Toda nuestra perfección consiste en amar a nuestro amabilísimo Dios: «La caridad es vínculo de perfección» (Col 3, 14). Mas toda la perfección del amor a Dios consiste en unir con su santísima voluntad la nuestra propia. «El principal efecto del amor —dice San Dionisio—, es el estrechar la voluntad de los amantes de modo que los dos tengan el mismo querer». Y, por esto, cuanto mas íntimamente unida esté el alma con la divina voluntad, tanto más ardiente será su amor. Y si bien son del agrado de Dios las mortificaciones, las meditaciones, las comuniones, las obras de caridad hacia el prójimo, pero ¿cuándo lo son? Cuando van conformes con su voluntad; pues cuando no hay en ellas la voluntad de Dios, no sólo deja de agradecerlas, sino que las abomina y las castiga. […]
La mayor gloria, pues, que podemos dar a Dios es cumplir en todo con su santa voluntad. […]
Así que, todos los santos no han tenido siempre otra mira que hacer la divina voluntad, conociendo claramente que en esto se cifraba toda la perfección de un alma. […]
En este mundo debemos aprender de los bienaventurados del Cielo el modo con que debemos amar a Dios. El purísimo y perfecto amor que tienen a Dios los bienaventurados en el Cielo consiste en la perfecta unión con su divina voluntad.
Si los serafines conociesen ser su adorable querer el que se empleasen por toda la eternidad en contar las arenas de las orillas o en arrancar las yerbas de los jardines, lo harían al momento con sumo placer. Aún más, si Dios les indicase que fuesen a arder en las llamas infernales, precipitaríanse al punto en aquel abismo de fuego para cumplir la voluntad de Dios. Y esto es lo que nos enseñó a pedir Jesucristo: seguir la divina voluntad en la tierra como lo hacen los santos en el Cielo (cf. Mt 6, 9). Llamaba el Señor a David hombre cortado según su corazón, porque cumplía en todo su voluntad (cf. Hch 13, 22).
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO.
Conformidad con la voluntad de Dios. 3.ª ed.
Barcelona: De Pons y Cía., 1853, pp. 9-17.