Elías y la orden carmelitana – El manto de Elías a través de los tiempos

El solemne recorrido de la historia suele vincular el simbolismo de ciertos lugares a los personajes que allí actuaron. Pero al considerar la figura de Elías, nos sorprende constatar que la grandeza de su profetismo traspasó los límites del tiempo y del espacio…

Carmelo… ¡Palabra que resuena en la historia como una campana! Evoca acontecimientos grandiosos, trae a la memoria hazañas proféticas y hechos extraordinarios de hombres escogidos. Montaña de los profetas, donde Elías, el ígneo, se enfrentó a los sacerdotes de Baal y los mató en el torrente de Quisón (cf. 1 Re 18, 18-40). Monte de las promesas, en el que el mismo profeta vio y saludó de lejos (cf. Heb 11, 13) a la Bienaventurada Virgen María, prefigurada en la nubecilla que surgió del mar anunciando una lluvia torrencial sobre Israel (cf. 1 Re 8, 42-46).

Pero el monte Carmelo también implica una simbología mística. Al referirse a la esposa del Cantar de los Cantares, el autor sagrado dice que su cabeza «se yergue como el Carmelo» (7, 6); e Isaías profetiza que el «esplendor del Carmelo» (35, 2) se dará a aquella que, como tierra virgen, hará florecer el lirio. Por eso, algunos autores medievales afirmaban que la palabra Carmelo podría significar alabanzas a la Esposa, y el carmelita sería quien las canta.1

La montaña del Carmelo

Los espacios elevados siempre han jugado un papel importante en la historia de la salvación. Las Escrituras nos lo demuestran al mencionar al monte Sinaí como el lugar sagrado de la Revelación y la Ley, o al monte Sion, donde el Señor Dios estableció su santuario. Lo mismo ocurre con el Carmelo.

Este monte se encuentra en Israel, al sur de la bahía de Haifa, a lo largo de la costa mediterránea. La montaña está revestida de una frondosa vegetación, lo que le confiere el nombre de Karmel, cuyo significado en hebreo es viña o jardín,2 o bien, como propone Dom Guéranger, «plantación del Señor».3

En tiempos de Elías, el acceso al monte Carmelo era extremadamente difícil, lo que favorecía la soledad y el recogimiento. Siglos después, San Juan de la Cruz lo relacionaría con la ascensión de un alma en la vida espiritual al escribir su famosa obra Subida al Monte Carmelo. Probablemente, todas esas características llevaron al tesbita a elegir ese sitio para establecer en él la comunidad de sus discípulos, los llamados «hijos de los profetas» (2 Re 2, 3).

Vista del monte Carmelo (Israel)

La estirpe de los profetas

Elías pasó sus días ejerciendo la venganza de Dios contra el mal que se extendía en Israel y reconciliando el corazón de los padres con sus hijos (cf. Eclo 48, 1-10). ¡Bienaventurados los que lo conocieron y fueron honrados por su amistad! (cf. Eclo 48, 11). Sin embargo, el Señor de los ejércitos, por cuya causa celaba ardientemente el profeta, lo arrebató hacia sí, en presencia de Eliseo, que permaneció en la tierra como depositario del espíritu y el profetismo de su maestro.

Los hijos de los profetas se reunieron en torno a Eliseo y, reconociendo en él el espíritu de Elías (cf. 2 Re 2, 15), lo eligieron como el primero entre ellos. Eliseo, entonces, se convirtió para ese núcleo profético y su posteridad en lo que Pedro sería para la Iglesia:4 al poseer una primacía como Elías, «nada era imposible para él» (Eclo 48, 14a). Habiendo recibido el manto de su señor, perpetuó el profetismo en la tierra e «incluso muerto, su cuerpo profetizó» (Eclo 48, 14b).

