Al entrar en vigor las leyes persecutorias, el 10 de agosto de 1926, se inició la dispersión del clero. […] Cerrado el culto público, la atención privada a los fieles exigía esfuerzos sobrehumanos a los pocos sacerdotes que permanecían en sus puestos. Los bautizos, comuniones, extremaunciones y aun matrimonios eran solicitados continuamente y debían ser impartidos en medio de estrictas medidas de seguridad; siempre con el temor de alguna delación o aparición súbita de la policía. […]
Cuando caen los primeros mártires de Cristo Rey, [el P. Pro] escribe a un amigo: […] «¡Oh, si me tocara la lotería!», refiriéndose a su martirio. […]
En la madrugada del 18 de noviembre, en medio de un gran despliegue policial, se logró la detención [del P. Pro, junto a dos de sus hermanos]. […]
De los últimos días del P. Miguel tenemos entre otros testimonios el de su hermano Roberto, compañero de celda. […]
Cuando el padre salía del subterráneo para ser fusilado, se le acercó uno de los agentes de la policía que le había arrestado y le pidió perdón, y el padre le respondió: «No sólo se lo perdono sino que se lo agradezco». […]
Al darse cuenta de la situación, el P. Miguel permaneció sereno, con una gran tranquilidad; se le acercó el jefe del pelotón de fusilamiento y le preguntó si le pedía alguna cosa; respondió el padre que solicitaba permiso de rezar, se arrodilló y sacó de su bolsillo un rosario y un crucifijo que besó; permaneció en oración un momento, alzando los ojos al cielo. Se levantó y se volvió hacia el pelotón de ejecución, besó el crucifijo que tenía en la mano derecha; en la mano izquierda tenía el rosario, levantó los brazos en forma de cruz gritando al mismo tiempo: ¡Viva [Cristo Rey!] Y cayó fulminado por la descarga. […]
Los testigos señalaron el carácter viril, modesto, y resignado, lleno de vitalidad con el que sufrió el martirio. No demostró irritación alguna ni cuando se dio cuenta de que le quitarían la vida; su actitud devota quedó para siempre reflejada en las fotografías de su martirio. Uno de los soldados declaró: «Se levantó para ser fusilado con un brío que hizo conmover a todos».
MENDOZA DELGADO, Enrique.
«Miguel Agustín Pro». In: Verbo. Madrid.
Año XXVII. N.º 269-270 (nov-dic, 1988),
pp. 1179-1191.
Que Dios lo tenga en su Santo Reino y le pida a nuestro Padre Celestial por nosotros los pecadores,para que algún lleguemos dónde Él.Amen .