En la verdadera vid hay un sublime conducto por el cual la savia de la gracia corre abundantemente hasta nosotros, sin riesgo de ser desperdiciada.
Evangelio del V Domingo de Pascua
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 1 «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. 2 A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. 3 Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; 4 permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. 6 Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. 8 Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Jn 15, 1-8).
I – Símbolo de nuestra unión con Jesús
Recorriendo las páginas de los Evangelios nos encontramos con que Nuestro Señor Jesucristo se vale de muchas analogías para referirse a sí mismo cuando habla con los Apóstoles y el pueblo. Después de la multiplicación de los panes, por ejemplo, se revela a la muchedumbre como «el pan de vida» (Jn 6, 35); más adelante, discutiendo con los fariseos, declara que es «la luz del mundo» (Jn 8, 12); en su exposición de la célebre metáfora del aprisco de las ovejas se presenta como siendo la puerta por donde han de entrar al redil (cf. Jn 10, 9) y además afirma, en esa misma ocasión: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 11).
En este fragmento de San Juan, que la liturgia ha seleccionado para el quinto domingo de Pascua, vemos al divino Maestro en la intimidad de la convivencia con sus discípulos en donde les propone la lindísima imagen de la vid cuyo labrador es el Padre.
Para que entendamos bien ese pasaje hemos de analizarlo desde el prisma de Dios, que ve todas las cosas en sí mismo con entera perfección. Al ser eterno, está fuera del tiempo y contempla constantemente, en un perpetuo presente, todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá. Desde esta perspectiva, podemos concluir que Nuestro Señor elige la figura de la vid por una razón superior: al conocer desde siempre la unión que el Hijo establecería con los hombres cuando se encarnara, el Padre creó esa planta no solamente con vistas a la Eucaristía, sino también para simbolizar el dinamismo de la vida sobrenatural que su Unigénito les concedería.
He aquí la maravillosa realidad descrita por el Redentor en los versículos del Evangelio de este domingo, los cuales equivalen a uno de los tratados teológicos más bellos jamás elaborados sobre el misterio de la gracia.
II – De Jesús dependemos y en Él debemos permanecer
En la primera parte del capítulo 14 de San Juan, contemplada por la liturgia de la semana anterior, Nuestro Señor resaltaba la importancia de la fe y les aseguraba a sus discípulos: «Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (14, 3). Oyendo estas palabras, ciertamente, imaginaron que el Maestro regresaría físicamente y luego volverían a seguirlo como lo hacían entonces; sin embargo, el sentido de las palabras de Jesús era distinto.
De hecho, el Salvador permanecerá con nosotros «hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20) llevando a cabo esa promesa de varias maneras: en el sacramento de la Eucaristía, en la infalibilidad pontificia, en la santidad que impregna la historia de la Iglesia, consumada en las almas confirmadas en gracia, entre otras. No obstante, la forma fundamental por la cual perpetúa su presencia entre nosotros es la explicada en el Evangelio de hoy.
También hay falsas vides…
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 1 «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador».
Cualquiera que haya tenido la oportunidad de seguir el desarrollo de una parra habrá notado, sin duda, cómo crece, florece y fructifica con cierta nobleza y distinción. No se ve cómo circula la savia, pero de ella proviene el vigor de los vástagos, de las hojas y de las flores que después darán paso a los racimos de uva. Cuando ese flujo se interrumpe cesa la vida.
Esto es también lo que ocurre en relación con Jesús: el Hombre Dios es la vid en la que nacen y de la cual dependen todos los bautizados. Y el Padre se atribuye el oficio de labrador, pues fue Él quien envió al Hijo al mundo para salvarnos, constituyéndolo nuestro mediador, para que de su plenitud todos recibamos «gracia tras gracia» (Jn 1, 16).
Entre otras ideas, la expresión «verdadera vid» sugiere la existencia de falsas vides. En efecto, el demonio no sería él —e igual juicio se aplica al hombre con respecto a sus malas inclinaciones— si dejara de inventar caminos al margen de la verdad, desviados en puntos sustanciales de la auténtica religión. Basta hojear el Evangelio para constatar cuántas viñas falsificadas tuvo el Señor delante de sí, en la persona de los fariseos, saduceos y escribas que, desprovistos de la vitalidad de la gracia, restringían su relación con Dios a la práctica de algunas normas y reglas de conducta. A este respecto, recordemos la sentencia del Redentor cuando, en cierta ocasión, sus discípulos le comunicaron que los fariseos se habían escandalizado con Él: «La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz» (Mt 15, 13).