La orden del Carmen en sus orígenes

Los hijos de los profetas, ya en tiempos de Eliseo, construyeron una casa en el Carmelo para poder residir juntos (cf. 2 Re 6, 1-7), retirados como eremitas. A partir de aquí, la tradición carmelita está llena de misterios. ¿Cómo se desarrolló la existencia de esa veta eliática hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Habrían dado lugar a otras formas de vida, como los esenios? ¿Supieron, quizá por revelación, que los tiempos del Mesías habían llegado? Poco se sabe sobre esto…

Una hermosa tradición dice que los hijos espirituales de Elías y Eliseo se hicieron cristianos en la primera predicación de los Apóstoles y que ya allí conocieron a María Santísima, cuya venida habían profetizado sus padres en la montaña del Carmelo. Por eso regresaron con más fervor al monte santo y edificaron una capilla a Nuestra Señora en el mismo lugar donde Elías había divisado la nubecilla. Este hecho les confirió el título de Hermanos de la Santísima Virgen María del Monte Carmelo.5

Hasta el siglo xii, estos ermitaños aún eran desconocidos en Occidente, pues vivían solamente en aquella elevación. En esta época se unieron a ellos algunas personas llegadas de Europa debido a la formación del Reino Latino de Jerusalén, que se inició con las cruzadas. Fue entonces cuando San Bertoldo de Calabria fue elegido primer prior general de los Carmelitas, por mandato del legado pontificio Aimeric Malafaida, y los solitarios del Carmelo comenzaron a adquirir las costumbres conventuales ya vividas en Occidente.6

El soplo de la gracia: de Oriente a Occidente

No obstante, en la Europa medieval surgía un nuevo modo de vida religiosa: las órdenes mendicantes. Los frailes franciscanos y dominicos atraían vocaciones de todas partes. Al mismo tiempo, en Oriente, las invasiones sarracenas amenazaban la vida de los cristianos, y los ermitaños del Carmelo se vieron obligados a abandonar aquel lugar sagrado, cuna del profetismo y de su vocación. La Providencia, sin embargo, tenía un designio al permitir tales vicisitudes: ¡expandir el Carmelo por todo Occidente!

Así pues, en 1238 llegaban los primeros monjes carmelitas a Sicilia, Chipre y España.7 Con todo, tal era el número de religiosos mendicantes en aquellos lugares que a menudo ocurría la siguiente escena. Para cumplir el ideario evangélico, dos frailes recorrían las casas pidiendo limosna o alimentos, y siempre eran atendidos generosamente. Sin embargo, comenzaron a aparecer unos hábitos distintos, que provocaban cierta irrisión: una túnica marrón, con cordón en la cintura y una capa con barras, es decir, blanca con rayas beige o marrón. Cuando se les preguntaba a qué orden pertenecían o quién era su fundador, los monjes respondían, de acuerdo con la regla, que eran los sucesores de Elías y Eliseo y que procedían del monte Carmelo…8

Reforma del hábito y aparición del escapulario

Así empezaba la epopeya carmelitana en el cristianismo occidental. Las costumbres europeas les obligaron a cambiar la capa con barras por una blanca, como se mantiene hasta hoy. Pero la Santísima Virgen aún deseaba confirmar la predilección que tenía por sus hijos del Carmelo.

El espíritu de Elías alentó a muchas almas a lo largo de la historia de la Iglesia y las manifestaciones de su profetismo relucieron con matices siempre nuevos en sus hijos espirituales
San Eliseo, San Juan Bautista, San Simón Stock y San Juan de la Cruz

El primer capítulo general de los carmelitas de Occidente, reunido en Inglaterra, eligió prior a San Simón Stock, el cual comenzó la lucha por la aprobación de su orden con el sumo pontífice. En la noche del 15 al 16 de julio de 1251, Nuestra Señora se le apareció al santo y le entregó, como signo de su elección, el escapulario, diciéndole: «El que muera con él no padecerá el fuego eterno».

A partir de entonces, esta vestimenta mariana sería el distintivo principal del carmelita. Así como Elías entregó su manto a Eliseo, un gesto que simboliza no sólo el discipulado, sino también que el discípulo es propiedad del maestro, así también la Santísima Virgen dejaba consignado para siempre que aquel que usa su escapulario es de su propiedad. Y les confirmaba una vez más a los miembros de la orden del Carmen —quienes por Ella habían vivido en la esperanza desde los días del profeta Elías, la habían amado incluso antes de su nacimiento y junto a la fuente del monte Carmelo cantado sus alabanzas para anunciar su llegada— que le pertenecían a Ella, que eran sus discípulos y sus profetas.

¿Dónde encontrar a Elías?

Nuestro Señor Jesucristo vino a cumplir la ley y los profetas, siendo Él mismo la Ley y la Profecía realizadas. Sus palabras, no obstante, también están envueltas en los misterios del profetismo…

La Transfiguración acababa de suceder. Atónitos, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan habían contemplado a Moisés y a Elías rodeados de gloria, conversando con el Maestro. Los discípulos, reunidos a su alrededor, oyeron entonces estas sublimes palabras: «Elías vendrá y lo renovará todo» (Mt 17, 11).

