Debemos ser para con la Santísima Virgen verdaderos hijos tomados de veneración, afecto y confianza.
Cuando una madre juega con su hijo pequeño quitándole una pelota para darse el gusto de ver cómo la recupera de sus manos, no pretende privar al niño de su juguete, sino que desea educarlo y ver cómo su personalidad se expande. De la misma manera, dependiendo de los movimientos de nuestra alma, debemos ser también muy expansivos, libres, naturales con Nuestra Señora.
Su encanto, su satisfacción, consiste en contemplar la personalidad de cada uno de sus hijos. Se alegra, se deleita en que cada uno de nosotros sea así, con ese temperamento y carácter, con tal de que camine por las vías de la virtud.