Evangelio – Memoria de la Bienaventurada
Virgen María del Rosario
En aquel tiempo, 26 el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin».
34 Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible».
38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró (Lc 1, 26-38).
I – Una devoción providencial
La devoción al rosario ha tenido, en los tiempos modernos, un ardiente apóstol: San Luis María Grignion de Montfort, misionero celoso e incansable, sacerdote íntegro, teólogo mariano y fundador.
Entre las diversas obras que escribió para fundamentar sus prolíficas misiones, destaca El secreto admirable del santísimo rosario, en la que explica, con certeza doctrinaria y abundantes ejemplos, el gran valor espiritual de esta práctica multisecular, que ha producido innumerables conversiones y milagros. En este libro, el santo francés afirma: «Guardaos, por favor, de considerar esta práctica como pequeña y de poca importancia, como hace el vulgo e incluso muchos eruditos orgullosos; ella es verdaderamente grande, sublime y divina».1
En las aldeas en donde era recibido y, en particular, en la diócesis de La Rochelle, hacía hincapié en fundar cofradías del rosario: «Es una práctica santa que Dios, por su misericordia, ha establecido en los lugares donde he realizado misiones, para preservar y aumentar su fruto e impedir el pecado. Se veían en esos pueblos y aldeas, sólo bailes, libertinajes, disoluciones, inmodestias, juramentos, riñas, divisiones; sólo se escuchaban canciones deshonestas, palabras de doble sentido. Ahora, no se oyen más que el canto de himnos y la salmodia del padrenuestro y de la avemaría; todo lo que se ve son santas compañías de veinte, treinta, cien personas y más, que cantan, como religiosos, alabanzas a Dios a horas determinadas. Incluso hay lugares donde se reza el rosario en comunidad diariamente, en tres momentos diferentes del día. ¡Qué bendición del Cielo!».2
El rosario bien podría considerarse verdadera piedra de escándalo, capaz de separar el trigo de la cizaña en los campos del Señor
Sin embargo, como toda práctica buena y eficaz, el rosario encontró seria oposición. El mismo San Luis María fue perseguido y ultrajado en varias diócesis, aún infestadas por los mefíticos vapores del jansenismo. Bien se puede considerar esta devoción como una verdadera piedra de escándalo, capaz de separar el trigo de la cizaña en los campos del Señor: «Como en todas partes hay réprobos, no dudéis de que habrá, en los lugares donde vivís, algunos malvados que desdeñarán venir al rosario, que tal vez incluso se burlarán de él, y aún harán cuanto puedan, con sus malas palabras y malos ejemplos, para impedir que continuéis este santo ejercicio; pero manteneos firmes. Como estos infelices se hallarán separados para siempre de Dios y de su Paraíso, en el infierno, ahora aquí abajo han de apartarse de la compañía de Jesucristo y de sus servidores y siervas».3
Más de tres siglos después, la Santa Iglesia necesita como nunca de la devoción al santo rosario. En efecto, asistimos hoy a un espectáculo horrendo estremecedor: torrentes de iniquidad inundan el mundo, poniendo en grave peligro la salvación de las almas; además, una profunda confusión doctrinaria e innumerables escándalos deforman el rostro sagrado de la Iglesia, la esposa del Cordero, dejándola casi irreconocible. Urge enfervorizar la práctica de la meditación de los misterios del rosario, a fin de purificar el Cuerpo Místico de Cristo de esos miembros malos que comprometen su integridad. Sólo aquellos que desgranen las cuentas del rosario con auténtica piedad y fe viva podrán permanecer fieles a Dios, apresurando el magnífico día en el que amanecerá el Reino de María y serán expulsados de la faz de la tierra Satanás y sus infames secuaces.
II – María, eslabón de oro entre el Cielo y la tierra
San Gabriel, embajador de Dios ante la Virgen, y Santa Isabel pronunciaron grandes loas a María, que merecen ser repetidas ciento cincuenta veces al día
El Evangelio de la memoria litúrgica de Nuestra Señora del Rosario saca a la luz el sustrato de esta oración: la salutación angélica, con la que comienza la Anunciación. San Gabriel, embajador de Dios ante la Virgen, y Santa Isabel, mujer llena del Espíritu Santo, pronunciaron grandes alabanzas a María, que merecen ser repetidas ciento cincuenta veces al día, en memoria de los ciento cincuenta salmos.
