El divino Maestro empleó un método excelso de enseñanza. Atraía multitudes por medio de gestos y palabras, desenmascaraba los errores de los fariseos con sabiduría y evangelizaba a través de parábolas, cargadas siempre con ejemplos sacados de lo cotidiano.

Un simbolismo recurrente en los Evangelios es el de la piedra o de la roca evocadoras de la solidez con que se debe, verbigracia, cimentar una casa, so pena de arruinar toda la construcción (cf. Mt 7, 24-27). Cristo también utiliza esa metáfora para ilustrar la misión del primer pontífice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del Infierno no la derrotará» (Mt 16, 18). Conforme el Papa San Gregorio Magno esclarece, en una carta al obispo Eulogio, ese pasaje indica que la Iglesia fue establecida sobre el cimiento del Príncipe de los Apóstoles, cuyo nombre «Pedro» hace referencia a la «piedra», en analogía a la firmeza por la que debería primar su alma.

Además, cabe destacar que, al instaurar el ministerio petrino, Jesús usa la expresión «mi» Iglesia precisamente para subrayar que ella está consolidada sobre la «piedra angular» (Hch 4, 11; Ef 2, 20), es decir, el propio Cristo. Por lo tanto, ni Pedro ni sus sucesores podrían arrogarse el derecho de hacer con la Iglesia lo que quisieran, como si fuera «suya». Razón por la cual serían instados a que su conducta fuera calcada de la vida y de las enseñanzas del Redentor; de lo contrario recibirían del Señor esta increpación: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mt 16, 23).

Está clara, por otra parte, que toda la fuerza de la Iglesia emana de su nexo con el Altísimo, en contraposición a lo profano e infiel. Así pues, las primeras palabras que Pedro y los Apóstoles le dirigieron al judaísmo fueron un grito de ruptura con la mentalidad secularista y caduca del sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). Pedro, en su segunda carta, también pronosticó que aparecerían falsos maestros, con herejías perniciosas, doctrinas disolutas y discursos fingidos, para minar la ortodoxia (cf. 2 Pe 2, 1-3).

En oposición a esto, se configura la misión petrina: ser la roca de la verdad en medio de tantas piedras de tropiezo que tratan de sacudir la Iglesia. De hecho, el martillo de los regímenes autocráticos, las oleadas de la vana filosofía y la toxicidad de las falsas doctrinas han pretendido arruinar y desfigurar esa roca inquebrantable a lo largo de los siglos. No obstante, es conocido que el método más eficaz empleado por los hijos de las tinieblas contra el edificio de la Iglesia es el ataque a sus fundamentos, sobre todo cuando alcanza los primeros principios de la inteligencia y de la moral, impidiéndole al hombre discernir rectamente la verdad y el error, el bien y el mal.

Por ese motivo los príncipes de la Iglesia, como cimas de esa sagrada roca, han de ser especiales depositarios de la «sana doctrina» (1 Tim 1, 10), «modelos del rebaño» (1 Pe 5, 3), edificando ante todo su propia casa; en caso contrario, como piedras de tropiezo, traerán gran ruina (cf. Mt 7, 27) para sí mismos y para innumerables almas. 

 

San Pío X fotografiado por Giuseppe Felici

 

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