A medida que el Dr. Plinio profundizaba en los diversos aspectos de la historia y del carisma carmelitas, veía confirmarse el acierto de la inspiración sobrenatural que lo había llevado a formular la promesa de ingresar en la Orden.

 

El profeta Elías – Basílica de Nuestra Señora del Carmen, São Paulo

«Toda mi vida sentí una extraordinaria afinidad con la Orden del Carmen y quise pertenecer a ella, movido en gran medida por lo que tiene de profético, porque es la Orden profética por excelencia», afirmaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira.

A partir del encanto nacido en los primeros pasos de su militancia católica —durante una procesión de terciarios carmelitas— y de la promesa que le siguió de ingresar algún día en la Orden del Carmen hubo distintos factores que concurrieron a aumentar dicho anhelo: «Empecé a leer a los grandes santos carmelitas: Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús, algo de San Juan de la Cruz y de otros, y esto me impresionó muchísimo. Más aún cuando leí que el profeta Elías había sido el fundador de la Orden del Carmen y, con la visión de la nubecita, el primero en tener la revelación acerca de la Virgen que vendría. Todo eso me dio muchos deseos de ser carmelita».

Al igual que todos los episodios relevantes de su vida, ése fue preparado por varias circunstancias providenciales. Entre ellas la de comenzar a ejercer como abogado para la Provincia Carmelita Fluminense, iniciando así una relación que trascendería mucho el mero trato profesional, pues el Dr. Plinio pronto entabló una gran amistad con el padre provincial y otros frailes carmelitas. Eran todos holandeses; y cuando iban a visitarlo al despacho el tema predilecto de sus conversaciones era, evidentemente, su nación de origen.

Un día, sin embargo, el Dr. Plinio les preguntó la posibilidad de ser admitido en la Orden del Carmen.

Terciario de la venerable Orden del Carmen

En aquella época, los Carmelitas Calzados todavía no habían fundado la Tercera Orden en el convento situado en la calle Martiniano de Carvalho, de São Paulo. Pero tan pronto como esto sucedió, el Dr. Plinio pidió su admisión, junto con el grupo de sus discípulos, tomando el nombre de Hno. Isaías de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

El Dr. Plinio vestido con el hábito de la Tercera Orden del Carmen, en la década de 1950

Explicaba que había escogido esa advocación de la Virgen Santísima para que en medio de las luchas en que se encontraba, según palabras suyas: «Me protegiese perpetuamente y me ayudase a cumplir con mi deber».

Habiendo formado un número suficiente y con inquietudes propias, el 2 de febrero de 1954, con el consentimiento del padre general de los Carmelitas, fray Kiliano Lynch, los hijos espirituales del Dr. Plinio se agruparon en una fraternidad, denominada Virgo Flos Carmeli, de la que él sería elegido primer prior. Allí entrarían con el paso de los años los nuevos discípulos que iban siendo reclutados para militar en las filas del Grupo.1

A medida que el Dr. Plinio profundizaba en los diversos aspectos de la historia y del carisma carmelitas y constataba la íntima conexión de éstos con su misión, veía confirmarse el acierto de la inspiración sobrenatural que lo había llevado a formular la promesa de ingresar en la Orden, realizada dos décadas antes.

En virtud del connubio sobrenatural que estableciera con la Santa Iglesia en su más tierna infancia, el Dr. Plinio apreciaba en su justo valor el inmenso fruto espiritual que resultaba para su obra la vinculación jurídica efectiva de sus miembros con una familia de almas tan privilegiada por María Santísima:

«Nuestra pertenencia a la Tercera Orden del Carmen es un complemento y un elemento integrante natural, adecuado bajo todos los puntos de vista y con razones profundas, de nuestra pertenencia al Grupo. Ambas cosas forman un todo y una unión. En este sentido, debemos tener en la más alta consideración no sólo nuestros deberes de carmelitas, sino nuestras buenas ventajas como tales. El hecho de que esto establezca un vínculo jurídico entre Nuestra Señora y nosotros, que Ella misericordiosamente ha querido afianzar, nos da títulos para que seamos hijos y esclavos suyos por una razón muy especial y, por lo tanto, para pedirle todo lo que queramos, con particular confianza».

Celo encendido por el Señor, Dios de los ejércitos

En las primeras ceremonias en las que pudo figurar como miembro de la Tercera Orden, el Dr. Plinio ya veía relucir ante sí el fulgor de la personalidad de San Elías, lo que muestra la profunda sintonía de su alma con la esencia más pura y auténtica del ideal carmelita.

