Fortalece a tus hermanos

Los hombres participan de la Providencia divina a través de su misión y de sus acciones. Y en esto el apóstol Pedro ocupa un lugar preeminente, pues sólo a él le fueron confiadas las llaves del Reino de los Cielos (cf. Mt 16, 19).

Pedro tiene la primacía de entre los Apóstoles: es el primero de la lista (cf. Mt 10, 2-4) y se le menciona con destaque (cf. Mc 1, 36), además de hablar en nombre de todos (cf. Jn 6, 68). El Señor, para predicarle a la muchedumbre, elige su barca (cf. Lc 5, 1-3); y, durante su estancia en Cafarnaúm, se hospeda en su casa (cf. Mt 8, 14). Por último, como principio de unidad, sobre él recae la responsabilidad de pagar el impuesto del Templo por él mismo y por Jesús (cf. Mt 17, 24-27).

El cambio de su nombre, de Simón a Pedro (cf. Jn 1, 42), indica también un cambio de paradigma: en él se ha constituido una roca perenne, que ninguna fuerza humana o diabólica podrá subyugar. De simple pescador se convierte en pescador de hombres (cf. Mt 4, 19) y recibe el cuidado de todo el rebaño de Cristo (cf. Jn 21, 15-19).

Sin embargo, ese poder no tiene su origen en Pedro, sino en el Padre (cf. Mt 16, 17). Por eso, cuando el primer pontífice confió en sí mismo y no en la gracia, fue llamado piedra de escándalo e imagen de Satanás (cf. Mt 16, 23) y, literalmente, se hundió en las aguas (cf. Mt 14, 30). Al príncipe de los Apóstoles se le exige un amor incondicional, testimoniado en tres ocasiones, para que pueda cumplir de hecho su misión de pastor. Después de Pentecostés, está tan unido a la voluntad de Dios que actúa en plena sintonía con el Paráclito: «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo» (Hch 5, 32).

Jesús oró para que la fe de Pedro no desfalleciera a fin de que pudiera confirmar —στήρισον—, es decir, fortalecer a sus hermanos (cf. Lc 22, 32). El vicario de Cristo sustenta el principio de la unidad de la Iglesia —sintetizado en el célebre aforismo de San Ambrosio: Ubi Petrus, ibi Ecclesia (In Psalm XL, n.º 30)— y sobre sus hombros recae la responsabilidad de mantenerla indefectible, «sin mancha ni arruga» (Ef 5, 27). En efecto, no solamente creemos en una única Iglesia, sino también santa.

Muchos herejes y revolucionarios han intentado desfigurar esa piedra, hundir la barca de Pedro o robar las llaves que sólo a él le pertenecen. Sabemos por la fe que esto nunca sucederá, porque, en virtud de la promesa de Cristo, las puertas del Infierno nunca prevalecerán. No obstante, corresponde a los sucesores de Pedro ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, para conservar fielmente el depósito de la fe y no crear una nueva doctrina al capricho del viento (cf. DH 3070).

Como sucesor del príncipe de los Apóstoles, al papa León XIV se le ha confiado el timón de la Iglesia, la cátedra de Pedro, las llaves del Reino de los Cielos y, en cierto modo, el peso del mundo entero, inmerso en crisis de todo tipo. Estamos, sin duda, en un momento clave en la historia de la Iglesia, casi diríamos de vida o muerte, si no fuera inmortal.

Al nuevo pontífice y a su misión, bien se les aplica el título que él usó para el Cuerpo Místico de Cristo: «Faro que ilumina las noches del mundo» (León XIV. Homilía, 9/5/25). La grey de Jesús espera mucho, pues, de este nuevo Pastor de la Iglesia universal: ante todo, que la fortalezca y la afirme con la fuerza misma que emana de la roca de Pedro. ◊

 

El papa León XIV en la bendición «urbi et orbi», el 8/5/2025

 

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