El Paráclito se había unido a María de manera tan íntima y profunda que ambos formaban, por así decirlo, un solo espíritu: el Consolador todo lo realizaba por medio de su Esposa y en su interior engendraba todas las gracias. Pero era necesario que Nuestra Señora fuera como que introducida en el seno de la Santísima Trinidad a fin de que, de ahí en adelante, actuara con la fuerza y la intensidad de las tres Personas divinas, para beneficio de la Iglesia. Esto solamente sería posible a través del Espíritu Santo, pues el vínculo existente entre los dos le comunicaba todos los derechos de su Esposo místico, permitiéndole actuar en su nombre y con su mismo poder.
El desposorio espiritual realizado en la Anunciación ya le había otorgado a la Virgen ese don, pero, en atención a la misión de Jesús, se mantuvo oculto en su Corazón. La fuerza divina que palpitaba en Pentecostés floreció y se expandió al Colegio Apostólico, y todos comenzaron a participar de los dones, virtudes y carismas del alma de Nuestra Señora: en suma, se convirtieron en un desdoblamiento de Ella para con el mundo. Y, como ellos renacieron en el Corazón de María por la acción del Espíritu Santo, su misión permaneció vinculada a Ella para siempre.
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
Foto: Pentecostés, por Etienne Colaud y el Maestro de François de Rohan
Colección particular