El hombre fue hecho para Dios, y no Dios para el hombre

La ridícula interpretación farisaica de la ley de Moisés pone en evidencia el error, de funestas consecuencias, que el hombre comete cuando substituye a Dios por las criaturas.

Evangelio del X Domingo del Tiempo Ordinario1

23 Sucedió que un sábado atravesaba Jesús un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas. 24 Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?». 25 Él les responde: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, 26 cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que sólo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?». 27 Y les decía: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; 28 así que el Hijo del hombre es Señor también del sábado».

3,1 Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.

Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida. En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con Él (Mc 2, 23-3, 6).

I – ¿Dónde encontrar al Absoluto?

¿Quién de nosotros no ha hecho, durante su infancia, el experimento de plantar, por ejemplo, una habichuela y cubrirla con una caja de cartón a la cual se le abre un orificio en el lado opuesto adonde está plantada la semilla? De vez en cuando —dependiendo del grado de curiosidad de cada niño— se levanta un poco la caja, se riega un tanto y, sobre todo, se verifica si está naciendo algo o no… Poco a poco, la legumbre germina, aparece el primer brote y —¡oh, sorpresa!— el tallo, que se erguía recto, se inclina buscando la luz. Y, con el paso de los días, se tiene la alegría de ver cómo la nueva planta dio una larga vuelta para encontrar la abertura de la caja y salir.

En botánica, a este fenómeno se le denomina heliotropismo, término de origen griego que significa movimiento en busca del sol. Esto es más fácil de comprobar en el hemisferio norte, donde las estaciones del año son muy definidas. Cuando llega la primavera, basta que la tierra se incline un poco en dirección al sol para que todos los árboles, resecados por el frío del invierno, reverdezcan y el follaje comience a desarrollarse con exuberancia. Éste se mantiene siempre orientado hacia la luz, para recibir los rayos del astro rey, y es curioso notar que no hay ninguna hoja caprichosa o rebelde que se esconda de su influjo.

Creados para amar y conocer al Infinito

Ahora bien, Dios puso ante nuestros ojos al reino vegetal tan ordenado para simbolizar una aspiración —mucho más elevada y noble— que existe tanto en el ángel como en el alma humana, y a la que podríamos llamar «teotropismo», orientación hacia Dios. En efecto, desde los primeros destellos de la razón, la mirada del hombre está a la búsqueda del Absoluto. Usando un lenguaje metafórico, diremos que nuestro corazón está creado con una ventana abierta hacia el infinito, que lo impele continuamente hacia la verdad, el bien y lo bello; de lo contrario, nos sería imposible pretender cualquier fin sobrenatural.

Hecho para conocer y amar al Infinito y ser conocido y amado por Él, el hombre sólo obtendrá la felicidad plena en la entrega a Dios

El Señor nos hizo así para que sintamos nuestra insuficiencia y reconozcamos que estamos sujetos a alguien muy superior. Y por más que haya quien se declare ateo, no es real que se baste a sí mismo hasta el punto de vivir totalmente desconectado de ese deseo de Dios. Siempre que el hombre no ponga obstáculos y sea fiel a esa apetencia natural, será justificado, es decir, logrará efectos idénticos a los del Bautismo sacramental.2 Es lo que encontramos en la historia de ciertos santos, entre ellos la africana Santa Josefina Bakhita: ignorando la religión católica durante el primer período de su existencia, se preguntaba quién sería el Creador del sol, de la luna y de las estrellas, y se alegraba en rendir homenaje a ese gran «patrón»3 del universo, como ella lo llamaba. Hechos para conocer y amar al Infinito y ser por Él conocidos y amados, sólo obtendremos la felicidad plena en la entrega a Dios, porque ninguna otra criatura a la que amemos ni actividad que desempeñemos nos colmará de satisfacción.

¿Cómo se explica entonces que sean tantos los que se precipitan en los abismos del pecado? Eso se debe a una ilusión, pues, de sí, el hombre es incapaz de practicar el mal por el mal o el error por el error.4 Cuando una persona se abandona a un placer pecaminoso —por lo tanto, prohibido por la ley de Dios—, o hasta cuando comete un delito, en el fondo juzga que por ese medio está alcanzando algún tipo de felicidad.

