Todos estamos llamados al heroísmo

Con oración perseverante y apoyándonos en el socorro venido del Cielo, tendremos coraje y resistencia para todo, incluso para lo que pensamos que es imposible de realizar.

Mi interlocutor se refirió al heroísmo de los cruzados, de los religiosos, de los mártires y a una serie de otras formas de heroísmo. ¿Qué tienen en común todas ellas? Por ejemplo, ¿entre el heroísmo de los mártires y el de los cruzados? Casi podríamos decir que son opuestos, pues el del cruzado consiste en luchar y ejercer la fuerza; el de los mártires, encogerse y esperar la muerte. Unos avanzan al encuentro de ésta, otros no; ¡pero ninguno retrocede!

¿Y qué tiene en común esta clase de heroísmos con el del religioso?

Muchos de nosotros habremos visto fotografías que representan escenas de la vida cotidiana de un convento o de una abadía. Ora es un superior dándole órdenes a un subordinado, que las recibe de modo reverente, dispuesto a cumplirlas; ora son dos monjes, uno arrodillado y otro de pie, dándole directrices, consolando a aquella alma o haciéndole una reprensión. En cualquier caso, el súbdito besa el hábito de su superior, en señal de aceptación de esa orden, esa directriz, esa reprensión: es el completo sacrificio del alma para Dios. Su vida entera está marcada por la obediencia. Cuando se le ordena a alguien que haga algo, en general es porque la incumbencia no será del agrado de quien debe desempeñarla. De lo contrario, no habría necesidad de mandar nada, pues nadie pone dificultades para realizar cosas que le son agradables. Luego, vivir en obediencia, como los religiosos, es vivir haciendo lo que a uno no le gusta.

¿Cuál es el elemento común a estas distintas formas de heroísmo, de manera tal que, si lo analizamos, percibiremos en qué consiste el propio heroísmo?

El hábito de cumplir arduos deberes

Todo el mundo encuentra en la vida cosas difíciles de llevar a cabo, que deben ser repetidas con frecuencia y con gran esfuerzo. Como son arduas, causan renuencia e incluso auténtico horror. No obstante, se hacen. Y, a menudo, no solamente por el mero cumplimiento del deber, sino porque uno resolvió adoptar a fondo la costumbre de realizarlas siempre, de modo que se acaba teniendo alegría y satisfacción por el gusto de vencerse y doblarse a sí mismo, ¡haciéndolo! He aquí uno de los elementos del heroísmo.

Consideren, por ejemplo, a los jóvenes estudiantes. No todos ven con agrado la necesidad de estudiar. Sin embargo, sabiendo que es imperioso hacerlo, un chico puede adquirir el hábito de estudiar, y de tal manera que, para él, eso se vuelve una segunda naturaleza. En el fondo, seguirá sin gustarle; aunque, como es su deber, lo hará, produciéndose una especie de frescor de alma, una brisa de conciencia tranquila, de gloria del deber cumplido, una sensación de honestidad, que le causan un profundo bienestar. Mucho más: de alguna manera, siente una luz que viene de Dios y lo cubre, y que le da la recompensa, ya en esta tierra, por sus buenas acciones.

Cuanto más difícil sea una obligación, más el heroísmo consistirá en adquirir el hábito de hacerla, transformándose en una segunda naturaleza. Entonces habrá habido una renuncia completa, una dedicación por entero. Habrá habido un heroísmo arraigado.

El verdadero heroísmo

Pero el heroísmo, o se realiza de un tirón o no existe. Si uno avanza poco a poco hacia lo que es difícil, no llegará a su objetivo. Rumbo a la cruz de Cristo, o se corre o se vuela. Cuando se camina despacio en dirección a ella, se está a punto de abandonar y de traicionar al divino Maestro.

O el heroísmo se realiza de un tirón o no existe
El Dr. Plinio en una conferencia en 1991

En las cosas más pequeñas hay que actuar de este modo. Por ejemplo, uno de nosotros puede tener un genio muy irritable, que hace de su presencia un elemento de desorden en el ambiente en que vive. Para solucionar este problema, no basta únicamente decidir no ser más irascible, es necesario tomar la resolución de tener un genio angélico; porque sólo vencemos nuestro defecto capital practicando una virtud eminente.

