Cuarta Revolución – El estandarte del infierno se levanta…

Bajo las apariencias de una inofensiva protesta estudiantil, se gestaba el inicio de una nueva fase de la Revolución, cuyas profundidades alcanzarían la ordenación del alma humana tal y como Dios la concibió.

París, 1968. La hermosa Ciudad de la Luz, radiante de vida, cofre inigualable de algunas de las mayores joyas de la cristiandad, conocida como foco de la cultura, de la elegancia y del refinamiento, «gloria de Francia y uno de los ornamentos más nobles del mundo», según Montaigne, irradiaba nuevamente su charme después de las devastaciones de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque decadente, mera sombra de lo que había sido, se sentía todavía la «dama» secular de Europa. De hecho, hay que reconocer con Víctor Hugo que, antes de tener su pueblo, Europa tuvo su ciudad, y esta ciudad siempre fue París. El rumbo de toda una civilización descansaba en sus manos.

En 1968, sin embargo, su influencia no apareció revestida de gala en una elegante soirée, ni se hizo notar a través de una innovación intelectual o tecnológica. París —y con ella el mundo— daba un paso hacia lo salvaje, lo agresivo, lo inculto.

En el corazón de este relicario de la civilización, contrastando con la regia grandeza de la catedral de Notre Dame y de la Sainte-Chapelle, eclipsando lo atractivo de los Campos Elíseos y de las galerías del Palacio Real, despreciando el lujo y la belleza de los teatros de ópera, refinados cafés, plazas y monumentos históricos, negando, en definitiva, siglos de tradición, estaba a punto de estallar una extraña revolución estudiantil que en pocas semanas adquiriría dimensiones inauditas…

El escenario mundial para los acontecimientos de mayo de 1968 había sido cuidadosamente preparado por los fautores de la Revolución. Una prosperidad económica sin precedentes, seguida del declive de los sistemas de gobierno establecidos al final de la guerra, y el surgimiento de movimientos contraculturales como el hippismo y el rock and roll, que combinaban tendencias inmorales propagadas por pensadores como Herbert Marcuse y Guy Debord, dejaron a la sociedad mundial en una maraña de contradicciones, que a veces condenaba las atrocidades —sólo de un contendiente, por supuesto— en la guerra de Vietnam, y a veces luchaba encarnizadamente por el «derecho» al aborto, por citar sólo un ejemplo.

Nada más «lógico», por tanto, desde la perspectiva de Revolución y Contra-Revolución, que la colosal explosión ocurrida en el corazón académico de Francia.

El despuntar de la revolución

Protestas generalizadas de estudiantes de la Facultad de Nanterre —por entonces vinculada a la Universidad de la Sorbona— tuvieron lugar desde enero de 1968. En marzo, algunos alborotadores invadieron el edificio en señal de desafío, y en abril ya eran más de mil y quinientos manifestantes.

Posteriormente, la propia Sorbona asumió las riendas del movimiento, y a partir del 3 de mayo se produjeron una serie de marchas y violentos enfrentamientos entre los estudiantes amotinados y las fuerzas del orden público. Los manifestantes —que ya sumaban diez mil, incluidos profesores y personas ajenas al mundo académico— fueron desalojados del campus, pero levantaron barricadas en el Barrio Latino, y en las inmediaciones de los Campos Elíseos hasta se enfrentaron con la policía. Finalmente, el 13 de mayo, se apoderaron de la Sorbona tras una vergonzosa capitulación de las autoridades.

En poco tiempo, sus protestas resonaron en el sector obrero del país, conquistando a más de nueve millones de trabajadores a la revuelta, que resultó en la mayor huelga general de la historia de Francia.