Dos caminos ante el hombre

Hay un momento determinado en nuestra vida en el que se abren dos caminos delante de nosotros: transformar en ídolo aquello que es relativo —la carrera, el dinero, las relaciones sociales—, o abrazar al Absoluto verdadero, que es Dios, confesando nuestra contingencia con relación a Él. He aquí lo que mantiene la salud del alma, e incluso la del cuerpo…

En el campo sobrenatural, cuanto más amo, más se dilata mi apetito, hasta alcanzar dimensiones inimaginables. Así sucedió con María Santísima, en quien el incendio de amor divino ya no tenía proporción con esta tierra y pasó de esta vida para la otra.

Ante nosotros hay dos caminos: transformar en ídolo aquello que es relativo o abrazar al Absoluto verdadero, que es Dios, confesando nuestra contingencia con relación a Él

En el extremo opuesto, cuando alguien retira a Dios del centro de sus pensamientos y de su afecto y toma a una criatura como absoluto, pierde el equilibrio, el corazón se hace insensible a Dios, la inteligencia se ofusca y la persona se dedica únicamente a lo concreto y material. La gula insaciable de gloria, de satisfacer la vanidad personal, de llamar la atención sobre sí mismo, de gobernar, de ser elogiado y aplaudido proporciona una felicidad fragmentada, pero igualmente acaba introduciendo en el alma una enfermedad espiritual que, tarde o temprano, acabará en frustración. Le sucederá como a San Pedro al andar sobre el mar: por pensar en sí mismo comenzó a hundirse en las aguas agitadas por el viento (cf. Mt 14, 30).

Esto es lo que veremos reflejado, en el Evangelio del noveno domingo del tiempo ordinario, en la actitud de los fariseos frente al Señor. Se preocupaban con la ley y se olvidaban de mirar hacia Dios, ante quien estaban. ¿Por qué? Porque el cumplimiento de los preceptos les favorecía, ya que les garantizaba un estatus y les ofrecía la ocasión de ser los primeros de la sociedad. Por consiguiente, no era ni siquiera la ley lo que colocaban en el centro, sino a sí mismos. Es el típico caso de absolutismo espiritual que Jesús va a castigar, usando su divina palabra con violencia.

II – ¿Adorar el sábado o adorar al Señor en sábado?

23 Sucedió que un sábado atravesaba Jesús un sembrado, y sus discípulos, mientras caminaban, iban arrancando espigas.

El Evangelio nos presenta la poética escena del Señor paseando por un trigal con los Apóstoles, y a éstos en una situación de necesidad: no tenían víveres. El divino Maestro se desplazaba de una aldea a otra, predicando y curando a todos, y sus discípulos, como estaban constantemente alrededor de Él, siendo formados en su escuela, se veían rodeados por la multitud y ni siquiera encontraban tiempo para comer (cf. Mc 3, 20; 6, 31). Para quien viajaba a pie era difícil llevar provisiones y, a veces, se olvidaban de este menester (cf. Mc 8, 14).

En esas circunstancias era legítimo —y hasta permitido por la ley—, al atravesar una plantación, servirse de algo con moderación, sin causar perjuicio al dueño de la propiedad. Si era un campo de trigo, se podían coger espigas sin usar la hoz, y arrancarlas con la mano (cf. Dt 23, 25-26). Consumido habitualmente en Oriente Medio, el trigo integral y crudo es un alimento completo, ya que posee ciertas sustancias que se pierden cuando se produce la harina blanca. Masticar aquellos granos aliviaba un poco el tormento del hambre y daba el vigor suficiente para proseguir el camino, recorriendo muchos kilómetros.

Ante Cristo, antipatía o deseo de seguirlo…

24 Los fariseos le preguntan: «Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?».

El sábado, como consta en la primera lectura (Dt 5, 12-15) de este domingo, era un día santo, o sea, «consagrado al Señor» (Dt 5, 14), y por eso todo israelita debía descansar y abstenerse de trabajar. Sin embargo, los escribas y fariseos habían añadido varias normas que no constaban en la ley de Moisés, entre ellas la prohibición de treinta y nueve tareas.5 Si bien que la ley ordenaba reposar el séptimo día, «incluso en la siembra o en la siega» (Éx 34, 21), para los rígidos criterios rabínicos coger unas pocas espigas o hasta unos pocos granos ya significaba violar el sábado.6

Predicación de Jesús – Iglesia de San Swithun, East Grinstead (Inglaterra)

