La devoción a la Virgen: condición esencial para la Contra-Revolución

En el prólogo a la edición argentina de su obra magna, «Revolución y Contra-Revolución», el Dr. Plinio nos ilustra acerca del profundo vínculo existente entre la devoción a la Santísima Virgen y la lucha contrarrevolucionaria.

Comencemos por exponer aquí algunos pensamientos contenidos en Revolución y Contra-Revolución.1

Orgullo e impureza en el origen de la Revolución

La Revolución es presentada en esta obra como un inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis —estaría tentado a decir en ultimísimo análisis— de un deterioro moral nacido de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica.

En efecto, la Iglesia Católica tal y como ella es, la doctrina que enseña, el universo que Dios creó y que podemos conocer tan espléndidamente a través de sus prismas, todo eso excita en el hombre virtuoso, puro y humilde un profundo enlevo. Él siente alegría al considerar que la Iglesia y el universo son como son.

Pero si una persona cede un poco a los vicios del orgullo o de la impureza, comienza a crearse en ella una incompatibilidad con varios aspectos de la Iglesia o del orden del universo. Esa incompatibilidad puede comenzar, por ejemplo, con una antipatía con el carácter jerárquico de la Iglesia, después desdoblarse y alcanzar a la jerarquía de la sociedad temporal, para más tarde manifestarse con relación al orden jerárquico de la familia. Y así, una persona puede, por varias formas de igualitarismo, llegar a una posición metafísica de condenación de toda y cualquier desigualdad, y del carácter jerárquico del universo. Sería el efecto del orgullo en el campo de la metafísica.

De modo análogo se pueden delinear las consecuencias de la impureza en el pensamiento humano. El hombre impuro, por regla general, comienza por tender hacia el liberalismo: le irrita la existencia de un precepto, de un freno, de una ley que circunscriba el desborde de sus sentidos. Y, con esto, toda ascesis le parece antipática. De esa antipatía, naturalmente, viene una aversión al propio principio de autoridad, y así sucesivamente. El anhelo de un mundo anárquico —en el sentido etimológico de la palabra— sin leyes ni poderes constituidos, y en el cual el propio Estado no sea sino una inmensa cooperativa, es el punto extremo del liberalismo generado por la impureza. […]

Una lucha religiosa cuya victoria está en la devoción a la Virgen

Dado el carácter moral de estas causas, todo el problema de la Revolución y de la Contra-Revolución es, en el fondo, y principalmente, un problema moral. Lo que se dice en Revolución y Contra-Revolución es que, si no fuese por el orgullo y la sensualidad, la Revolución como movimiento organizado en el mundo entero no existiría, no sería posible.

Ahora bien, si en el centro del problema de la Revolución y de la Contra-Revolución hay una cuestión moral, hay también y eminentemente una cuestión religiosa, porque todas las cuestiones morales son substancialmente religiosas. No hay moral sin religión. Una moral sin religión es lo más inconsistente que se pueda imaginar. Todo problema moral es, pues, fundamentalmente religioso. Siendo así, la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución es una lucha que, en su esencia, es religiosa. Si es religiosa, si es una crisis moral lo que da origen al espíritu de la Revolución, entonces esa crisis sólo puede ser evitada o remediada con el auxilio de la gracia.

Es un dogma de la Iglesia que los hombres no pueden, sólo con los recursos naturales, cumplir durablemente y en su integridad los preceptos de la moral católica, sintetizados en la Antigua y en la Nueva Ley. Para cumplir los mandamientos, es necesaria la ayuda de la gracia.

Por otro lado, si el hombre cae en estado de pecado, acumulando en él apetitos del mal, a fortiori no conseguirá levantarse del estado en el que ha caído sin el socorro de la gracia.

Proviniendo de la gracia toda preservación moral verdadera o toda regeneración moral auténtica, es fácil ver el papel de Nuestra Señora en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución. La gracia depende de Dios; sin embargo, Dios, por un acto libre de su voluntad, quiso hacer depender de Nuestra Señora la distribución de las gracias. María es la Medianera universal, es el canal por donde pasan todas las gracias. Por lo tanto, su auxilio es indispensable para que no haya Revolución, o para que ésta sea vencida por la Contra-Revolución.

En efecto, quien pide la gracia por intermedio de Ella, la obtiene. Quien intentare conseguirla sin el auxilio de María no la obtendrá. Si los hombres, recibiendo la gracia, corresponden a ella, está implícito que la Revolución desaparecerá. Por lo contrario, si no correspondieren a ella, es inevitable que la Revolución surja y triunfe. Por lo tanto, la devoción a la Virgen es condición sine qua non para que la Revolución sea aplastada y para que venza la Contra-Revolución.

Recurrir a María, una condición para el progreso de la sociedad

Insisto en lo que acabo de afirmar. Si una nación fuere fiel a las gracias necesarias y suficientes que recibe de Nuestra Señora, y si se generalizara en ella la práctica de los mandamientos, es inevitable que la sociedad se estructure bien. Porque con la gracia viene la sabiduría, y, con ésta, todas las actividades del hombre entran en sus cauces.