San Francisco de Sales, arzobispo-príncipe de Ginebra, era famoso por su dulzura. Cuando murió, decidieron hacerle la autopsia. Al abrir su cuerpo, le encontraron el hígado endurecido como si fuera de piedra. ¿La razón de esta anomalía? El Doctor Suavísimo poseía un genio difícil, y vivía dominándose…

Así nos vencemos a nosotros mismos. ¿Tendencia a ser iracundo? Procuremos adquirir un temperamento angélico. ¿Miedo a enfrentar las dificultades? Seamos héroes al servicio de Nuestra Señora. ¿Perezosos a la hora de estudiar? Vamos a ser los primeros en hacerlo, en hablar sobre libros, en interesarse por las materias. Y si alguien fuere vanidoso, que nunca piense en sus cualidades, que no se compare con los demás, ni le dé atención a los aplausos que reciba. Huya de esto como de la peste.

Tratemos, pues, de dominar nuestros defectos más difíciles de vencer. En el caso de que tengamos poca voluntad de reconocerlos, examinemos nuestros actos con atención, sin atenuantes, porque sólo corregiremos nuestras lagunas si somos implacables, si las consideramos una por una, analizándolas con lupa, y luego rezamos: mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa.

Esto es el heroísmo.

El heroísmo de un joven católico en nuestros días

Apliquemos ahora estos principios y ejemplos al caso de un joven católico practicante. Va al colegio, frecuenta su círculo de amigos, es invitado a fiestas. ¿Puede ser héroe en todos esos ambientes? Sí, en cualquier lugar le es posible practicar el heroísmo. ¿De qué forma?

Ante todo, mostrando por entero lo que piensa. De manera que, participando en una conversación en la cual se planteen opiniones contrarias a la doctrina católica, tenga el coraje de decir: «Yo no pienso así, porque la Iglesia Católica lo enseña de otro modo, y como soy católico y sigo el Magisterio de la Iglesia, pienso como ella. Mira: esto es así, así y así».

Muchos se extrañarán y contestarán tal actitud; sin embargo, cada uno de nosotros debe tener esta convicción: «Entregué mi vida para estar atado a la misma columna donde fue flagelado Nuestro Señor Jesucristo. ¿Van a pensar de mí que soy un tonto y dirán que soy un cretino? Tendré en vista a Nuestro Señor coronado de espinas. Echaron sobre Él un manto de irrisión y, a guisa de complemento del “traje real”, le dieron como cetro una caña. Así, flagelado y escarnecido, esperó el momento de ser llevado hasta la cruz. Pero hizo lo que tenía que hacer. Y yo no puedo sino imitarlo».

El divino Modelo de heroísmo

En la vida de Nuestro Señor Jesucristo encontramos el heroísmo en todo momento, y practicado hasta el final.

Se hallaba en oposición a los escribas y fariseos, y sabía perfectamente que éstos lo odiaban. No obstante, siguió su camino enseñando, predicando y haciendo milagro tras milagro. E incluso siendo un constante blanco de la ira de sus adversarios, Nuestro Señor aún los desafiaba, como en la ocasión en que se refirió a la Eucaristía, diciendo: «Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis parte conmigo en la vida eterna» (cf. Jn 6, 53).

La gente que se encontraba junto a Él no lo entendió. Imaginen lo que significa oír estas palabras de los labios de un hombre… ¿Quién podría entenderlo? Sin embargo, Nuestro Señor había obrado tales milagros y demostrado tales virtudes, que era imposible no percibir en Él al Hombre Dios. Y, como tal, habría un modo misterioso para realizar todo lo que Él decía. Por lo tanto, deberían aceptar aquello como verdad. Desafió, pues, a aquella gente. Varios se retiraron. El pequeño grupo de sus discípulos disminuyó todavía más. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús? Se dirigió a los que quedaban y les preguntó: «Y vosotros, ¿también os marcháis?» (cf. Jn 6, 67).

Es decir, los desafió también. Y San Pedro le dijo entonces estas hermosas palabras: «¿A quién iremos, Señor, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?» (cf. Jn 6, 68). O sea, a este grupito, a su vez, le lanzó el desafío: luego se convirtieron en los Apóstoles.

Rezar siempre y nunca desfallecer

¿Sentimos falta de coraje para algo así? Debemos pedirle a Nuestro Señor Jesucristo, por medio de Nuestra Señora, que nos dé fuerzas. Nadie, sin ayuda de la gracia, tiene capacidad para realizar semejantes actos de heroísmo; sin embargo, suplicándoselo a la Santísima Virgen, Ella nos obtendrá de su divino Hijo el auxilio sobrenatural que necesitamos. Con la oración perseverante y el socorro venido de lo alto, tendremos coraje y resistencia para todo, incluso para las acciones que pensamos que son las más imposibles de practicar.

