla, a la manera de un anfiteatro. El pasaje recogido por la liturgia de hoy empieza justo después de la explicación de la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 4-23), contemplada el domingo anterior.

En esta vida hay buenos y malos

En aquel tiempo, 24 Jesús propuso otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; 25 pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó».

A primera vista, el relato del Señor no contenía ninguna novedad. La aparición de la cizaña en el cultivo del trigo era algo corriente y todos conocían la semejanza que existía entre los dos vegetales. Al proponer tal imagen como figura del Reino de los Cielos, quiso llamar la atención de sus oyentes con respecto a esta gran verdad: siempre hay una lección más alta detrás de las realidades comunes de la vida.

Destaquemos aquí un importante detalle: la hierba dañina no nació espontáneamente, sino que fue sembrada por el enemigo «en medio del trigo», el cual también fue lanzado a la tierra por el dueño del campo. Por consiguiente, hay una entera conjugación entre el demonio y sus seguidores, muy inferior, no obstante, a la unión que se establece entre Dios y sus elegidos. A éstos les corresponde tomarse en serio la alianza ofrecida por el Señor, para que no sean devorados por la cizaña.

26 «Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. 27 Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. 28a Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”».

La escena montada por Jesús deshace cierta idea optimista sobre nuestra existencia en este mundo. En la sociedad existe una mezcla entre la buena y la mala semilla que no puede ser eliminada y, muchas veces, sólo se vuelve perceptible cuando ambas están crecidas. Y tal es la cantidad de cizaña esparcida por el enemigo que el bien se convierte en una porción reducida en medio de ella.

Además, cada uno de nosotros carga semillas de cizaña dentro de sí, sean inclinaciones ruines, sean tentaciones o incluso inseguridades y aflicciones que el demonio explora para perturbarnos, y contra las cuales tenemos que oponer resistencia sin permitir que nos dominen.

La lucha, nota característica del Reino

28b «Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. 29 Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. 30 Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

La actitud de los criados representa la mentalidad equivocada de quien juzga que las condiciones ideales para el desenvolvimiento de los hijos de Dios en el campo de este mundo consistirían en dulzuras y delicias, sosiego y ausencia completa de adversarios. Ahora bien, «militia est vita hominis super terram – la vida del hombre sobre la tierra es una lucha» (Job 7, 1). El Reino de Dios es un reino de constante lucha y combate. Y el propio enfrentamiento entre la cizaña y el trigo existente dentro de nosotros durará hasta el instante en que, a semejanza de San Luis María Grignion de Montfort en el lecho de la muerte, podamos decir: «Por fin, ya no pecaré más»1.

Al vivir en medio de la cizaña sin pactar con ella ni dejarse influenciar, los buenos hacen patente el poder de la vigilancia y de la oración en la batalla contra las tentaciones y asaltos del enemigo. Siempre que lo pedimos, la gracia nos es dada en abundancia; e incluso para quien no reza Dios dispensa gracias suficientes para su salvación. Si hemos tomado la determinación de practicar la virtud, todo lo que contunda esa decisión interior no nos desestabilizará ni nos causará perjuicio alguno, sino, al contrario, nos fortalecerá.

Segando el trigo, por François-Louis Français - Museo de la cartuja de Douai (Francia)
Segando el trigo, por François-Louis Français – Museo de la cartuja de Douai (Francia)

Es interesante destacar que en el momento de la cosecha se distingue sin dificultad la cizaña del trigo: se arranca primero aquella, echándola al fuego, y después se guarda el otro en el granero. La certeza del juicio infalible de Dios, que separará buenos y malos en el fin del mundo concediéndole a cada uno el premio o el castigo de sus merecimientos, nos incentiva a la confianza. Siempre que nos mantengamos en el camino del bien y tratemos de corresponder a la gracia, Él no permitirá que el mal nos asfixie y destruya.

Concluida la parábola, el divino Maestro propone dos metáforas más sobre el Reino, una propia a captar la atención del público masculino y otra más atrayente para las mujeres allí presentes.

El resultado alcanzado por quien es fiel

31 Les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; 32 aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros del cielo a anidar en sus ramas».

Pequeñita, casi insignificante, la semilla de mostaza impresiona por la rapidez de su crecimiento y por las proporciones que alcanza cuando adquiere las condiciones propias a la germinación. Se presenta así como un símbolo del Reino de Dios, ya sea en su manifestación visible, la Santa Iglesia, ya sea en la discreta actuación de la gracia en el interior de los corazones. A partir de un reducido grupo de doce apóstoles, la iglesia se extendió por el mundo entero; de manera análoga, quien es fiel a aquello que recibe de la Providencia, incluso siendo flaco y diminuto en cualidades naturales, se volverá grande de espíritu, repleto de dones sobrenaturales, capaz de amparar y ayudar a otros.

Vale la pena detener nuestra atención en un pormenor: el grano de mostaza sólo brota y se desarrolla con tal vigor porque ha sido depositado en la tierra. Si tan pronto como surgiera el tallo lo retiráramos del suelo y lo pusiéramos sobre una tela limpia, pocas horas después se marchitaría por completo y moriría. Bajo este aspecto, la comparación empleada por el Señor recuerda la importancia de evitar los ambientes que no favorezcan nuestra santificación. Por muy prometedora que sea, nuestra vitalidad de nada nos valdría si no huimos de las ocasiones próximas de pecado y no tratamos de progresar en la unión con Dios. Por el contrario, si tenemos un vínculo estrecho con el Creador y, en consecuencia, verdadera aversión a todo lo que de Él nos aparta, continuamente recibiremos el estímulo, el apoyo y las fuerzas que nos sustentarán rumbo a la perfección.

