Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Teológica. II-II, q. 30, a. 4) cuestiona si la misericordia es la mayor de todas la virtudes. De hecho, al repetir la exhortación de Oseas —«Quiero misericordia y no sacrificio» (Os 6, 6; Mt 12, 7)— pareciera que Jesús así lo indica.
Sin embargo, siguiendo a San Pablo (cf. Col 3, 14), el Doctor Angélico hace una distinción: la caridad es la mayor de las virtudes con relación a quien la posee, pues une al hombre a Dios por el afecto y lo hace semejante a Él; pero, en sí misma, la misericordia se revela la más excelente y la que más difunde el bien, ya que puede socorrer las deficiencias de otro, que es lo peculiar del superior.
El hombre misericordioso imita a Dios de modo sublime. Con razón pone el Señor la misericordia en paralelo con la perfección: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48).
Estos presupuestos nos ayudan a apreciar la grandeza del sacramento de la penitencia, tan propicio a ocupar nuestras consideraciones en este tiempo de Cuaresma.
Un papel especialísimo en esto desempeña la Virgen María, como Madre misericordiosísima, siempre dispuesta a suscitar sentimientos de contrición en el alma del pecador que le pide ayuda. Ninguna criatura imitó a Dios tan perfectamente como la Santísima Virgen, en particular por su misericordia.
En realidad, sólo una madre podría reflejar la «compasión entrañable» (Col 3, 12) con la que se reviste el ministro de Dios para acoger al pecador arrepentido, simbolizada por el gesto del abrazo. De esta forma se lo reveló el Señor a Santa Faustina Kowalska: «Cuando un alma vea y conozca la gravedad de sus pecados, cuando a los ojos de su alma se descubra todo el abismo de la miseria en la que ha caído, no se desespere, sino que se arroje con confianza en brazos de mi misericordia, como un niño en brazos de su madre amadísima» (Diario, n.º 1541).
Esto fue lo que Mons. João Scognamiglio Clá Dias experimentó el 12 de julio de 2008 cuando, en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, de Caieiras (Brasil), recibió lo que él llamó «la más alta manifestación sensible de la misericordia de María» en su vida. Conforme lo narró en su obra ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres, se sintió físicamente abrazado por la Madre de Dios en aquella ocasión, seguido de un torrente de consolaciones.
Ese misericordioso abrazo lo preparó para el accidente cerebrovascular del que fue víctima en 2010, a partir del cual comenzó a realizar aún más el mayor de los sacrificios: la manifestación de su propia misericordia hacia sus hijos espirituales, al tomar conciencia de su misión de ofrecer sus sufrimientos por el bien de su obra, subordinado al de la Iglesia. De hecho, la misericordia es el sacrificio más agradable a Dios, como atestigua la Carta a los hebreos: «No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios» (13, 16).
En suma, la Santísima Virgen es efectivamente Madre de misericordia no sólo porque abraza con conmiseración a sus hijos miserables, sino también porque puede hacer a otros partícipes de su misericordia. Su abrazo se extiende a muchos, a través de los hijos que ha estrechado especialmente junto a su Inmaculado Corazón, y en este sentido es también la Madre del abrazo. ◊

La Virgen María, nuestra dulcísima Madre me salvó la vida, aún sin merecerlo en mi miseria y vida de pecado, sentí su abrazo maternal y lleno de misericordia el 31 de octubre de 2.021 a las 21:30 de la noche, en medio del rezo del Santo Rosario, después de estar fuera de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.