Lenitivo para un corazón materno

Una situación alarmante, un corazón materno abrumado por preocupaciones e incertidumbres, una oración, una rosa y una señal del Sagrado Corazón de Jesús…

A las profundas transformaciones de mentalidades y costumbres que sacudían al mundo en las primeras décadas del siglo xx le siguieron las revoluciones políticas. Sin embargo, si en otros países minorías revolucionarias se embriagaron de sangre, en nuestro inmenso y tranquilo Brasil la voluntad de no luchar superaba casi siempre a la voluntad de vencer. En la mayoría de los casos, hábiles jugadas políticas evitaron enfrentamientos cuyas consecuencias podrían haber sido trágicas.

Hasta 1930, Brasil vivió bajo un régimen conservador, de base rural y con rasgos aristocráticos, pero que afirmaba su adhesión doctrinaria a una democracia liberal, representativa, fundada en el sufragio universal. Era notoria la contradicción entre la inspiración doctrinaria y la práctica política. La historia calificó a este régimen como la República Vieja.

Entonces se inició en nuestro país una ola de protestas en varios sectores, que exigían la coherencia de la práctica política con la inspiración doctrinaria. En medio de esa intensa exacerbación de ánimos así creada, la Revolución de 1930, llevada a cabo con la divisa de la Alianza Liberal, derrocó a la República Vieja.

Era natural que Dña. Lucilia, una mujer de hábitos y convicciones conservadores, viese con inquietud las diversas sublevaciones que marcaban el fin de un Brasil y el comienzo de otro.

El levantamiento armado de 1930 sorprendió al joven Plinio en una hacienda de Campos do Jordão, donde pasaba unos días con sus primos. Evidentemente, la preocupación de Dña. Lucilia por la integridad de su hijo era enorme, sobre todo porque se volvieron insistentes los rumores sobre una movilización general de los jóvenes en edad militar para combatir a las tropas rebeldes.

«A quienes Dios les da la fe, Él mismo les exige esperanza»

Plinio, en cuanto pudo, le envió una carta, rebosante de amor filial, en la cual le describía la espléndida hacienda en donde estaba siendo objeto de una excelente acogida. Por lo tanto, su madre no debía preocuparse ni por su bienestar ni por su salud. Después de decirle que había ofrecido la comunión por Dña. Lucilia en Pindamonhangaba y pedirle noticias de la familia, Plinio le da un filial consejo en ese convulso período.

Pasemos, ahora, a usted. Espero que tenga la suficiente dosis de espíritu religioso que requieren las circunstancias. La esperanza es una virtud que procede de la fe.

A aquellos a quienes Dios les da la fe, Él mismo les exige esperanza. Espere, pues, en Dios, porque ni un solo cabello cae de nuestra cabeza sin su consentimiento. Y, siendo así, ¿qué hemos de temer nosotros cuando estamos protegidos por un Dios de poder y misericordia infinitos? Usted, a quien tanto le gusta guiarse por los principios del abuelo Ribeiro, debe acordarse de la gran confianza que él tenía en Dios hasta el punto de dar sus últimos 2.000 reales a un pobre, seguro de que nada le faltaría, mientras no le faltase la gracia de Dios. Y usted que, a diferencia de él, frecuenta los sacramentos, debe tener en Dios una confianza aún mucho mayor.

Comulgue asiduamente, pero sin sacrificio para su salud, y récele mucho a Nuestra Señora. El resto se arreglará.

Mándele afectuosísimos abrazos y besos a papá, a Rosée, a la abuela y a María Alice. A Antonio, un fortísimo y fraternal abrazo. A tía Yayá, tío Adolpho, Dora, y Adolphinho, muchos abrazos y recuerdos. A todos los demás de la familia, lo mismo. Para usted, finalmente, todo mi corazón, todo mi afecto, todo mi cariño y todo mi respeto. Bendiga al hijo que tanto la quiere.

