Heraldo del Reino del Espíritu Santo

Nunca ha sido tan grato y, al mismo tiempo, tan arduo escribir un editorial para la revista Heraldos del Evangelio… Y tanto la satisfacción como la dificultad de la tarea se deben al mismo motivo: en este número especial, nos cabe rendirle un digno homenaje a nuestro fundador, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, que partió para la eternidad.

Nos explicamos. Seguramente el lector posee alguna relación con nuestra institución que le ha llevado a tener en sus manos las presentes páginas y, por lo tanto, alguna vez habrá oído hablar o leído acerca de nuestro padre espiritual. Es muy probable que incluso albergue cierta admiración por su persona y su obra, propensión de la que nos congratulamos. Pero el anhelo que late en el corazón de sus hijos, en estos momentos que siguen a su partida de esta vida, supera con creces tales disposiciones.

Nuestro empeño es que el lector adquiera, respecto de Mons. João, una noción lo suficientemente profunda como para, de alguna manera, experimentar los mismos sentimientos que nos invaden desde el día que tuvimos la dicha de conocerlo en persona, de oír sus sermones, de recibir un consejo de sus labios o, al menos, de ser observados por su mirada y admirar, finalmente, algunas de las numerosas realizaciones que llevó a cabo para la exaltación de la Santa Iglesia.

Sin embargo, como decíamos, tal intento resulta extremadamente difícil, ya que «las cosas de Dios nadie las conoce, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2, 11). Isaías, horrorizado ante la infinita grandeza del Creador y la magnificencia de sus obras, exclamó: «¿Quién ha medido el Espíritu del Señor? ¿Qué consejero lo ha instruido?» (40, 13). Invirtiendo los términos de la estupefacción del profeta, nosotros, que conocimos a Mons. João y disfrutamos de su convivencia, ejemplo y enseñanzas, bien podríamos afirmar: «¿Quién puede describir adecuadamente todo lo que el Espíritu Santo depositó e hizo florecer en el alma de este hombre providencial?».

En efecto, a pesar de tal embarazo, de algo estamos completamente seguros: en la riqueza de matices de su alma y en la multiplicidad de sus realizaciones, nuestro fundador fue un varón guiado por el Paráclito.

Efectivamente, en las obras del Consolador hay una profusión de aspectos y una siempre actualizada novedad que, a menudo, confunden a los observadores más naturalistas, que son incapaces de concebir la variedad de caminos y acciones que la tercera Persona de la Santísima Trinidad puede conjugar en una sola alma justa. La Revelación describe así el espíritu que se encuentra en la Sabiduría: «Inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, diáfano, invulnerable, amante del bien, agudo, incoercible, benéfico, amigo de los hombres, firme, seguro, sin inquietudes, que todo lo puede, todo lo observa, y penetra todos los espíritus» (Sab 7, 22-23).

Monseñor João en abril de 2017

Esta plétora de atributos hace aún más complejo elegir uno que sintetice la esencia de Mons. João, como hemos aventurado en el versículo que abre esta edición. Es cierto que no se puede decir todo en las pocas palabras de un título, pero la imagen escogida nos parece sobremanera elocuente: «Una columna en el templo de mi Dios» (Ap 3, 12).

De hecho, en medio de la debacle de la sociedad hodierna y de una infidelidad casi endémica en el seno de la Santa Iglesia, este varón, como una columna entre ruinas, mantuvo una adhesión inquebrantable a la verdadera doctrina católica y a su indeleble moral, encarnando el ideal mismo del sacerdote probo; como la columna de nubes y de fuego que guiaba a los hebreos en el desierto (cf. Éx 13, 21), condujo por esos mismos caminos a una multitud de hijos espirituales; y como la columna impertérrita de un ejército, escoltado por tropas débiles pero fieles, combatió con denuedo y perseverancia el noble combate que tal fidelidad llevaba consigo, acabó la carrera que la Providencia le había trazado y conservó su fe hasta el final (cf. 2 Tim 4, 7).

Al considerar los diversos aspectos de la figura de nuestro padre espiritual presentados en las próximas páginas, invitamos al lector a tener como telón de fondo el hecho de que él fue un instrumento dócil a la acción del Paráclito para atraer a la tierra el Reino de María

En este sentido Mons. João personificó, con admirable precisión, las intuiciones proféticas de San Luis María Grignion de Montfort al delinear el perfil moral de los santos que Dios suscitaría en un futuro no muy lejano a su época, para constituir la era histórica en la que la Santísima Virgen reinaría en todos los corazones: «Hombres llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María, por quienes esta divina Soberana hará grandes maravillas en la tierra, para destruir el pecado y establecer el Reino de Jesucristo, su Hijo, sobre el del mundo corrompido» (Le secret de Marie, n.º 59).

Y por su unión con Nuestra Señora, a él también se le pueden aplicar estas palabras del santo francés sobre las almas más particularmente unidas a Ella: «Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la encuentra en un alma, allí vuela, entra en ella en plenitud, y se comunica a esta alma abundantemente, tanto como sitio le deje esta alma a su Esposa» (Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.º 36).

Así pues, al considerar los diversos aspectos de la figura de nuestro padre espiritual que serán presentados en las próximas páginas, invitamos al lector a tomar como telón de fondo el hecho de que Mons. João fue un instrumento particularmente bendito y dócil a la acción del Paráclito para atraer a la tierra el Reino de María, profetizado por la propia Virgen en Fátima, cuando dijo: «Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará».

En los escritos de San Luis Grignion, ese Reino se identifica con aquel que el Espíritu Santo edificará mediante una acción profunda en las almas —en María, por María y con María—, de tal manera que haga brillar como nunca antes en la historia los esplendores de la gracia divina ocultos durante siglos en el Corazón de la Virgen Purísima.

Desde este punto de vista, podemos afirmar que el fundador de los Heraldos del Evangelio ha sido un verdadero precursor de ese Reino, anticipando en sí mismo aquello que, de las formas más diversas, se realizará en todos los que, permaneciendo fieles en medio de tinieblas cada vez más densas que cubren el mundo, lleguen a contemplar la aurora radiante de ese día divino y marial que pronto amanecerá sobre la humanidad.

Si las siguientes páginas contribuyen de algún modo a despertar en sus lectores el deseo y la esperanza de formar parte de esta bendita falange, nuestro esfuerzo se tendrá por muy exitoso. ◊

 

Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP, el 22/10/2014

 

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