La esterilidad sobrenatural
2a «A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca,…».
Es curioso notar que antes de hablar de los frutos Jesús refiera el cercenamiento.
Si el agricultor percibe que hay una rama verde, pero siempre estéril, adherida a la vid junto con otras cargadas de frutos, enseguida concluye que no se trata de una carencia vital, sino de un mal aprovechamiento de esta. Entonces se hace indispensable eliminarla para evitar el desperdicio de la savia, que podrá ser utilizada mejor por los demás sarmientos.
En una situación análoga se encuentra el alma regenerada por el Bautismo: está injertada en Nuestro Señor y, por eso, dispone de la gracia en abundancia; no obstante, si se cierra en sí misma, pasando a servirse de los dones recibidos para subsistir en el egoísmo, sin preocuparse con el bien del prójimo ni con la expansión del Reino de Cristo en la tierra, más tarde o más temprano será arrancada.
¿En qué consiste esa acción justiciera del Padre? Las gracias, antaño caudalosas, disminuyen de intensidad. Y, aunque Él no deje nunca de proporcionale al alma las gracias necesarias para su salvación, la miseria humana es tanta que ese auxilio se vuelve insuficiente para perseverar en la virtud y alcanzar la santidad.
El Padre «poda» a quienes corresponden a la gracia
2b «…y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto».
Una etapa importante en el cultivo de la viña es la poda de los sarmientos productivos, la cual exige esfuerzo, atención y acuidad del labrador. En los períodos adecuados se hace necesario suprimir, por medio de un instrumento adecuado, el exceso de brotes y otros retallos inútiles o perjudiciales para la planta, como los pequeños filamentos en espiral, denominados zarcillos, que se alberga en los sarmientos.
Similar es el modo de proceder del Padre con los espíritus generosos, que buscan corresponder a la gracia y estrechar su unión con Cristo. Para purificarlos de su amor propio, caprichos y otros defectos, el Señor promueve situaciones de lucha, sacudiéndolos con el sufrimiento. Tentaciones, dramas o enfermedades, si son enfrentados con amor, disponen al alma para recibir más gracias y, así, engendrar frutos excelentes.
En un sentido más amplio, encajarían en esa divina diplomacia las persecuciones que a lo largo de la Historia se levantan contra los buenos, poniéndoles en choque contra el mal e incitándolos a defender la verdad. Dios las permite para apurar la fe de sus elegidos y, después de cada embestida, hace que surjan maravillas más grandes en la Santa Iglesia.
Purificados por la palabra de Jesús
3 «Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado».
A fin de tranquilizar a sus discípulos, quizá asustados por la idea de ser «podados», el Señor revela la fuerza purificadora de su palabra cuando es recibida con fe y entusiasmo. Sea por medio de advertencias directas, sea simplemente con sutiles insinuaciones, les había ido extrayendo del alma numerosos escollos durante aquellos tres años de formación. Ahora ya estaban limpios y rindiendo frutos, porque habían adherido a la Buena Nueva demostrándolo con las obras; convencidos de que ya no eran pescadores de peces, sino de hombres, abandonaron el plano meramente terreno en el cual vivían y se lanzaron al apostolado.
Conviene destacar que la palabra del divino Maestro los había limpiado no sólo con amonestaciones, sino también aclarándoles la inteligencia con la transmisión de principios, mediante los cuales pasaron a conocer mejor a Dios y a contemplar aspectos aún ignorados de la fe.
Una profunda realidad sobrenatural
4a «Permaneced en mí, y yo en vosotros».
Como el resto de las plantas, la vid no deja nunca de extraer de la tierra los nutrientes necesarios para dispensarle la savia a cada uno de sus sarmientos.
Ahora bien, Nuestro Señor Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, posee en sí la infinitud del bien, de la verdad y de la belleza; por lo tanto, de su parte jamás nos faltará la gracia que nos sustente y santifique. Por otro lado, Él siempre está dispuesto a permanecer en nosotros, estableciendo como única condición que deseemos permanecer en Él.
Cabe señalar que el verbo «permanecer» se repite siete veces en el Evangelio de hoy, tal es el empeño del Señor en demostrar la importancia de nuestra unión con Él. Más que un desposorio místico, esa profunda realidad espiritual consiste casi en una fusión similar al hierro que se confunde con el fuego en la fragua. Podríamos decir que se trata de un injerto nuestro en el Sagrado Corazón y, al mismo tiempo, de un injerto de Jesús en nuestro propio corazón.
