Al comentar la Salve en su libro más reciente, Mons. João S. Clá Dias nos desvela algo del Reino de María, era histórica en la que el espíritu de la Madre de Dios estará presente en cada criatura.

 

Para el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira la Salve representaba la súplica arquetípica a Nuestra Señora, la obra maestra del discernimiento profético y del celo teológico de la Iglesia a propósito del papel de la Virgen en la Historia de la salvación. Por medio de esta oración, él había penetrado en los misterios de la Reina soberana y deseaba rezarla hasta que su guerrera e inocente alma estuviera a punto de dejar este valle de lágrimas a fin de contemplar la luz beatífica en los ojos de su Señora y Madre:

El Dr. Plinio a principios de la década de 1980

«Por encima de esos abismos de la muerte, más allá de los cuales está un Dios al que adoro, existe un puente —que es la luz de mi alma y todo en mi vida— cuyo tamaño y valor mido mejor cuanto más me esmero en medir la profundidad del abismo. […] La sonrisa por encima de las tinieblas del impasse y el puente lanzado por encima de los abismos es la devoción a Nuestra Señora. Por eso en la hora de la muerte debemos decir: Salve Regina, Mater misericordiæ… Y nuestra alma será recogida en el Cielo»1.

La Salve se asemeja a una música: hay fragmentos en crescendo y decrescendo, en allegro y adagio, de acuerdo con el significado de cada frase. Es la «composición» que contiene todas las melodías de las relaciones entre la Beatísima Trinidad y María Santísima. Podría hasta llamarse «música divina», pues resume los infinitos anhelos de Dios con respecto a su Hija, Madre y Esposa.

Rezándola con piedad, el fiel se asocia a los deseos del Creador y se introduce en los misteriosos vínculos que lo unen a éste con Ella. En el Corazón de María, a su vez, esa oración resuena como una alabanza y una petición hecha por el Altísimo, incluso cuando es hecha por un mísero pecador. Es como si Dios prestara su voz al suplicante para que éste conviva con su predilecta. ¡He aquí la fuerza de la Salve!

La grandeza divina encerrada en una criatura

Los títulos marianos contenidos en esa plegaria poseen una elevación que llega hasta Dios. Como Hija del Padre eterno, Nuestra Señora hereda una participación eminente en todos sus atributos que la hace tocar la esencia divina; en cuanto Madre del Hijo, gobierna su herencia y de ella se beneficia en calidad de Reina Madre; por su condición de Esposa del Espíritu Santo, comparte sus bienes y sobre ellos posee plenos derechos.

De ese modo, María vive del tesoro de la Trinidad y encierra en sí la grandeza divina en la proporción de una criatura, como si Dios hubiera elegido entre los hombres una «miniatura» suya. En otros términos, no siéndole posible engendrar una nueva Persona divina consubstancial a la Trinidad, el Creador la formó a Ella con la finalidad de convertirla en un «dios» para sí.

María encierra en sí la grandeza divina en la proporción de una criatura, como si Dios hubiera elegido entre los hombres una «miniatura» suya

Ahora bien, a veces la meditación de las advocaciones de la Virgen parte no de su perspectiva más universal y transcendente, es decir, de Dios y sus atributos, sino de aquello que se muestra más inmediato y concreto: el hombre y sus necesidades. Aun siendo legítima, esta visión acaba constituyendo un obstáculo para comprender la magnificencia del vínculo de María con la Santísima Trinidad, del cual fluye su vínculo con la humanidad.

Sin pretender hacer un análisis exhaustivo de las advocaciones de esa inspirada y bellísima oración, el autor presentará a continuación sus reflexiones sobre algunas de ellas. Como el lector podrá comprobar, tales consideraciones proporcionan un anticipo de la gloria esplendorosa que María Santísima irradiará por toda la tierra en los días de su reinado, así como de la convivencia desbordante de bondad, perdón y afecto que Ella establecerá con los hombres.

Según San Luis Grignion de Montfort,2 en esa relación íntima y maternal la Virgen los iluminará con su luz, los alimentará con su leche, los guiará con su espíritu, los sustentará con su brazo y los guardará bajo su protección. Ella misma será la savia vital que impulsará a cada uno de sus hijos y esclavos de amor rumbo a la unión con el Sagrado Corazón de su divino Hijo.

