Jacques Fesch: del crimen al Cielo – Una nueva creación

Finalmente, llegó el día de la ejecución. Para Jacques, que había recuperado la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de su Creador, llegaba el momento del descanso. Sirva su historia como prenda de confianza en el poder de la auténtica conversión.

Desde hace poco más de tres años, Jacques Fesch es un presidiario. Y, según le informa su abogado, ahora también será reo de muerte. Para este joven de 27 años todo habrá terminado en tan sólo dos meses. ¡Trágica perspectiva!… ¿Bastarán dos meses de vida para saldar sus deudas con Dios, antes de que la implacable hoja de la guillotina corte una vida tan corta y… tan mal empleada?

La respuesta sería negativa si todavía fuera aquel joven extraviado que, la noche del 25 de febrero de 1954, entró esposado en la prisión de La Santé; pero ese no es el caso. Del «viejo» Jacques Fesch no queda ni siquiera un solo cabello.

Un sueño que acaba en tragedia

Jacques nació el 6 de abril de 1930 en Saint-Germain-en-Laye, cerca de París, en una familia tan rica como atea.

A pesar del lujo y las comodidades que lo rodeaban, pronto se sintió insatisfecho con la vida. Los placeres mundanos no saciaban sus expectativas, y ni siquiera el nacimiento de su hija, Verónica, fue capaz de hacer madurar su espíritu.

Entonces una obsesión se instaló en su interior: forjarse una gran aventura a bordo de un velero. Tal vez lograría viajar a las míticas islas Galápagos, dejando atrás toda una vida de fracasos.

Sin embargo, soñarlo es más fácil que llevarlo a cabo… y sin duda más barato. Como era de esperar, su padre le negó los dos millones doscientos mil francos necesarios para cumplir sus deseos. Enajenado, el joven planeó con unos amigos atracar el comercio de un cambista y conseguir «por su cuenta» los medios que le negaban en casa.

¿Es mucho repetir que soñarlo es más fácil que hacerlo realidad? La fechoría fracasó por completo. Jacques agredió al cambista, pero antes se disparó en un dedo al intentar sacar el revólver que llevaba en el bolsillo… A los gritos de socorro le siguió una alocada huida, en medio de la cual pierde sus gafas y apenas sin ver bien tiene la desgracia de dispararle a un policía en el corazón… Finalmente, abandonado por sus cómplices y acorralado en una estación de tren, es detenido. El escandaloso crimen indignó a toda Francia y las protestas exigiendo que se castigara severamente al infortunado no se hicieron esperar.

No obstante, precisamente tras los barrotes del calabozo fue donde la vida de este joven dio un giro insospechado.

«Como un viento recio…»

«No tengo fe, no vale la pena», fueron las primeras palabras que le dijo al capellán de la prisión. Y nada hacía presagiar una conversión. Pero, al instante, Dios despuntó en su horizonte de una manera tan violenta y peculiar que hay que oír la propia narración de Jacques para creerlo:

El escandaloso crimen indignó a toda Francia, y las protestas exigiendo un severo castigo para el culpable no se hicieron esperar
Jacques Fesch poco después de su detención, en febrero de 1954

«Me encontraba una noche en mi celda, hace de eso casi tres años. […] Estaba en la cama, con los ojos abiertos, y sufría de verdad por primera vez en mi vida, con una intensidad poco común, por lo que me había sido revelado acerca de ciertos asuntos familiares, y fue entonces cuando un grito estalló de mi pecho, una llamada de socorro: “¡Dios mío!”, e inmediatamente, con un viento recio que pasa sin que sepamos de dónde viene, el Espíritu del Señor me agarró por el cuello.