Nadie puede obtener méritos por sí mismo
4b «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí».
La expresión «dar fruto», en este versículo, no se refiere a obras concretas de piedad o de apostolado, sino que posee un alcance distinto.
Aun colocándolo en la tierra o en un vaso de agua el sarmiento destacado ya no se beneficia del sustento vital proporcionado por la vid. Incapaz de fructificar, enseguida se marchita y se seca.
Esa es la situación de quien se divorcia de Nuestro Señor, fenómeno infelizmente no muy raro en la Historia: por mucho que haga sacrificios y rece, no puede obtener mérito alguno, ya que éste consiste en la transferencia de los méritos de Jesucristo hacia nosotros, sus sarmientos. Si falta comunicación con la Fuente de las gracias, se vuelve imposible «dar fruto» en el campo sobrenatural.
Recordemos el comentario de San Luis María Grignion de Montfort1 sobre la Santísima Virgen, la cual daba más gloria a Dios con la menor de sus acciones que San Lorenzo en el momento de su martirio. Nadie ha permanecido en Jesús como Nuestra Señora y, por eso, cualquier gesto suyo superaba en méritos a los heroísmos más grandes de los santos.
La verdadera productividad
5 «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada».
Al ver una parra cargada de uvas solemos centrar la atención en las ramas de las que cuelgan los racimos, como si fueran ellas la causa del éxito de la producción. Sin embargo, el fruto es producido por la vid y no por el sarmiento, pues éste es tan sólo un canal de transmisión de la savia.
Caemos en un error similar cuando atribuimos el buen éxito de una obra de apostolado a los meros esfuerzos de sus ejecutores, olvidándonos de que si hay «mucho fruto» es debido, en primer lugar, a aquel que es la Humildad y desea colmarnos de gloria a través de sus propios dones.
Tras reafirmar de manera enérgica su permanencia en nosotros en cuanto corolario de nuestra permanencia en Él, el divino Maestro explica en una frase lapidaria el principio de la verdadera productividad: «Sin mí no podéis hacer nada». No dice «poco podéis hacer» o «nunca haréis mucho», sino que emplea un término absoluto: «no podéis hacer nada». De hecho, alejado del estado de gracia el alma es incapaz de trazar una simple señal de la cruz con mérito.
El castigo o el premio en función de la permanencia en Jesús
6 «Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden».
A lo largo de todo el Evangelio de hoy, Nuestro Señor se refiera a las almas que ya lo conocen y aman, a las cuales les pide un paso más en la entrega y la fidelidad: «Permaneced en mí». En este contexto, impresiona la clara alusión a la condenación eterna contenida en el versículo de arriba. Tal es el destino de los que experimentaron las delicias de la gracia, pero que en cierto momento las rechazaron, prefiriendo abrazar el pecado. Si no hay arrepentimiento y enmienda, después de la muerte serán arrojados «al fuego que no se apaga» (Mc 9, 43).
Bien diferente es la promesa hecha a los perseverantes, una de las afirmaciones más categóricas de la Sagrada Escritura:
7 «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará».
Cuando permanecemos en Jesús y sus palabras permanecen en nosotros, por la práctica de los Mandamientos, nuestra voluntad se encuentra en entera consonancia con la suya. Por este motivo, el Redentor no pone límites a nuestras súplicas y nos dice: «Pedid lo que deseáis». O sea, todo lo que anhelamos en la línea de la santidad y de la perfección siempre estará en conformidad con sus deseos y, por tanto, nos será concedido. ¡Cuántas veces no hemos probado durante nuestra vida el cumplimiento de esa divina promesa!
Ahora bien, si Nuestro Señor confiere a nuestra súplica ese carácter de omnipotencia, no hay razón para la tacañería en nuestras intenciones. Para su gloria, ¡hemos de tener grandes anhelos! Y quien juzgara pretenciosa o petulante nuestra actitud, podríamos responderle con Santa Teresa del Niño Jesús: «Me considero como un débil pajarito cubierto únicamente por un ligero plumón; no soy un águila, sólo tengo de ella los ojos y el corazón, pues, pese a mi extrema pequeñez, me atrevo a fijar la mirada en el Sol divino, el Sol del amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila».2 El que mucho desea, mucho consigue; el que desea poco, ¡obtiene poco!
