Es mejor el conjunto

Aislado, lo ignoraríamos; a fin de cuentas, existen flores más perfumadas y bellas. Sin embargo, ante una pléyade de ellos, nos olvidamos de su aparente insignificancia.

Estimado lector, permítame transmitirle algo que recientemente me ha llamado la atención. Mientras rezaba el rosario caminando por el jardín de mi comunidad, me topé con un hermoso arbusto florido. Se trataba de un hibisco, denominado científicamente Hibiscus rosa-sinensis, que evoca un particular aspecto de Dios: el esplendor de la armonía.

En efecto, en la naturaleza podemos encontrar una infinidad de variedades de flores, de distintos colores, formas, tamaños, perfumes… Cada cual posee un encanto peculiar y, pese a que presentan características muy diversas, se completan y se concilian.

Mientras algunas atraen por su singularidad y distinción, como la orquídea, o incluso por su llamativa presencia, como el girasol, o quizá también por su delicadeza, como el lirio, el hibisco, por su parte, revela su encanto por su sencillez.

Vista por separado, esta flor tiene sin duda su belleza: la gradación de tonalidades y el formato de los pétalos son proporcionados y delicados. No obstante, cuando nos hallamos ante un arbusto repleto de hibiscos de coloraciones y tamaños varios, su pulcritud se reviste de una gracia especial, que se encuentra precisamente en esa variedad toda ella armónica.

La elegancia del hibisco relucirá más cuanto mayor sea el número de sus flores. Parece que el divino Artífice quiso que la «misión» de esta sencilla planta se cumpliera en plenitud solamente en unión con sus «hermanas». Aunque no tenga la exuberancia de otras especies, resalta el principio de que la belleza del conjunto es mejor que la de la unidad. De hecho, lo que en el universo parece carecer de importancia, a menudo se vuelve valioso cuando se considera en función de la totalidad de la Creación.

Este análisis me llevó a una meditación más profunda, que deseo compartir con usted, lector.

Dios imprimió un reflejo de sus infinitas perfecciones en todos los seres creados, pero lo hizo con jerarquía, de modo que algunos están más dotados que otros, ya sea en el campo estético, intelectual o práctico. Por tanto, en nuestro espíritu puede surgir la inclinación de ignorar a ciertas criaturas, simplemente porque hay otras más interesantes y útiles…

Ahora bien, leemos en la Sagrada Escritura que el Señor, en cada etapa de la Creación, consideraba lo que iba realizando y «veía que era bueno» (cf. Gén 1, 10); sin embargo, al sexto día: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gén 1, 31). Es decir, cada ser analizado individualmente era bueno, pero el conjunto era óptimo.

En el caso del hibisco, lo ignoraríamos si lo contempláramos aisladamente; a fin de cuentas, existen flores más perfumadas y bellas. Observando nada más que un ejemplar, incluso encontraríamos algunos defectos: un pétalo marchito, otro defectuoso, un tercero dañado por algún insecto que deambulaba por allí… Con todo, si delante de nosotros tenemos una pléyade de ellos, entonces olvidamos sus limitaciones.

He aquí la conclusión de aquella reflexión inesperada en el jardín: ciertamente todos tenemos maleza y debilidades, como también es evidente que existen personas superiores a otras. Si bien, no conviene prestar atención sólo a cada individuo, sino vivir en función del conjunto.

«Hibiscus rosa-sinensis» en diferentes colores

¿A qué conjunto me refiero? A la Santa Iglesia Católica, de la cual todos los bautizados formamos parte.

En el trato entre los hijos de esta augustísima madre, uno debe ver en el otro la vocación a la santidad y la sublimidad de esa sagrada institución que su hermano refleja, en una visión panorámica que nos permitirá apreciar los horizontes vastísimos de nuestra fe.

Hagamos, por lo tanto, este propósito: comprendamos que en cada persona existe un llamamiento incomparablemente mucho más valioso que despreciables son las flaquezas que pudiera tener; y nunca pongamos la mirada en aspectos secundarios, sino que fijémosla en la grandeza de nuestra religión, reconociendo la invitación a ser todos santos, y santos que marcarán la Historia. 

 

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