En batalla por las almas

El central campo de batalla entre la Contra-Revolución y la Revolución se sitúa en el alma humana; sin embargo, sus métodos de conquista son antagónicos.

Por mucho que digan lo contrario, los fenómenos de la sociedad humana sólo pueden estudiarse en el hombre. La sociedad es un conjunto de hombres y, por tanto, primero debemos analizar los principios que rigen el comportamiento de los seres humanos para estudiar luego cómo se aplican a la sociedad.

El principal campo de la batalla universal

El primer principio que podemos enunciar es el de la división de los hombres en tres categorías:

1) el miles Christi, el soldado de Cristo;

2) el miles diaboli, el soldado del demonio;

3) y el amicus Christi et diaboli, el pragmático.

No encontramos otros hombres sobre la faz de la tierra, al menos en los países de la civilización cristiana.

El miles Christi, o miles Ecclesiæ —que es lo mismo —, es un hombre para quien lo principal en la vida es servir a la Iglesia Católica. Comprende que todo el encanto, toda la belleza, toda la gracia y toda la dignidad de la vida proviene de servir a la Iglesia Católica Apostólica Romana. Y por eso, para su felicidad, para su bienestar incluso, pero sobre todo para cumplir con su deber, se consagra en cuerpo y alma al servicio de aquella que es el arca de la alianza del Nuevo Testamento. El miles Ecclesiæ puede ser, o bien un hombre muy inteligente, o bien muy ignorante. Ser miles Christi no es algo que provenga de la cultura, sino de la fe y del amor a la Iglesia.

«Roberto de Normandía en el sitio de Antioquía», de Jean-Joseph Dassy – Palacio de Versalles (Francia)

En otra categoría —más difícil de que lo admitan los liberales—, tenemos al miles diaboli, el hombre que ama el mal. Alguien podría contraargumentar que en filosofía se estudia que el mal, en cuanto mal, no puede ser amado. Evidentemente eso es correcto. Pero el hombre tiene muchas maneras de engañarse a sí mismo, por las cuales llega a amar el mal bajo alguna razón de bien.

De ahí que muchos hombres sean entusiastas del mal, así como, por otra parte, nosotros, los contrarrevolucionarios, somos entusiastas del bien. Y es capital para este tipo de hombre extirpar el bien de la tierra e implantar el mal, del mismo modo que para nosotros es fundamental implantar el bien y extirpar el mal.

Entre estas dos categorías, tenemos la del hombre que es amicus Christi et diaboli. A ella pertenecen los que les gusta un poco Jesucristo y un poco el demonio, pero que en realidad no aman a Jesucristo, sino, de manera relativa, al demonio. Esos hombres ante todo se aman a sí mismos. A veces tienen cierta simpatía por Dios, a veces por el demonio, tratando siempre conciliar la luz con las tinieblas. Son los pragmáticos.

La vida se nos presenta como una batalla universal: el ejército de Cristo contra el ejército del demonio, luchando para conquistar a las almas indiferentes

Así, al dividir a los hombres en tres categorías, la vida en esta tierra se nos presenta como una batalla universal: el ejército de Cristo contra el ejército del demonio, luchando precisamente para conquistar a los indiferentes, a los que están divididos entre Cristo y Satanás, hombres relajados, indecisos y sin ideales.

Ése es sin duda el principal, pero no el único campo de batalla. Nosotros, que somos hijos de la luz, buscamos arrancar para la Iglesia a los hijos de las tinieblas, y éstos, a su vez, tratan de atraernos hacia las huestes de la Revolución. Sin embargo, sabemos que estas extirpaciones son muy difíciles, por lo que nuestra acción se concentra, sobre todo, en aquellos que están en el término medio y que constituyen así el principal campo de la batalla universal.

Inicio de la formación de los estados de espíritu

Uno de los puntos de la doctrina católica menos comprendido en nuestros días es el que afirma que el niño, por regla general, empieza a hacer uso de la razón a los 7 años y a partir de esa edad son capaces de cometer pecados mortales. Incluso hay un santo que afirmó haber visto en el Infierno a un niño de 5 años; pecó mortalmente y fue inmediatamente condenado al suplicio eterno.

Desde la infancia es cuando se delinean los estados de espíritu de los individuos, y empiezan a formarse revolucionarios y contrarrevolucionarios

Es también alrededor de los 7 años cuando empieza a formarse el revolucionario o el contrarrevolucionario. El niño, naturalmente, no tiene un conocimiento claro de eso. Pero el problema de la Revolución y la Contra-Revolución comienza a presentársele en su microcosmos infantil de tal manera que va formando un cierto panorama, una cierta visión, en la que ya va adoptando actitudes que, a su vez, implican una toma de posición en otros campos, no como algo fatal, sino probable.