«París quedó aturdida», admitió en esa época el diario londinense The Guardian, «Autobuses con los neumáticos rajados y ventanas rotas arrojadas al otro lado de la calle. Coches volcados con los cristales destrozados marcaban los lugares donde el núcleo duro de los estudiantes oponía una feroz resistencia a la policía, que, con los nervios a reventar tras un día completo de disturbios, aporreaban a los manifestantes»…1

Los estudiantes afirmaban estar insatisfechos con el tamaño y la impersonalidad de las universidades, criticaban el sistema educativo, la disciplina y los estatutos que debían cumplir. Pero no sólo eso: negaban todo orden social —ya fuera capitalista o comunista—, calificaban la vida decente como «pérdida de la libertad», pregonaban el «derecho» al amor libre, la exaltación de la perversión moral y el uso de estupefacientes como medio de sublimación del intelecto.

Instauración del caos

Los manifestantes, en un insólito ambiente de total promiscuidad y libertinaje, se atrincheraron en la Sorbona. El recinto fue transformado, según un panfleto de la época, «en un volcán revolucionario en plena erupción, cuya lava se extendería por todas partes, quemando la estructura social de la Francia moderna. A la ocupación física de la Sorbona le siguió una explosión intelectual de violencia sin precedentes. Todo, literalmente todo, estaba repentina y simultáneamente sujeto a discusión, a cuestionamiento, a desafío. No había tabúes».2

En medio del tumulto ideológico, cada cual encontró un motivo para protestar y expresar su universal descontento a través de la devastación. El panorama en la ciudad se volvió salvaje. «Policías y periodistas con muchos años de experiencia en disturbios en París casi no creían lo que veían sus ojos mientras contemplaban las escenas de destrucción».3

Los enfrentamientos dejaron atrás la «marca registrada» de esta revolución: el caos. Y éste se estableció sobre todo en las ideas: nadie sabía a ciencia cierta por qué estaba allí, las reivindicaciones de los estudiantes eran notoriamente vacías y el movimiento, a pesar de ser radical en sus propósitos y métodos, carecía de doctrinas claras.

No obstante, mientras unos pocos ingenuos creían que luchaban por la modernización de las facultades, otros se sabían pioneros de una revolución, cuya rudimentaria expresión mediante inscripciones en muros y paredes se convertía en tendencia: «Bajo la influencia de los estudiantes revolucionarios, miles comenzaron a cuestionar todo principio de jerarquía».4

La nueva melodía de la Marsellesa

Eslóganes inteligentes y mordaces —un sello del ingenio francés, en este caso lamentablemente al servicio del mal— aparecieron de repente en las calles parisinas argumentando, criticando, cuestionando… «El jefe te necesita, tú no necesitas a tu jefe», «Cada uno es libre de ser libre», «La humanidad sólo será feliz cuando el último de los burócratas sea ahorcado con las tripas del último capitalista», «Abajo la sociedad de consumo», «La cultura es la inversión de la vida», «El acto establece la conciencia», «Mis deseos son realidad», «Debajo del asfalto está la playa», «La imaginación al poder»…

Es difícil medir el verdadero alcance de esta propaganda, cuyas frases más célebres dieron la vuelta al mundo como la pólvora: «Está prohibido prohibir»; «Sé realista, pide lo imposible»; «Cualquier visión de las cosas que no sea extraña es falsa»; «Primero desobedece, luego escribe en las paredes»; «Incluso si Dios existiera, habría que eliminarlo»; «La libertad es el crimen que contiene todos los crímenes, es nuestra arma absoluta».

Analizando el fondo amoral de tales consignas, aún en junio de 1968, el Dr. Plinio predijo el cambio que la Revolución pretendía con ellas: «Estamos pasando de una civilización que tenía como fundamento la razón y que incluso en nombre de la razón atacaba la fe, de una moral que buscaba raciocinios teóricos para justificarse, pero que no era todavía una moral racional, hasta la pura glorificación del instinto bestial y la presentación de la perversión sexual como fruto de la moral».5

Y continuaba: «Se trata de un elemento que está germinando en ellos y que tiene como meta la igualdad completa, la libertad completa, pero que no se presenta como una convicción doctrinaria. […] Es un impulso universal, que sacude a la juventud entera. […] Surge entonces una era histórica nueva, en la que el hombre renuncia a la razón y a la ascesis, y espera del instinto el orden de cosas futuro. […] No puede haber mayor negación de la verdad, ni revolución más profunda que ésta».6

