En la Sagrada Escritura se configura la existencia de un «libro de la vida» (Flp 4, 3; Ap 13, 8; 17, 8; 20, 15; 21, 27), que enumera no sólo a los bienaventurados del Paraíso, sino también a los que ya viven la beatitud en este valle de lágrimas. En este sentido, se puede declarar que la vida de Plinio Corrêa de Oliveira fue, en la práctica, un constante prólogo del Cielo, sin dejar él, no obstante, de luchar por la Iglesia militante con las armas de Dios, para afrontar las asechanzas del diablo (cf. Ef 6, 11).
Nacido en los albores del siglo xx, en la antaño pequeña ciudad de São Paulo, el niño Plinio recibió desde temprana edad una formación religiosa, académica y humana ejemplar, gracias a los desvelos de su celosa madre, Lucilia. Siendo ya adolescente, tuvo que atravesar resoluto el pantano del pecado que inundaba su entorno. Tales circunstancias le permitieron discernir el fenómeno que más tarde denominaría Revolución, la cual, a semejanza de una hidra, embestía progresivamente contra los últimos restos de la civilización cristiana, que en aquella época lanzaba sus postreros fulgores.
Al ingresar en el movimiento católico, el Dr. Plinio se dio cuenta de que ese Leviatán osaba soplar densas tinieblas en el interior de la propia Iglesia Católica y se preguntaba si conseguiría de alguna manera cortarle el paso. Y así concluía: «Si yo no lucho contra la Revolución, no he vivido». Dicho de otro modo, el libro de su vida debería ser una verdadera gesta o simplemente no lo sería. Su plena identificación con ese ideal —la Contra-Revolución1— hizo que su nombre se convirtiera, de manera paradigmática e irrefutable, en un estandarte de aquellos que siguen este camino, incluso casi tres décadas después de su partida hacia la eternidad.
En 1943 vio la luz su primer libro, En defensa de la Acción Católica. Prologado por el nuncio apostólico en Brasil, Mons. Benedetto Aloisi Masella, y objeto de una carta de elogio en nombre de Pío XII, enviada por la Secretaría de Estado de Su Santidad y firmada por Mons. Giovanni Battista Montini, futuro Pablo VI, la obra denunciaba los gérmenes de igualitarismo y de laicización introducidos furtivamente en el ámbito eclesial. El tiempo demostró que los pronósticos del Dr. Plinio eran certeros.
Incluso silenciado y cercenado por todos lados, continuó decidido en su cruzada contrarrevolucionaria, que culminaría con la publicación en 1959 de su obra maestra: Revolución y Contra-Revolución. Sofocado de todas las maneras en aquella época —tanto por la incomprensión de los discípulos del Dr. Plinio como por el sabotaje de sus enemigos externos—, el libro resistiría la prueba del tiempo y pronto se convertiría en punto de referencia para numerosas asociaciones e intelectuales católicos del mundo entero. Es más: los sesenta y cinco años transcurridos desde entonces le darían la razón, a tal punto que esa efeméride merece atención no sólo por su marco cronológico, sino también por el estadio actual de la Revolución, trazado con clarividencia profética en su ensayo, tanto en su primitiva redacción como en los complementos insertados en 1976 y 1992.
Para el autor, la Revolución constituye «un movimiento que pretende destruir un poder u orden legítimo y poner en su lugar un estado de cosas […] o un poder ilegítimo».2 El Dr. Plinio revela la crisis del hombre contemporáneo desde una perspectiva teórica e histórica, pues, en su opinión, posee las siguientes características: es universal, una, total, dominante y progresiva.3 Parafraseando, este movimiento se encuentra en todo el orbe de una manera unitaria y hegemónica, buscando emprender una dominación consciente y gradual sobre los individuos y los grupos.
Las raíces de este proceso se remontan a la primera de todas las revoluciones, la de Lucifer, el «proto-revolucionario», cuyos efectos obliteraron la más perfecta de las jerarquías, es decir, la angélica. Contra él se levantó el arcángel San Miguel, «el primero en dar el grito de indignación contrarrevolucionaria» ante la «Revolución matriz, modelo y foco de las demás», según expresiones plinianas.
A esta estela revolucionaria le siguieron el pecado de Adán y Eva, de Caín, de Ajab y de los baalitas, así como las insidias de Herodes, Anás, Caifás y Judas Iscariote contra el Hombre-Dios. Otra lista podría estar encabezada por Nerón, Juliano el Apóstata, Arrio y muchos otros heresiarcas, hasta nuestros días…
Sin embargo, el carácter progresivo de la Revolución nace más concretamente a partir del ocaso de la Edad Media, cuando el fenómeno se volvió global, capilar y con una genética bien definida: es esencial, radical y metafísicamente igualitario. Sus manifestaciones específicas en cada una de las sucesivas explosiones revolucionarias se verán en detalle a lo largo de los artículos de este número especial, desde su estallido con la llegada del Renacimiento, el Humanismo y, luego, la pseudo Reforma protestante, hasta los desvaríos de nuestros días, que parecen tocar con los dedos los «sueños» del primer revolucionario, mencionado unas líneas más arriba. En efecto, el Dr. Plinio esbozaba en el epílogo de 1992 los caracteres de una revolución cuyo refinamiento coincidiría con la propia meta del demonio enunciada en una de las tentaciones de Cristo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras» (Mt 4, 9).
Ante este gigante áspid de piel camaleónica, el Dr. Plinio jamás cayó en la tentación del derrotismo. Antes bien, discerniendo que la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución es la misma que la del bien y el mal, percibió que éste ya estaba destinado a la ruina. Tampoco se rindió al comodismo, consciente de que la serpiente escupirá veneno hasta el postrer capítulo de la historia, cuando finalmente será arrojada al «lago de fuego y azufre» (Ap 20, 10).
Teniendo en mente este magno combate, el Dr. Plinio escribió, mucho más que un ensayo, su propia epopeya contrarrevolucionaria. En primer lugar, lo hizo personificando el arduo y sublime carácter moral de su doctrina y, por tanto, registrando en el «libro de la vida» el libro de su vida, con la marca específica de la lucha que la Providencia le llevó a librar a lo largo de todo el siglo xx. Pero concluyó esta composición sobre todo trasladando Revolución y Contra-Revolución (RCR) al alma de numerosos discípulos, es decir, plasmando en personas, acciones e instituciones el ingente don de sabiduría con el que había sido obsequiado por la divina Sabiduría. Ahora bien, muchos hombres escriben libros; pocos, no obstante, dejan un legado, una escuela de vida y pensamiento. RCR constituyó el fundamento de la acción del Dr. Plinio; sus hijos, las piedras vivas de ese edificio. RCR fue su obra maestra; sus seguidores, eminentemente Mons. João Scognamiglio Clá Dias, sus «obras maestras». ◊
Notas
1 Aunque la ortografía del sustantivo «contrarrevolución» no lleve guion, se ha optado por emplear la escritura tomada del título de la obra Revolución y Contra-Revolución.
2 RCR, P. I, c. 7, 1, A. Las referencias de las citas del ensayo del Dr. Plinio mencionadas en los artículos de este número de nuestra revista se harán mediante la sigla RCR —muy utilizada por el autor para referirse a su obra maestra— seguida de la indicación de la parte, capítulo y demás elementos de la estructura interna del libro.
3 Cf. Ídem, c. 3.