En resumen, desde niño es cuando empiezan a formarse los estados de espíritu. Y es cierto que cada hombre tiene varias edades de revolucionario y de contrarrevolucionario.

«Hijos del marqués de Béthune jugando con un perro», de François-Hubert Drouais – Museo de Arte de Birmingham (Inglaterra)

Luz primordial y defecto capital

Si analizamos al hombre pragmático y lo comparamos con el revolucionario, veremos que no hay diferencia entre ambos; forman una sola cosa. El pragmático es un individuo que encontró su placer llevando una vida recta y, por eso, la lleva. El revolucionario, en cambio, encontró la alegría teniendo una vida mala y, en consecuencia, la tiene. Pero ambos buscan su propio placer, variando sólo en la forma de alcanzarlo.

De donde se concluye que pragmáticos y revolucionarios pertenecen a la misma familia, y que de hecho sólo hay dos categorías de personas en el mundo: los que son de la Virgen, del orden y de la Contra-Revolución; y los que son de la serpiente, del desorden y de la Revolución.

Sabemos, por otra parte, que hay dos hombres dentro de cada hombre, es decir, existe en cada uno de nosotros una luz primordial y un defecto capital.1 La luz primordial nos inclina hacia la Contra-Revolución, y el defecto capital nos conduce hacia la Revolución. Pero cabe considerar que todo hombre, por muy firmemente anclado que esté en el lado de la Revolución, puede ser llevado hacia la Contra-Revolución, y viceversa. En otras palabras, hay una mutabilidad en el hombre en relación con ambos caminos. No existe —lo cual sería desolador— fijeza en cada una de las rutas.

Cómo se pasa de la Contra-Revolución a la Revolución

Dicho esto, uno podría preguntarse cómo pasa un hombre del camino de la Contra-Revolución al de la Revolución.

Como consecuencia del pecado original, el defecto capital tiene en el hombre una vivacidad aterradora, y con cualquier pequeña concesión se alimenta y se expande enormemente. Podemos tomar el ejemplo de un hombre orgulloso que es miembro de una asociación cualquiera. Si le decimos que conocemos a todos los miembros de esa sociedad y que el de mayor valor personal es él, inmediatamente nos juzgará como un buen hombre y un excelente psicólogo. Dirá que lo conocemos bien y que tenemos una idea exacta de lo que realmente es él; que discernimos bien el aspecto por el cual él es superior a todos, y que tenemos buen corazón, pues lo que los otros no han visto, nosotros lo hemos percibido.

Lo que en realidad hicimos fue darle un veneno. Después de eso, la primera vez que alguien le reprenda por un pequeño desliz, se rebelará: «¿Cómo? Yo, que soy el más importante de todos, estoy siendo recriminado por un niño. ¿Quién es él para hacer eso?». A partir de entonces ya no tolerará nada, porque el más mínimo alimento dado al defecto capital tiene una prodigiosa capacidad de inflamación.

«Los jóvenes fumadores», de August Heyn

Así pues, si un hombre fuertemente contrarrevolucionario alimenta, mediante alguna concesión, su defecto capital, como este vicio principal tiene una fuerza de expansión similar a la de los gases, pronto invadirá a todo el hombre y lo dominará. Es el proceso mediante el cual alguien se convierte en revolucionario.

Cómo ocurre la conversión a la Contra-Revolución

¿Cuál es el proceso por el que alguien se convierte en contrarrevolucionario?

Todo hombre, por más que se haya pervertido, lleva dentro de su alma una figura completa de los ideales de bien y de verdad para los que ha sido creado. No obstante, a medida que va decayendo en la virtud, se produce un embotamiento de su conciencia hasta el punto de que esa figura tiende a desaparecer; va siendo sepultada, pero no destruida, como en la leyenda bretona de la cathédral engloutie:2 de vez en cuando asoma a la superficie del mar, y recuerdos de bien, de moral, de virtud, de fe suben a la superficie del alma del pecador y, de repente, empiezan a sonar sus campanas.

«El vicio del juego», de Cornelis de Vos – Museo de Picardía, Amiens (Francia)

Entonces surge la posibilidad de la conversión. Para que ésta sea posible hay que emplear grandes energías y despertar los primeros principios.