Al ver a los Apóstoles haciendo eso, los fariseos se quedaron horrorizados, cuando, en realidad, aquella forma de proceder era enteramente normal. Con respecto a esto, San Cirilo de Alejandría llega a ridiculizar a los fariseos, al exclamar: «¿Acaso tú mismo fariseo cuando te sientas a la mesa el sábado, no partes el pan? ¿Por qué entonces acusas a los demás?».7 En el fondo, la dificultad de éstos tenía un origen muy anterior a los hechos y no era contra los discípulos, sino contra el Maestro… Al acusarlos, criticaban a Jesús —pues no tenían el coraje de hacerlo directamente—, insinuando que debía tomar medidas para que sus seguidores no cometiesen tal infracción.

Los discípulos habían aceptado la divinidad del Señor, y al juzgar que Él era superior a todo, consideraban el resto —las espigas, la ley sabática, los fariseos…— como algo secundario

Ahora bien, no podemos atribuirles a los Apóstoles un espíritu beligerante, pensando que actuaban de esa manera por el placer de provocar a los fariseos. Preferían no irritarlos ni discutir con ellos, pero en esa ocasión se vieron apremiados por el hambre. Durante sus obligaciones de apostolado habían gastado muchas energías, y ciertamente ya habían excedido la cantidad de pasos estipulada por el código farisaico, según el cual no era legítimo andar fuera de la ciudad, los sábados, más de dos mil codos, es decir, poco más de un kilómetro.8 Por lo tanto, estaban en su derecho, al cruzar aquel lugar donde había trigo, recuperar las fuerzas, conforme la costumbre admitida para los demás días de la semana.

Además, por la fe, los discípulos habían aceptado la divinidad del Señor, y al juzgar que Él estaba por encima de todo, consideraban el resto —las espigas, la ley sabática, los fariseos…— como algo secundario. Les movía un entusiasmo sincero por seguir a quien era lo más importante, asimilar su doctrina y estar en consonancia con su modo de ser. Por ese motivo engañaban al estómago con aquellos granitos de trigo para, libres de las preocupaciones materiales, acompañar a Jesús bien de cerca, a veces lado a lado, con verdadera familiaridad, y no perder ninguna de sus palabras, actitudes o gestos.

El divino Maestro pone a los fariseos en contradicción

25 Él les responde: «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre, 26 cómo entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes de la proposición, que sólo está permitido comer a los sacerdotes, y se los dio también a quienes estaban con él?».

En cuanto Dios, Jesús ya había visto esta escena desde toda la eternidad y, además, conocía todo lo que está en las Escrituras, pues es su propio inspirador. Señor de la historia y también divino Instructor, permite el desarrollo de los acontecimientos para enseñar a los hombres. Con ese propósito, la actitud de David estaba destinada a servirle a Él para poner a los fariseos en contradicción consigo mismos en ese momento. Y dejó que los Apóstoles quebrantaran el descanso del sábado para causar un choque y provocar una reacción por parte de los fariseos, que diera lugar a proclamar la verdad, en oposición a la religión inventada por ellos, tan alejada de la auténtica piedad.

Así como los pueblos antiguos adoraban ídolos, los fariseos habían caído en la insensatez de erigir lo relativo en absoluto, endiosando pequeñas reglas

No obstante, no imaginemos que el Señor buscaba provocar a los fariseos y a los maestros de la ley para condenarlos; antes bien quería convertirlos y se mostraba caritativo —¡Él es la caridad!—, con la finalidad de curarlos de la terrible enfermedad que padecían: el orgullo. Está claro que poseían una visión limitada de la realidad y bien se les podía aplicar el antiguo adagio oriental: «Cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo». Así como los pueblos antiguos adoraban ídolos de madera o de metal, ellos caían en la insensatez de erigir lo relativo en absoluto, endiosando aquellas pequeñas reglas, en vez de elevar los ojos y contemplar a Dios. Por eso, el divino Maestro los refutó de manera más incisiva que en otras circunstancias, dándoles un argumento de autoridad, al recordarles un hecho innegable que no querría escuchar en ese momento. Citó el episodio histórico de David, figura máxima para ellos, modelo de rey santo y de profeta.