Ello se comprueba en cierto modo al analizar el estado en que se encuentra la civilización contemporánea. Construida sobre un rechazo de la gracia, alcanzó algunos resultados estrepitosos que, sin embargo, devoran al hombre. La actual civilización es nociva para el hombre en la medida en que tiene por base el laicismo y viola en varios aspectos el orden natural enseñado por la Iglesia.

Siempre que la devoción a la Virgen sea ardorosa, profunda y de rica substancia teológica, es claro que la oración de quien pida será atendida. Las gracias lloverán sobre quien le reza a Ella devota y asiduamente. […] Lo que se dice del hombre puede decirse, mutatis mutandis, de la familia, de una región, de un país o de cualquier otro grupo humano.

Es costumbre decir que, en la economía de la gracia, Nuestra Señora es el cuello del Cuerpo Místico, del cual Nuestro Señor Jesucristo es la cabeza, porque todo pasa por Ella. La imagen es enteramente verdadera en la vida espiritual. Un individuo que tiene poca devoción a la Virgen es como alguien que tiene una cuerda atada al cuello y conserva apenas un resto de respiración. Cuando no tiene devoción alguna, se asfixia. Teniendo una gran devoción, en cambio, el cuello queda completamente libre y el aire penetra abundantemente en los pulmones, pudiendo el hombre vivir normalmente.

La esterilidad y hasta la nocividad de todo lo que se hace contra la acción de la gracia y la enorme fecundidad de lo que se hace con su auxilio, determinan bien la posición de Nuestra Señora en este combate entre la Revolución y la Contra-Revolución, pues la intensidad de las gracias recibidas por los hombres depende de la mayor o menor devoción que a Ella tuvieren.

El concurso del espíritu del mal

Una visión de la Revolución y de la Contra-Revolución no puede quedar sólo en estas consideraciones. La Revolución no es el fruto de la mera maldad humana. Esta última abre las puertas al demonio, por el cual se deja estimular, exacerbar y dirigir.

Es, pues, importante considerar en esta materia la oposición entre la Virgen y el demonio. El papel del demonio en la eclosión y en los progresos de la Revolución fue enorme. Como es lógico pensar, una explosión de pasiones desordenadas tan profunda y tan general como la que originó la Revolución, no habría ocurrido sin una acción preternatural. Además, sería difícil, sin el concurso del espíritu del mal, que el hombre alcanzase los extremos de crueldad, de impiedad y de cinismo a los cuales la Revolución llegó varias veces a lo largo de su historia.

Ahora bien, ese tan fuerte factor de propulsión depende totalmente de Nuestra Señora. Basta que Ella fulmine un acto de imperio sobre el infierno para que éste se estremezca, se confunda, se recoja y desaparezca de la escena humana. Al contrario, basta que Ella, para castigo de los hombres, deje al demonio un cierto margen de acción, para que la misma progrese. Por lo tanto, los enormes fautores de la Revolución y de la Contra-Revolución, que son respectivamente el demonio y la gracia, dependen de su imperio y su dominio.

Efectiva realeza de María

La consideración de este soberano poder de Nuestra Señora nos aproxima a la idea de la realeza de María. Es preciso no ver esa realeza como un título meramente decorativo. Aunque sumisa en todo a la voluntad de Dios, la realeza de la Virgen implica un auténtico poder de gobierno personal. […]

Reina de la Paz – Catedral de San José, Hanói (Vietnam)

Nuestro Señor le dio un poder regio sobre toda la creación; su misericordia, sin incurrir en exageración alguna, llega sin embargo al extremo. Él la colocó como Reina del universo para gobernarlo, teniendo en vista especialmente al pobre género humano decaído y pecador. Y es su voluntad que Ella haga lo que Él no quiso hacer por sí mismo, sino por medio de Ella, regio instrumento de su amor.

Hay, pues, un régimen verdaderamente marial en el gobierno del universo. Y así se ve cómo Nuestra Señora, aunque sumamente unida a Dios y dependiente de Él, ejerce su acción a lo largo de la historia. Es evidente que la Virgen es infinitamente inferior a Dios, pero Él quiso darle ese papel por un acto de liberalidad. Es Nuestra Señora quien, distribuyendo, ora más abundantemente la gracia, ora menos, frenando ora más, ora menos la acción del demonio, ejerce su realeza sobre el curso de los acontecimientos terrenos.

En este sentido, depende de Ella la duración de la Revolución y la victoria de la Contra-Revolución. Además de eso, a veces Ella interviene directamente en los acontecimientos humanos, como lo hizo, por ejemplo, en Lepanto. ¡Cuán numerosos son los hechos de la historia de la Iglesia en que quedó clara su intervención directa en el curso de las cosas! Todo esto nos hace ver hasta qué punto es efectiva la realeza de la Virgen.

