Evangelio de la Misa de la Aurora en la Natividad del Señor
15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al Cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado». 16 Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 17 Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 18 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. 20 Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho (Lc 2, 15-20).
I – ¡Nació Jesús!
Después de miles de años de espera, nació en Belén el Niño Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Esta unión de dos naturalezas, divina y humana, en una Persona divina, es uno de los principales misterios de nuestra fe. ¿Cómo es posible mirar a un niño en su cuna y estar seguro de que es Dios? ¡Dios a pesar de hombre y hombre a pesar de Dios! Por lo tanto, la Navidad es la fiesta que más exige nuestra fe, y necesitamos gracias especiales para lograr entender, aunque de forma umbrática, tan grande y sublime acontecimiento. Intentemos profundizar en él, dentro de nuestras limitaciones, con el indispensable auxilio de la Providencia.
La Santísima Trinidad ante un «impasse»
Dios no necesitaba crear nada. Es tan rico y, al mismo tiempo, tan sencillo, que al conocerse engendra un Hijo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que tiene en común con el Padre la naturaleza y la esencia. Y los dos se aman con tanta fuerza, que de ese amor eterno procede una tercera Persona, el Espíritu Santo, idéntica a la primera y a la segunda. Y esta relación de conocimiento y amor es permanente entre las Personas de la Trinidad, desde siempre y para siempre.
Ahora bien, en esa felicidad plena, al Padre le gustaría —usemos un lenguaje metafórico— ayudar al Hijo de alguna manera; sin embargo, no tenía nada que darle a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, su imagen perfecta. Y el Hijo, al contemplar al Padre, querría dirigirse a Él en una situación de real inferioridad y retribuirle de cierta forma todo lo que Él le comunica, pero no podía por ser idénticos en la divinidad. El Espíritu Santo, a su vez, desearía introducir más seres en esa inefable convivencia. No obstante, eso era imposible.
Entonces decidieron crear… De este modo, además de la gloria intrínseca —que no es susceptible de ser acrecida o aumentada—, recaería sobre la Santísima Trinidad una gloria extrínseca que sería dada por las criaturas, al asemejarse al Creador y manifestar su bondad. ¿Cómo hacer efectivo tan maravilloso designio?
La ciencia inmutable y perfectísima de Dios
Para nosotros, meras criaturas, no es fácil concebir la eternidad del tiempo futuro, y mucho menos la existencia de algo que no ha tenido principio. Es una realidad superior a nuestra capacidad de intelección. Pero Dios es el Ser por excelencia, el Ser necesario, la Inteligencia sustancial e infinita y, como tal, ve y comprende todas las cosas en sí mismo, jerarquizándolas de forma absoluta, fija, inmóvil. Para Él no hay pasado ni futuro, todo es presente; no hay un proceso discursivo en su entendimiento: en una sola mirada engloba el orden del universo —incluso las ilimitadas criaturas que podrían haber salido de sus manos, si hubiera sido su voluntad—, a semejanza de alguien que, en un golpe de vista, abarca la totalidad de un panorama.
Así, desde toda la eternidad, Dios idealizó el mundo espiritual y el material, teniendo en el centro la figura de Nuestro Señor Jesucristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, en quien la naturaleza divina se uniría a la naturaleza humana y a la que todas las criaturas estarían completamente sujetas. E, inseparable de Él, se encontraba María Santísima, pues, según explica la teología, en un mismo e idéntico decreto Dios predestinó a Jesús y a María: Madre e Hijo siempre constituyeron un único punto en el horizonte divino.1
María, «complemento de la Santísima Trinidad»
Y he aquí que ese magnífico plan se verifica en el momento en que el ángel se le aparece a la Virgen para anunciarle la Encarnación del Verbo y Ella le responde: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Su «fíat» contiene un misterio tan grandioso que jamás conseguiremos alcanzarlo. Jesucristo es concebido en el claustro materno de María sin concurso de varón, por obra del Espíritu Santo; Dios realiza en Ella lo que hay de más perfecto y elevado posible en la creación.
En esta perspectiva, cobra vida la feliz expresión «complemento de la Santísima Trinidad»,2 acuñada en la primera mitad del siglo v por Hesiquio de Jerusalén y aplicada por la teología a María Santísima, para indicar que fue Ella quien «resolvió» aquel como que impasse de las tres Personas divinas.