Detalle de «Jesús entre los doctores», de David Teniers el Joven – Museo de Historia del Arte, Viena

Cuando David huyó de la ira de Saúl, se dirigió con sus soldados a la ciudad sacerdotal de Nob, donde se encontraba por entonces el Tabernáculo. Al ver que sus compañeros no tenían qué comer, David entró en la casa de Dios y pidió provisiones al pontífice (cf. 1 Sam 21, 16). Sólo había los panes de la proposición ofrecidos al Señor y reservados a los sacerdotes (cf. Lev 24, 59). David, sin embargo, no tuvo reparos ni la más mínima duda: los panes eran de Dios, él y su gente también pertenecían a Dios, ¡todo es de Dios! Al ser un asunto de fuerza mayor, en el que entraba en juego la subsistencia de sus hombres, asumió la responsabilidad y distribuyó los panes. ¿Habría cometido un sacrilegio, un pecado terrible, del que, por cierto, no consta que después hiciese penitencia? Y, sin duda, comer los panes sagrados era más grave que coger unos granitos de trigo por el camino un día de sábado… Jesús dejaba claro que si en una necesidad extrema, como la de conservar la propia vida, era lícito omitir el cumplimiento de la ley del culto, con más razón lo era en relación con el sábado.

«El hombre ha sido hecho para mí…»

27 Y les decía: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; 28 así que el Hijo del hombre es Señor también del sábado».

Esta afirmación del Señor contiene un interesante principio de moral, que muestra cómo las enfermedades del alma han de ser, en cierto sentido, tratadas como las físicas. Según la sabia tesis de la homeopatía, no existen enfermedades, sino enfermos. Cada individuo es irrepetible y tiene que ser estudiado en función de su organismo, psicología y reactividad. En la moral hay, sin duda, reglas fijas e inmutables, pero es necesario analizar bien los hechos y las circunstancias. Un confesor con experiencia, por ejemplo, es aquel que, con su discernimiento de espíritus, penetra y sabe tratar la conciencia del penitente como si fuese única, distinguiendo cuál es la orientación conveniente y la ocasión propicia para ello.

En concreto, el caso de los Apóstoles arrancando las espigas debía ser considerado excepcional, porque estaban sirviendo al autor y Señor de la ley, el Creador del trigo, de ellos mismos y hasta de los fariseos: Jesucristo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Al ser Él la justicia y la ley en sustancia, era el criterio absoluto, y debían actuar de acuerdo con la moral que Él les prescribía en ese momento. ¿Por qué tenían que cumplir las reglas prescritas por los fariseos?

Esto muestra la inimaginable libertad de que gozan los justos al entrar en el Cielo, pues allí no sólo están ante la humanidad santísima de Cristo, sino que ven a Dios cara a cara, «tal cual es» (1 Jn 3, 2). Por la visión beatífica participan de la propia libertad de Dios, pues Dios es la libertad, conforme escribe San Pablo: «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor 3, 17). Comprendamos, también nosotros, que para ser plenamente libres es necesario llegar a la gloria de la contemplación divina. Locos son aquellos que buscan la libertad «como tapadera para el mal» (1 Pe 2, 16), pues abrazan, eso sí, la esclavitud que conduce al infierno.

Aquellos que recriminaban a los Apóstoles cometieron un verdadero delito: negaron al Señor rechazando los evidentes signos de que Él era el Mesías

Cuando declaró a los fariseos: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado», era como si les dijese: «El hombre ha sido hecho para mí y no para el sábado». En verdad, ese día de la semana todo dedicado al Señor fue establecido para que el pueblo lo viviese en función de Él. La alianza firmada por Dios con Israel, al entregarle las tablas de piedra con el decálogo, así como las promesas hechas antes a los patriarcas, concernían al hombre y no a la institución del sábado, y solamente vendrían a realizarse en su plenitud en Jesucristo y en la Iglesia Católica Apostólica Romana por Él fundada.