Cuando la Iglesia canta a su respecto: «Tú sola exterminaste las herejías del universo entero», dice que su papel en ese exterminio fue en cierto modo único. Eso equivale a decir que Ella dirige la historia, porque quien dirige el exterminio de las herejías, dirige el triunfo de la ortodoxia, y dirigiendo una y otra, dirige la historia en lo que tiene de más medular. […]

El Reino de María y la unión de almas

Estas y otras consideraciones sacadas de la enseñanza de la Iglesia abren perspectivas para el Reino de María, es decir, una era histórica de fe y de virtud que será inaugurada con una victoria espectacular de Nuestra Señora sobre la Revolución. En esa era el demonio será expulsado y volverá a los antros infernales y la Virgen reinará sobre la humanidad por medio de las instituciones que para eso escogió.

En la perspectiva del Reino de María, encontramos en la obra de San Luis María Grignion de Montfort algunas alusiones dignas de nota.

Él es sin duda un profeta que anuncia esa venida, de la cual habla expresamente: «¿Cuándo vendrá ese diluvio de fuego, de puro amor que debéis encender sobre toda la tierra de manera tan dulce y tan vehemente que todas las naciones, los turcos, los idólatras, los propios judíos se abrasarán en él y se convertirán?».2

Ese diluvio que va a lavar la humanidad inaugurará el Reino del Espíritu Santo que él identifica con el Reino de María. Nuestro santo afirma que va a ser una era de florecimiento de la Iglesia como hasta entonces nunca hubo. Llega incluso a afirmar que «el Altísimo con su Santísima Madre deben formar grandes santos que sobrepujarán en santidad la mayoría de los otros santos, como los cedros del Líbano exceden a los pequeños arbustos».3

«Pentecostés», de Pere Serra – Colegiata Basílica de Santa María de la Aurora, Manresa (España)

Considerando los grandes santos que la Iglesia ya produjo, quedamos deslumbrados con la envergadura de los que surgirán al aliento de Nuestra Señora. Nada más razonable que imaginar un crecimiento enorme de la santidad en una era histórica en la cual la actuación de la Virgen aumente también prodigiosamente.

Podemos, pues, decir que San Luis María Grignion de Montfort, con su valor de pensador, pero sobre todo con su autoridad de santo canonizado por la Iglesia, da peso y consistencia a las esperanzas que brillan en muchas revelaciones particulares, de que vendrá una época en la cual Nuestra Señora verdaderamente triunfará.

Aunque la realeza de la Virgen tenga una soberana eficacia en toda la vida de la Iglesia y de la sociedad temporal, se realiza en primer lugar en el interior de las almas; de ahí, del santuario interior de cada alma, es desde donde ella se refleja en la vida religiosa y civil de los pueblos, en cuanto considerados como un todo.

El Reino de María será, pues, una época en que la unión de las almas con Nuestra Señora alcanzará una intensidad sin precedentes en la historia, excepción hecha, claro está, de casos individuales.

La esclavitud a la Virgen y los apóstoles de los últimos tiempos

¿Cuál es la forma de esa unión en cierto sentido suprema? No conozco medio más perfecto para enunciar y realizar esa unión que la sagrada esclavitud a Nuestra Señora, como es enseñada por San Luis María Grignion de Montfort en el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen.

Considerando que Nuestra Señora es el camino por el cual Dios vino a los hombres y éstos van a Dios, y en vista de la realeza universal de María, nuestro santo recomienda que el devoto de la Virgen se consagre a Ella enteramente como esclavo. Esa consagración es de una radicalidad admirable. Abarca no sólo los bienes materiales del hombre, sino también el mérito de sus buenas obras y oraciones, su vida, su cuerpo y su alma. Es sin límites porque el esclavo por definición nada tiene de propio.

A cambio de esa consagración, Nuestra Señora actúa en el interior de su esclavo de modo maravilloso, estableciendo con él una unión inefable.

Los frutos de esa unión se verán en los apóstoles de los últimos tiempos, cuyo perfil moral es trazado a fuego por el santo en su famosa Oración abrasada. Para esto usa un lenguaje de una grandeza apocalíptica, en el cual parece revivir todo el fuego de un Bautista, todo el clamor de un evangelista, todo el celo de un Pablo de Tarso.

Los varones portentosos que lucharán contra el demonio por el Reino de María, conduciendo gloriosamente hasta el fin de los tiempos la lucha contra el demonio, el mundo y la carne, son descritos por San Luis como magníficos modelos que invitan a la perfecta esclavitud a Nuestra Señora a quienes, en los tenebrosos días de hoy, luchan en las filas de la Contra-Revolución. 

 

Notas


1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolución y Contra-Revolución. Buenos Aires: Tradición, Familia y Propriedad, 1970.

2 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. «Prière Embrasée», n.º 17. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 681.

3 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. «Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge», n.º 47. In: Œuvres Complètes, op. cit., pp. 512-513.

 

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