Los estudiantes de la Universidad de la Sorbona iniciaron una revuelta cuyo estallido de ideas revolucionarias se esparciría por todo el mundo
Aspectos de los disturbios de mayo de 1968 en París

El verdadero nombre de la revuelta de la Sorbona: Cuarta Revolución

Volvamos a París. La revuelta parecía apoderarse de una Francia estupefacta, pero, finalmente, ganó el sentido común. Aparentemente había sido destrozada y el orden fue restablecido por De Gaulle, con el apoyo masivo del pueblo francés… ¿Había terminado todo realmente?

Nada más lejos de eso. En la marcha inexorable de la Revolución, en la que cada nueva fase nace como un «refinamiento matricida»7 que engulle y sobrepasa a la anterior, «el fracaso de los extremistas es, por tanto, sólo aparente».8 Los manuales de historia pueden considerar que la revuelta de la Sorbona terminó con las elecciones de julio de 1968. Sin embargo, desde un privilegiado mirador profético, el Dr. Plinio desveló el rumbo que tomarían los acontecimientos: las manifestaciones en París fueron sólo los primerísimos acordes de la Cuarta Revolución.

Según afirmó, «la Revolución espera, en su último término, realizar un estado de cosas en el que la completa libertad coexista con la plena igualdad».9 Se trata de «un orden de cosas anárquico y a la vez misterioso, que presupone una transformación del hombre también misteriosa, y que es la gran incógnita del mundo moderno».10

De hecho, si las tres Revoluciones se sublevaron contra la desigualdad en el campo espiritual, político, social y económico, la Cuarta Revolución atacaría directamente la desigualdad en el interior del propio hombre, al invertir el orden de las potencias del alma humana y someter la inteligencia y la voluntad a los instintos más primarios.

Qué diferencia con respecto a las revoluciones anteriores, como subrayó el Dr. Plinio: «Como es bien sabido, ni Marx ni la generalidad de sus más notorios secuaces, tanto “ortodoxos” como “heterodoxos”, vieron en la dictadura del proletariado la etapa terminal del proceso revolucionario. […] Deberá ser ella el derrocamiento de la dictadura del proletariado como resultado de una nueva crisis, a consecuencia de la cual el Estado hipertrofiado será víctima de su propia hipertrofia. Y desaparecerá, dando lugar a un estado de cosas cientificista y cooperativista, en el que —dicen los comunistas— el hombre habrá alcanzado un grado de libertad, de igualdad y de fraternidad hasta ahora insospechado».11

¿A dónde llegará? Al tribalismo, a una sociedad sin gobierno y sin residuos de desigualdad, que borre por completo la semejanza del hombre con Dios, objetivo para el cual la Revolución ya ha predispuesto a la humanidad: «El proceso revolucionario en las almas, así descrito, ha producido en las generaciones más recientes, y principalmente en los actuales adolescentes hipnotizados por el rock and roll, una forma de espíritu que se caracteriza por la espontaneidad de las reacciones primarias, sin el control de la inteligencia ni la participación efectiva de la voluntad; por el predominio de la fantasía de las “experiencias” sobre el análisis metódico de la realidad; fruto, todo, en gran medida, de una pedagogía que reduce a casi nada el papel de la lógica y de la verdadera formación de la voluntad».12

El demonio despliega su estandarte…

Para el Dr. Plinio, el propósito final de la Cuarta Revolución, después de establecer la anarquía en la sociedad y en el interior del ser humano, es presentar como punta de lanza de este igualitarismo total la «religión totémica», en la que el hombre ya irracional y «divinizado» en sus instintos, encuentra en las drogas y el libertinaje la expresión perfecta de su progreso, bajo la dirección de un chamán encargado de mantener, en un plano místico, la vida psíquica colectiva de la tribu.13