Jesús discute con los fariseos – Biblioteca del monasterio de Yuso, San Millán de la Cogolla (España)

De este modo, Jesús mostraba a los fariseos su divinidad y los invitaba a aceptarlo. «El reposo sabático —afirma el P. Tuya— es de institución divina (Gén 2, 23). Proclamarse “Señor del sábado” es proclamarse “dueño” de su legislación, de su institución; es proclamarse dueño del mismo. Moisés legisló esto en nombre de Dios. Pero Cristo no se pone en la línea de Moisés, sino en el mismo “señorío” de la legislación del sábado. Si Dios es el “dueño” del sábado, y Cristo es el “Señor” del sábado, Cristo se está proclamando, por lo mismo, Dios».9

Entonces, ¿quién violaba la ley del sábado? ¡Los fariseos! Sí, aquellos que recriminaban a los Apóstoles cometieron un verdadero delito: no quisieron adherirse al Señor, lo negaron y no comprendieron cómo deberían proceder el sábado. Su principal error fue haber sido ciegos ante los signos evidentes de que Él era el Mesías. No lo percibieron porque eran materialistas, naturalistas, relativistas y ególatras. Así, se excluyeron de la alianza y despreciaron las promesas…

Imposibilitado de actuar, pero confiando en Jesús

3,1 Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.

Los sábados los judíos llenaban la sinagoga y allí permanecían quietos, evitando cualquier esfuerzo que quebrantase la ley sabática. Cuando Jesús llegó, ciertamente se hizo un profundo silencio. Todos se preguntaban qué sucedería y Él se puso a enseñar (cf. Lc 6, 6a).

Estaba allí un hombre que tenía una mano paralizada, la derecha, según San Lucas (cf. Lc 6, 6b). La mano es un miembro muy importante, utilísimo, que le da a la criatura humana una superioridad de acción sobre los animales, aun sobre los más hábiles. Con las manos el hombre ejecuta tareas con extraordinaria precisión, es capaz de tocar instrumentos magníficos, como el arpa, el órgano, el violín, de producir bellas obras artísticas y de realizar los quehaceres cotidianos. Tener la mano paralizada significa, por lo tanto, inoperancia e inutilidad. Aquel hombre se sentía, sin duda, inferior, por no poder trabajar con desenvoltura para ganar el pan y sustentar a su familia. Sabiendo que Jesús era el Mesías y realizaba milagros, deseaba ardientemente ser curado, y poco le importaba que fuese un sábado o cualquier otro día de la semana. Sin embargo, no osó levantar la voz. Pero Jesús ya había visto desde toda la eternidad su voluntad llena de fe.

También se habían reunido allí los escribas y fariseos que, acariciándose la barba, observaban al divino Maestro para ver si de nuevo violaría el sábado. Tal vez ellos mismos habían llevado al lisiado a la sinagoga, convenciéndolo de que estuviese cerca de Jesús y de que moviese de vez en cuando el brazo, para propiciar que Él tomase la iniciativa de la curación.

Otra oportunidad de conversión rechazada por los fariseos

Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les pregunta: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?». Ellos callaban.

¿Por qué el Señor colocó al enfermo en medio de ellos? Primero quería llamar la atención de todos los presentes e incluso de sus enemigos. Éstos, sentados en los primeros puestos (cf. Mt 23, 6), al escuchar aquella orden, enseguida se miraron unos a otros, pensando que Jesús —¡por fin!— había caído en la trampa. Pero, aun conociendo las malas intenciones que albergaban en su interior, pretendía hacerles el bien y darles una oportunidad más, con el objetivo de salvarlos. Por ese motivo les planteó un problema que les facilitaba su conversión, y al mismo tiempo creaba la gracia para que admitiesen que habían errado y recibiesen lo que Él ofrecía.

Al preguntar si era lícito, en sábado, hacer el bien o el mal, proponía un asunto nunca antes abordado, pues es evidente que no existen vacaciones para la virtud. Mientras el mal debe ser rechazado siempre, el bien debe ser practicado todos los días de la semana, y más especialmente los sábados, porque era el día del Señor. Los fariseos, por el contrario, siempre procuraban evitar el bien, despreciando «la justicia, la misericordia y la fidelidad» (Mt 23, 23), y por dentro estaban repletos «de robo y desenfreno […], de hipocresía y crueldad» (Mt 23, 25.28).

Conociendo las malas intenciones que albergaban en su interior, el Señor pretendía hacer el bien y darles otra oportunidad, con el objetivo de salvarlos

Además, socorrer a un animal que se hubiese caído en un pozo o salvar una vida humana en peligro estaba autorizado por el reglamento de los maestros,10 y muchos de los que se encontraban allí ya habían pasado por situaciones de ese tipo, tranquilizando a continuación su conciencia, a veces por medio de algún donativo, que luego llenaría el bolsillo de los sumos sacerdotes… La expresión «dejarlo morir» hace que el tema sea todavía más desgarrador, pues significaba preguntar: «¿Se debe conceder la vida a alguien o matarlo? ¿Se puede contribuir con un homicidio o es obligatorio interrumpirlo?».

