La guerra de Canudos – De las calumnias a la destrucción

Al analizar la historia de Brasil nos encontramos, como perdida entre los velos del tiempo, con la destrucción de una ciudad que guarda cierta similitud con el odio injusto y criminal del mundo para con los elegidos de Cristo.

«Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15, 19). ¡Cuán duras parecen estas palabras del divino Maestro! Quien opta por el camino de la justicia, de la vida según Dios, tiene que soportar el terrible peso del odio a su alrededor.

Y esto no es de hoy. Se trata de algo muy antiguo. Como bien se destila de una de las epístolas de San Juan, este odio atraviesa los siglos, desde el justo Abel hasta nuestros días. De hecho, Caín cometió el primer fratricidio «porque sus obras eran malas, mientras que las de su hermano eran justas» (1Jn 3, 12).

Al analizar la historia de Brasil nos encontrarnos, como perdida entre los velos del tiempo, con la destrucción de una ciudad que guarda cierta similitud con ese odio injusto y criminal por parte del mundo.

Un líder natural

Por sus capacidades y la sinceridad de sus actos, Antonio Consejero era un líder nato
Retrato de Antonio Consejero publicado en el periodico «O Frivolino», en febrero de 1897

Antonio Vicente Mendes Maciel, apodado «Consejero» —hombre de tez blanca, alto, delgado, anciano, cabello y barba respetables, vestido con una túnica de tosco tejido, apoyado en un áspero bastón—, al constatar el florecimiento de la ciudad de Canudos, su obra maestra, veía en ella de alguna manera el corolario de la trayectoria de su vida.

Nacido en 1828, en la entonces Provincia de Ceará, perdió a sus padres cuando aún era joven. Siendo ya adulto, a los pocos años de ser abandonado por su esposa, se dedicó a construir iglesias y cementerios para ganarse la vida. Debido a sus capacidades y la sinceridad de sus actos, en el contacto con el pueblo comenzó a ser considerado confidente y líder natural. Según afirma el famoso historiador de Canudos, Euclides da Cunha,1 Consejero dominaba aquellas gentes sin quererlo.

Este sentimiento no hizo sino crecer a lo largo de los más de treinta años en los que estuvo peregrinando por el Nordeste, hasta su instalación en Canudos, en 1893.

El sertón en tiempos de Consejero

No fueron buenos tiempos en los que vivió Consejero, y el pueblo necesitaba ayuda. Tras la proclamación de la república, el estado de Bahía se encontraba envuelto en numerosas disputas partidistas, ya fuesen por cuestiones políticas o por intereses personales de las autoridades. Tal era el abuso, dicen, que los sertanejos temían más a la Policía que a los bandidos…2

Infelizmente, el clero también dejaba que desear. Es muy triste la situación de las ovejas cuando sus pastores están lejos de identificarse con Jesucristo y, en los lugares por donde pasó Antonio Maciel, no faltaron sacerdotes que se inmiscuían en asuntos terrenales, hasta el punto de poner en peligro, incluso fisicamente, a sus propias ovejas. Tan sólo para ilustrarlo, mencionemos el ejemplo de un párroco, Olympo Campos, que, metido hasta el cuello en riñas políticas, comandó un grupo de criminales en 1895… El mal proceder de las autoridades contribuyó a que menguara la confianza que el pueblo les tenía.

La ciudad de Canudos

En esta coyuntura, la actuación de Consejero iba en sentido contrario. Desilusionado de la vida y muy consciente de la realidad que lo rodeaba, empezó a proteger a los más necesitados y a promover una existencia justa. A fuerza de su influencia, comenzó a atraer hacia sí a un gran número de seguidores. En busca de paz, decidió recogerse en una hacienda abandonada en Bahía, a orillas del río Vaza-Barris. Nacía así la ciudad de Belo Monte, más conocida como aldea de Canudos, que rápidamente se convirtió en uno de los mayores municipios del estado en ese momento, acogiendo a casi veinticinco mil almas…

En los últimos años de la villa, quien allí llegaba podía ver una única calle que llevaba a la plaza, donde existían dos iglesias, una de ellas aún en construcción. Las casas se seguían una tras otra, formando varios laberintos, debido a la estructura orgánica con que fueron construidas. Entre los que allí vivían no había sitio para la ociosidad, todo lo cubrían las labores agrícolas, los trabajos artesanales, los estudios en las escuelas… Era un auténtico oasis de prosperidad, ¡en medio de la aridez del sertón!