Antes de la Misa dominical, los terciarios formaban un cortejo que recorría las naves laterales de la basílica del Carmen para, finalmente, tomar asiento en los bancos delanteros y participar desde allí en el Santo Sacrificio. Conforme avanzaba la procesión, la mirada del Dr. Plinio cayó sobre una pintura mural que representaba el episodio en el que San Elías, después de haber pasado la noche en una cueva, es visitado por Dios, que le pregunta: «¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Re 19, 9). En aquel mural estaba escrita, en latín, la respuesta del profeta: «Zelo zelatus sum pro Domino, Deo exercituum»2 (1 Re 19, 10).

Cuando leyó esa frase, que es el lema de la Orden del Carmen, pero que aún no conocía, sintió una profunda conmoción, según contó: «¡Un celo encendido y extraordinario! Tuve una experiencia que me subió enteramente el entusiasmo y la alegría, y a la vez también la seguridad de que esas palabras del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento eran un elogio de cómo debería ser uno; y de que el hombre que se volviera celoso, pero con un celo fogoso, por aquel que es el Señor, Dios de los ejércitos, sería extraordinario y cumpliría las exigencias del amor de Dios. Eso es exactamente lo que me gustaría que se pudiera decir de mí. Zelo zelatus sum, aunque por Dios, sobre todo, en cuanto Dios de los ejércitos. Es decir, Dios en el combate, Dios en la militancia, Dios en la lucha».

Admirando a la estirpe eliática

El embeleso del Dr. Plinio con la vocación eliática no se detuvo ahí. En su época, el Tesbita era el único profeta que quedaba, pues los demás habían sido asesinados por Ajab y Jezabel o se habían vendido a la secta de Baal. Sin embargo, Dios no había abandonado al pueblo elegido, porque Elías encarnaba la fidelidad de todo Israel. Y, durante los siglos venideros, representará en la Santa Iglesia el celo por la integridad y la verdad. Todos los justos elogios que las Escrituras hacen sobre él están pesados, contados y medidos, si bien que, en este contexto, hay uno en particular que llama la atención: «¡Dichosos los que te vieron y gozaron de tu amistad!» (Eclo 48, 11).

San Elías es arrebatado en un carro de fuego ante Eliseo – Carmelo de San José, Mayerling (Austria)

De entre estos escogidos destaca Eliseo, quien, cuando el profeta fue arrebatado en un carro de fuego, recibió dos partes de su espíritu (cf. 2 Re 2, 9-11; Eclo 48, 12). ¿No significa esto que existe un espíritu de Elías que se transmite?

Es lo que más adelante se observa cuando el mismo género de gracias configuraría la mentalidad y la misión de San Juan Bautista (cf. Mt 11, 14; Lc 1, 17) y de tantos otros santos: «Elías aparece como el primer devoto de Nuestra Señora y como aquel que deberá intervenir en sus batallas decisivas en la lucha contra el Anticristo. Es su gran devoto. Él, portador de una gracia y de un espíritu especiales, está a la cabeza de una serie de lumbreras de la devoción mariana. Es el iniciador de una gracia mariana, que es un preanuncio de la gracia del advenimiento del Verbo. […] Después, pasando por otros, vemos que el crecimiento de la mariología y de la devoción a Nuestra Señora en la Iglesia alcanza su máximo exponente en San Luis María Grignion de Montfort».

Esto llevaba al Dr. Plinio a plantear la hipótesis de que San Elías inicia una corriente de profetas a lo largo de la Historia, íntimamente unida a la familia espiritual carmelita, a la que denominaba «filón eliático». Su origen y sustentación se encuentran en la mentalidad, en el espíritu, en la forma de ser, en la paciencia, en la humildad y en el celo por la causa de Dios del «padre y guía del Carmelo».

Por eso cuando el Dr. Plinio hablaba de él lo hacía desde el fondo del alma, admirándolo como fundador de esta escuela de vida espiritual: «En un terreno nebuloso en el que tenemos pocos, pero muy importantes datos históricos, todo sugiere una gran concatenación, un gran filón de almas que se tocaron unas a otras. […] Percibimos que esto forma una inmensa veta que, vista en su conjunto, termina presentándosenos como una unidad de hombres que se tocaron unos a otros, al menos con la punta del dedo».

Dentro de la trama de la Historia era necesario que Dios suscitase una continuidad entre los que mantendrían a lo largo de los tiempos la ortodoxia y la observancia de la Ley, no por esfuerzo propio, sino gracias a una fidelidad infundida por Él. En este sentido, la entrada del Dr. Plinio en la Tercera Orden del Carmen, ¿no habrá sido permitida por la Providencia como un modo de favorecer su relación mística y la de su obra con el profeta por excelencia y su plena identificación con el espíritu eliático? 

Extraído, con adaptaciones, de:
El don de la sabiduría en la mente, vida y
obra de Plinio Corrêa de Oliveira.
Città del Vaticano-Lima:
LEV; Heraldos del Evangelio,
2016, v. III, pp. 304-317.

