La cruz, símbolo de honor y de audacia

La cruz de Cristo y las cruces que por Él llevamos son símbolos de nuestro honor. Éste consiste en recibir la humillación con ufanía, vanagloriándonos de ella; más todavía: con espíritu de desafío. Ante aquellos que nos injurian, proclamamos con brío y júbilo aún mayores el supremo símbolo de nuestra religión. Lo que se corresponde enteramente con la idea de exaltación: manifestar la gloria de la cruz, con una altanería que aplaste los ultrajes que los adversarios tratan de hacerle a Cristo.

Nuestra religión precisa ser defendida con espíritu de lucha y, por tanto, si alguien injuria la cruz en nuestra presencia, debemos replicar con audacia y valentía. No como el que resguarda su propio honor, sino como el que responde por el honor infinitamente más precioso de Nuestro Señor Jesucristo y, en unión con el suyo, el de la Santísima Virgen.

Esta es la lección que nos da la cruz: abrazar el dolor, el sacrificio, el holocausto, como acto de fidelidad a la propia vocación de cada cual. Una fidelidad que no sólo implica luchar la vida entera para que la religión católica venza y la cruz de Cristo sea elevada sobre todas las cosas, sino también vencer nuestros combates interiores.

 

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