San Miguel comandó la lucha contra los demonios en el «prœlium magnum» y los precipitó en el Infierno. Este arcángel es, además, el jefe de los ángeles de la guarda de las personas y de las instituciones y, él mismo, el ángel de la guarda de la institución por excelencia: la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
En él, por tanto, se concatenan dos misiones. Dios quiso servirse del príncipe de la milicia celestial como escudo contra el demonio e igualmente quiere que sea el escudo de los hombres y de la Santa Iglesia. Sin embargo, el arcángel también es espada: no se limita a defender, sino que derrota y precipita en el Infierno. Esa es la doble misión de San Miguel.
En la Edad Media era considerado el primero de los caballeros, el caballero celestial, leal, fuerte, puro y victorioso, como debe ser el caballero que pone toda su confianza en Dios y en la Virgen.
He aquí la figura admirable de San Miguel, a quien debemos considerar aliado nuestro en las luchas en defensa de la Iglesia Católica. ◊