En efecto, el espíritu de Elías alentó a muchas almas a lo largo de la historia de la Iglesia y las manifestaciones de su profetismo relucieron con matices siempre nuevos en sus hijos espirituales. El Bautista ya había causado asombro en Israel, señalado por el propio Redentor como un nuevo Elías (cf. Mt 11, 14). ¿Y cómo no entreverlo, ya durante la era de la nueva ley, en los arrebatos místicos de San Juan de la Cruz o en las inflamadas profecías del Beato Francisco Palau? La humanidad discernió la gloria del tesbita en la gesta incomparable de San Simón Stock, en las heroicas gestas militares de San Nuno Álvares Pereira y en la milagrosa protección de Ana de San Bartolomé enfrentándose a los herejes calvinistas.

Del elevadísimo grado de unión de Elías con Dios brotaron innumerables gracias para la orden. Sin duda, místicas como Santa Teresa Margarita Redi, Santa María Magdalena de Pazzi y Santa Isabel de la Trinidad son sólo destellos de aquel mismo profetismo eliático que en lo alto del Horeb declaró con ardor: «Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos» (1 Re 19, 14).

Cuántos frutos se pueden esperar aún de un espíritu que engendró desde la gran Santa Teresa hasta Santa Teresa del Niño Jesús, entre otros innumerables místicos, guerreros y mártires?
San Nuno Alvares Pereira, Beata Ana de San Bartolomé, Santa Teresa de Jesús y Santa Teresa del Niño Jesús

Finalmente, la sangre de Elías también regó copiosamente la Historia, haciendo florecer innumerables mártires para la gloria de los Cielos, bañando las tierras de Compiègne, Guadalajara, Dachau, Gora… ¿Cuántos frutos se pueden esperar aún de un espíritu que engendró desde la gran Santa Teresa hasta la virgen-guerrera de Lisieux, Santa Teresa del Niño Jesús?

Sin embargo, todavía resuena en los corazones que arden de esperanza por la gloria de Dios la profecía del Señor: «¡Elías tiene que venir!». ¿Habrá llegado ya el Elías profetizado por el divino Maestro? ¿Está cerca el momento en que se restablecerá el orden en el mundo y en la sociedad? ¿No será que, como afirma San Pablo, «ha quedado un resto, elegido por gracia» (Rom 11, 5), que no ha doblado la rodilla ante Baal (cf. 1 Re 19, 18), una pequeña nube, prenuncio del advenimiento de María sobre la tierra?

Subamos, pues, a la montaña sagrada del Carmelo, busquemos en el horizonte los signos del regreso del profeta Elías… Ciertamente, los encontraremos. ◊

 

Notas


1 CICCONETTI, O Carm, Carlo. «El profeta Eliseo, primogénito y modelo de los carmelitas». In: VV. AA. Eliseo, o el manto de Elías. Burgos: Monte Carmelo, 2000, p. 74.

2 Cf. VÁZQUEZ ALLEGUE, Jaime. כרמל. In: Diccionario bíblico hebreo-español español-hebreo. 2.ª ed. Estella: Verbo Divino, 2003, p. 113; POLENTINOS, OSA, Valentín. Carmelo. In: DÍEZ MACHO, MSC, Alejandro; BARTINA, SJ, Sebastián (Dir.). Enciclopedia de la Biblia. 2.ª ed. Barcelona: Garriga, 1969, t. II, col. 149.

3 GUÉRANGER, OSB, Prosper. L’Année Liturgique. Le temps après la Pentecote. 10.ª ed. Paris: H. Oudin, 1913, t. IV, p. 156.

4 Cf. CICCONETTI, op. cit., p. 70.

5 Cf. GUÉRANGER, op. cit., p. 149.

6 Ídem, pp. 149-150.

7 Cf. ORTEGA, OCD, Pedro. Historia del Carmelo Teresiano. 3.ª ed. Burgos: Monte Carmelo, 2010, p. 33.

8 La primera regla carmelitana fue escrita por San Alberto, patriarca de Jerusalén, en el siglo xii, cuando San Bertoldo ya era prior general del Carmelo. No obstante, con el traslado a Occidente fue necesario reformar la regla primitiva, en la que se agregó ese pormenor sobre la petición de limosnas y la respuesta que debían ser dadas a las preguntas acerca de la orden.

 

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