«En los otros superiores encontraréis padres —decía en cierta ocasión el Beato a sus religiosos—, en sus sucesores tendréis jefes; únicamente en el fundador tendréis una madre… Sí, yo tengo para con vosotros un afecto de madre».

Y para que se entendiera mejor su pensamiento añadió: «Oíd bien esto, me confunde decirlo. Los superiores fundadores reciben la verdad por impresión, en virtud de una gracia especial de estado, no sólo en lo referente a las cosas puramente materiales, sino también en aquello que está relacionado con los propios hombres. Y esto independientemente de las luces naturales que puedan tener. Así, mis queridos hijos, es lo que veo en vosotros de manera clara, como la luz del día; considero lo que os falta y lo que poseéis, pero solamente, lo confieso, con respecto a la vocación, ya que vuestros defectos personales no quiero verlos demasiado o al menos no los procuro, con el fin de amaros como la oveja a su hijito, aunque fuera feo, con tal que sea un corderito».

Pero ¿cómo retratar, incluso aproximadamente, al que ha sido una autoridad que, fundamentada en el instinto divino dado por las luces sobrenaturales, también tuvo los secretos del amor materno y, a semejanza de este, supo sacar de sus aparentes fragilidades el más poderoso modo de actuar? Bondadoso con todos, el P. Eymard parecía serlo excesivamente con los suyos, mas no tanto —como se podría creer— por disposición natural, sino por principio de gobierno y por motivos de virtud.

O Bem-aventurado Pedro Julião Eymard. Rio de Janeiro:
Livraria Eucarística, 1953, p. 504.

 

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