Porque en Ella, como Madre de Jesús, le correspondería a la tercera Persona engendrar otros hijos de Dios, como afirma San Luis María Grignion de Montfort en su Oración abrasada: «Formaste la cabeza de los predestinados con Ella y en Ella; con Ella y en Ella debes formar todos sus miembros. No engendras ninguna Persona divina en la divinidad; pero solo tú formas todas las Personas divinas fuera de la divinidad. Y todos los santos que han sido y serán hasta el fin del mundo son otras tantas obras de tu amor unido a María».3 La segunda Persona, a su vez, entregaría esos hijos al Padre y, con la naturaleza humana recibida de María, podría dirigirse al Padre como Hijo a Él sumiso. Y el Padre, al considerar en el Hijo la debilidad de la naturaleza humana, ejercería su dominio sobre Él y diría: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17).
Auguste Nicolas expone con claridad esta tesis: «Cuando decimos que María completa la Trinidad, en el sentido de que su santa maternidad establece nuevas relaciones entre las Personas divinas, no estamos diciendo nada que un católico […] no debería suscribirse».4 En seguida explica que «María proporciona al Padre una gloria nueva, al darle autoridad sobre su Hijo, y haciéndole su súbdito. Pues, esa autoridad que María tiene sobre su Hijo, el Padre no la tenía antes que Ella, y no la tiene sino por Ella».5 Y la segunda Persona, que tenía en sí la gloria, como Hijo de Dios, «por María, tendrá esa misma gloria, como Hijo del hombre; por lo tanto, doblemente y de una manera mucho más maravillosa y gloriosa, si se me permite decirlo, como Hijo del hombre que como Hijo de Dios».6 En cuanto al Espíritu Santo, en María y por María se hace fecundo y «adquiere sobre el Hijo, en su humanidad, una autoridad que no tiene sobre Él en su divinidad. Autoridad hecha visible en el Bautismo de Jesucristo».7
Se comprende entonces que Santo Tomás, repitiendo un consagrado cántico medieval, llame a María Santísima totius Trinitatis nobile triclinium (noble lugar de descanso de la Trinidad).8 En este sentido, también afirma San Bernardo: «A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría, en fin, toda la Trinidad, gloria».9
Si la concepción de Jesús había sido extraordinaria, no menos iba a serlo su nacimiento. De la misma manera que la luz del sol cuando atraviesa un vitral sin dañarlo y pasa al otro lado enriquecida de colores, el Niño Jesús cruzó las sagradas paredes del templo purísimo que es María, sin permitir que Ella sufriese absolutamente nada y manteniendo intacta la virginidad de su Madre, por una acción milagrosa del poder divino.10 Y la segunda Persona de la Santísima Trinidad, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre para redimirnos y para darnos un incomparable ejemplo de amor llevado hasta el holocausto. Así pues, la Navidad es el punto máximo, el momento culminante de la historia, la realización de todas las esperanzas del Antiguo Testamento: «La concepción generadora de Cristo es, efectivamente, el comienzo del pueblo cristiano; y el aniversario del nacimiento de la cabeza es el aniversario del cuerpo. […] Al final de los siglos se cumplió lo que había sido fijado desde toda la eternidad; y, por la presencia de las realidades, signos y figuras terminan, ley y profecía se convierten en verdad».11
Piedra de escándalo, esa voz resonaría hasta los confines de la tierra
Dado que todo gravita en función de Jesús y de María, que todo progresa o retrocede, todo adquiere o pierde sentido y, más aún, todo es juzgado, premiado o castigado, ese niño nace como un verdadero divortium aquarum, como divisorio de aguas. Quien acoge a Cristo es recompensado y glorificado; quien lo rechaza, condenado.
No era posible que este divino Infante, tan esencial en el orden de la creación, pasase desapercibido. Por tal motivo, en la primera lectura (Is 62, 11-12) de esta Misa de la Aurora en la Natividad del Señor dice el Libro del profeta Isaías: «El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra» (62, 11). De un modo u otro, todos los hombres tienen que conocer a Jesucristo y la salvación que ha traído. Sobre todo, deben adherir a Él, haciendo que su vida gire en torno a Él y a su Iglesia.
