Entre las innumerables gracias que el Padre le concedió a su Hija amada en el período en el que Ella pasó en el Templo destaca la convivencia con Simeón. En virtud de la vigorosa consonancia que pronto sintió con la rectitud y la fe de ese sacerdote profeta, la pequeña hizo el firme propósito de no perder nunca una sola ocasión de aproximarse a él. Así pues, numerosas y largas fueron las conversaciones que tuvieron en el transcurso de los años, en las que Simeón se reveló un verdadero padre y guía espiritual, al protegerla de las tramas y los ardides de los malos sacerdotes que intentaban perderla.
Salvadme Reina de Fátima
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