Canudos era un oasis de prosperidad en medio de la aridez del sertón
Ilustración que representa el pueblo de Canudos hacia 1875; en el destacado, fotografía de la época

Al final de la jornada, al sonido de las campanas en honor de la Madre de Dios, Antonio amonestaba al pueblo de Canudos. ¿Una hora, dos o tres? Dependía de la importancia del asunto. La predicación podía tratar sobre los diez mandamientos, María Santísima o incluso la importancia y los beneficios de asistir a la santa misa y de la paciencia en los sufrimientos, entre otros temas. Con todo este apostolado que venía haciendo, creó en la ciudad una especie de regla, un modus vivendi constituido con base en el Decálogo y en la doctrina de la Iglesia, valores que el relajamiento de la época había hecho que muchos se olvidaran de ellos.

Surgen antipatías

Evidentemente, una manera de ser tan peculiar no dejaría de acarrearle antipatías. Mucho antes de su instalación a la vera del Vaza-Barris, Antonio ya había sido objeto de graves calumnias. Una vez lo arrestaron, se lo llevaron a la capital bahiana y luego a Ceará, por un supuesto crimen horrible: ¡el asesinato de su madre y de su esposa! Ahora bien, más tarde se descubrió que era huérfano de madre desde los 6 años y que su esposa aún vivía…

En otra ocasión, lo difamaron ante el primado de Bahía, quien expidió una circular para el clero, con órdenes de oponerse a sus prédicas.3 Sin embargo, no parece que el pueblo hubiera hecho caso a tales recomendaciones, ya que, un año después, vemos al mismo arzobispo recurriendo al poder civil para lograr sus objetivos. El gobernador de la provincia, aunque no veía en ello nada incriminatorio, terminó por ceder y solicitó que internaran a Antonio en un hospicio de Río de Janeiro, lo que no ocurrió por poco…

Finalmente, en 1895, Joaquim Manuel Rodrigues Lima, gobernador de Bahía, de mutuo acuerdo con el arzobispo metropolitano, envió a Canudos a un capuchino italiano llamado Giovanni Evangelista, con el encargo de hacer que sus yagunzos4 volvieran a la comunión eclesial y civil, de la cual, supuestamente, se habían apartado.

La misión duró una semana: del 13 al 21 de mayo. Giovanni Evangelista, quien desde el principio no mostró las más afables disposiciones con relación a Canudos y su líder, comenzó su tarea.5 Durante las predicaciones, a las que asistían cerca de 6000 personas, afloraban incómodas intervenciones. Antonio Consejero, por mucho que se esmeraba en facilitar los discursos del misionero, no lograba contener cierto espíritu polémico surgido entre el pueblo…

Se creó tal ambiente que Giovanni Evangelista no pudo soportarlo y terminó su obra ex abrupto, justificándolo luego en un informe bastante sesgado. A partir de ahí, una serie de sospechosas coincidencias llevarían a la ciudad a la más completa destrucción. Para que adquiramos cierta noción sobre los antecedentes inmediatos de la célebre guerra de Canudos, detengámonos en la declaración que prestó un diputado federal de Bahía en 1899.

La guerra: «el refinamiento de la perversidad»

«La guerra de Canudos fue el refinamiento de la perversidad humana… La justicia estatal no se ocupó de los habitantes de aquel poblado. No se inició contra ellos ningún acto procesal. En las oficinas de registro estatales ninguno constaba en la lista de culpables.

»No había nada de extraño en Antonio Consejero ni en quienes lo acompañaban.

