Inocencia de por vida

La virtud de la inocencia jamás menguó en el alma de Dña. Lucilia, manifestándose ora en estado de tranquilidad, ora en posición de combate, desde su infancia.

Los Ribeiro dos Santos, familia en la que nació Lucilia, tenían una manera de ser eminentemente tradicional y eran monárquicos por las mismas fibras de alma que los hacían católicos; las disposiciones afectivas y psicológicas por las cuales se sentían bien en el ambiente monárquico eran semejantes a las que tenían cuando iban a la iglesia. Guardando las debidas proporciones, el modo de prepararse para recibir el Santísimo Sacramento, por ejemplo, se asemejaba mucho a la expectativa que se creaba en casa cuando iban a encontrarse con algún miembro de la familia imperial. La presencia de Dña. Gabriela, la matriarca, acentuaba estos sentimientos.

Recibiendo la visita del emperador

En 1878, recorriendo la provincia de São Paulo, D. Pedro II se detuvo a visitar a la familia Ribeiro dos Santos, que por entonces residía en Pirassununga. Conducido por un lujoso tren de la Compañía Paulista, en el viaje inaugural de aquel ramal ferroviario, el emperador se bajó en la estación provisional, aún de madera, donde lo esperaban las personalidades locales.

Doña Teresa Cristina, sin embargo, no acompañó a su imperial esposo y prefirió quedarse en el vagón, donde recibió a Dña. Gabriela, quien se llevó consigo a la pequeña Lucilia. Tratando de ser amable con su madre, le dijo a la niña:

—Hija mía, yo conocí a tu abuelo; él fue quien me enseñó a bailar.

En efecto, con ocasión de un baile en la corte, el Dr. Gabriel José Rodrigues dos Santos tuvo la gentil osadía de invitarla a bailar, cosa que ella nunca había hecho. Poco antes, con destreza y distinción, había logrado que la emperatriz, la cual tenía un defecto en un pie, aprendiese a dar pasos de baile sin que se le notase su imprecisión al andar. Doña Teresa Cristina salió airosa y este hecho tuvo un éxito enorme en la corte.

Durante el encuentro en casa del Dr. Antonio, padre de la pequeña Lucilia, D. Pedro II —figura de aspecto patriarcal— la acercó a su lado y distraídamente mientras conversaba iba pasando la mano por sus cabellos, deshaciéndole uno a uno sus rizados mechones. Al darse cuenta de que se desbarataba poco a poco su esmerado peinado, Lucilia dio muestras de querer protestar, pero se topó con la mirada —severa y fija— de su padre, insinuándole que no debía decir nada…

La visita del emperador fue, no obstante, una excepción en aquella vida estable. Aunque para los Ribeiro dos Santos existían también otras: los viajes a São Paulo.

La insipidez del día a día interrumpida por las idas a la capital

Aun cuando Pirassununga experimentara un crecimiento realmente digno de nota y ya fuera posible encontrar en sus numerosos comercios todo lo necesario para la vida diaria, los Ribeiro dos Santos se habituaron a viajar a la capital, no sólo para visitar a sus parientes, sino también para comprar objetos finos e importados.

Era encantadora la forma en que Dña. Lucilia, incluso en su ancianidad extrema, narraba con luminosa memoria los múltiples detalles de los viajes de la familia a São Paulo:

«Mi madre planeaba con mucho cuidado cada ida a la capital de la provincia. Todo estaba muy bien dispuesto. Había unas cestas de mimbre, cerradas, en las cuales se colocaban los alimentos, especialmente preparados para el trayecto».

El camino hacia la estación, las despedidas, los vagones muy bien arreglados, el pintoresco recorrido y, finalmente, la llegada a la capital, en los labios de Dña. Lucilia todo esto se volvía algo deslumbrante y legendario. Lo narraba todo de una manera tan leve y cautivante que el oyente sentía como si viajara con ella. Era imposible que la imaginación se negase a componer escenas tan maravillosamente descritas.

Inocentes entretenimientos

Estando en São Paulo, Dña. Gabriela nunca dejaba de visitar el Convento de la Luz, llevándose con ella a su hijita. Las monjas abrían un poco la cortina del locutorio para ver a la niña, conversar con ella y darle dulces y otros regalos. Lucilia quedaba muy complacida y, al igual que con su madre, se tejieron entre ella y el convento lazos de afecto que durarían toda su vida.