El objetivo de Jesús es la gloria del Padre
8 «Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
He aquí el principal objetivo de Nuestro Señor cuando trata de convencernos de la necesidad de permanecer en Él: la gloria del Padre. Si asumimos nuestra condición de sarmiento de la Vid, de la cual nacimos y de la cual dependemos absolutamente, nos resultará más fácil convertirnos en sus discípulos. Esto implica no solamente aprender con el divino Maestro, sino observar a fondo quién es Él y cómo actúa, amar lo que Él ama y andar con Él por los mismos caminos, dejándonos limpiar y conformar por el Padre.
La liturgia de hoy nos brinda un ejemplo de ese discipulado perfecto en la figura de San Pablo, contemplada en la primera lectura (cf. Hch 9, 26-31). De perseguidor de los cristianos y colaborador en la muerte de tantos de ellos, entre los cuales se encuentra San Esteban, Saulo pasó al entusiasmo fervoroso por Nuestro Señor, tras una espectacular gracia de conversión. Él dio mucho fruto porque permaneció en Jesús, como lo atestiguan sus palabras: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).
III – ¡Dios ama las mediaciones!
Dios ama el principio de las mediaciones, por el cual creó el universo desigual y jerárquico. Y lo ama a tal punto que, con la Encarnación, el Hijo se convirtió en el Mediador entre nosotros y el Padre como María Santísima fue constituida nuestra Medianera ante Cristo.
Ahora bien, la humanidad nunca ha necesitado tanto esa mediación como en los días actuales. Cuando el Apóstol se quejó al Señor del aguijón del que deseaba verse libre, Él le respondió: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9). Bien podemos afirmar que la manifestación de esa fuerza estaba a la espera del momento en que la miseria humana llegara al extremo en el cual hoy se encuentra.
Para que los hombres salgan de ese estado y constituyan la era de mayor santidad de la Historia se hace indispensable una fuerte mediación. Ese es el papel de la Santísima Virgen en cuanto conducto elegido por Dios para llevar la savia de la gracia hasta todos nosotros, sarmientos de la vid e hijos suyos. Si comparásemos las maravillas del pasado de la Iglesia a las que resultarán de la intercesión mariana, constataríamos que, como mucho, hubo bellas flores, pero los frutos sólo despuntarán ahora.
En este quinto domingo de Pascua, pidamos la gracia de no dejarnos jamás de beneficiarnos de la savia divina y de alcanzar la total permanencia en Jesús, para que también Él permanezca en nosotros, por medio de María. ◊
Notas
1 Cf. SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 222. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 638.
2 SANTA TERESA DE LISIEUX. Les manuscrits autobiographiques. Manuscrit B. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Cerf; Desclée de Brouwer, 2009, p. 216.
Lo que más me ha llamado la atención es ver cómo Jesús se queda para siempre en la eucaristía, a nuestro lado. También el «permanecer», pues en tiempos de lucha, no hay otras opción, ser paciente, confiar y realmente se ven las gracias. Además, si permanecemos como los apóstoles, creceremos y daremos fruto. Después de estar tantos años en la iglesia, doy gracias a los que me han ayudado a permanecer y crecer en la fe. Sobre todo en este último año, con tanta incertidumbre y miedos.
Excelente recorrido del trecho del Evangelio, puntualizando claramente las Palabras del Divino Maestro, me impresiona la profundidad y las enseñanzas para la vida.
Y concluye con la Gran Mediadora, nuestra Madre Santísima a la que con un ferviente amor deseo Consagrarme, estos 18 días de preparación en el Curso de Consagración, estoy muy entusiasmado, las oraciones, las meditaciones, el libro El Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen lo disfruto. Gracias, Heraldos del Evangelio. Salve María.
Comentarios al Evangelio como los de Mons. João S. Clá, ¡nunca vistos! Con razón el título de los volúmenes que los recopilan es: «Lo INÉDITO sobre los Evangelios». En la revista de mayo nos explica «la mejor manera de permanecer en Jesús», la «verdadera vid», que disminuye las gracias para los sarmientos egoístas, y envía sufrimientos para que los generosos den frutos excelentes. El castigo, «el fuego que no se apaga»; el premio, «pedid y se realizará». Y para que todo glorifique al Padre, más que nunca necesitamos de la sagrada Mediación, habiendo llegado la miseria humana al extremo…, a partir del cual Nuestra Señora realizará las más grandes maravillas de la Santa Iglesia.
Antonio María Blanco Colao
Asturias – España