Una muestra de amor

El amor de Gertrudis por el crucifijo era tierno y delicado. Al no poder su piedad soportar que Jesús estuviera suspendido de duros clavos de hierro, un día los reemplazó por capullos de clavel perfumados.

La recompensa por tal acto de piedad excedió todo lo imaginable. Un viernes pasó toda la noche en oración y en ardientes afectos del corazón. Cuando le vino a la memoria el hecho de los clavos sustituidos por capullos de clavel, le preguntó al Señor si tal acto le había sido agradable.

«Sí», respondió Jesús. «Esta muestra de amor me ha sido tan agradable que derramé sobre las heridas de tus pecados el bálsamo precioso de mi divinidad».

«¿Le concederás esa misma gracia a todos los que así te honraran?», dijo la santa.

«No a todos», contestó el Señor, «sino sólo a los que lo hicieran con el mismo amor que tú; sin embargo, la recompensa de las almas cuya devoción y fervor no igualen el tuyo seguirá siendo grande».

Luego, cogiendo el crucifijo, la santa lo besó tiernamente. Pero sintiendo que le fallaban las fuerzas a causa de aquella prolongada vigilia, dejó el crucifijo y dijo: «Te saludo, amado mío, y te deseo buenas noches. Déjame dormir ahora para recuperar las fuerzas que he perdido durante estos dulces coloquios».

Y se marchó a descansar. Durante ese reposo, Jesús desprendió de la cruz su brazo derecho, lo pasó alrededor del cuello de la santa como si quisiera darle un beso de amor y, acercando su sagrada boca al oído de la santa, le susurró dulcemente: «Escucha, amada mía; también deseo que oigas un canto de amor».

Con voz dulce y suave, Jesús le cantó:

«Mi continuo amor te hace desfallecer; y tu amor suavísimo me ofrece un gratísimo sabor». […]

Por fin, la santa pudo dormir. […] Confortada de esta manera, la santa se levantó completamente renovada.

FERREIRA, P. B. Alves.
Vida de Santa Gertrudes.
Braga: [s.n.], 1932, pp. 106-107.

 

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