La discreta preparación de los acontecimientos grandiosos

«Nemo repente fit summus», reza el dicho latino: nadie se hace grande de repente. Este principio, que rige la naturaleza y las almas, emana de la sabiduría de Dios, la cual lo ha dispuesto todo con criterio y conduce la Historia conforme a sus planes.

El tiempo ha sido creado por Dios. Para Él todo es presente, únicamente para nosotros hay un «antes» y un «después». Así pues, los grandes acontecimientos de la humanidad son precedidos por largas preparaciones que, a los ojos de los hombres, a menudo adquieren una apariencia de banalidad, aunque a los ojos del Todopoderoso nada tienen de ordinario, porque en la mente divina forman un mismo plan con los hechos maravillosos a los que ellas anteceden.

En las Escrituras nos encontramos, por ejemplo, con la historia de Ana (cf. 1 Sam 1, 1-20), mujer de Elcaná, la cual, siendo estéril, rogó a Dios que le concediera un hijo. Habiendo sido milagrosamente atendida, entregó el niño al Señor, para que le sirviera en el Templo: se trataba de Samuel, el futuro juez de Israel, aquel que ungiría al rey David —el joven vencedor del gigante Goliat—, de quien descendería el Mesías esperado… Sin embargo, esa gloriosa sucesión de eventos empezó con una oración anónima que, entre lágrimas, una mujer despreciada por todos hizo en el Templo.

Lo mismo sucedió con un pobre niño que nació en esclavitud, fue salvado de las aguas (cf. Éx 2, 10) y posteriormente condenado a muerte… Obligado a huir de Egipto y a vivir en tierra extraña hasta los 80 años, Moisés estaba siendo preparado por Dios para convertirse en el protagonista de acontecimientos que marcarían la Historia. El fulgor de su vocación, no obstante, sólo apareció a los ojos del mundo después de haberse cumplido los planes divinos.

Muchas veces tales planes son generados durante años, en la serenidad, en la soledad, en la confianza. Y estas sublimes características distinguieron también la existencia de un santo matrimonio, que llegó a edad avanzada sin haber visto su unión bendecida con un fruto. Pero entre las manos de Joaquín y Ana, Dios pondría su mayor tesoro: María Santísima.

Así pasó con todos los grandes designios, todas las grandes vocaciones, desde Noé o Abrahán hasta nuestros días: entre circunstancias en apariencia comunes, Dios prepara los grandes acontecimientos, los grandes nacimientos, los grandes giros de la Historia. Se diría, incluso, que se complace demostrando su poder al permitir que los hombres, por su maldad, hagan que se desmorone la sustentación del bien, hasta que el desastre parezca irreversible… Entonces escoge a algunos y con ellos obra un cambio radical, cuya gloria alcanza la proporción inversa de la deshonra que los malos pretendían infligir a su plan.

De esta manera, la vida serena, discreta y aparentemente anónima de San Joaquín y Santa Ana nos invita a preguntarnos si hoy, en medio a la trivialidad de nuestro día a día —repleto de confusiones, bagatelas y hechos sin sentido, que parecen carecer de cualquier consecuencia— no estará siendo gestada la próxima maravilla que la mano omnipotente de Dios traerá a la tierra.

 

La Virgen Niña con San Joaquín y Santa Ana – Universidad de Nuestra Señora del Lago, San Antonio (EE. UU.)
La Virgen Niña con San Joaquín y Santa Ana – Universidad de Nuestra Señora del Lago, San Antonio (EE. UU.)

 

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1 COMENTARIO

  1. Bellísimos mensajes q dejan en el alma una gran lección . Salve María Reina del cielo y madre de Dios y de la humanidad

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