»No es una imagen, tienes realmente la sensación de que la garganta se te estrecha; y que un espíritu entra en ti, demasiado fuerte para la envoltura que lo recibe. Es una impresión de fuerza infinita y ​​de dulzura que no se podría soportar por mucho tiempo. Y a partir de ese momento, creí, con una convicción inquebrantable que no me ha abandonado desde entonces. Empecé a rezar y a dirigir mis pasos hacia el Señor con una voluntad sostenida por gracias poderosísimas».1

Jacques simplemente «volvió a la vida». Así lo describe, en un intento de explicar su experiencia: «Cuando, por primera vez, el Señor se dignó visitar mi alma y transmitirle su mensaje de amor, comprendí perfectamente lo que tenía que hacer, y si tuviera que poner por escrito lo que recordaba, tal vez podría escribir esto: “Hijo mío, te he amado desde el primer día, incluso cuando me ofendiste y especialmente en esos momentos. Mi perdón, te lo doy de manera total y absoluta, y te daré mucho más aún. Recibe mi amor, prueba cuán dulce soy para los que me invocan, y no trates de saber si sufres justamente o no. […] ¿No comprendes que mi cruz es el único camino que conduce a la vida eterna?».

El despuntar de la Luz en el pecador

«Me salvan a pesar mío. Me sacan del mundo porque me perdería en él, y no he hecho nada para merecer tal gracia», reconocería. ¿Cómo se entiende lo que le pasó?

La gracia de la conversión, afirman los teólogos, es una iniciativa irresistible de Dios en el alma del pecador; y algunos autores2 comparan esta insigne manifestación del poder y de la misericordia divina con la propia obra de la creación, identificando cada uno de los siete días con una etapa espiritual. Este simbolismo puede ayudarnos a comprender la conversión del joven Fesch.

En el principio, «dijo Dios: “Exista la luz”. Y la luz existió» (Gén 1, 3). Así mismo, el primer día de la conversión, es el Señor quien decide proyectar su Luz, haciéndola brillar en el interior del corazón. Para Jacques, esta sublime presencia le provocaba profundas exclamaciones de júbilo y gratitud: «Alegría, alegría. ¡Si pudiera transcribir en este papel todas las gracias que he recibido! ¿Quién puede describir el amor de Dios por sus criaturas?»; «Jesús está ahí, cerca de mí, casi palpable. En cuanto lo invoco, su dulzura me invade inmediatamente y me lleno de alegría».

Cabe señalar que Jacques escribió estas líneas en los últimos meses de su vida, ¡ante la perspectiva de una sentencia de muerte! Nada pudo eclipsar las gracias recibidas en su conversión.

Una tierra fértil que produce frutos

Iluminada, entonces, con la Luz divina y unida a Dios en un «cielo interior» (cf. Gén 1, 6-7), la tierra aparece y es separada de las aguas (cf. Gén 1, 9-10), que simboliza que el alma ya no está sumergida en las aguas de la concupiscencia y se convierte en una tierra fértil que produce frutos de generosidad, amor a la cruz y humildad en el arduo camino de la santificación.

En las líneas de su diario es imposible reconocer al antiguo Jacques, tan cambiado está su corazón, tan templado en el dolor y tan consciente del proceso purificador por el que tendría que pasar: «No debo olvidar quién soy, lo que he hecho y lo que haría si el Señor me entregara a mí mismo sólo un poco. Tengo una naturaleza corrupta y defectuosa, y ante todo debo esforzarme en reformarla».

Pero el amor y los deseos de perfección únicamente se realizan a través de las obras, y Jacques tenía grandes cosas que realizar antes de morir, a fin de ofrecerle al Señor los frutos de su jardín espiritual. «He hecho progresos en mis oraciones y me he marcado un horario estricto, que no quiero modificar bajo ningún pretexto».

Una asidua vida de oración le dio fuerzas para emprender el difícil camino, y con heroica generosidad comenzó por renunciar a las minúsculas comodidades de la cárcel: eliminó los dulces y las comidas cocinadas, sacrificó horas de sueño y poco después atacó su peor vicio, el tabaco:

«No es que un cigarrillo tenga importancia en sí mismo, pero lo deseo tanto que si tuviera la voluntad de dejar de fumar y lo hiciera, ese sacrificio sería muy agradable a Jesús. […] Así que ¡ánimo! Con un poco de voluntad se puede conseguir todo. Hace diez días fumaba veinte cigarrillos, ahora diez y la semana que viene… ¡quizá ninguno! Ojalá pudiera, ¡tengo tan poco tiempo por delante!».