33 Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta».

Esta parábola encierra la misma lección que la anterior: de una causa en apariencia pequeña, surge un efecto muy superior. La masa se agranda por el simple hecho de estar fermentada; solo hay que esperar la acción de la levadura. Así actúa Dios en las almas: cuando llama a alguien de un valor mínimo a los ojos del mundo, semejante al granito de mostaza o a una medida de levadura, y la persona corresponde a la gracia, por mucho que haya dificultades los frutos de su apostolado serán copiosos. Evidentemente las cualidades y los talentos humanos pueden ayudar, pero la parte más importante de una obra sobrenatural compete a la intervención de la Providencia.

34 Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, 35 para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».

Al ser Dios, Nuestro Señor Jesucristo poseía un conocimiento perfecto y eterno de todas las cosas y, al iniciar su vida pública, reveló maravillas hasta entonces ocultas a los hombres. Al referir ese pasaje del salmo 77 en cuanto al modo de enseñar propio al Redentor, San Mateo evidencia cómo Él era la realización de las grandezas mesiánicas profetizadas en el Antiguo Testamento.

Dos caminos opuestos, dos destinos eternos

36 Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». 37 Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; 38 el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; 39 el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles».

Terminada la predicación, el Señor regresa a casa, donde los discípulos le piden que les explique el sentido de la parábola de la cizaña. Con naturalidad, entonces esclarece, resaltando el destino final de las huestes que se enfrentan en el campo de este mundo: el Reino de Dios está constituido por hijos de la luz, los cuales gozarán de la eternidad feliz, pero entre ellos también se encuentran los malos, que en el fin de los tiempos serán precipitados al Infierno junto a los demonios.

Jesús «siembra la buena semilla»: es quien llama a todos los hombres para que se beneficien de su sangre redentora y anden por los caminos de la santidad, reservándoles gracias especiales para que, incluso siendo débiles, se mantengan fieles a lo largo de la vida.

Están, por otra parte, los «partidarios del Maligno», es decir, los que decidieron seguir el camino del pecado y darle la espalda a la virtud. Quien así los desvía y los transforma en cizaña es el propio Satanás.

40 «Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: 41 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, 42 y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 43 Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Les corresponderá a los ángeles la misión de arrancar del Reino todo lo que pertenece al demonio, lo que significa extirpar no sólo a aquellos que abrazan el mal, sino también «a todos los que obran iniquidad». La expresión «horno de fuego» sugiere un pleonasmo, pero el Señor la emplea para reforzar la idea del ardor de las llamas del Infierno, que no se extinguirán por toda la eternidad. Se trata de un fuego inteligente, alimentado por Dios, capaz de quemar sin consumir y en la medida exacta determinada por la justicia divina para cada condenado.

Al «llanto y el rechinar de dientes» de los precitos, cuyos cuerpos, que reflejan la desgracia del alma, resurgirán opacos, fuliginosos y malolientes, se contrapone la felicidad de los santos, que resucitarán resplandecientes de luz y de gloria, brillantes como el sol.

Jesús predicando - Iglesia de Santa Marta, Sarasota (EE. UU.)
Jesús predicando – Iglesia de Santa Marta, Sarasota (EE. UU.)

III – La enseña de nuestro paso por la tierra

Explicitada por el Señor en la parábola de la cizaña y el trigo, la lucha es la enseña de nuestro paso por la tierra. Quien se compenetra de esta verdad vive lleno de alegría y no se perturba cuando el mal se levanta con odio de destrucción, pues sabe que la vitalidad de los buenos viene del propio Dios. Nunca debemos, por tanto, aceptar cualquier pensamiento de desconfianza, tristeza o desánimo al presenciar a la cizaña atacando el trigo. Por el contrario, nos cabe mantener la convicción de nuestra superioridad en cuanto combatientes de Dios frente a los que han sido plantados por el enemigo.

Un gran auxilio para que jamás perdamos esa esperanza está en que no dejemos que se apague en nuestro horizonte interior los acontecimientos que encerrarán la Historia de la humanidad. Vivimos en el tiempo y los pequeños episodios del día a día nos impresionan, causándonos a menudo aflicciones, aunque todo eso pasa. En el día del Juicio pesarán nuestro amor a aquel que nos sembró y nuestra generosidad en retribuirle a él la savia que infundió en nosotros y los cuidados que nos dispensó.

En los momentos más arduos de la embestida contra el mal, tengamos presente que nuestra oración siempre es escuchada por el Cielo. Dios puede tardar en atender, pero nunca nos abandonará, sobre todo cuando le pedimos que venza a la cizaña que germina dentro de nosotros. Recordemos que Él es la Integridad y no rompe la alianza establecida con aquellos que confían en la omnipotencia de su perdón; Él es la Bondad y continuamente quiere hacernos el bien; Él es nuestro Redentor y nos prometió la resurrección gloriosa, dejándonos como prenda la «levadura» que ni siquiera los ángeles pueden recibir: la Eucaristía.

En suma, la liturgia de hoy abre una estela de misericordia, de bondad y de perdón infinito concedidos por Dios a nosotros, siempre que reconozcamos nuestra pequeñez y sepamos alabarle, no solo con los labios, sino también con los actos, luchando por su gloria en esta tierra.

 

Notas

1 Cf. ABAD, SJ, Camilo María. Introducción general. In: SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Obras. Madrid: BAC, 1954, p. 66.

 

 

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