Teólogo admirable, diplomático perspicaz, eclesiástico muy influyente: he aquí algunos de los atributos de aquel hombre que dejó esta vida hace poco, el papa Benedicto XVI. Difícilmente alguien podría cumplir con más propiedad todos estos requisitos para desempeñar el encargo de sumo pontífice en nuestros días que Joseph Ratzinger; y creo que pocos se atreverían a negarlo.
No obstante, si bien es cierto que poseyó tales rasgos, no es menos cierto que los fue adquiriendo a lo largo de una extensísima trayectoria de experiencias que conformaron esa personalidad tan impactante como discreta. Por lo tanto, para comprender en profundidad la figura de Benedicto XVI, nada mejor que analizar su vida.
Nace en Baviera un niño destinado al sacerdocio
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927, en una modesta familia del pueblo bávaro de Marktl am Inn, en un ambiente de mucha alegría y religiosidad. Esta circunstancia le ayudó a arraigar su fe, produciendo en él verdadero encanto con relación a la Iglesia, lo que muy pronto hizo despertar en su alma el deseo de ser sacerdote.
A pesar de las dificultades provocadas por la Segunda Guerra Mundial —durante la cual tuvo que servir en el ejército alemán—, pudo realizar sus estudios, siendo finalmente ordenado sacerdote el 29 de junio de 1951.
Influyente perito en el Concilio Vaticano II
Ratzinger no tardó en destacarse como un hombre eminentemente instruido, ejerciendo el oficio de profesor en 1952 y obteniendo, en 1953, el doctorado en Teología.
No es de extrañar que, con ocasión del Concilio Vaticano II, el cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia, lo convocara como su consejero teológico particular, a fin de elaborar los esquemas que serían leídos en las sesiones conciliares.
De tal manera brilló su capacidad intelectual que el sacerdote bávaro enseguida se convirtió en uno de los peritos de la magna asamblea, ejerciendo grandísima influencia durante su desarrollo.
El guardián del depósito de la fe
Sin embargo, Ratzinger no estaba destinado a permanecer como mero erudito. Su actuación en la Iglesia se extendería a un ámbito más pastoral: nombrado arzobispo de Múnich recibió la ordenación episcopal el 28 de mayo de 1977 y, un mes después, fue creado cardenal por el papa Pablo VI.
En febrero de 1982, el nuevo purpurado se mudó a Roma, dejando atrás el gobierno de una diócesis para ejercer ahora una eficaz ascendencia sobre la Iglesia universal, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Ahora vemos a Ratzinger, con su boina y maletín, cruzando todos los días la plaza de San Pedro camino de su despacho, donde pasa la jornada —incluso los festivos— en medio de intensos trabajos: lee incansablemente numerosas obras, siempre en su lengua original; prepara documentos de la congregación; juzga delitos graves; toma contacto con textos sigilosos, como el del mensaje de Fátima, «la más profética de las apariciones modernas».1
Su firmeza doctrinaria —que le valió por parte de sus desafectos el epíteto de Panzerkardinal, en alusión a los tanques de guerra alemanes—, le confirió cada vez más destaque en el cuerpo eclesiástico, siendo unánimemente reconocido como el brazo derecho de Juan Pablo II, sobre todo en la última década de su pontificado. Con la muerte del Papa en 2005, el nombre de Ratzinger fue el más votado para sucederlo.
«¡Habemus papam!»
Pocas veces la plaza de San Pedro ha sido escenario de mayores manifestaciones de entusiasmo como en aquel 19 de abril de 2005, cuando se anunció la elección de Joseph Ratzinger —en adelante, Benedicto XVI— como el 265 sucesor de San Pedro. Eligió para su escudo pontificio la misma frase que la del episcopal, indicando con ello su meta como pastor: Cooperatores Veritatis, «Cooperadores de la Verdad» (3 Jn 1, 8).
