Luisa se detuvo aterrada ante el rey de los animales. Su presencia era imponente, majestuosa y altanera. Sin embargo, decidió hacerle una petición… ¿Cómo podría una hormiga granjearse las mercedes del león?

 

Cierto día, la pequeña Luisa paseaba por las distintas fortalezas que había en su territorio y, encantada, iba entrando en cada una para contemplar mejor las maravillosas construcciones hechas por sus antepasadas. Sí, porque Luisa formaba parte de una dinastía de hormigas que vivían desde hacía muchos años en aquella región.

Ya se encontraba casi al final del recorrido cuando oye:

—¡Silencio, por favor!

Le picó la curiosidad por saber qué pasaba y se asomó a una gran sala donde había una muchedumbre de hormiguitas que estaban asistiendo a la clase de la hormiga maestra.

—Hoy estudiaremos al rey león —proseguía la profesora—. Es el animal supremo. Debemos mirarlo con temor y respeto, honrarlo y venerarlo. Pero al mismo tiempo tener mucho cuidado con él, pues si lo contrariamos con cualquier cosa, por mínima que sea, estaremos poniendo nuestras vidas en riesgo. Al ser tan poderoso, la menor sospecha le basta para que de nosotras, las hormigas, no quede ni polvo que guardar como recuerdo.

Luisa siguió su camino, absorta, imaginando cómo debía ser ese «animal supremo»…

«Al ser un animal tan poderoso, la menor sospecha le basta para reducirnos a polvo»

Unas semanas después salió a pasear por el bosque. Iba alegre y animada, pensando qué alimento sería el mejor para la cosecha de ese día. De pronto, sus ojitos fueron atraídos por algo que jamás había visto: un cerezo. Aquellos frutos rojos, que más parecían venidos del Cielo, ¡la dejaron fuera de sí!

Andaba rápidamente en dirección hacia el árbol cuando, de repente, sintió que la tierra temblaba y oyó un rugido tan fuerte que pensó que era el fin del mundo:

—¡Roaaarrr!

—¿Qué es eso? —se preguntó, asustada, la hormiguita.

Caminando más despacio pudo ver de qué se trataba: ¡se había topado con el león! Su pelo era dorado y brillante, y una enorme melena rodeaba su cabeza. La cola, larguísima, se balanceaba amenazadora… Pero lo que más le asustaba era el tamaño de sus patas. De una sola pisada sería capaz de arruinar la más sólida fortaleza de las hormigas.

No se podía negar, sin embargo, cuán imponente y majestuosa era su presencia. Subido en una colina, el rey de los animales parecía que formaba pareja con el astro rey, que en ese momento arrojaba sus últimos rayos coloreando bellamente el cielo.

A pesar del miedo, Luisa no pudo contener una exclamación. En sus oídos resonaban las palabras de la maestra hormiga: «¡Con el león no se juega! Ni se os ocurra acercaros a él, y mucho menos dirigirle la palabra, si queréis seguir con vida». Pero Luisa era osada…

Entre una mezcla de temor y de admiración, se fue aproximando a la fiera, pues quería hacerle una petición: que le cogiera una cereza de aquel árbol hasta el cual no había logrado trepar. ¿Acaso el rey de los animales la atendería?

Si acercarse a él ya era una locura, cuánto más lo sería pedirle ese pequeño favor. Sí, pero nuestra hormiguita se sintió tan arrebatada por su grandeza y majestad que se olvidó de todos los principios de prudencia que había aprendido desde la cuna.

A pesar del miedo, Luisa se llenó de admiración por el rey de los animales

Entonces fue al encuentro del león y lo saludó, pero… el rey de los animales la ignoró por completo. Así que, mirándolo fijamente, le dijo con decisión:

—Oh, rey de los animales, ¿es que no veis a esta vuestra hermanita, tan eficaz, tan productiva, tan tenaz en su trabajo? ¿Por qué me despreciáis con tanta displicencia?

El león, conteniéndose, le respondió:

—¡Ay, pobre hormiga, si supieras cuán vastos horizontes divisan mis ojos, cómo mis vistas han sido hechas para alcanzar regiones lejanas! Y ahora vienes tú, oh infeliz, a querer atraer mi atención tan hecha para otros firmamentos.

Con mucha esperteza la hormiga le replicó:

—Oh león, me alegro de estar bajo vuestra sombra o, más bien, protegida por la luz de vuestra fuerza. ¡Habéis sido creado por Dios para representar la majestad tanto en el ataque como en la defensa! Y no sabéis cuánta admiración causáis en estas vuestras tan pequeñas y tan frágiles hermanas. ¡Las hormigas os veneran, oh león!

Entonces él exclamó:

—¿Cómo? ¡Nunca pensé que pudiera surgir un pensamiento tan sublime en un insecto tan insignificante!

Pero Luisa aún no había terminado. Recobrando el aliento, prosiguió:

—Soy tan frágil, tan nada, tan pequeñita, que hago un esfuerzo enorme para desplazarme. El espacio que vos alcanzáis de un solo salto exige de mí una larga caminata. No obstante, tengo la felicidad de contemplar vuestra grandeza. ¿No podríais siquiera desde ahí de lo alto echar un retazo de vuestra mirada para con esta pobrecita, insecto insignificante como habéis dicho? Fijaos en esta hermanita vuestra y ayudadla.

—¿Qué quieres, hormiguita?

—Oh venerable rey, yendo por valles y montes he podido conocer muchos frutos. Sin embargo, ninguno de ellos se compara a lo que hoy he visto: un cerezo. Cómo me gustaría poder tener un fruto de ese árbol, pero mi tamaño no me lo permite. ¿Tendríais la bondad de coger una cerecita para mí? Basta con una y le estaré eternamente agradecida, pues aun siendo tan grande sois capaz de auxiliar al menor de todos los animales.

—¿Sólo eso, pequeña hormiga? —le respondió el león, asintiendo bondadosa y majestuosamente con la cabeza.

Ante la humildad de tan pequeña criatura, el león se inclinó con bondad para atenderla

A continuación, se dirigió hacia el cerezo, escogió una hermosa rama cargada de frutos y la arrancó con sus poderosas garras. Y, conociendo la dificultad que Luisa tendría para transportarla, la llevó él mismo hasta la «fortaleza» de las hormigas, que para él no era más que un ridículo montón de tierra.

Aun así, la depositó cuidadosamente junto a la entrada principal y, con un digno gesto de caballero, le hizo una venia a la hormiga. Más que aquellas deliciosas cerezas, ella había conquistado la amistad del león, dándonos a nosotros, los humanos, una lección de cómo alcanzar, con temor, admiración y humildad, la benevolencia de Dios.

Ilustraciones: Giuliana d’Amaro

 

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4 COMENTARIOS

  1. Que hermoso relato y sobre todo puedo darme cuenta del valor de la humildad y valentía y superar el miedo con una buena actitud. Felicitaciones

  2. Ambato, 11 de Agosto del 2020
    Dolores Garcès
    Salve Marìa : Que hermosa la creación del Señor no ha dejado nada al azar hasta lo que parece inadvertido, me impacto la cueva azul de la isla de Capri, cada espacio natural tiene historia, ademas las lecturas para niños nos evangeliza de una forma tan sencilla y profunda y Maria, esta siempre presente junto a su hijo para socorrernos en los tiempos de mayor dificultad
    La revista nos proporciona Fe,cultura y sano entretenimiento
    gracias por ello
    Atte
    Lolita Garcès

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