En el Huerto de los Olivos, el Señor nos enseñó a pedir las fuerzas necesarias para enfrentar las dificultades
La agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos – Iglesia de San Miguel Arcángel, Findlay (Estados Unidos)

Una vez más, el ejemplo de este recurso al Cielo nos fue dado por el propio Salvador. Cuando, en el Huerto de los Olivos, Jesús consideró la Pasión que se acercaba, y previó todos los pecados e injurias que se cometerían contra Él hasta el fin del mundo, así como todos los sufrimientos por los cuales tendría que pasar para redimir al género humano, empezó a sentir tedio, pavor y tristeza. El peso de todas estas previsiones fue tan abrumador que llegó a sudar sangre, por sentir la desproporción entre las fuerzas que tenía y la inmensidad de lo que debía sufrir. E hizo aquella oración sublime: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz —esto es, la copa de dolor para beber—. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mt 26, 39).

Después de esta oración, bajó un ángel y le dio un cáliz con una bebida misteriosa. Jesús la tomó, y el líquido le proporcionó nuevo vigor y recompuso en Él una postura de alma por la cual, cuando llegaron los verdugos, Nuestro Señor caminó hacia ellos y se ofreció para ser prendido. Luego vino el resto, hasta lo alto de la cruz.

Siguiendo al divino Modelo, en las horas de dificultad debemos comenzar por rezar. Si no rezamos, no obtendremos nada. Roguemos e imploremos constantemente. Y aunque ocurra la desgracia de que alguien caiga en pecado, que siga rezando, porque Nuestra Señora es Refugio, Madre y Protectora de los pecadores. Éstos, por peor que sean sus faltas, encuentran en Ella la solución a sus problemas. Nunca duden de que María los auxiliará, pues lo hará siempre y en cualquier caso.

En las Escrituras encontramos esta expresión: Oportet semper orare et non deficere – «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1). Así es como debemos proceder. Por lo tanto, no dejemos de rezar en nuestros apuros, dificultades y vergüenzas. La gracia vendrá y tendremos coraje para vencerlos, para ver de frente nuestros defectos, combatirlos y practicar, de modo magnífico, las virtudes opuestas. Pidamos el socorro del Cielo y empecemos con un solo impulso. Entonces seremos héroes.

Especial confianza en Nuestra Señora

Antes de concluir, me permito insistir en un punto. Por mi experiencia personal puedo decir que si no hubiera rezado mucho, y especialmente a la Virgen, con particular confianza en Ella, no estaría aquí en estos momentos. Por las fuerzas que María Santísima me dio fue por lo que pude vivir mi vida conforme a su voluntad.

Si al llegar a una edad avanzada como es la mía, y ustedes quisieran decir de sí mismos lo que estoy diciendo, creo que deberían estar preparados para añadir: «No he sido yo el que ha vencido, sino Dios el que venció en mí. Venció en mí, no por mis méritos, sino porque yo recé por medio de Nuestra Señora. Y por medio de Ella se consigue todo»

Extraído, con adaptaciones, de:
Dr. Plinio.
São Paulo. Año III.
N.º 22 (ene, 2000); pp. 10-15.

 

Resistencia en la São Paulo colonial

Cumplo hoy la ya remota promesa de narrar el más dramático de los episodios que enriquecen la historia del convento de la Luz. […]

Habían cesado en junio de 1775 las funciones de capitán general del famoso Mayorazgo de Mateus, Luis Antonio de Sousa Botelho e Mourão. Había gobernado con sabiduría, firmeza y bondad la Capitanía paulista. Le sucedió inmediatamente en dichas funciones Martim Lopes Lobo de Saldanha, bajo cuya férula São Paulo vino a estar ocho años de despotismos y arbitrariedades.

Apresurado ejecutor de las tiránicas leyes de persecución religiosa de Pombal, Martim Lopes no tardó en oficiarle al virrey, el marqués de Lavradio, que había ordenado el cierre del convento de la Luz, en el cual vivían por entonces diez religiosas.

Las monjas decidieron enfrentar lo que humanamente era imposible, y fueron socorridas por la Providencia
Convento de la Luz, São Paulo (Brasil)

Dicha orden, el capitán general la hizo efectiva por medio del obispo de São Paulo. Sumiso, el prelado mandó llamar, el 29 de junio, fiesta de San Pedro, a fray Galvão, fundador y capellán del pequeño cenobio, y le intimó a que iniciara inmediatamente la disolución del convento. Tan pronto como recibió la orden dada por su pastor —al cual, no obstante, le incumbía el deber de proteger a las religiosas, en lugar de dispersarlas—, fray Galvão se dirigió al monasterio cuya capilla estaba llena de gente a la espera de la misa. Celebrada ésta, fray Galvão les comunicó a las religiosas, transidas de dolor, la deliberación arbitraria que las fulminaba. Que avisaran a sus familias para que fueran a buscarlas. En un mes, el convento tenía que cerrar sus puertas.

