Claves angélica y marial del sacerdocio

La Santísima Trinidad encierra la más sublime de las liturgias, en la que el Padre engendra al Hijo y de ambos procede el Espíritu Santo. Por la Encarnación, el Hijo, como Sacerdote, glorifica al Padre al ofrecer las plegarias y oblaciones de todo su Cuerpo Místico, al cual pertenecen incluso los ángeles, como afirma Santo Tomás de Aquino (cf. Suma Teológica, III, q. 8, a. 4).

En esta tierra, la santa misa es la oración por excelencia, celebrada en la persona del propio Cristoin persona Christipor el ministro ordenado. El papel de éste consiste en ser mediador —pontífice— entre Dios y los hombres, ofreciéndoles las cosas sagradas, como sugiere la etimología de sacerdote: sacra dans.

En oposición a ciertas concepciones funcionalistas del sacerdocio, la Sagrada Escritura lo define como «estar en la presencia de Dios y ejercer su ministerio en nombre del Señor, por siempre» (Dt 18, 5). Este concepto se traduce en el Rito de Ordenación, en el que el aspirante responde al llamamiento: Adsum —¡Heme aquí! Desde el principio, se manifiesta una total disponibilidad para estar ante el Señor, «para verlo y ser visto por Él», como lo define el Santo Cura de Ars con respecto a la oración.

La Tradición apostólica sintetizó esa esencia del sacerdocio en una expresión de la Plegaria Eucarística II, que se remonta al siglo ii: Astare coram te et tibi ministrareEstar en tu presencia y servirte. La liturgia terrenal es una participación de la celestial, en la que miríadas de ángeles están constantemente de pie (cf. Dan 7, 10; 12, 1) en la presencia del Señor (cf. Tob 12, 15; Lc 1, 19), en contemplación y adoración (cf. Ap 4, 4-11).

En efecto, por la exclusividad de su servicio —diakoníalos presbíteros participan de la función de los «espíritus servidores» (Heb 1, 14). Según San Ambrosio (cf. Expositio Psalmi. In Psalmum CXVIII. Sermo 10, n.º 14: PL 15, 1334), el «estar de pie» por parte de los ángeles no significa otra cosa que servir, y así también los ministros consagrados han sido ordenados para ministrar, es decir, servir en una consagración total de sí mismos «como sacrificio vivo, santo» (Rom 12, 1).

Además de esa nota angélica, se puede evidenciar que el sacerdocio posee una raíz intrínsecamente marial. De hecho, San Gabriel le anunció a la Virgen: «El Señor está contigo» (Lc 1, 28), manifestando su constante unión con el Altísimo. El alma jubilosa de Nuestra Señora se unió a los ángeles que, en presencia del Altísimo, cantaron el Gloria (cf. Lc 2, 14) inaugural de todas las solemnidades. Finalmente, siempre de pie (cf. Jn 19, 25), Ella se unió al acto litúrgico por excelencia: el sacrificio redentor del Sacerdote eterno en el Calvario.

En su respuesta al arcángel, María Santísima reveló también su incondicional disposición a conformarse a la voluntad divina: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38). Asimismo, en las bodas de Caná, «la madre de Jesús estaba allí» (Jn 2, 1) para servir y ser abogada ante su Hijo en toda y cualquier necesidad. Por último, al pie de la cruz, Cristo la encomendó a un ministro ordenado, Juan, que la recibió de inmediato como madre, profetizándola en el Apocalipsis que sería el «gran signo» (12, 1).

En medio del hiperactivismo contemporáneo y del lamentable menoscabo litúrgico en ciertos ámbitos, resulta muy auspicioso destacar esas claves angélica y marial del sacerdocio, con el fin de retomar su esencia: vivir para Cristo, en su presencia, la de María y de los ángeles, y en su abnegado servicio.

 

Misa en la basílica de Nuestra Señora del Rosario, Caieiras (Brasil)

 

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