La debida actitud con relación a Jesús y a María
Ahora bien, aceptar al Señor y a la Virgen significa, ante todo, tener por Ellos veneración y entusiasmo, adorar a Jesucristo, proclamándolo Dios, Creador y Redentor, y ofrecerle las alabanzas de nuestro corazón. En la Navidad, ese amor se traduce en un sentimiento particular de ternura al contemplar a un niño, en apariencia tan frágil, acostado en un pobre pesebre.
Lamentablemente, el mundo va perdiendo cada vez más el sentido de la admiración, tan propio de la inocencia infantil… A los pequeños les encanta todo lo que ven: ya sea una mariquita en una hoja, una mariposa que revolotea o un colibrí extrayendo el néctar de una flor. ¿Por qué? En el alma humana existe una tendencia natural a buscar la verdad, la bondad, la belleza y el unum de las cosas, que ha sido puesta por Dios para facilitar la elevación del hombre hasta el Creador.12 Por eso, cuando la inteligencia despunta en el niño, como una luz que comienza a brillar en sus ojos e iluminarle el camino, el primer movimiento que tiene al tomar contacto con algo sublime es el de la admiración.13 Y empieza a imaginar un mundo fascinante. Una mentalidad positivista podría decir que se trata de ilusión pueril… Pero no es así. El niño está a la búsqueda del Paraíso perdido, de los reflejos del Cielo en la tierra.
Sí, Dios nos creó con ese instinto, ordenado hacia lo que hay de más excelente; no obstante, era necesario que en un determinado momento hubiera una mayor comunicación de Él con el hombre, para darle a éste la posibilidad de conocer lo que constituye la esencia y la sustentación de la luz interior de la inocencia, de la visión maravillosa de todo el universo: Jesucristo y su Madre Santísima. He aquí el sentido de la vida, la fuente de nuestra consolación.
Tras el embelesamiento, el deseo de servir
Al existir ese embeleso, nace como consecuencia el deseo de servir, a fin de que aquella grandeza que nos arrebató reciba alguna retribución de nuestra parte. Al mismo tiempo, como es inherente al bien ser difusivo, cuando es auténtico quiere expandirse y hacer que los demás participen de él. Un ama de casa que se ha esmerado en la elaboración de una fabulosa tarta jamás pensará disfrutarla a solas; al contrario, su placer consistirá en que otros degusten el pastel con la satisfacción proporcional a la que ella tuvo al prepararlo. Ésta es la enseñanza que encontramos en el Evangelio de la Misa de la Aurora.
II – Los pastores: de la alegría al anuncio
Belén —«casa del pan»— vivía, esencialmente, de dos actividades productivas: el cultivo del trigo, con el que se hacía el pan, y la cría de ovejas, gracias a los ricos pastos locales.14 De este oficio vivían los pastores que, como los referidos en el Evangelio del nacimiento del Niño Jesús, pasaban las noches guardando los rebaños.
Por la peculiaridad de su profesión, el pastor no tenía grandes ambiciones y, en general, tendía a ser muy contemplativo. Sus pensamientos se dirigían hacia el firmamento, las estrellas y otras bellezas de la naturaleza. ¿Por qué unos hombres de esta categoría fueron visitados de repente por ángeles (cf. Lc 2, 8-14)? Porque no tenían pretensiones, estaban libres de orgullo, vacíos de sí mismos. Si analizamos la historia, veremos que, para anunciar alguna buena noticia o comunicar alegría, los ángeles sólo se presentan a los humildes.
Por otro lado, no sería descabellado imaginar, en aquella misma noche de Navidad, a Herodes banqueteándose en un ambiente de carcajadas, euforia y vanagloria, y a los del sanedrín envaneciéndose al pensar que habían descubierto la fórmula de la salvación en el meticuloso cumplimiento de la letra de la ley. Todos inflados de orgullo: a ellos los ángeles no se les aparecieron…
En cuanto a los modestos pastores, su primera reacción fue de miedo, por la inmensa desproporción existente entre la criatura humana y la angélica. En efecto, tal es la superioridad de ésta, que su simple presencia deja a la persona exhausta, como fuera de sí. Los pastorcitos de Fátima, por ejemplo, después de ver al ángel de la paz, estuvieron varias semanas con una fuerte sensación de debilidad y languidez.15
Pero los pastores de Belén fueron tranquilizados enseguida por el ángel, que les dijo: «No temáis» (Lc 2, 10), y les dio la jubilosa noticia del nacimiento del Mesías prometido. A continuación apareció una multitud de la cohorte celestial cantando: «Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14), con melodías tales que comparadas a las mejores composiciones de este mundo, estas últimas serían consideradas insignificantes. ¿Y qué pasó después?