Regado con no pocos sacrificios, superando insensibilidades y pruebas, estas resoluciones lo hicieron cada vez más generoso a la hora de aceptar las renuncias que se le presentaban, y como corolario de su total entrega a Dios, Jacques buscó bendecir sacramentalmente su unión con Pierrette, la madre de Verónica, antes de morir.

El luminoso sol de la caridad

El cuarto día, el sol toma su lugar en esta creación (cf. Gén 1, 14-19), es decir, la caridad inunda el corazón convertido; la luna y las estrellas, que son la fe y las virtudes, brillan en él de manera especial. Del amor que sentía descender sobre él, Jacques sacó fuerzas que se tradujeron en resignación a la voluntad de Dios y en ansias de apostolado.

«Querida Verónica, Jesús desea esta muerte. Si Él me aleja de tu corazón de niña, es porque ha juzgado preferible para el bien de todos nosotros llamarme de nuevo a Él. ¡Y cuántas cosas mejores será capaz de darte Él que yo jamás podría hacerlo! Confianza, confianza en el amor de Jesús», escribía a su hija.

Además de su esposa, Jacques empezó a atraer a Dios a familiares y presidiarios, uno de los cuales recibió el bautismo gracias a su ejemplo. Cuando fue ejecutado, los prisioneros decidieron permanecer en silencio durante todo el día, en homenaje a aquel joven que en tan poco tiempo tanto les había edificado.

En el mar de la misericordia… ¡hacia las cumbres eternas!

El quinto día (cf. Gén 1, 20-21) nacen los peces y los pájaros; el pecador convertido nada en las aguas de la misericordia de Dios; y, como águila, se dirige velozmente hacia las montañas eternas:

«Cuando rezo, me siento arrancado de mí mismo, no puedo sino contemplar e incluso me olvido de respirar. Cuando el alma se alegra, el cuerpo está muerto y nada más importa excepto los besos que enviamos al Cielo. ¡Señor mío y Dios mío!».

El último día y el descanso en el Señor

Finalmente, llegó el día señalado para su ejecución: el 1 de octubre. Jacques había recuperado el estado de gracia y, por tanto, restablecido en sí mismo la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios en el sexto día de la creación (cf. Gén 1, 27-28); llegaba el momento de descansar, como el Señor en el séptimo día, cuando contemplaba la obra de sus manos (cf. Gén 2, 2).

En la líneas de su diario es imposible reconocer al antiguo Jacques: «Que cada gota de mi sangre sirva para borrar un gran pecado mortal y la justicia divina sea completamente aplacada»
Fesch en 1957; arriba, guillotina donde fue ejecutado

¿Cómo habrá sido el encuentro de Fesch con su Dios y Salvador? Es una sorpresa que sólo conoceremos el día postrero… Dejamos aquí algunos extractos del final de su diario. Sirvan como prenda de confianza en el poder ilimitado de una auténtica conversión:

«Último día de lucha, mañana a esta hora ¡estaré en el Cielo! Mi abogado acaba de decirme que la ejecución tendrá lugar mañana hacia las 4 de la mañana. ¡Que la voluntad del Señor se haga en todas las cosas! Tengo confianza en el amor de Jesús y sé que mandará a sus ángeles que me lleven en sus manos. […]

»Que cada gota de mi sangre sirva para borrar un gran pecado mortal y la justicia divina sea completamente aplacada. Que nadie se pierda por mi causa, sino que cada acto, cada pensamiento, cada palabra sirva para glorificar a nuestro Dios». ◊

 

Notas


1 Los datos biográficos y citas que figuran en este artículo proceden del diario escrito por Jacques Fesch en los últimos meses de cárcel como testamento espiritual para su hija, Verónica: Fesch, Jacques. Dans 5 heures je verrai Jésus: Journal de prison. Paris: Le Sarment-Fayard, 1989.

2 Al respecto véase: Cornelio a Lápide. La conversión. Quito-Miami: Jesús de la Misericordia; Fiat Voluntas Tua, 2012, pp. 19-20.

 

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