 

Un gran país por la fe

Un gran país por la fe

La misión de Brasil consiste en iluminar amorosamente al mundo con
el «lumen Christi» que la Iglesia irradia. Bienaventurado este pueblo sobrio y desapegado, porque de él es Reino de los Cielos.

Plinio Corrêa de Oliveira

 

Tal vez no sería osado afirmar que Dios ha colocado a los pueblos de su elección en panoramas apropiados a la realización de los grandes destinos a los que son llamados. Y no hay quien al viajar por Brasil no experimente la confusa impresión de que Dios destinó para escenario de grandes hazañas a este país cuyas trágicas montañas y misteriosos peñascales parecen que invitan al hombre a los supremos arrojos del heroísmo cristiano, cuyas verdes llanuras aparentan inspirar el surgimiento de nuevas escuelas artísticas y literarias, de nuevas formas y tipos de bellezas, y en el margen de cuyo litoral los mares parecen cantar la gloria futura de uno de los más grandes pueblos de la tierra. […]

Y hoy, cuando Brasil emerge de su adolescencia a la madurez y se tambalea en las manos de la vieja Europa el cetro de la cultura cristiana, que el totalitarismo querría destruir, a los ojos de todos se hace patente que los países católicos de América son en realidad el enorme granero de la Iglesia y de la civilización, el terreno fecundo donde podrán reflorecer con un brillo aún mayor que nunca las plantas que la barbarie está arrasando en el Viejo Mundo. América entera es una constelación de pueblos hermanos. En esta constelación, inútil es decir que las dimensiones materiales de Brasil no son una figura de magnitud de su papel providencial. […]

La misión providencial de Brasil consiste en crecer dentro de sus propias fronteras, en desplegar aquí los esplendores de una civilización genuinamente católica apostólica romana y en iluminar amorosamente todo el mundo con el haz de esa gran luz, que será verdaderamente el lumen Christi que la Iglesia irradia. Nuestra índole afable y hospitalaria, la pluralidad de razas que aquí viven en fraternal armonía, el concurso providencial de los inmigrantes que tan íntimamente se insirieron en la vida nacional y, ante todo, las normas del Santo Evangelio jamás harán de nuestros anhelos de grandeza un pretexto para jacobinismos tacaños, para racismos estultos, para imperialismos criminales. […]

Brasil no será grande por la conquista, sino por la fe; no será rico tanto por el dinero como por la generosidad. […]

Bienaventurado este pueblo sobrio y desapegado, pese al esplendor de su riqueza, porque de él es el Reino de los Cielos.

Bienaventurado este pueblo generoso y acogedor, que ama la paz más que las riquezas, porque el posee la tierra.

Bienaventurado este pueblo de corazón sensible al amor y a los dolores del Hombre Dios, a los dolores y al amor de su prójimo, porque incluso en esto hallará consolación.

Bienaventurado este pueblo varonil y fuerte, intrépido y valiente, hambriento y sediento de las virtudes heroicas y totales, porque será saciado en su apetito de santidad y grandeza sobrenatural.

Bienaventurado este pueblo misericordioso, porque alcanzará misericordia.

Bienaventurado este pueblo casto y limpio de corazón, bienaventurada la inviolable pureza de sus familias cristianas, porque verá a Dios.

Bienaventurado este pueblo pacífico, de idealismo limpio de jacobinismos y racismos, porque será llamado hijo de Dios.

Bienaventurado este pueblo que lleva su amor a la Iglesia al punto de luchar y sufrir por ella, porque de él es el Reino de los Cielos. 

Extraído de: Saludo a las autoridades civiles y militares.
In: Legionário. São Paulo. Año XVI. N.º 525 (7 set., 1942); p. 2.

 

 

Notas

1 Cuando a principios de la década de 1930 el Dr. Plinio constituyó un incipiente conjunto de discípulos se forjó en los medios católicos la expresión Grupo de Plinio. De tal forma arraigó en los ambientes internos que, décadas más tarde, la palabra Grupo seguía siendo usada para designar al conjunto de su obra.
2 Del latín: «Ardo en celo por el Señor, Dios de los ejércitos».

 

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1 COMENTARIO

  1. A la luz del artículo de julio titulado «Zelo zelatus sum», de Mons. João S. Clá Dias sobre el Dr. Plínio Corrêa de Oliveira y su relación con la Orden del Carmen, queda clara ser ésta una vinculación toda axiológica. Orden profética por excelencia, fundada por San Elías el ígneo, dio comienzo a una corriente de profetas y destacados devotos de Nuestra Señora —el «filón eliático», en palabras del Dr. Plínio—, de la cual nuestros Fundadores son eximios continuadores. Una vez más, Dios no ha abandonado a su pueblo elegido, y en sus profetas mantiene intacta y creciente la militante fidelidad de Israel, atrayendo ésta el cumplimiento de la Promesa de Nuestra Señora en Fátima.

    Antonio María Blanco Colao
    Asturias – España

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