Preguntáis, mis queridas hijas, en qué consiste el puro amor de Dios. No consiste en saber lo que es bueno, ni en hablar de ello, ni en desearlo, ni tampoco en sentir grandes consuelos espirituales, porque muchas personas tienen todo eso y no dejan de estar llenas de amor a sí mismas y vacías de amor a Dios; el verdadero y puro amor consiste más bien en hacer todo lo que se sabe que es de las voluntades divinas y en observar atentamente todo lo que se ha consagrado y prometido, cada uno según su estado.
El puro amor no puede sufrir nada en el corazón que posee que no sea todo para él, y el alma que está profundamente tocada por él ya no se adhiere a la naturaleza.
Las que siguen en gran medida sus instintos naturales están muy lejos de esa pureza de amor, sobre todo porque la gracia y la naturaleza, el amor divino y el amor propio, no pueden subsistir juntos en un mismo corazón; es necesario que uno u otro perezca.
Preguntas cómo se puede conseguir la desconfianza de sí misma y la confianza en Dios.
Te respondo, hija mía, que se hace produciendo a menudo los consiguientes actos, no reconociéndonos más que pura nada, acostumbrándonos a ver, en todo lo que sucede, la voluntad de Dios, que no hace nada por nosotros que no sea para nuestro bien. Debemos tener por muy preciosas las ocasiones de humillación, de contradicciones y de arideces, así como los abandonos y las repugnancias, que son medios que Dios nos da, por un amor incomparable, para enriquecernos y hacernos avanzar en los caminos de la perfección, si hacemos un buen uso de ello.
SANTA JUANA DE CHANTAL.
Entretien LXX. In: «Sa vie et ses œuvres».
Paris: E. Plon et Cie, 1875, t. II, pp. 470-471.