Tres religiosas salieron. La otras, sin embargo, decidieron resistir, dentro de los límites del Derecho Canónico, a las intenciones del gobernador, refrendadas por el obispo. Al pie de la letra, la orden recibida les obligaba a cerrar el convento; pero no a dispersarse. Lo cerraron. Con todo, resolvieron continuar viviendo en él clandestinamente.

La resistencia parecía absurda, pues, sabiendo de ella el gobernador o el obispo, tenían el poder —aunque no el derecho— de infligir contra las religiosas violentas sanciones canónicas y civiles. Ahora bien, ¿cómo permanecer en la clausura sin recibir de fuera víveres y agua potable, que les escaseaban? ¿Y cómo ponerse en contacto con personas ajenas al convento sin exponerse a la traición?

Sin embargo, hay deliberaciones absurdas para las criaturas sin fe, y enteramente apropiadas para aquellas cuya fe mueve montañas. Las monjas decidieron enfrentar lo que humanamente era imposible. Cerraron puertas y ventanas. Y cortaron todos los contactos con el exterior.

Consumidas las pocas provisiones de que disponía el convento, las religiosas empezaron a vivir de unas tales o cuales hierbas que les quedaban en el huerto. Mientras tanto, una mata de fresas, que se encontraba en el propio huerto, produjo de modo enteramente imprevisible tal cantidad de fruta que las religiosas no conseguían comérselo todo. Al faltarles el agua, se reunieron en el coro un día sereno y claro, y pidieron que lloviera. El cielo enseguida empezó a cubrirse de nubes. Tronó. Y una lluvia copiosa cayó, llenando cántaros y vasijas que las hermanas habían puesto para recogerla. Repletos los recipientes, la lluvia paró.

El Cielo les concedió a las «resistentes» auxilios aún mayores. La alegría inundaba las almas de las religiosas, que en esta vida de catacumbas recibían gracias especiales.

Así transcurrió, en esta especie de santo maquis, todo el mes. Y unos días más tarde, de repente, fuertes golpes en la puerta hicieron estremecer a la comunidad. ¿Lo habrían descubierto todo? ¿Serían llevadas a la cárcel? Prestaron atención y lograron oír la voz de fray Galvão, que las llamaba por sus nombres. Abrieron. Y él les comunicó, radiante, la noticia: el virrey, el marqués de Lavradio, había cancelado la orden del cierre y determinaba la reapertura del convento. Lo comunicaba una carta recién llegada de Río [de Janeiro], a la cual el obispo se apresuró a asentir. Había llegado para las victoriosas monjas la hora de la recompensa, del Te Deum y del magníficat…

Estos hechos, que recojo del autorizado libro Frei Galvão, Bandeirante de Cristo, no revelan solamente el vigor de alma de las religiosas, sino también el de fray Galvão. Me parece obvio que fray Galvão conocía y apoyaba la santa resistencia de las religiosas. Porque si no, ¿cómo podía saber que se encontraban en el convento cerrado?

Así, el gran franciscano paulista, a sus títulos de sacerdote, religioso, místico insigne, esclavo de María y fundador, añadió también el de resistente, dentro del espíritu y de la letra de la ley canónica. 

Extraído de:
Folha de São Paulo.São Paulo.
Año LIV. N.º 16.721 (22 dic, 1974); p. 41.

 

1 COMENTARIO

  1. ¡Qué grande es la vocación de un católico ! y qué pequeñas son nuestras fuerzas,nuestras miras, más sin embargo, teniendo modelos como Dr Plinio,uno se siente llamado a corresponder sin miedo, con total generosidad pase lo que pase. Quién pide recibe, dice Nuestro Divino Maestro y para ser héroes no nos faltará la Gracia prometida, más ¿qué cambio debe operarse en nosotros que venimos y vivimos en un mundo donde los héroes propuestos son la antítesis de los héroes cristianos? Ahí es donde el Dr Plinio apunta certero: mirada interior exhaustiva, sin contemplaciones,sin escusas,cambio de vida y determinación¡ Qué reto, qué difícil, pero qué belleza la de un héroe que todo lo espera de la Gracia dada por medio de María Santísima reina de los héroes!!!!!!

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