¿Quién se atrevería a pronunciar una palabra? Estaban entre la espada y la pared, y sólo era posible darle la razón al Salvador, pero «ellos callaban».

Ira y tristeza: extremos de un Corazón divino

5a Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón,…

Imaginemos como habrá sido la mirada de Jesús mientras clavaba sus ojos en aquellos hombres de corazón duro, que se obstinaban en rechazar la gracia de Dios. Su falta de fe provocaba la ira de su Sagrado Corazón, lleno de bondad y de amor; ira santa y divina, ira, no obstante, unida a la tristeza y a la pena porque no querían oírlo. Extremos que sólo Dios es capaz.

Por bondad, prefirió envolver el milagro en cierta ambigüedad…

5b …dice al hombre: «Extiende la mano». La extendió y su mano quedó restablecida.

El Maestro solía obrar los milagros de forma que quedara patente que Él era el autor, para impedir que se formasen falsas ideas sobre el poder de los espíritus o que surgiesen supersticiones. Por eso, al curar al sordomudo le colocó los dedos en los oídos, le ungió la lengua con su propia saliva y ordenó: «“Effetá”, esto es, “ábrete”» (Mc 7, 34); quiso tocar a un leproso para purificarlo (cf. Mc 1, 40-42); restituyó la vida a la hija de Jairo cogiéndola de la mano (cf. Mc 5, 41) y al hijo de la viuda de Naín, acercándose, puso los dedos sobre el féretro y le mandó que se levantara (cf. Lc 7, 14), aunque estos contactos significasen adquirir gran cantidad de impurezas.

De igual modo, Jesús podría haber hecho algún esfuerzo, avanzando unos pasos o diciéndole al hombre: «Dame tu mano», apretándola para que fuese curada. Pero, por bondad para con los fariseos, prefirió que la autoría del prodigio quedase un poco ambigua, de manera que no se lo pudiesen atribuir con toda certeza, dejando una duda: quizá había sido el efecto de la fe del curado…

Jesús cura al hombre de la mano paralizada – Iglesia de San Martín, Jeumont (Francia

Éste, sí, había movido la mano; ¿pero acaso no tenía derecho de extenderla? ¿Dónde estaba escrito que los sábados se exigía mantener las manos caídas a lo largo del cuerpo o escondidas debajo de la túnica, sin poder levantarlas ni siquiera para espantar un mosquito? Si aquel hombre confiaba en la palabra de Jesús para ser curado, ¿debía esperar hasta el día siguiente, cuando tal vez ya no tuviese otra oportunidad? No había nada que decir…

Ése es el espíritu de los malos…

En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con Él.

¿Cuál fue la respuesta de los fariseos? En lugar de convertirse, se llenaron de odio y organizaron un plan de muerte contra el Salvador. «Como sabían que el sanedrín no podía prenderle en territorio galileo sin el consentimiento del rey Herodes, se entendieron con los herodianos para decidirles a favorecer su complot. Esperaban que ante la instigación de sus cortesanos, Herodes prendería a Jesús».11 No sabemos si estos últimos ya tramaban algo o fueron manipulados por los fariseos. Lo cierto es que, desde el punto de vista político, seguían una ideología completamente opuesta a la de los primeros, con quienes mantenían constantes discusiones. Ellos eran, como indica su nombre, partidarios de la dinastía herodiana y favorables a la dominación romana, mientras que los fariseos defendían la liberación de Israel. A pesar de eso, a tal grado llegaba la maldad y la dureza de corazón de los fariseos, que preferían avenirse con aquellos «liberales en el orden público, y aun en parte en el religioso»,12 antes que adherirse al verdadero Mesías. Éste es el espíritu de los malos.

III – ¿Tendré yo la mano paralizada?

Considerado místicamente, aquel hombre de la mano paralizada representa, como dice San Beda, «al género humano infecundo para las buenas obras […], cuya diestra se había secado en su primer padre, cuando cogió el fruto del árbol prohibido».13 De hecho, por el pecado de Adán la humanidad se volvió estéril, incapaz de conquistar méritos. Pero fue curada «por la gracia del Redentor cuando extendió sus manos inocentes en el árbol de la cruz».14 De esta forma, por su Pasión, Jesucristo devolvió a los hombres la posibilidad de dar frutos extraordinarios.