»A nadie le era desconocida la clase de vida que llevaban los canudenses: plantaban, cosechaban, criaban, edificaban y rezaban.

»Rudos, ignorantes, fanáticos quizá por su jefe, que lo tenían por santo, no se interesaban en absoluto por la política.

»Antonio Consejero, no obstante, se confesaba monárquico. Estaba en su derecho, un derecho sagrado que nadie podía cuestionar en un régimen republicano democrático. No había un acto de su parte, o de los suyos, que permitiese siquiera suponer que pretendía atentar contra el Gobierno de la República».6

El desarrollo de la masacre

Pues bien, así comenzó la tragedia: como la nueva iglesia de Canudos estaba lista para ser techada, algunos hombres fueron a comprar madera a Juazeiro. Por cierto, no era la primera vez que algo parecido ocurría. Un juez de este pueblo fue informado, no se sabe muy bien por quién, que Antonio Consejero se dirigía hacia allí con la horrible intención de invadir y saquear el lugar. ¿Alguna prueba? Ninguna. Entonces un destacamento del ejército no marchó hacia Juazeiro, donde estaría el hipotético peligro, sino al encuentro de los canudenses. Tras un cruel enfrentamiento, murieron cerca de ciento cincuenta seguidores de Consejero, y los miembros del ejército, no contentos, saquearon e incendiaron la localidad donde se produjo la reyerta…

Las calumnias no tardarían en adquirir nuevas dimensiones: los medios de comunicación —permítame el lector este anacronismo— se encargarían de tal tarea. Corrió por el país que Canudos, una «legión inmensa», con armamento modernísimo, dinero y oficiales, estaba atentando contra el Gobierno en vigor. La reacción normal de los brasileños de cualquier latitud, que nunca habían oído hablar de la aldea de Belo Monte, sería la de ver con malos ojos a esa población. El camino se hallaba despejado para que el Estado actuara con mano armada.

La resistencia de los «yagunzos» de Consejero en defensa de sus vidas e ideales fue admirable: para derrotar a los habitantes de Canudos se necesitaron cuatro expediciones del ejército
Combate en Canudos, de Ángelo Agostini

Verdaderamente impresionantes son las épicas hazañas emprendidas por los yagunzos de Consejero en defensa de sus vidas y de sus ideales. Basta decir que para destruir Canudos se necesitaron cuatro expediciones del ejército —en la última de las cuales se encontraban nada menos que tres generales—, con todo lo que ello comporta. El odio de los militares era tal que ni siquiera los ancianos, las mujeres ni los niños se salvaron. Después de unos meses, no quedaban más que cenizas…

La desfiguración de la emblemática Canudos

Pero aquello no fue suficiente. Había que destruir también la memoria de esa ciudad. Las desfiguraciones con respecto a Canudos siguieron proliferando después de su arrasamiento. Historiadores la tacharían como un grupo de fanáticos, para unos, guiados por un hombre obcecado por la religión, para otros, obstinado con la política. Sin embargo, como observa Ataliba Nogueira,7 uno de los pioneros en la reconstrucción de la historia de Canudos, el análisis de las predicaciones de Consejero, escritas por éste de su puño y letra, arroja luz sobre su personalidad que obliga a reexaminar todo lo que se ha dicho sobre la ciudad y su fundador, a fin de separar las afirmaciones erróneas de las verdaderas.

Desde al menos 1947, debido a entrevistas hechas a sobrevivientes de la guerra de Canudos y a investigaciones en el campo de las Ciencias Sociales, se ha constatado que mucho de lo conocido hasta esa época no solamente cojeaba en ciertos datos objetivos, sino también en elementos básicos en la interpretación del asunto. Por lo tanto, era preciso interrogar nuevamente a la Historia.