Reina de los hombres, de los ángeles y de la voluntad divina

Reina y Madre: dos títulos excelsos de la Santísima Virgen. Todos los atributos por los cuales se alaba a Nuestra Señora en la Salve proceden de esa singular unión entre la realeza y la maternidad.

«Dios te salve, Reina…». María posee en plenitud las insignias del poder regio: su majestad supera en mucho a la de cualquier monarca, es suprema; su autoridad no depende de la aclamación de los hombres, es soberana; su imperio se ejerce sobre los Cielos y la tierra, las potestades angélicas y los seres humanos, es absoluto. Hace todo cuanto quiere, cuando quiere y como quiere. Por tanto, se trata de una realeza que emana de la realeza divina.

Ahora bien, Dios es la matriz y la sustancia de la realeza: Rey de su voluntad, de sus planos, de sus posibles; en una palabra, Rey de sí mismo desde siempre. Su realeza consiste en el gobierno absoluto del Bien, que es su propia esencia.

Por una especialísima predilección, Nuestra Señora participa en esa realeza de modo sui géneris. Dios como que se entregó enteramente a Ella y le confió el cetro de su poder, para que gobierne la Creación, la Historia y —¡oh misterio insondable!— a Él mismo. A este título, se puede afirmar que, por un sublime arcano, María es Reina hasta de la voluntad divina, gozando de una audiencia omnipotente ante el trono del Altísimo.3 Todo está bajo sus pies, y la Trinidad se complace en ser regida por su Hija, Madre y Esposa.

Coronación de Nuestra Señora por la Santísima Trinidad – Museo de Arte Religioso, Cuzco (Perú)

Dios como que se entregó enteramente a Nuestra Señora y le confió el cetro de su poder, para que gobierne la Creación, la Historia y —¡oh misterio insondable!— a Él mismo

Esto supone de parte de Nuestra Señora una entrañable unión con las tres Personas divinas, que la vuelve incapaz de realizar algo contrario a sus designios. En Dios y en María laten un mismo Corazón y una misma voluntad. Es como si el Todopoderoso leyera en el Corazón Inmaculado esta sentencia: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). El Creador se sometió de tal manera a la Virgen que, por así decirlo, sin Ella nada puede hacer.4

Tan osada afirmación debe ser entendida cum grano salis, pues sólo Dios es el Ser por excelencia5, el puro acto6, del cual proceden todas las cosas y por quien todo es sustentado en el orden del ser. Hecha esta reserva, parece que es aquí donde se encuentra el núcleo inefable de la Sagrada Esclavitud a Jesús por María. Aquello que el Señor, en razón de su justicia, podría rechazar a cualquier persona que a Él mismo se acercase directamente, siempre será concedido si la súplica parte del Corazón de su Madre Santísima.

«¡Salvadme, Reina!»

Imagen de María Auxiliadora ante la cual rezó el Dr. Plinio cuando aún era pequeño y recibió la gracia de la devoción mariana – Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, São Paulo (Brasil)

Tal es el esplendor de la realeza y del poder de Nuestra Señora. No hay, por consiguiente, invocación más bella ni más eficaz para recurrir a Ella. Bien lo comprendió el Dr. Plinio, cuando aún era un niño, al rezar la Salve en un momento de apuro.7 Creyendo, debido a su poca edad, que el saludo latino salve tuviera el sentido del verbo salvar, le dirigió a la Auxiliadora de los cristianos un clamor lleno de confianza: «¡Salvadme, Reina!». ¡Y fue atendido!

También a cada uno de nosotros le bastará gritar «¡Salvadme, Reina!» y enseguida Ella extenderá el cetro y moverá la voluntad del Padre. Ese llamamiento resuena a sus oídos como si se dijera: «¡Oh, Vos, que sois la Reina de las voluntades divinas y que gobernáis el Corazón de Dios, salvadme!».

Las fibras del maternal Corazón de María no resisten a quien así recurre a su intercesión. Invocar su realeza significa, pues, invocar su omnipotencia suplicante ante el Señor. No obstante, es necesario que la petición sea hecha con toda la confianza y con la certeza de que Ella nos salvará.