Ahora bien, cuando alguien, habiendo recibido en el Bautismo la «mano» de los dones del Espíritu Santo y de las virtudes teologales y cardinales, no los usa para la glorificación de la Iglesia, ella se paraliza y comienza a proceder de manera indebida, en detrimento del Cuerpo Místico de Cristo. Es lo que sucede a todos los egoístas, a los ególatras, a los que retraen la mano para no ayudar a sus compañeros, a quienes abrazan el pecado: las virtudes ya no operan en beneficio de los demás y todo cuanto hagan será ineficaz. Siembran cactus y cosechan abrojos. Vivirán en la incertidumbre, en la amargura y en la esclavitud, porque Dios no bendice sus obras.

Al obrar la curación del hombre de la mano seca, el Señor prefirió no revelar la autoría del prodigio, como un acto de bondad hacia aquellos hombres de corazón duro

En sentido opuesto, sabemos que el alma de todo apostolado es la vida interior, y ésta, a su vez, se basa en la fe y en la piedad. Entonces, quien está en el punto máximo de su fervor hace surgir la maravilla de una obra misionera fecunda, que podrá nacer hasta en terrenos arenosos. El hombre extiende la mano a los demás y quien da el buen resultado es Dios, conforme las palabras de San Pablo: «Ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer» (1 Cor 3, 7).

«Cristo en majestad», de Niccolò di Pietro Gerini – Pinacoteca Antigua, Múnich (Alemania)

Por consiguiente, si somos de aquellos cuyos actos tienen consecuencias inútiles, debemos preguntarnos: «¿Tendré yo la mano paralizada?». En ese caso, el único medio para curarla es buscar a Jesús en el templo, acercarnos al altar y pedirle que haga el milagro de transformar nuestra mano inerte, devolviéndole la movilidad. Él no se negará, pues siempre está dispuesto a sanar nuestros defectos morales y a concedernos la necesaria fuerza de alma. Sólo así nos convertiremos en leones del apostolado. La ausencia de frutos será, en un instante, suplida por la gracia de Dios.

El odio irreconciliable entre el bien y el mal

Pero no nos engañemos: cuando nos decidimos a hacer el bien, algunos lo agradecerán —débilmente, la mayoría de las veces…— y otros nos odiarán, con una virulencia mucho mayor, comparativamente, que el reconocimiento de los primeros. ¿Cuál es la razón de este odio?

Pensemos en el Señor: no era por haber curado al hombre de la mano paralizada o porque había violado el sábado por lo que los fariseos y los herodianos querían matarlo. Tal era su divina acción de presencia que, al manifestarse en público, dividía los campos, según había sido predicho por Simeón: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción […], para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34-35). Quien aceptaba las gracias de fe traídas por el divino Maestro, enseguida creía; quien las rechazaba, lo odiaba también inmediatamente.

Tal era la acción de presencia del Señor que, al manifestarse en público, dividía los campos: quien aceptaba las gracias traídas por Él, enseguida creía; quien las rechazaba, lo odiaba

En efecto, siempre que alguien presenta una objeción contra el bien, demuestra ser condescendiente en relación con el mal, y a quien entra por las sendas del mal nadie puede comprenderlo… ¡Misterio de iniquidad! En este odio irreconciliable hay un pecado contra el Espíritu Santo —la impugnación a la verdad conocida15— que «no tendrá perdón jamás» (Mc 3, 29). Porque es un rechazo total a la verdad, a la bondad, a la misericordia en esencia, es decir, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, y, por lo tanto, odio a Dios. Ante esta mala voluntad, de nada sirven los argumentos lógicos; ni siquiera el magnífico éclat de la virtud consigue convencer.

Tal hostilidad existe desde que, en el Cielo, Satanás y sus secuaces se rebelaron contra Dios, y se ha de prolongar hasta el fin del mundo (cf. Gén 3, 15). Así como las enseñanzas y la sabiduría de Jesús iban traspareciendo con mayor fulgor durante su vida terrena (cf. Lc 2, 52), también en los diversos períodos de la historia su figura, reflejada en la Iglesia, se va manifestando en sus múltiples aspectos, y cada día vemos que la verdad se hace más brillante y la santidad más reluciente. Incluso los ataques sufridos por la Iglesia o las herejías, que surgen a veces, contribuyen a ello (cf. 1 Cor 11, 19), porque exigen gracias especiales del Espíritu Santo que iluminen a quien estudia para defenderla. De esta manera se hace más explícitamente bella.