¿Cómo actuaría en cuanto Papa aquel que era considerado como intransigente por sus detractores? Su primera encíclica, Deus caritas est, sorprendió en el ámbito eclesiástico, pues hizo sacar a la superficie al Ratzinger de la concordia y de la unión: «Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica».2
Ya el inicio de su pontificado lo consagró a la Virgen de Fátima, quizá dando a entender con este acto lo que afirmaría tajantemente más tarde sobre la actualidad de las apariciones de Nuestra Señora en Cova da Iría. Se ve cómo sus lecturas mientras era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe le marcaron profundamente y le dieron cierto conocimiento acerca del futuro del Cuerpo Místico de Cristo.
El grano de mostaza
Mucho hizo Benedicto XVI como cabeza visible de la Iglesia, aunque aún faltaba mucho por hacer. De modo que con enorme estupefacción, aquel histórico 11 de febrero de 2013, el mundo recibió la noticia de su renuncia como sumo pontífice: aseguraba que ya se le habían agotado sus fuerzas, pese a que su energía vital lo llevara a vivir casi diez años más.
Con estupefacción, decimos, pero también con tristeza, porque el Papa alemán era querido en todo el orbe, e incluso con cierta aprensión, ya que todos se preguntaban por el futuro de la Iglesia tras su renuncia.
Ciertamente, Benedicto XVI ponderó con detenimiento las consecuencias de aquel acto antes de concretarlo. Poco después de su elección había afirmado que era necesario que cada uno fuera consciente de que un día rendiría cuentas al Juez supremo de todo lo que había hecho u omitido por la unidad plena y visible de sus discípulos.3 Con este estado de espíritu inauguró su pontificado, con él lo concluiría y con él entraría en el silencio y en el recogimiento, como la semilla que penetra en la tierra. El vicario de Cristo se convirtió así en un símbolo del Reino de Dios, comparado por Jesús al grano de mostaza (cf. Lc 13, 19).
Si bien que ahora nos entristece la ausencia de la semilla, reconozcamos que éste es el momento en que ella «da mucho fruto» (Jn 12, 24). Ciertas misiones sólo se cumplen plenamente en la vida eterna. ¿Cómo se concretará en adelante la vocación de Benedicto XVI de ser «cooperador de la Verdad»?
Parece que toman color las palabras que pronunciara cierta vez: «Es probable que estemos ante una nueva época de la Historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad semejante a aquel grano de mostaza». Y retomando el tema, en esa misma ocasión, dijo: «Y, precisamente por eso, vuelve siempre a rejuvenecer».4
La semilla ha sido enterrada, el futuro nos revelará qué brotes nacerán. Una certeza permanece: al final, el Reino de Dios florecerá, pues Cristo, que nos lo prometió, es inmortal. ◊
Notas
1 BENEDICTO XVI. Regina cœli, 13/5/2007.
2 BENEDICTO XVI. Deus caritas est, n.º 39.
3 Cf. BENEDICTO XVI. Mensaje a la Iglesia universal al final de la santa misa con los cardenales electores, 20/4/2005.
4 RATZINGER, Joseph. La sal de la tierra. 9.ª ed. Madrid: Palabra, 2006, pp. 18; 130.
El Papa Benedicto XVI es muy especial para mi, lo vi siempre al lado del Papa Juan Pablo II y cuando este falleció desee que el fuera el siguiente Papa, lo que a Dios gracias así fue. Tenía una gran Luz, por lo menos yo así lo percibía, me dolió que renunciara y me dolía verlo tan abandonado, tan solo, sentía que el arrastraba una gran pena, fue vapuleado, acusado de cosas horribles, por todos los medios trataron de acallarlo, creo que lo acorralaron, aparentemente ellos triunfaron, pero la LUZ de Cristo brillará y esa oscuridad desaparecerá. Bendito sea el Alma inmortal de Benedicto XVI
Sin duda, EXTRAORDINARIA SU VIDA CONSAGRADA ENTERAMENTE AL SERVICIO DE LA SANTA IGLESIA Y DE LA FE. INTELIGENCIA SOBRENATURAL, ADVIRTIÓ A LA HUMANIDAD DE LOS RIESGOS QUE SIGNIFICABA EL EXPERIMENTO DE LA OVEJA DOLLY EN INGLATERRA. TAL CUAL LO PRONOSTICÓ OCURRIO, SABIDURIA DIVINA.