A la luz de estas explicaciones se entienden mejor ciertos dichos de la Sorbona, meros eslóganes que acompañaban una agenda premeditada: «Pensar juntos, no. Empujar juntos, sí»; «No negocies con los jefes. Elimínalos»; «Lo sagrado es el enemigo»; «¿Cómo pensar libremente a la sombra de una capilla?»; «Ni maestro, ni Dios»; «Viola tu alma mater»…

Entonces, apuntando a la gravedad de la situación, el Dr. Plinio afirmó: «La humanidad se encuentra, así, ante la tentación de abandonar cualquier idea de orden y moral, y proclamar lo opuesto del orden y de la moral; es decir, se encuentra ante la mayor tentación de la historia. Nunca ha habido una tentación más radical, porque no está hecha para un hombre, sino para todo el género humano».14

Una vuelta de página en la historia

Explicando aún más las características de esta nueva humanidad, el Dr. Plinio añadió en su obra maestra: «Bien entendido, el camino hacia ese estado de cosas tribal tiene que pasar por la extinción de los viejos patrones de reflexión, volición y sensibilidad individuales, gradualmente reemplazados por modos de pensamiento, deliberación y sensibilidad cada vez más colectivos. Por lo tanto, es en este campo donde principalmente debe producirse la transformación».15

De modo que, desde una perspectiva tribal, el derrocamiento de las tradiciones indumentarias, símbolo de la compostura y del respeto, el desprecio creciente por el ornato y la belleza en los trajes a favor de nuevos ideales de confort y practicidad, tienden obviamente hacia la instauración del nudismo, que es, en definitiva, la expresión del anarquismo en el vestuario.

En consecuencia, la desaparición de las formas de cortesía, de las conversaciones basadas en raciocinios e incluso del lenguaje culto —como se ha generalizado con el uso de los smartphones— sólo puede desembocar en una trivialidad absoluta, amorfa e ignorante en las relaciones: en otras palabras, el nudismo del espíritu, legado de la espontaneidad de la Sorbona. Muy sintomático, en este sentido, es un simbólico pronóstico lanzado en el diario O Estado de São Paulo y ampliamente comentado por el Dr. Plinio: si hasta mayo de 1968 los hombres se saludaban con la mano derecha, a partir de esa fecha pasarían a hacerlo con la izquierda…16

De ahí deriva, a su vez, el envilecimiento general de la moralidad —herencia del amor libre pregonado en la Sorbona—, que se manifiesta en la vulgarización de la vida pública y en la extinción de la respetabilidad de las instituciones que encarnan el principio de autoridad, en todos los ámbitos.

Además, para medir el enorme cambio que se produjo en las mentalidades, fíjese usted, querido lector, por ejemplo, que no es raro encontrarse hoy con grandes personalidades que visten camiseta y bermudas, alardeando de inmoralidades escabrosas o incluso abogando por la causa del hippismo y de la Revolución, sin que nadie se sorprenda… ¿Puede haber mejor expresión del derrocamiento moral de nuestra era?

La Quinta Revolución, que siempre ha existido…

Pero la situación presente, en el gradual crepúsculo de la razón en que vivimos, degenerará en otras revoluciones, predijo el Dr. Plinio. Entonces, ¿cuáles serán las nuevas jugadas de la Revolución? ¿Qué quedará de la humanidad cuando sea llevada al paroxismo de la irracionalidad, de la inmoralidad y de la anarquía?

¿Dónde caerá, a fin de cuentas, si la intervención de Dios no evita otro salto de la Revolución hacia la futura sociedad post cibernética, cuyos primeros pasos el Dr. Plinio sólo vislumbró en vida, pero profetizó detalladamente? ¿Será finalmente una parodia de la «creación diabólica», en la cual Satanás se convierta en el «dios» mantenedor del mundo? Al fin y al cabo, es el sueño que acaricia desde los tiempos del non serviam.

