¡No sea loco!

¿Se puede, realmente, clasificar al género humano en dos categorías: la de los sabios y la de los locos? Lea y opine.

Invito al lector a que juzgue las tres sentencias siguientes:

«Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana; y no estoy tan seguro de lo primero».

«¿No es terrible que la inteligencia humana tenga límites tan estrechos y la locura humana sea ilimitada?».

«La necedad humana es lo único que nos da una idea del infinito».

Por muy duras que estas palabras puedan sonar a nuestros oídos, no parecen del todo inadmisibles por dos razones. La primera es que, al pertenecer al ingenio humano —más concretamente a tres célebres talentos de distintas áreas: Einstein, Adenauer y Ernest Renan, por ese orden—, reciben el paliativo de la autoevaluación. El segundo motivo es que cada cual aplica tales aseveraciones a todos menos a sí mismo. Al fin y al cabo, alguna excepción tiene que haber

¿Lo será?

¿Qué es la locura?

Para responder a esta angustiosa cuestión, primero debemos resolver otra: ¿qué entendemos aquí por estupidez, necedad o locura humanas?

Obviamente, no las entendemos en este contexto como un estado patológico de la mente que lleva al hombre a actuar de una forma inconexa y poco racional, que le impide vivir en sociedad. Entonces se trataría una enfermedad para la que, en la mayoría de los casos, no existe la culpa.

«Brindis (con ponche)», Ludwig von Zumbusch

Las frases transcritas al principio de este artículo se refieren a otro tipo de locura, similar a la definida en el párrafo anterior, pero mucho más generalizada, por inocua en apariencia, y mucho más peligrosa, por culpable. ¿De qué locura hablamos? De la que se manifiesta en un ser que actúa de manera contraria a su naturaleza.

Loco es el hombre que no se rige por la razón, sino sólo por sus impulsos animales, las modas del tiempo, los caprichos de su temperamento

Si una cebra cazara a un león y el león se dejara cazar, diríamos que están locos. Llamaríamos loco igualmente a un árbol que criara hojas subterráneas y extendiera sus raíces hacia el sol. Ahora bien, ¿qué sería la locura en el hombre? ¿Qué sería sino irracionalidad? Pues si lo que le es propio, lo que le distingue de todos los animales, es la razón, entonces estará loco mientras no actúe de acuerdo con ella. Como la cebra carnívora y el león cobarde, es loco el hombre que no se rige por la razón, sino sólo por los impulsos animales, las modas del tiempo, los caprichos del temperamento, etc.

¿Necesitamos ejemplos?

Algunas constataciones diarias

Dos compañeros de universidad, ambos dotados de una inteligencia notable: uno de ellos estudia en serio, se convierte en un profesional competente, es contratado para ser director de una gran empresa; el otro prefiere «disfrutar de su juventud», lleva una vida de diversiones y al acabar la carrera tiene que resignarse a un trabajo ordinario en la misma empresa. ¿Cuál de los dos ha actuado como un loco? ¿El que siguió los consejos de la razón o el que obedeció los impulsos de la sensibilidad?

Una persona sirve de perchero a cada moda que va y viene sin plantearse siquiera esa preciosa pregunta, privativa del espíritu humano: ¿por qué? No resulta nada extraño ver aquí un cierto síntoma de locura.

Alguien que arruina su matrimonio —y, por tanto, la educación de sus hijos— porque prefiere doblegarse ante su terquedad que ante su cónyuge, ¿obedece a la razón o a la pasión? ¿A la cordura o la locura?

Someterse a la máquina, esclavizarse a la tecnología, consumir inútilmente el tiempo tan extenso como valioso delante de una pantalla, dejar que las inteligencias llamadas artificiales se multipliquen en detrimento de la inteligencia natural que va menguando por falta de uso

Por último, para no extendernos en constataciones tal vez corrientes, ¿no es una gran locura perder la fortuna en un proyecto mal planificado? ¿Y no será aún más grave —pues la vida vale mucho más que la riqueza— hundirse en vicios, ya sea el alcohol, la lujuria o otros muchos, que reducen al individuo a un guiñapo humano y lo arrastran a una muerte prematura?

Todas estas actitudes suponen abdicar de los preceptos de la razón; de la naturaleza humana, en definitiva.

El peor de los males

Pero la peor de todas las locuras —porque conlleva efectos mucho más nocivos y, en el fondo, es el resumen potenciado de todos las demás— aún no la hemos presentado. O, mejor dicho, la hemos presentado, sí, pero no por su nombre: se llama pecado.

En efecto, el Doctor Angélico nos explica que el pecado es «aquello que se opone al orden de la razón»1 en grado sumo, hundiendo al hombre en «la esclavitud de las bestias».2 El gran ser humano, aquel que es la clave de bóveda de la creación, el puente que comprende los dos mundos, el físico y el inmaterial…, queda reducido a un mero estado animal; sublevado, por tanto, contra su naturaleza superior, la espiritual.

Quien abraza el pecado renuncia a lo que sería su felicidad suprema, huyendo así de lo que busca. Compra por un plato de lentejas y media docena de alegrías terrenales un destino eterno e irremediablemente infeliz.

Una paradójica medicina

Sin embargo, mientras vivimos en este mundo existe una medicina para el mal del pecado. Y no nos referimos específicamente a la confesión y los demás sacramentos, a la oración, a la penitencia… De hecho, todos estos remedios forman parte de un único tratamiento.

Crucifijo – Colección privada

Paradójicamente, la locura del pecado sólo puede ser curada por la locura —oh, bendita locura— que hizo que Dios bajara a la tierra, que anima a los santos y que impulsa a los verdaderos héroes: la locura de la cruz, predicada por San Pablo (cf. Cor 1, 18–2, 16).

La medicina para la locura del pecado se personificó en «Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles»

Esa sana locura, como la otra que hemos comentado, ¿consiste en contrariar la naturaleza? No en negarla, sino en sublimarla: «La gracia no suprime la naturaleza, sino que la perfecciona».3 Por ella, el hombre deja su naturaleza meramente material para lanzarse al universo de lo espiritual, de lo invisible, de lo divino; abandona los instintos que comparte con los irracionales para vivir de los impulsos sagrados de la fe; a menudo llega incluso a renunciar a los lazos de sangre para ser por entero de la familia de Dios. Si con el pecado el hombre se animaliza, por la santidad se diviniza.

La medicina para la locura del pecado se personificó en la Sabiduría encarnada, en «Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Cor 1, 23), y se curan los que se configuran a Él por la sabiduría de la cruz.

*     *     *

Sigue en pie la fatal cuestión planteada en las tres frases que introducen este artículo: ¿es realmente infinita la estupidez humana, puede dividirse la humanidad entre los que están locos y los que no lo están?

Opinen los lectores, el debate está servido. ◊

 

Notas


1 Cf. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. II-II, q. 153, a. 2.

2 Cf. Idem, q. 64, a. 2, ad 3.

3 Idem, I, q. 1, a. 8, ad 2.

 

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