Personificación máxima de la misericordia divina

La expresión «Madre de misericordia», a su vez, evoca la misión impar de la madre en la convivencia familiar. Si al padre le corresponde representar la bondad fuerte unida a la justicia, a la madre le compete reducir esa justicia a proporciones diminutas, a límites ínfimos, a una casi desaparición. Ella debe hacer lucir la misericordia, el perdón y la indulgencia en un grado inimaginable. La armonía en el ambiente doméstico es fruto propiamente de la ternura materna.

Ahora bien, Nuestra Señora se distingue como la Madre de las madres. Designarla como «Madre de misericordia» parece, hasta cierto punto, una redundancia. Sin embargo, ese título se vuelve comprensible si llevamos en consideración que el sentido ordinario del vocablo madre se queda muy por debajo de su maternidad, la cual sólo tiene proporción con el propio Dios. Por decirlo así, en María se agotan los límites de la misericordia: Ella es la personificación máxima de ese atributo divino puesto en una criatura.

Pero su perdón maternal no significa condescendencia con el pecado y el vicio, como muchos erróneamente imaginan. Concebida en plenitud de gracia y sin cualquier mácula de culpa original, Nuestra Señora posee una noción clarísima de la ofensa que nuestras faltas representan contra Dios y contra el orden por Él establecido en el universo. Por lo tanto, Ella tiene un rechazo y un odio perfectos al pecado y a cualquier forma de mal: «Perfecto odio oderant illos» (Sal 138, 22).

El perdón maternal de María Santísima no significa, sin embargo, condescendencia con el pecado y el vicio, como muchos erróneamente imaginan

¿En qué consiste entonces su misericordia? Exactamente en obtener gracias mayores y superabundantes a fin de que el pecador arrepentido venza sus malas inclinaciones y busque con toda su fuerza de alma la santidad máxima a la que está llamado. Y en esto se muestra su perdón, pues Ella abstrae de la necesidad previa de merecimientos para obtener tales beneficios, aplicando copiosamente a cada uno los méritos infinitos de la Redención de su divino Hijo, de los cuales es la universal Medianera y dadivosa Dispensadora.

(Continuará en el próximo número)

Extraído, con pequeñas adaptaciones, de:
«Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens».
São Paulo: Arautos do Evangelho, 2020, v. III, pp. 129-138.

 

Notas

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 14/4/1974.
2 Cf. SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 48.
3 Cf. Ídem, n.os 27; 76.
4 Al respecto, afirma San Anselmo: «Dios creó todas las cosas, y María engendró a Dios. Dios, que hizo todas las cosas, se hizo a sí mismo mediante María; y, de este modo, volvió a hacer todo lo que había hecho. El que pudo hacer todas las cosas de la nada no quiso rehacer sin María lo que había sido manchado. […] Dios engendró a aquel por quien todo fue hecho; y María dio a luz a aquel por quien todo fue salvado. Dios engendró a aquel sin el cual nada existe; y María dio a luz a aquel sin el cual nada subsiste. ¡Verdaderamente el Señor está contigo, puesto que ha hecho que toda criatura te debiera tanto como a Él!» (SAN ANSELMO DE CANTERBURY. Oratio VII).
5 Explica el Doctor Angélico que, al ser Dios el «ipsum esse subsistens», los propios conceptos de existencia y esencia se identifican en Él, conforme el Señor se lo declaró a Moisés: «Yo soy el que soy» (Éx 3, 14). Todas las criaturas tienen el ser por participación en el Ser divino (cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 3, a. 4; q. 4, a. 2; Summa contra gentiles. L. I, c. 22; De potentia, q. 7, a. 2; Scriptum super Sententiis. L. I, d. 8, q. 4, a. 1-2; q. 5, a. 2).
6 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 3, a. 7; Summa contra gentiles. L. I, c. 16; 18; Scriptum super Sententiis. L. I, d. 8, q. 4, a. 1.
7 Para conocer más detalles sobre la insigne gracia recibida por el Dr. Plinio, véase: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa De Oliveira. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2016, v. I, pp. 336-348.
Artículo anteriorEl insuperable amor divino y humano de Jesús
Artículo siguienteLa misericordiosa mirada de María

2 COMENTARIOS

  1. Felicitaciones, por la revista. Todos los artículos, son de temas que llaman la atención, educan, para crecer en virtudes. En algunos artículos, sería muy bueno acompañar de un audío de música.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí