Mediador entre Dios y los hombres

La Iglesia necesita sacerdotes santos. El sacerdote debe reproducir en su alma todo cuanto ocurre sobre el altar. Como Jesucristo se inmola a sí mismo, también su ministro debe inmolarse con Él.

Constituido en bien de los hombres cerca de las cosas de Dios

El género humano ha experimentado siempre la necesidad de tener sacerdotes, es decir, hombres que por la misión oficial que se les daba, fuesen medianeros entre Dios y los hombres, y consagrados de lleno a esta mediación, hiciesen de ella la ocupación de toda su vida. […]

El sacerdote, según la magnífica definición que de él da el mismo Pablo, es, sí, un hombre tomado de entre los hombres, pero constituido en bien de los hombres cerca de las cosas de Dios (cf. Heb 5, 1), su misión no tiene por objeto las cosas humanas y transitorias, por altas e importantes que parezcan, sino las cosas divinas y eternas; cosas que por ignorancia pueden ser objeto de desprecio y de burla, y hasta pueden a veces ser combatidas con malicia y furor diabólico, como una triste experiencia lo ha demostrado muchas veces y lo sigue demostrando, pero que ocupan siempre el primer lugar en las aspiraciones individuales y sociales de la humanidad, de esta humanidad que irresistiblemente siente en sí cómo ha sido creada para Dios y que no puede descansar sino en Él.

Fragmentos de PÍO XI.
Ad catholici sacerdotii, 20/12/1935.

Representante de Cristo resucitado

El sacerdote representa a Cristo. ¿Qué quiere decir «representar» a alguien? En el lenguaje común generalmente quiere decir recibir una delegación de una persona para estar presente en su lugar, para hablar y actuar en su lugar, porque aquel que es representado está ausente de la acción concreta. Nos preguntamos: ¿El sacerdote representa al Señor de la misma forma? La respuesta es no, porque en la Iglesia Cristo no está nunca ausente; la Iglesia es su cuerpo vivo y la cabeza de la Iglesia es Él, presente y operante en ella. […]

Por lo tanto, el sacerdote que actúa in persona Christi Capitis y en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz.

Fragmentos de BENEDICTO XVI.
Audiencia general, 14/4/2010.

Interpuesto entre Dios y los hombres

¿Quién puede decir los castigos que la oración sacerdotal aparta de la humanidad prevaricadora y los grandes beneficios que le procura y obtiene? […]

El cristiano, por su parte, si bien con harta frecuencia se olvida de Dios en la prosperidad, […] en todos los peligros públicos y privados, acude con gran confianza a la oración del sacerdote. A ella piden remedios los desgraciados de toda especie; a ella se recurre para implorar el socorro divino en todas las vicisitudes de este mundanal destierro. Verdaderamente, el sacerdote está interpuesto entre Dios y el humano linaje: los beneficios que de allá nos vienen, él los trae, mientras lleva nuestras oraciones allá, apaciguando al Señor irritado.

Fragmentos de PÍO XI.
Ad catholici sacerdotii, 20/12/1935.

Debe conocer y enseñar la verdadera doctrina…

El sacerdote debe tener pleno conocimiento de la doctrina de la fe y de la moral católica; debe saber enseñarla a los fieles, y darles la razón de los dogmas, de las leyes y del culto de la Iglesia, cuyo ministro es; debe disipar las tinieblas de la ignorancia, que, a pesar de los progresos de la ciencia profana, envuelven a tantas inteligencias de nuestros días en materia de religión. […]

Al alma moderna, que con ansia busca la verdad, ha de saber demostrársela con una serena franqueza; a los vacilantes, agitados por la duda, ha de infundir aliento y confianza, guiándolos con imperturbable firmeza al puerto seguro de la fe, que sea abrazada con un pleno conocimiento y con una firme adhesión; a los embates del error, protervo y obstinado, ha de saber hacer resistencia valiente y vigorosa, a la par que serena y bien fundada.

Fragmentos de PÍO XI.
Ad catholici sacerdotii, 20/12/1935.

… y no ideas propias

El sacerdote no enseña ideas propias, una filosofía que él mismo se ha inventado, encontrado, o que le gusta; el sacerdote no habla por sí mismo, no habla para sí mismo, para crearse admiradores o un partido propio; no dice cosas propias, invenciones propias, sino que, en la confusión de todas las filosofías, el sacerdote enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de vivir y de ir adelante.

Fragmento de BENEDICTO XVI.
Audiencia general, 14/4/2010.

Nada hace sufrir más a la Iglesia que los pecados de sus pastores

A este respecto, ¿cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en «ladrones de las ovejas» (cf. Jn 10, 1), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con lazos de pecado y de muerte? […]

La Iglesia necesita sacerdotes santos; ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos.

Fragmento de BENEDICTO XVI.
Homilía, 19/6/2009.

Peligro de descuidar la santificación propia

Sería gravísimo y peligrosísimo yerro si el sacerdote, dejándose llevar de falso celo, descuidase la santificación propia por engolfarse todo en las ocupaciones exteriores, por buenas que sean, del ministerio sacerdotal. Procediendo así, no sólo pondría en peligro su propia salvación eterna, […] pero se expondría también a perder, si no la gracia divina, al menos, sí, aquella unción del Espíritu Santo que da tan admirable fuerza y eficacia al apostolado exterior.

Fragmentos de PÍO XI.
Ad catholici sacerdotii, 20/12/1935.

«Vigilad y orad»

El sacerdote no deberá confiar en sus propias fuerzas, ni complacerse con desorden en sus propias dotes, ni andar buscando el juicio y alabanza de los hombres, ni aspirar ambicioso a las más altas dignidades, sino imitar a Cristo, que no vino «para ser servido sino para servir» (Mt 20, 28); niéguese, pues, a sí mismo, según el mandato del Evangelio (cf. Mt 16, 24), y no se apegue en su ánimo a las cosas terrenales con demasía, para así poder seguir, más fácil y más libremente, al divino Maestro. […]

Sí, mis amados hijos, estad muy vigilantes, porque vuestra castidad ha de enfrentarse con tantos peligros, así por la plena ruina de la moralidad pública, como por los atractivos de los vicios, que hoy con tanta facilidad os asedian, ya finalmente por aquella excesiva libertad de relaciones entre personas de distinto sexo, tan corriente en la actualidad, y que a veces llega audaz a querer penetrar aun en el ejercicio del ministerio sagrado. «Vigilad y orad» (Mc 14, 38), acordándoos de que vuestras manos tocan las cosas más santas; acordaos asimismo de que estáis consagrados a Dios, y de que sólo a Él habéis de servir.

Fragmentos de PÍO XII.
Menti nostræ, 23/9/1950.

El alma de un sacerdote debe tener continuidad con el altar

Necesario es, por lo tanto, que el sacerdote procure reproducir en su alma todo cuanto sobre el altar ocurre. Como Jesucristo se inmola a sí mismo, también su ministro debe inmolarse con Él; como Jesús expía los pecados de los hombres, así él, siguiendo el arduo camino de la ascética cristiana, debe trabajar por la propia y por la ajena purificación. […]

Y sólo entonces, cuando hayamos llegado a ser como una sola cosa con Cristo, mediante su inmolación y la nuestra, y cuando hayamos unido nuestra voz a la del coro de los habitantes de la celestial Jerusalén, […] fortalecidos con la virtud del Salvador será cuando, desde la altura de la santidad, que hayamos conseguido, podremos bajar seguramente y sin peligro, para llevar a todos los hombres la luz sobrenatural de Dios y la vida sobrenatural.

Fragmentos de PÍO XII.
Menti nostræ, 23/9/1950.

 

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