La fuerza de la predestinación eterna

En los hechos que rodean la milagrosa concepción y el nacimiento del Precursor, vemos la mano de Dios gobernando los acontecimientos, para su mayor gloria.

Evangelio de la Natividad de San Juan Bautista
(Misa de la Vigilia)

5 En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. 6 Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. 7 No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

8 Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, 9 según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; 10 la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

11 Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. 12 Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. 13 Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. 14 Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. 15 Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, 16 y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. 17 Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1, 5-17).

I – Predestinado desde siempre

Aparición del ángel a Zacarías – Iglesia de San Juan Bautista, Halifax (Canadá)

Con la celebración de la Misa de la Vigilia, la Santa Iglesia inicia la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, cuya figura sin igual mereció ser elogiada por los labios del mismo Salvador: «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista» (Mt 11, 11). Es el único santo —a excepción de la Virgen— que se conmemora dos veces al año: el día de su partida al Cielo, el 29 de agosto, y sobre todo el de su nacimiento; privilegio éste debido al hecho de que, liberado ya de las cadenas del pecado original en el seno materno, vino al mundo adornado por la plena posesión de la gracia santificante.1 En efecto, fue ideado por Dios, desde toda la eternidad, para ser un varón-pináculo que antecediese al Hombre Dios en «la plenitud del tiempo» (Gál 4, 4).

Dios nos concibió desde siempre

Cada uno de nosotros tiene una noción clara de que ha venido al mundo con el concurso de un padre y una madre, a quienes conocemos y amamos; sin embargo, muchas veces nos olvidamos de que, antes de ser engendrados físicamente por nuestros padres, hemos sido concebidos y conocidos por Dios a partir de un «momento» imposible de ser determinado, puesto que ha sido desde siempre. Nuestra pobre inteligencia ni siquiera es capaz de imaginar cómo es la mente divina, en la que no existe pasado ni futuro, y todo es presente.

Salidos de las manos de Dios, que crea directamente cada alma, nos toca cultivar una relación fortísima con Él, sin la cual no vivimos, porque somos seres contingentes. Si no fuese así, tendríamos las mismas reacciones de un niño abandonado que, aun gozando de algunas alegrías, ignora la felicidad de pertenecer a una familia. Por su parte, lejos de ser como una madre desnaturalizada que se deshace de su hijo, Dios nunca nos desampara y quiere establecer un estrecho contacto con nosotros, como se lee en la Escritura: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (Is 49, 15).

En el nacimiento de San Juan Bautista, se hace patente su predestinación a una altísima misión, seguida de una intensa protección divina, como lo subrayan las lecturas de las dos misas de esta solemnidad —la de la vigilia y la del día—, que narran el llamamiento del profeta Jeremías y el del profeta Isaías, perfectamente aplicables al Precursor: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones» (Jer 1, 5); «El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre» (Is 49, 1).

II – La perspectiva de la fe

En la consideración de los episodios narrados por el Evangelio de esta vigilia observamos una peculiaridad que llama de manera especial nuestra atención: la forma como Dios realiza las obras grandiosas.

«Nacimiento e imposición del nombre de San Juan Bautista», por Sano di Pietro – Museo Metropolitano de Arte, Nueva York

Hechos que cambiaron la Historia de la humanidad

En efecto, desde la creación del hombre y su existencia en el paraíso hasta el Juicio final, no ha habido un lance de importancia y trascendencia más grande para la Historia de la humanidad que el que allí se estaba dando. San Juan Bautista, el mayor entre todos los nacidos de mujer, es engendrado en una madre estéril y, además, cuando sus padres ya eran ancianos; detalles que confieren al acontecimiento un carácter completamente prodigioso. El anuncio de su concepción y de su nacimiento ocurren en un ambiente de misterio: Santa Isabel da a luz asistida por María Virgen que, a su vez, estaba ya en el tercer mes de la gestación del Niño Jesús, la segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada.

Sin embargo, el Precursor no vino al mundo rodeado de gloria, esplendor y poder —de los cuales ahora goza en la eternidad—, lo que obligaría a todos los que más tarde lo escuchasen a creer en su palabra. Al contrario, cuando inició su misión se presentó vestido con piel de camello, langostas eran su alimento, y mostraba características sui géneris que exigían de sus contemporáneos un acto de fe. De este modo, todos esos hechos impresionantes se realizaron dentro de las apariencias de la normalidad, en el transcurso común de la vida, y a pesar de haber sido muy comentados por parientes y vecinos en esa ocasión, no parece que éstos hubieran comprendido a fondo la dimensión sobrenatural que encerraban.