Las visitas a la casa de un pariente, situada en el Valle do Anhangabaú, también marcaron sus idas a São Paulo. Para quien conoce ese lugar tal y como es hoy día —todo de cemento y asfalto, perforado por túneles, atravesado por viaductos, cuajado de edificios, sumergido en polución, ruidos, ajetreo, multitudes, tragedias— quizá no le sea fácil concebir que hace algo más de cien años todavía conservaba un aire bucólico. En medio del valle, entre la exuberante vegetación, serpenteaba un arroyo rico en peces, que acogía en sus márgenes a grupos de lavanderas.

El entretenimiento preferido de la pequeña Lucilia era pescar en ese río lambaris. Sin embargo, ésa no era su única distracción al aire libre.

Los paseos de la familia en elegantes y confortables carruajes, tipo landó, con la capota recogida los días de buen tiempo, la llevaban también a distantes lugares de la «São Paulinho» de entonces, frecuentados por personas de la alta sociedad, curiosas por ver el crecimiento de la capital. Lucilia nunca se olvidará, por ejemplo, de las idas a las obras del Museo de Ipiranga, que le dieron la oportunidad de jugar, siendo aún muy niña, junto a los cimientos de la famosa y monumental construcción.

Para evaluar hasta qué punto era tranquila y pintoresca la manera de vivir en São Paulo, hubo un tiempo en que —lo contaba Dña. Lucilia—, de acuerdo con los caprichos de una exótica moda, las damas de la sociedad enviaban de noche a sus criadas a la antigua Várzea do Carmo, para coger luciérnagas con las que adornarían sus elaborados peinados.

Las visitas al Convento de la Luz cultivaron en el alma de la pequeña Lucilia
las semillas de una inocencia que se acrisolaría a lo largo de su vida

Convento de la Luz, São Paulo (Brasil)

Entre los hechos ocurridos en estos viajes a São Paulo, destaca, por su carácter insólito, el que se narrará a continuación.

Tierna niña temida por el demonio

La inocencia de Lucilia, tan celosamente conservada, incluía no sólo una bondad sin par, sino también la incompatibilidad con el mal, como nos lo demuestra uno de los episodios más interesantes de su infancia, narrado por un familiar.

A finales del siglo XIX estaban en boga, en determinados círculos de la alta sociedad, ciertas prácticas de espiritismo. Las personas adictas a dicha costumbre se reunían en torno a un velador para consultar a los seres del otro mundo. Un día en el que llevaron a Lucilia de visita a casa de unos parientes, en la capital, coincidió con que allí se llevaría a cabo una de esas sesiones. En el salón escogido para el tenebroso encuentro se hallaba ella por casualidad, jugando despreocupadamente en un rincón. Los participantes en ese censurable acto presenciaban alrededor de la mesa los inútiles esfuerzos de un famoso médium, que le imploraba al espíritu que bajase. Después de mucha insistencia, el príncipe de las tinieblas murmuró por la voz del agotado brujo:

—Saquen de aquí a la tontita de Lucilia…

El hecho se repitió varias veces, en otras circunstancias. Por la índole de éste, pasó a la historia de la familia. A lo largo de la vida de Dña. Lucilia estarán presentes diversas manifestaciones de desagrado de los espíritus infernales. 

Extraído, con adaptaciones, de:
Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 62-65.

 

3 COMENTARIOS

  1. Que Hermosas historias Doña Lucilia estaba llena de amor a Dios y ahora es una Santa y Yo le rezo y creo en ella Dios los Bendiga siempre a todos

  2. Una vez más la revista Heraldos del Evangelio nos revela verdades tan olvidadas, ¡que son más bien desconocidas! E «Inocencia de por vida» es el título del artículo que –en su nº de octubre 2022– nos mueve a pedirle a la Sra. Dña. Lucilia la gracia de practicar la verdadera inocencia, como lo hizo ella durante toda su vida. Inocencia la suya que nos lleva de “viaje”: Desde lo encantador de sus deslumbrantes, legendarios y detallados recuerdos; hasta lo apasionante de su incompatibilidad con el mal, insoportable para el demonio incluso en sus juegos de cuando niña. De “viaje”, repito, pero en la armonía de una misma alma, la de una dama toda católica… y, por lo mismo, la de toda una dama.

    Antonio María Blanco Colao
    Asturias – España

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