Detalle de «El Juicio final», de Fra Angélico – Gemäldegalerie, Berlín

Ahora bien, como ya dijimos, lo que sucede a Jesucristo y a su esposa mística también se repite con los que les pertenecen por el Bautismo: el mundo verá en nosotros un rayo de la divinidad de Cristo y, aún hoy, el Señor producirá irritación en los que no creen y entusiasmo en los que creen. Como el propio Jesús proclamó, vino a seleccionar y escoger, salvar y santificar (cf. Mt 10, 34-35; Lc 10, 16). Él continúa siendo piedra de escándalo, hasta la consumación de los tiempos.

En la lucha por el bien, sepamos lidiar con el mal

En los dos episodios narrados en el Evangelio de este noveno domingo del tiempo ordinario, el Señor muestra cómo aquellos que toman el partido del bien tienen que ser sabios, vigilantes y sagaces, y nunca deben dormitar, para no caer en las celadas del mal; al contrario, deben dejarlo siempre en mala situación. Ésta es una lección que debe ser imitada. Aprendamos a batallar contra el mal a ejemplo del divino Maestro, sabiendo que es un adversario irreductible, capaz de llegar a las últimas consecuencias, es decir, llevarnos al martirio, como a Jesús.

La hostilidad existente entre buenos y malos durará hasta el fin del mundo, y quienes toman el partido del bien tienen que ser sabios, vigilantes y sagaces, para no caer en las celadas del mal

Cuando seamos incomprendidos y perseguidos por amor a la justicia, sepamos aceptarlo con resignación y alegría, pues nos asemejamos a Jesucristo. Ante la dureza de corazón de los fariseos, mostró ira y tristeza. Ésa debe ser exactamente nuestra actitud de alma: indignación contra el delirio de oponerse a Dios y pena que nos mueva a rezar por los que nos persiguen. ◊

 

Notas


1 Dado que ya han sido publicados en esta revista todos los comentarios de Mons. João a los Evangelios de los domingos del tiempo ordinario correspondientes a este mes de junio, así como el de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo del Ciclo B, ofrecemos a nuestros lectores este hermoso comentario al Evangelio del IX Domingo del Tiempo Ordinario, celebrado en Brasil y en otros países que mantienen la conmemoración de Corpus Christi el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad.

2 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I-II, q. 89, a. 6.

3 DAGNINO, María Luisa. Bakhita: da escravidão à liberdade. 2.ª ed. São Paulo: Loyola, 2000, p. 58.

4 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 27, a. 1, ad 1.

5 Cf. SHABAT. M 7, 2. In: BONSIRVEN, SJ, Joseph (Ed.). Textes rabbiniques des deux premiers siècles chrétiens. Roma: Pontificio Istituto Biblico, 1955, p. 160.

6 Cf. SHABAT. C. VIII, 10a. In: GUGGENHEIMER, Heinrich Walter (Ed.). The Jerusalem Talmud. Second order: Moʽed. Tractates Šabbat and ʽEruvin. Berlin-Boston: W. de Gruyter GmbH & Co. KG, 2012, p. 272.

7 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA. Explanatio in Lucæ Evangelium. C. VI, v. 2: MG 72, 575.

8 Cf. ERUVIM. M 4, 3. In: BONSIRVEN, op. cit., p. 193.

9 TUYA, OP, Manuel de. Biblia comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, t. V, p. 279.

10 Cf. SHABAT. B 117b; YOMÁ. M 8, 6-7. In: BONSIRVEN, op. cit., pp. 166; 231.

11 BERTHE, CSsR, Augustin. Jesus Cristo, sua vida, sua Paixão, seu triunfo. Einsiedeln: Benziger, 1925, p. 134.

12 FILLION, Louis-Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Vida pública. Madrid: Rialp, 2000, t. II, p. 71.

13 SAN BEDA. In Marci Evangelium Expositio. L. I, c. 3: ML 92, 155.

14 Ídem, ibidem.

15 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., II-II, q. 14, a. 2.

 

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