Poco después, Plinio escribía nuevamente a su madre, renovando con respeto de hijo las recomendaciones de la misiva anterior:

Mi querida mamá

Le escribo ésta para enviarle un beso afectuosísimo y pedirle que recuerde que es católica y que la protección de Dios nunca le faltará. Comulgué hoy aquí y recé mucho por usted y por todos los nuestros. Jesús me atenderá.

Mucho cuidado con su hígado. Dígale a Rosée, a quien envío un cariñoso beso, que no se olvide de mi petición; ella sabe de qué se trata.

Para usted, mi bien, todo mi corazón. Hasta pronto. Bendiga a su hijo.

Continuas oraciones de una madre extremosa

Quien lee, en otra carta de la misma época —esta vez escrita por Dña. Lucilia a Plinio—, la referencia a las innumerables oraciones rezadas por sus intenciones, para que Dios lo preservase de los peligros, bien puede notar la aflicción en la que ella se encontraba.

São Paulo, 13-10-1930

¡Hijo querido!

Espero en Dios que estés con salud, y por Él te pido que, con el máximo cuidado y prudencia, evites toda y cualquier molestia o accidente.

Mi hígado está mejor de lo que esperaba, y en cuanto a mi salud no te preocupes, pues lo estoy llevando con regularidad.

Tu abuela está en franca convalecencia, felizmente. María Alice aún tose un poco, pero ya está mejor, y reza todos los días por ti. Yo lo hago todo el día… rosarios, coronillas, letanías, novenas, etc.; ya les he pedido oraciones a las monjas de la Luz, que mandaron unas cuatro o seis piedritas de la tumba de Fray Galvão, que desearía poder enviarte para que las lleves siempre encima para curarte o preservarte de molestias y peligros. Voy a pedir oraciones también a las monjas de Perdices, y encender todos los días una vela a San Expedito. Les he hecho promesas al Sagrado Corazón de Jesús, a María Auxiliadora, a Santa Teresa del Niño Jesús y a San Luis, tu protector. ¡Dios permita que la paz vuelva pronto! Nos quedaremos en la capital, pues creo que nada habrá por aquí. Tu padre, hermanos y de casa de tu tío, te mandan abrazos.

«Loca» de saudades, te abrazo, te beso mucho y mucho, y te colmo de bendiciones.

De tu madre muy extremosa.

¿Una señal del Sagrado Corazón de Jesús?

A un corazón tan bondadoso, la Divina Providencia no lo dejaría sin consuelo alguno. Durante sus aflicciones, Dña. Lucilia fue objeto de una manifestación de la celestial bienquerencia del Sagrado Corazón de Jesús.

«Mi querida mamá, recuerde que es católica y que la protección de Dios nunca le faltará»
Plinio en la unidad «Línea de tiro 52», en 1929

El hecho sucedió en un momento en que su angustia, debido a la situación de Plinio, alcanzó un clímax. Mientras rezaba y ponía una rosa en un pequeño florero a los pies de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en la sala de visitas, Dña. Lucilia imploró al divino Salvador que librase a su hijo del peligro y, por otro lado, que le diese una señal de haber sido atendida.

Formulada la súplica, bajó al jardín, donde mientras caminaba un poco, ciertamente, proseguía piadosamente sus oraciones.

De repente, oyó un atronar de cañones a lo lejos, lo que la alarmó mucho. Poco después llegó la noticia de la renuncia del presidente Washington Luis, en Río de Janeiro; los cañonazos festejaban la victoria del levantamiento militar.

Su primera reacción al oír la noticia —cuya consecuencia inmediata era el fin de las hostilidades— fue ponerse a los pies del Sagrado Corazón de Jesús para agradecerle ese efecto de los complejos acontecimientos que comenzaban a desarrollarse en el país. Cuál no fue su sorpresa cuando, al acercarse a la referida imagen, encontró deshojados en el suelo los pétalos de la rosa colocada allí poco antes.

Hasta el final de su vida contaría este expresivo episodio, vibrante de gratitud hacia su divino Protector. ◊

Extraído, con pequeñas adaptaciones, de:
Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2013, pp. 302-308.

 

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