En nuestros días, gracias a la perspectiva y al conocimiento que nos dan dos mil años de Tradición de la Iglesia, podemos discernir con más claridad los aspectos místicos, milagrosos y extraordinarios de los que estaban revestidos. De ellos podemos sacar una preciosa lección, al considerar que, cuando Dios interviene, muchas veces no revela toda la magnitud de los hechos que asistimos para que, saliendo de nuestro estado de prueba aquí en la tierra, no suceda que pasemos a vivir de la constatación, sin necesidad de la fe, llegando a perder los méritos. Y para que el justo viva por la fe (cf. Hab 2, 4), Él permite que atravesemos los valles de la aridez (cf. Sal 83, 7). Consideremos entonces bajo ese punto de vista los versículos que la liturgia ha escogido para la Vigilia de esta Solemnidad.

Dios recompensa la santidad de un matrimonio

5 En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel. 6 Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor.

Tras situar en el tiempo la escena que va a ser narrada, el evangelista describe en pocas palabras los principales atributos de San Zacarías y de su esposa Santa Isabel, entre los que destaca el único que en realidad es esencial, por ser el que permanece para la eternidad: ser justo ante Dios y obedecer fielmente a todos los mandamientos y órdenes del Señor. Por encima de cualquier consideración humana, podemos concluir que la mirada de Dios al posar sobre esos santos esposos los hizo dignos de acoger el gran milagro que Él se proponía realizar, como comenta San Ambrosio: «Una es la mirada de los hombres y otra la mirada de Dios, los hombres ven el rostro, Dios el corazón. […] El mérito perfecto está en ser justo ante Dios».2

La humillación pública de la esterilidad

7 No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Semejante a otras figuras célebres del Antiguo Testamento, como Sara (cf. Gén 16, 1), Rebeca (cf. Gén 25, 21), Raquel (cf. Gén 29, 31), la esposa de Manoj (cf. Jue 13, 2) o Ana (cf. 1 Sam 1, 5), Isabel, tanto por su naturaleza como por su avanzada edad, no podía ser madre. Por eso, su condición era de máxima humillación pública (cf. Lc 1, 25), porque en aquella época —tan diferente de nuestros días, donde el hecho de tener muchos hijos significa para algunos padres un desastre—, la prole numerosa era señal de las bendiciones de Dios, y lo contrario era considerado causa de oprobio e indicio de castigo del Cielo.3 La mujer estéril era vista como un tipo de paria de la sociedad, en muchos casos tratada con desdén (cf. Gén 16, 4; 1 Sam 1, 6-7), lo que aumentaba el sufrimiento del matrimonio. Esta situación contribuyó para realzar aún más la acción de Dios al promover el milagro del nacimiento de San Juan Bautista, que los episodios posteriores confirmarían.

«Anunciación a San Zacarías», por Pere Mates – Museo de Arte, Gerona (España)

He aquí otro importante punto a ser contemplado en la Liturgia de hoy: aunque estemos ante obstáculos muy claros y patentes, la voluntad de Dios siempre prevalece para realizar sus designios, porque para Él no nada hay imposible (cf. Lc 1, 37).

Dios escoge las ceremonias para manifestarse

8 Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, 9 según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; 10 la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Entre los sacerdotes era costumbre hacer un sorteo para dividirse las diversas funciones de culto en el Templo. Todos los días, por la mañana y por la tarde, uno de ellos tenía que entrar en el Sancta para ofrecer incienso a Dios en el altar de los perfumes, que estaba frente al Sancta sanctorum.4 Los más fervorosos seguramente experimentarían una ansiedad interior por el deseo de ser elegidos, ya que ése era un momento en el que el ofertante se sentía asistido por gracias y consolaciones especiales. En el caso de Zacarías vemos cómo Dios se sirvió de ese sistema de sorteo para que fuese el agraciado y pudiese ser objeto de la manifestación grandiosa que ocurriría después.

Desde el atrio, separado por la cortina que ocultaba el lugar santo, el pueblo acompañaba con oraciones el ritual, mientras tanto se iba formando una bonita nube de humo que escapaba por el velo, y la fragancia del incienso, usado en cantidad generosa, invadía todo el ambiente. Los fieles ya sabían por experiencia cuánto duraba el ceremonial, que no era demasiado tiempo. Sin embargo, en esta ocasión se prolongó más de lo habitual…

11 Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso.

