Llegará el día, y no está lejos, en que María abrazará a sus hijos fieles, como tuvo la bondad de abrazarme a mí. He aquí una promesa que, apoyado en lo que la gracia sopla en mí, les hago a quienes leen estas líneas: «Si sois verdaderos hijos de Nuestra Señora, es decir, si os dejáis amar por Ella, seréis abrazados como una vez lo fui yo». Y este abrazo nos preparará para el abrazo eterno que Ella nos dará en el Cielo cuando, no por nuestros méritos sino por su misericordia, lleguemos allí.