Una experiencia mística
15 Y sucedió que, cuando los ángeles se marcharon al Cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado».
Cuando los ángeles se fueron, los pastores se quedaron asombrados. Almas admirativas, no cerradas en sí mismas, se abrieron sin obstáculos a las cosas de Dios y, ciertamente, al escuchar las palabras del mensajero tuvieron una experiencia mística sobre la persona del Niño Jesús. En vez de pasar toda la noche distraídos comentando lo sucedido, se pusieron en marcha de inmediato, porque, como hemos visto, de ese deslumbramiento inicial procede el servicio, la dedicación.
La rapidez, signo de disponibilidad
16a Fueron corriendo…
Después de aquella grandiosa aparición «fueron corriendo», dice el texto sagrado, porque el servicio no admite dilación. Si nosotros también somos objeto de alguna comunicación venida de lo alto, debemos manifestar sin demora nuestra disponibilidad, como el profeta Samuel, quien, siendo aún niño, a la voz que lo llamaba, respondió: Præsto sum — «Aquí estoy» (1 Sam 3, 16). Así era el régimen disciplinario en la época en que el autor de este artículo hizo el servicio militar: cuando un subalterno era citado por un superior y recibía una orden, pedía permiso para retirarse, daba media vuelta, chocaba los tacones y salía corriendo para cumplir la incumbencia.
María manifiesta su humildad
16b … y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
No cabe duda de que a los pastores no les fue difícil encontrar la gruta, porque ésta debía emanar una extraordinaria luz, como la mencionada en el salmo responsorial, cuya antífona canta: «Amanece la luz para el justo». Y continúa: «Y la alegría para los rectos de corazón» (Sal 96, 11). No pensemos que se trata de una mera alegoría, sino de una luz verdadera. ¿Cómo no imaginar que Jesús, la Virgen y San José irradiaran una luz especial —perceptible desde cierta distancia—, resultante de la santidad del Creador del universo? Exultantes, los pastores llegaron delante de María Santísima y de San José y, extasiados al ver al Niño, empezaron a cantar himnos de alabanza y a ofrecerle lo mejor que poseían. María se deleitaba con tanta sencillez, al percibir en esto un designio de Dios.
Bien podemos concebir su humildad en esa ocasión. Probablemente, Nuestra Señora tendría al Niño en sus brazos hasta ese momento y al oír el tropel de los pastores lo habría puesto en el pesebre para que las atenciones no se centrasen en Ella. Si, por absurdo, hubiese querido destacarse, le bastaría haber dicho: «He aquí mi Hijo». No obstante, se recogió en un rincón, en compañía de San José, y permitió que los visitantes adorasen a Jesús.
¿Y cuál fue la reacción del Salvador ante esos inocentes adoradores? Seguramente, una mirada y una sonrisa inolvidables, que producían un clima de suavidad, de ternura, de acogida, de afecto, insuperables.
No queramos salir nunca de la gruta de Belén
17a Al verlo…
Los pastores, por tanto, comprobaron lo que el ángel les había anunciado. Y en medio de ese arrebatamiento, ninguno de ellos se preocupó por su rebaño u otros aspectos materiales de su vida; incluso, si no fuese indelicado para con la Sagrada Familia, les habría gustado pasar la noche allí. ¿Qué pensaríamos si uno de ellos abandonase prematuramente esa convivencia para ir a cuidar del rebaño? Cuando se está en la gruta con Jesús y María no se puede volver atrás. Así hemos de ser nosotros: al recibir un llamamiento de Dios, tenemos que dejarlo todo para ir al encuentro de Jesús y no apartarnos jamás de esta gruta espiritual hacia la cual nos atrae tantas veces la Santísima Virgen.
17b … contaron lo que se les había dicho de aquel niño. 18 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
Deseosos de contar lo que les había ocurrido, los pastores van a servir al divino Infante proclamando su venida y, en consecuencia, más personas se admirarán con ello, según la expresión de las Escrituras. Encantémonos también nosotros con los incontables reflejos del Creador que vemos en el universo, y aceptemos los toques de la gracia en nuestro corazón.
