¿Cuál es tu valor?

Tras unos amargos suspiros, Leonardo decide caminar sin rumbo por la casa, a la espera de alguna inspiración. La ansiedad está en su punto más alto. El asunto es serio…

El sol ya se ha puesto. Nos encontramos en una gran ciudad moderna, en el cuarto piso de un edificio, en un ambiente común de un hogar familiar.

Horas delante del cuaderno, mil y una ideas confusas en la mente; sin embargo, ni una sola frase escrita… ¿De qué se trata? La profesora de Literatura le ha puesto al joven Leonardo como deberes para casa, que valen unos imperdibles diez puntos, la tarea de hacer una disertación con el título: «¿Cuál es tu valor?». Después de pasar largos quince minutos sin ninguna inspiración digna de ser presentada con el nombre de «redacción», cansado y sufriendo su propio fracaso, cierra el cuaderno y se pone a deambular por la habitación. Para completar la situación, hasta su perro parece compartir el estado desorientado del muchacho, pues empieza a dar vueltas en torno de sí mismo a toda velocidad…

Leonardo se echa en el sofá y comienza a toquetear el teléfono móvil convencido de que, ahora sí, en ese aparato «mágico» le será fácil encontrar una iluminación para su trabajo y quizá ¡haya algo ya hecho! Más veloz que las vueltas del animal, aparece el resultado de su primera búsqueda con la palabra valor: «Vehículo de gran valor». Saboreando anticipadamente el éxito, ¡elige esa opción! Pero… la voz aguda de su madre lo llama del «mundo de los automóviles»:

—¡Leonardo! ¡Tu hermano ha estrellado el coche al regresar de la facultad! A él no le ha pasado nada. Menos mal que el coche ya era un poco antiguo y no tenía mucho valor…

—Sin duda, mamá… — responde desconcertado.

En unos segundos se esfumó todo el «valor» que internet le había presentado…

A lo mejor la inspiración viene de otra fuente: entonces coge un folleto que le habían dado en la farmacia, cuando fue a comprar unas medicinas para su abuela. En letras grandes y muchos colores se lee: «¡Cuide bien de su salud, es el único valor de su vida!». ¡Eso es! Leonardo cree que ya ha encontrado la solución que le dará los diez puntos en Literatura. Toma el cuaderno y, con cierta vergüenza de sí mismo, escribe la frase del encarte farmacéutico como la primera de su esforzado texto.

No obstante, algo le interrumpe el hilo lógico de su pensamiento: suena el teléfono, Leonardo se levanta de un brinco y corre hacia el aparato en el auge de su buen humor —ni se diría siquiera que es el mismo adolescente deprimido de hace unos momentos. El perro se pone a ladrar y saltar; ¿será para compartir la victoria final de su dueño? Leonardo responde. ¡Sorpresa! Pero no todas las sorpresas son buenas… Se trataba del aviso de cancelación de la fiesta de cumpleaños de su prima, porque —la pobrecita— estaba enferma. De nuevo se va por la ventana «el único valor»… Leonardo, ahora furioso, le da severas órdenes al infeliz del perro para que deje de ladrar; sin entender ese cambio tan repentino, el animal se tumba melancólico. Como venganza personal e intransferible, último acto: ¡Leonardo arranca la hoja del cuaderno, la arruga y la tira por la ventana!

La ansiedad está en su punto más alto. ¡El asunto es serio!

El estudiante se sienta entonces en la mesa en la que su padre resuelve los problemas de su trabajo; ve un periódico impreso junto al ordenador; algo un poco raro hoy en día. La lectura en papel físico, no «virtual», atrae al joven redactor. Sintiéndose maduro en edad, Leonardo procura interesarse por esas letritas negras. «Tener dinero, el valor del hombre moderno», la primera idea, hallada. ¡He aquí la solución al enigma! Leonardo no lo duda: quita el salvapantallas para redactar su obra maestra.

Se lleva un susto… una ventana se abre, quizá algo relacionado con los asuntos de su padre: «La Bolsa de valores se desploma y convierte a ricos en mendigos». ¡No puede ser! En un esfuerzo a la desesperada abre otra nota en colores más llamativos: «Pandemia y colapso financiero». Extenuado por tanta frustración, Leonardo se ve incapaz incluso de desconectar el dispositivo… Aparta la silla giratoria y deja caer la cabeza sobre el teclado.

Tras unos amargos suspiros, la distancia psíquica vuelve a hacerse cargo: «No, seguramente las ideas vendrán si me muevo», piensa. Por lo tanto, decide caminar sin rumbo por la casa, acompañado siempre por su fiel mascota, que no le guarda resentimiento alguno por su anterior nerviosismo.

Tras numerosos fracasos, decidió buscar inspiración en uno de los libros de la biblioteca de su abuelo

Finalmente, se topa con una sala donde está la biblioteca legada por su abuelo. Estantes y estantes de libros, una pila intrusa de revistas de cocina que su madre dejó por allí y hasta una discreta capa de polvo… ¿En qué podría inspirarse?

Con determinación, coge uno de los tomos más antiguos. Se sienta y ¡cuál no es su asombro al leer el nombre de la obra!: «Las imágenes de mayor valor». ¡¿Valor?! «Eh… ¿no será esto un nuevo error?», reflexiona. Venciendo los traumas, abre el libro.

En la primera página, el joven ve la foto de una imagen muy antigua de María Santísima desgastada por los siglos, que incluso había sufrido la furia de las llamas. Leonardo lee una nota explicativa: «En el centro de una plaza medieval se encontraba la piadosa Virgen de los Afligidos, desafiando a la intemperie y sonriendo siempre a los transeúntes. Un día se desató un incendio en la ciudad y se propagó por los pinares de los alrededores; las llamas dejaron marcas en la tan querida imagen». El fuego fue apagado, pero otro fuego se había intensificado: el amor de la población a la Virgen de los Afligidos, que pasó a ser la patrona del lugar. El comentario final era el siguiente: «El material de la escultura no es de gran calidad. En nuestra región hay numerosas piezas sobremanera preciosas. No obstante, el desastre que atravesó nuestra intercesora le confirió un valor que supera cualquier oro».

Ahora sí, entusiasmado, Leonardo cierra el libro y siente cómo las ideas le vienen a la mente con toda claridad. Se levanta rápidamente, coge el castigado cuaderno de hace unas horas y en él graba con mano firme: «¿Cuál es tu valor? Tú vales por las luchas, los sufrimientos, los dramas enfrentados. El valor de una criatura humana no se halla en tener bienes materiales, salud, dinero… Su valor está en el cumplimiento de la voluntad del Señor, ser fiel a Él en cualquier circunstancia, aunque el ardor del infortunio le haga sufrir».

Líneas y líneas salen de las manos del feliz estudiante, que tanto ha aprendido en las desilusiones y en una rápida lectura. «Terminé una lección y aprendí otra para la vida», exclamó sosegado. La mascota «intuyó» la alegría de su dueño y saltó a su lado en el sofá. Leonardo, ahora un joven madurado por los hechos, acarició la cabeza del animalito y concluyó: «Hoy he entendido de dónde proviene mi verdadero valor: atravesar las tormentas en unión con Dios». 

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Del mismo autor

Artículos relaccionados