En lugar de comunicarse mediante un sueño o de aparecérsele en su casa o en otro sitio, el ángel San Gabriel fue enviado a Zacarías para transmitirle el mensaje celestial en el exacto momento en el que, glorificando a Dios, iba a renovar las brasas y los aromas sobre el ara. De esta forma, mostraba el valor que debemos darle al altar del Señor, al servicio del cual estaba Zacarías, y cómo una ceremonia litúrgica es agradable a Dios. El ángel se puso a la derecha para dar aún más destaque e importancia a ese acontecimiento, porque si se apareciese a la izquierda sería menos noble y digno, y de frente le daría la espalda al altar.

Zacarías ante el arcángel San Gabriel (detalle) – Palacio Doretheum, Viena

En este punto también trasparece el premio reservado por Dios a los que se acercan a Él, recogiéndose y aislándose en su presencia, en cualquier sitio apropiado, como una capilla o a solas en su habitación (cf. Mt 6, 6), con el objeto de alabarlo. Todas las veces que tengamos una necesidad no debemos buscar la solución en el esfuerzo humano, sino en la oración. Dios sabrá entrar en contacto con nosotros y hablar de alguna manera en nuestro interior, por medio de consolaciones o incluso a través de fenómenos místicos y extraordinarios.

Un temor fruto del relajamiento

12 Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

La repentina aparición de un ángel causa pavor en el Antiguo Testamento, porque según la creencia común era algo tan grandioso que anunciaba la muerte inmediata del que la presenciaba (cf. Jue 6, 22-23; 13, 21-22), conforme lo hemos comentado en un artículo anterior. No obstante, la perturbación y el temor en Zacarías demuestran que estaba algo entibiado en el desempeño de sus funciones sacerdotales, y quizá hubiese disminuido el «fervor de novicio» propio de los principiantes en el servicio del Señor. Si hubiera estado en el auge del entusiasmo, eso no ocurriría; al contrario, la visión le habría causado una gran alegría. El hombre tiene miedo de un ángel cuando descuida la contemplación de lo sobrenatural y se dedica a la consideración concreta de los acontecimientos.

Al ser de la estirpe sacerdotal, Zacarías estaba preparado para desempeñar ese ceremonial y, ciertamente, las primeras veces que entró para realizarlo sentiría la tremenda responsabilidad de ser un mediador entre Dios y el pueblo. Sin embargo, poco a poco, arrastrado por la gran tentación que en muchas ocasiones asalta a los que están encargados del ministerio sagrado, se acostumbró a la rutina y, como se conocía de memoria todos los pormenores del rito, cumplía su encargo con una atención secundaria, perdiendo la compenetración de la grandeza del acto que realizaba. Tal vez estuviera preocupándose con los pequeños problemas de la vida diaria de su tiempo, llevándolo quizá a acelerar el ceremonial, con el deseo de acabar cuanto antes… Su reacción al anuncio del ángel, narrada en los versículos siguientes al pasaje seleccionado para esta vigilia, muestra la falta de fe de Zacarías ante el panorama desvelado por San Gabriel (cf. Lc 1, 18), y confirma la posibilidad de su estado de tibieza.

Vivimos en permanente contacto con el mundo invisible

El ejemplo de Zacarías nos abre los ojos a una realidad que, con frecuencia, está ausente en nuestros pensamientos: acostumbrados a vivir dentro de los estrechos parámetros humanos, nos olvidamos fácilmente de que Dios no ha creado un universo cerrado, de modo que constituyamos un mundo aparte con relación al mundo invisible compuesto por las criaturas espirituales. Es todo lo contrario. Estamos ininterrumpidamente rodeados por ángeles buenos y malos, los cuales forman una única sociedad con los hombres. La doctrina católica nos enseña que los ángeles son numerosísimos, al punto de que Santo Tomás,5 recogiendo la opinión de muchos Padres de la Iglesia, aplica la parábola evangélica de la oveja que se pierde mientras las otras noventa y nueve permanecen en el campo (cf. Mt 18, 12; Lc 15, 4-7), a la proporción existente entre ángeles y hombres. Por lo tanto, cada ser humano correspondería a noventa y nueve ángeles, lo que significa un número incontable para nuestra mente tan limitada.

Ahora bien, tanto los ángeles, con sus buenas inspiraciones, como los mismos demonios, a través de las tentaciones, ejercen un papel dentro del estado de prueba en el que nacemos, porque en esta vida estamos de paso, para ser examinados y alcanzar la gloria de la visión beatífica. Por ello, debemos tener cuidado de no actuar como si nuestra existencia transcurriese en un plano meramente natural, sino de mantener la mirada puesta en los horizontes de la fe, con la plena convicción de que a todo momento nos encontramos bajo la influencia de los ángeles o de los demonios.

Detalle de «La Anunciación», por Fra Angélico – Museo Diocesano, Cortona (Italia)

Preparados de esta manera, cuando algún hecho sobrenatural ocurre en nuestra vida, lo tomaremos con la misma naturalidad con la que María Santísima recibió la visita de San Gabriel (cf. Lc 1, 26-38). No tuvo miedo de la aparición angélica y sólo temió que su humildad fuera alcanzada si aceptaba el elogio del arcángel: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28); por eso el Evangelio nos dice que «Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel» (Lc 1, 29).

Dios manifiesta su bondad

13 Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan».

El «no temas» dirigido a Zacarías tiene un sentido muy distinto del que más tarde le sería dicho a la Virgen (cf. Lc 1, 30). A él, aunque su estado de alma no fuese el más perfecto, como hemos visto, el ángel lo trató con extraordinaria bondad, con la finalidad de transmitirle una gracia de Dios que lo dejase enteramente tranquilo y sereno. A continuación, le indicó que no había motivos para tener recelo, porque su presencia se debía a que había sido enviado para comunicarle una gran alegría: Dios había escuchado sus súplicas.

Sin duda, Zacarías, como le correspondía dentro de su función sacerdotal, cada vez que era elegido para incensar el altar de los perfumes o para ofrecer algún sacrificio, oraba intercediendo por el pueblo y, según algunos autores,6 en ese momento en el que el ángel se le aparece, rogaba de modo especial por la venida del Mesías. Sin embargo, otros como Maldonado,7 interpretan que le imploraba a Dios, además, que tuviera pena de él y de su esposa, para que Isabel pudiese tener un hijo y ambos se vieran libres de la humillación.

¿Cuál era el grado de fervor con el que pedía Zacarías en el instante en que fue escuchado? Nos podemos preguntar si Dios atiende habitualmente las oraciones en el momento en que el ardor alcanza su máximo o cuando disminuye. A veces ocurre que al enfriarse nuestra devoción Él viene en nuestro auxilio para que no perdamos todos los méritos y para demostrar que no se olvida de nosotros. No obstante, debemos ser eximiamente fieles en nuestra vida de oración, manteniendo el entusiasmo encendido y rezando con constancia.

De este pasaje del Evangelio podemos inferir cómo Dios se complace en elegir a los débiles para realizar obras extraordinarias y dejar claro quién está actuando. En el caso de San Juan Bautista, la Providencia permitió que sus padres se encontrasen en una situación de aflicción para que, tras pedirle con insistencia, Dios manifestara su poder y revistiese el nacimiento del niño de un carácter místico, profético y grandioso, y reconociese que él era fruto de una acción divina y no de las leyes naturales. Si Isabel hubiera sido madre de muchos hijos podría no haber marcado la Historia, haciendo parte del Evangelio.

También para nosotros lo ideal es ponernos en las manos de Dios, en una posición de contingencia y de entera confianza, pues la solución a todos los problemas, sobre todo los que parecen insolubles, no vendrá de nuestros esfuerzos, sino de la intervención de la Providencia.

Un niño grande a los ojos del Señor

San Juan Bautista niño – Iglesia de San Juan Bautista, Figueiró dos Vinhos (Portugal)

14 «Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. 15 Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, 16 y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. 17 Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

La simple noticia del nacimiento de un hijo varón ya infundió enorme alegría en el matrimonio. Sin embargo, ese hijo estaba llamado a los designios más altos. Las palabras del ángel, que anunciaban la especialísima vocación y santidad de vida del niño, contenían un esbozo de los rasgos proféticos del Precursor, pues reconduciría a muchos israelitas hacia el Señor. Entre sus grandiosas características, estaba la de poseer «el espíritu y poder de Elías». Es decir, a Juan el Bautista le sería dada la misma proporción de gracias, de espíritu y de mentalidad del Profeta por excelencia, confiriéndole la fuerza para caminar al frente del pueblo. «Ambos, en efecto, (Elías y Juan)» —comenta San Beda— «vivieron célibes; ambos vistieron rudamente; ambos pasaron su vida en soledad; ambos fueron heraldos de la verdad; ambos padecieron persecución del rey y de la reina por defender la justicia: aquél, de Ajab y Jezabel; éste, de Herodes y Herodías; aquél, para no morir a manos de los impíos fue arrebatado al Cielo en un carro de fuego; éste, para no ser vencido por los impíos en el combate del espíritu fue llamado al perfecto martirio por el Reino de los Cielos».8

Cabe preguntarse por qué San Juan Bautista convertiría el corazón de los padres hacia los hijos y no de los hijos hacia los padres. Con la intención de crear las condiciones favorables para la aceptación de la llegada del Mesías, el Precursor predicaría su venida en una perspectiva muy diferente de la que hasta entonces era considerada por el pueblo elegido: una doctrina nueva, dotada de potencia (cf. Mc 1, 27), dentro de la cual nacerían las nuevas generaciones y, bajo el influjo del Espíritu Santo, serían transformadas interiormente. Los padres también podrían recibir esa influencia de la gracia, si abandonaban los viejos conceptos errados y asimilaban los nuevos. Por eso tendrían que convertir sus corazones con relación a los hijos.

San Juan Bautista y San Elías, por Andrea di Bonaiuto – Basílica de Santa María del Carmen, Florencia (Italia)

III – La «estirpe eliática»

El hecho de que el niño anduviera al frente del pueblo «con el espíritu y poder de Elías» muestra claramente la constitución de una estirpe que vincula al Profeta por excelencia con el Precursor del Mesías, y los une en una misión análoga. Esa «estirpe eliática», que tiene origen en el modo de ser, en la paciencia, en la humildad y en el celo por la causa de Dios, que caracterizaban a Elías, bien podemos afirmar que se extiende a través de los varones providenciales, de los que, como Juan el Bautista, desempeñan un papel histórico «con el espíritu y poder de Elías», y cruzan los tiempos iluminando las luchas de la Iglesia a lo largo de los siglos. Esos profetas son elegidos y formados por la voluntad divina para marcar los cielos de la Historia, de forma que la santidad, discernimiento, fuerza, definición, decisión, ímpetu, impacto y otros dones que adornan sus almas son privilegios concedidos por Dios, porque Él lo quiere, en su constante deseo de comunicarse con los hombres.

En la convulsionada época en que vivimos, similar a una noche profunda, debemos pedir la gracia de que ese espíritu de Elías vuelva a brillar sobre el mundo y, al igual que San Juan Bautista anunció la llegada del Salvador, sea para nosotros proclamado el triunfo de María y la fundación de una nueva y maravillosa era histórica. 

 

Notas


1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 27, a. 6.

2 SAN AMBROSIO. Tratado sobre el Evangelio de San Lucas. L. I, n.º 18. In: Obras. Madrid: BAC, 1966, v. I, pp. 62-63.

3 Cf. TUYA, OP, Manuel de; SALGUERO, OP, José. Introducción a la Biblia. Madrid: BAC, 1967, v. II, p. 318; RENIÉ, SM, Jules-Edouard. Manuel d’Écriture Sainte. Les Évangiles. 4.ª ed. Paris: Emmanuel Vitte, 1948, v. IV, p. 258.

4 Cf. LAGRANGE, OP, Marie-Joseph. Évangile selon Saint Luc. 4.ª ed. Paris: J. Gabalda, 1927, pp. 12-13; RENIÉ, op. cit., pp. 227-228; 258.

5 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., I, q. 50, a. 3. Super Matthæum. C. XVIII, lect. 2; Catena Aurea. In Lucam, c. XV, vv. 1-7.

6 Cf. RENIÉ, op. cit., pp. 258-259; LAGRANGE, op. cit., p. 15, nota 13.

7 Cf. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelios de San Marcos y San Lucas. Madrid: BAC, 1951, v. II, pp. 269-271.

8 SAN BEDA. Homilías sobre los Evangelios, 2, 23, apud ODEN, Thomas C.; JUST, Arthur A. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según San Lucas. Madrid: Ciudad Nueva, 2000, v. III, p. 50.

 

1 COMENTARIO

  1. La Divina Providencia se la puede traducir como el tiempo de Dios, no antes, ni después todo sucederá en el tiempo preciso.

    Todos ustedes son los ángeles que están al servicio de nuestra Santísima Madre celestial, puesto que una Reina tan maravillosa se merece no sólo una alabanza celestial, sino también una alabanza terrenal.. Llegará el día en que tanto cielo y tierra se unan en un mismo !! CLAMOR !!.

    Para que nos visite el SOL que nace de lo ALTO para ILUMINAR a los que viven en Tieneblas y en Sombra de muerte para guiarnos por el camino de la PAZ, por el camino de MARÍA

    !!! SALVE REINA Y MADRE, SALVE MARÍA !!!

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