La contemplación de la Virgen María
19 María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Nuestra Señora analizaba todos estos acontecimientos y, dotada de discernimiento de espíritus, penetraba a fondo en su significado. En aquellos momentos debía estar en éxtasis, debía asistir a la alegría de los ángeles en el Cielo. Pues todo lo que Dios da a los santos y conviene a María, a Ella se le concede más que a todos ellos, ya que «todas las criaturas en comparación con Ella son como un átomo frente al universo. […] En Ella, por tanto, se encuentra admirablemente reunido todo lo que de bello, de bueno y de grande se ve distribuido por cada una de las criaturas y por todas las criaturas juntas».16 Si los pastores tuvieron el privilegio de ver y oír a los ángeles cantando, ¿cómo no los contemplaría Ella?
De pastores a apóstoles
20 Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Y los pastores, al manifestar su contentamiento, se volvieron verdaderos apóstoles de Jesús. Deseaban que los demás participasen de su júbilo y contribuían para que éstos se abriesen a la Buena Noticia.
III – ¡Que esta voz sea oída!
Hemos sido creados para vivir con Dios eternamente en la felicidad absoluta, y la liturgia de esta Misa de la Aurora nos invita a imitar a los pastores, siguiendo el camino indicado por el profeta Isaías: una vez que Dios se hizo hombre, y considerando el carácter central de Nuestro Señor Jesucristo en el orden de la creación, Él debe constituir el eje de nuestra vida. Ese Niño que viene a nosotros, al mismo tiempo nos atrae hacia Él. Y sólo disfrutaremos de la verdadera paz de alma en la tierra si somos dóciles a su llamamiento.
De lo contrario, ¡cuántas locuras! ¡Cuánto delirio por el dinero o por la fama! Toda vanagloria es transitoria, y lo que permanece y atraviesa los umbrales de la eternidad es el embelesamiento por Cristo y el cumplimiento entusiasmado de la ley de Dios. La gracia de la Navidad nos convoca a que rechacemos tanta insensatez como hay en nuestros días y a que nos arrodillemos ante el Niño Jesús que, por un misterio de amor, vino para sacarnos del camino del pecado y salvarnos.
Aprovechemos esta Navidad para implorar más y más favores sobrenaturales a fin de que, emprendiendo el rumbo hacia la santidad, tengamos una unión completa con Él y alcancemos el insuperable premio de la bienaventuranza eterna. Entonces, la fe se transformará en visión, la esperanza en posesión y la caridad se sublimará y se acrisolará, porque pasará a participar del propio amor que Dios se tiene a sí mismo. ¡No dejemos que nos quiten este tesoro! Es ésta la dádiva que el Niño Jesús nos trae en esta Navidad. ◊
Notas
1 Cf. ROSCHINI, OSM, Gabriel. Instruções marianas. São Paulo: Paulinas, 1960, p. 22.
2 HESIQUIO DE JERUSALÉN. De Sancta Maria Deipara. Sermo V: MG 93, 1462.
3 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. «Prière Embrasée», n.º 15. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 681.
4 NICOLAS, Auguste. La Vierge Marie et le plan divin. 2.ª ed. Paris: Auguste Vaton, 1856, t. I, p. 371.
5 Ídem, pp. 371-372.
6 Ídem, p. 374.
7 Ídem, p. 375.
8 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Super Ave Maria, art. 1.
9 SAN BERNARDO. «Sermones de Santos. En el Domingo dentro de la Octava de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María», n.º 2. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1953, t. I, p. 725.
10 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 28, a. 2, ad 3.
11 SAN LEÓN MAGNO. «In Nativitate Domini». Sermo VI, hom. 6 [XXVI], n.º 2. In: Sermons. 2.ª ed. Paris: Du Cerf, 1964, t. I, p. 139; 141.
12 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q. 94, a. 2.
13 Cf. Ídem, q. 32, a. 8.
14 Cf. WILLAM, Franz Michel. A vida de Jesus no país e no povo de Israel. Petrópolis: Vozes, 1939, pp. 31-33.
15 Cf. WALSH, William Thomas. Nossa Senhora de Fátima. 2.ª ed. São Paulo: Melhoramentos, 1949, p. 44.
16 ROSCHINI, op. cit., p. 15.