¿No irán hacia ese desenlace las innovaciones de la cibernética, cada vez más deshumanizantes en sus velocidades y recursos inaprensibles para un intelecto ordinario, y que, en medio de las desgracias de la humanidad, apuntan a un pseudo cielo en busca de una solución que llegará, ciertamente no de Dios sino de misteriosos fenómenos de parapsicología, de robots superdesarrollados o de los aterradores e inexplicables progresos de la llamada «inteligencia artificial»? El tiempo lo dirá. Debemos concluir entonces que la Quinta Revolución —que siempre ha existido— duerme en las profundidades del abismo y espera, cual Leviatán, el momento oportuno para emerger.

La Cuarta Revolución proclamó la abolición del orden y la moral en la sociedad y en el propio hombre, llevando a la humanidad al tribalismo y abriendo las puertas a la Quinta Revolución…
Presentación de la banda «The Rolling Stones» en São Paulo en 2016

Ante tal panorama, no sorprende que el Dr. Plinio se preguntara: «¿Hasta qué punto le es dado al católico divisar las fulguraciones engañosas, el canto a la vez siniestro y atrayente, emoliente y delirante, ateo y fetichistamente crédulo con que, desde el fondo de los abismos en que yace eternamente, el príncipe de las tinieblas atrae a los hombres que negaron a Jesucristo y su Iglesia?».17

Hoy, como hace sesenta y cinco años, ciertamente el Dr. Plinio terminaría estas líneas con la misma confianza profética con la que las acabó en el pasado, una mezcla de fe inquebrantable en el cumplimiento de las promesas de Fátima y de afirmación categórica de adhesión a la Santa Iglesia. También nosotros, haciéndonos eco de su grito de fidelidad, en medio de las olas del caos revolucionario, no dudaremos de la promesa infalible de Nuestro Señor: pase lo que pase, ¡las puertas del infierno no prevalecerán! 

 

Notas


1 CARROLL, Joseph. Paris students in savage battles – 1968. In: www.theguardian.com.

2 BRINTON, Maurice. Paris: May 1968. Solidarity Pamphlet 30. Bromley: Solidarity, 1968, p. 15.

3 CARROLL, op. cit.

4 BRINTON, op. cit., p. 39.

5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 15/6/1968.

6 Ídem, ibídem.

7 RCR, P. III, c. 3.

8 Ídem, P. I, c. 6, 4, C.

9 Ídem, c. 7, 3, B, c.

10 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 11/12/1968.

11 RCR, P. III, c. 3, 1.

12 Ídem, P. I, c. 7, 3, B, d.

13 Cf. Ídem, P. III, c. 3, 2.

14 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 15/6/1968.

15 RCR, P. III, c. 3, 2.

16 Cf. MESQUITA FILHO, Julio de. «A crise na França – II. Rebelião juvenil abala estruturas». In: O Estado de São Paulo. São Paulo. Año LXXXIX. N.º 28.572 (4 jun, 1968); p. 2.

17 RCR, P. III, c. 3, 2, A.

 

1 COMENTARIO

  1. En tan pocas líneas va a resultar difícil, ni siquiera, llegar a una explicación razonable, de unos acontecimientos, que después de una guerra no pueden llegar a devastar más de lo que ha sucedido con el famoso “mayo del 68”.
    Podemos decir, que cambió de tal manera el devenir de la historia que no se podría entender, sino fuera porque el mismo demonio es el cabecilla de todo. Ya nada volverá a ser como antes.
    De otro lado, hay que tener en cuenta, que todo esto sin la “ayuda inestimable” de los de siempre. Es decir, los que tenían en su mano haberlo parado; por conbardía, comodidad, etcétera permanecieron con los brazos cruzados .
    Y desde estos tiempos ya todo carece de interés. A nadie le importa. Lo que vemos los que aún pensamos es que la inmensa mayoría de las proclamas son absurdas, estupidas y que nos han traído a un estado tal de cosas que nos llevan a un mundo horrible e inviable.
    Para terminar, recordar a Nuestra Señora en Fátima: “al final mi Corazón Inmaculado, triunfará”
    Confiemos SIEMPRE EN ELLA

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