Técnica de la conversión y táctica de la perversión

Digamos ahora una palabra sobre el embotamiento. ¿Qué entendemos, en el lenguaje común, por un hombre embotado? Es aquel cuyo espíritu sólo tiene unos pequeños destellos, unos restos de clarividencia, y nada más.

Todo hombre lleva en sí la figura del ideal de bien y de verdad, si bien que sepultada bajo las aguas de una conciencia embotada por el pecado

En el fondo de todo pragmático hay pequeños restos de virtudes católicas embotadas; es por excelencia un hombre embotado. Cuando se habla de Jesucristo o de su Iglesia, sonríe con un poco de simpatía, como un sordo que logra oír las últimas notas de un concierto. Pero si se le amonesta acerca de su concupiscencia, su embotamiento sufre una metamorfosis, sus energías entorpecidas se despiertan y, o bien tratará de dominarse, o bien se precipitará a los extremos.

Una de las consecuencias más importantes de estos efectos —tan importante que podría llamarse la filosofía de acción del contrarrevolucionario— puede enunciarse así: una es la técnica de la conversión, la otra, la de la perversión.

Esta última proviene de pequeñas concesiones. Por eso, la manera como es conducida una persona hacia la Revolución es, en general, la de las concesiones graduales que llevan a los hombres, punto por punto, hasta los extremos.

Pero para conducir a alguien hacia la Contra-Revolución tenemos que utilizar el método opuesto. Se trata de resucitar dentro de la persona lo que hemos llamado más arriba cathédral engloutie, y esto sólo puede ser provocado mediante un choque muy grande.

La Revolución actúa a través del vicio capital, adormeciendo el alma, mientras que la Contra-Revolución actúa para despertarla de su letargo

Esta idea queda más clara si nos valemos de otra imagen. El hombre usa una táctica para hacer que una persona se duerma y otra, para despertarla. En el primer caso, se reproduce una música lenta y dulce hasta que la persona se queda dormida. Pero para despertarla la utilización del mismo método no producirá el más mínimo resultado. La táctica, en esa circunstancia, será ¡tocar el bombo! Así pues, el vicio capital y la Revolución la adormecen, mientras que la Contra-Revolución la despierta.

El fenómeno de la «cristalización»

Cuando analizamos al individuo pragmático, vemos que es un hombre dividido; al mismo tiempo un amicus Christi y un amicus diaboli. Es un templo con dos altares, o un altar con dos imágenes; tiene en sí restos de amor a Nuestro Señor y un fuerte foco inicial de amor al demonio.

El Dr. Plinio en diciembre de 1993

También hemos visto que la táctica del demonio consiste en atraer hacia sí al pragmático por medio de concesiones, que no sean tan violentas como para provocarle un choque y hacer que salga a la superficie su cathédrale engloutie.

Entonces, la táctica inteligente del demonio es ir tentando al pecador por etapas, de tal manera que su conciencia se vaya anestesiando sin que reciba nunca un sobresalto, porque si esto ocurre la batalla estará perdida para él.

Podemos decir, pues, que al demonio le interesa que la persona se vuelva revolucionaria y descienda al Infierno de modo gradual, por etapas. Muy raramente se interesa por los fenómenos psicológicos en los que una persona, sin peligro de reconvertirse, es arrojada del extremo de la virtud al extremo del vicio. Esto traería consigo el peligro de una «cristalización».

El fenómeno físico de la cristalización es bien conocido. Si se pone un cristal en un recipiente donde hay una solución muy saturada, toda la solución cristaliza. Lo mismo ocurre con la conciencia humana. Ella está saturada de remordimientos. De repente, alguien hace algo muy revolucionario. De ahí resulta un fenómeno de «cristalización», es decir, un retorno a la posición inicial. Y eso es lo que la Revolución intenta evitar que suceda. ◊

Extraído, con pequeñas adaptaciones, de:
Dr. Plinio. São Paulo. Año xxiv. N.º 277
(abr, 2021); pp. 15-22.

 

Notas


1 Luz primordial es una expresión acuñada por el Dr. Plinio para designar el aspecto específico de Dios que cada alma está llamada a reflejar y contemplar. Cada alma tiene una luz primordial única, diferente de todas las demás. En lo opuesto del ideal trazado por la luz primordial, pero en el mismo foco del dinamismo del alma, está el defecto capital.

2 Del francés: catedral sumergida. El Dr. Plinio menciona la leyenda bretona de una catedral bajo el mar, cuyo melodioso tañido de campanas podía ser oído por los pescadores en días de calma. La sugestiva figura representa el efecto de ciertas gracias en el alma del pecador.

 

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