A pesar de esto, el tema no ha perdido su carácter de controversia, quedando algunos puntos en la incógnita y en el misterio. Obviamente, las complejas desavenencias de los canudenses con elementos del clero —en las cuales, dicho sea de paso, éstos no estuvieron exentos de culpa— en modo alguno nos deben llevar a olvidar el sagrado principio de autoridad en la Iglesia. La verdad, no obstante, es que Canudos acabó convirtiéndose en el símbolo de un pueblo que fue injustamente calumniado y diezmado.

Las calumnias: el inicio de un procedimiento

Si nos centramos únicamente en el espurio proceder que llevó a Canudos a la destrucción, nos daremos cuenta de que no es del todo desconocido, y muchos cristianos ya lo experimentaron muy de cerca. Por él, diversos fieles sufrieron el martirio al comienzo de la Iglesia: por él, piadosas congregaciones fueron perseguidas; por él, grandes estrellas vieron cómo se apagaba su luz a los ojos de los hombres. ¿Qué decir de una Santa Juana de Arco, quemada en la hoguera como hereje? ¿Qué decir de un Santo Tomás Moro, decapitado como un criminal por no ceder ante un rey orgulloso y un prelado prevaricador? Con cuánta tristeza se constata la perversa táctica de los hijos de las tinieblas…: calumniar para destruir.

La táctica que llevó a Canudos a la destrucción fue la misma que, a lo largo de la Historia, condujo al martirio a numerosos cristianos
A la izquierda, un «yagunzo» preso por las tropas republicanas; en el centro, sobrevivientes a la masacre; a la derecha, uinas de la iglesia del Buen Jesús, en la plaza de la ciudad

¡Lo mismo sucedió en la muerte de Nuestro Señor Jesucristo! Él, la salvación no sólo del pueblo judío, sino de toda la humanidad, fue vilipendiado, perseguido y, finalmente, crucificado por los príncipes de los sacerdotes. ¿Qué más se puede pensar después de esto?

Si bien es un hecho que el tiempo se traga muchas cosas, no deglute la verdad. Ésta, tarde o temprano, siempre sale a la luz. La justicia divina constituye la suprema corte de apelación para todas las causas. ¡Ay de los que son condenados por ella!, pues su sentencia es eterna. 

 

Notas


1 Cf. CUNHA, Euclides da. Os sertões. Campanha de Canudos. São Paulo: Ateliê Editorial, Imprensa Oficial do Estado, Arquivo do Estado, 2001, p. 267.

2 Cf. NOGUEIRA, Ataliba. Antônio Conselheiro e Canudos. Revisão histórica. São Paulo: Editora Nacional, 1974, p. 12.

3 Entre otras cosas, el arzobispo dijo que había llegado a su conocimiento que Antonio Consejero predicaba «doctrinas supersticiosas» y una «moral excesivamente rígida». Dejando de lado la vaguedad de las acusaciones, tan sólo destacamos que Su Excelencia se extralimitó en su propia autoridad, pues el argumento central de su medida fue que un laico, simplemente por el hecho de no pertenecer a la jerarquía eclesiástica, no podía enseñar la doctrina católica, por muy instruido y virtuoso que fuera (cf. VASCONCELLOS, Pedro Lima. Arqueologia de um monumento. Os apontamentos de Antônio Conselheiro. São Paulo: É Realização, 2017, p. 150). Pese a lo chocante de esa objeción, de nuevo saldría a relucir más tarde en los labios de fray Giovanni Evangelista.

4 Del portugués jagunço, que en el episodio de Canudos son exclusivamente los «individuos del grupo de Consejero», en el sentido de «escoltas, acompañantes, seguidores de personas influyentes» y no la significación común de: «bandidos o mercenarios del interior de Brasil».

5 Aunque el fraile capuchino no encontrara, en los sermones de Consejero, desvío alguno en materia de celo religioso, disciplina u ortodoxia católica, lo consideraba hereje por el hecho de hacer predicaciones y reunir al pueblo sin autorización del clero (cf. Ídem, pp. 160-161).

6 ZAMA, César, apud NOGUEIRA, op. cit., pp. 10-11.

7 Cf. NOGUEIRA, op. cit., p. 41.

 

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