Después del padrenuestro —oración princeps del cristianismo— la avemaría ocupa un lugar privilegiado en la piedad católica, ya que Dios es especialmente glorificado en Nuestra Señora por haberla santificado en grado sumo, constituyéndola llena de gracia.
Meditemos, pues, detenidamente, sobre esta escena evangélica de belleza impar.
Cuando el Cielo llamó a las puertas del tiempo
En aquel tiempo, 26 el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El poder de Dios irrumpió en la pacata estabilidad de la ciudad de Nazaret, en la persona de San Gabriel, el arcángel que representa la invencible fuerza divina. Podemos imaginar la postura noble e impecable con la que este puro espíritu se engalanó para ir al encuentro de su Reina, la más excelsa y humilde de las criaturas. ¡Qué luz y qué encanto, combinados con una suprema virilidad, tendría que denotar para representar con María el Sol de Justicia que estaba a punto de descender al mundo por medio de Ella!
Por su parte, la Santísima Virgen, en su abismo de modestia, nunca se habría planteado ser elegida por la Providencia para tan alta tarea. Esto lo demuestra el hecho de que muy probablemente conviviría con San José bajo el mismo techo, en perfecta castidad, pues, aunque la traducción al español hace referencia a una virgen prometida en matrimonio, se sabe que ambos ya habían firmado el contrato nupcial.
El justo José, varón puro y recto, era el heredero de la corona davídica que, por tanto, recaería en él si la monarquía fuera restaurada. Al igual que su esposa, él no sabía que la realeza sería transferida a través de él al propio Hijo de Dios, quien pronto también se convertiría en su hijo.
María y José fueron las sacrosantas puertas a las que el Eterno vino a llamar para penetrar en el tiempo y hacerse hermano nuestro. No se podría imaginar un momento más grave y sublime: el Unigénito del Padre quiso convertir la tierra en Cielo, estableciendo su morada entre nosotros.
Arquetipo de madurez para la juventud actual
28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 29 Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
María tenía 15 o 16 años cuando le fue incumbida la misión más relevante de la historia. Era una doncella encantadora, hermosísima, luminosa y lozana, pero al mismo tiempo, un monumento de seriedad y elevación de espíritu, que la hacía digna de la dádiva de ser Madre de Dios.
¡Qué distancia entre la sublime madurez de Nuestra Señora y la liviandad calamitosa de la juventud de hoy! El camino recorrido por la Virgen fue de ascensión continua en la santidad, a través de su docilidad a la acción de la gracia que iluminaba su inteligencia y movía su voluntad, ordenando completamente sus castísimos sentidos. Por el contrario, el camino que el mundo contemporáneo ofrece a la juventud es el de bestializarse, favoreciendo manifestaciones de una sensibilidad exacerbada, que oscurece el entendimiento y embota el corazón, y la anestesia ante cualquier moción del Espíritu Santo.
Por ello es necesario promover entre los niños y adolescentes la figura de la joven María como modelo y guía. Sólo si siguen esta fulgurante Estrella de la mañana podrán resistir las olas del caos y de la lujuria, que quieren expulsar de la tierra la dignidad y la belleza.
Habituada a la convivencia angélica
Aún en el mismo pasaje evangélico, San Gabriel se dirige a Nuestra Señora llamándola «llena eres de gracia», expresión que podría traducirse más exactamente como «hecha gracia» o «gratificada», es decir, aquella que fue transformada por completo y para siempre por la gracia de Dios. Así como el fuego atizado con una materia combustible la convierte en llama, así la gracia incendió el Corazón Inmaculado de María, uniéndolo plenamente con Dios.
Lejos de ver nublada su lucidez o asustarse por la presencia del ángel, María se puso a reflexionar sobre el significado de aquellas misteriosas alabanzas
Al oír la salutación angélica, la Virgen Purísima se turbó. La humildad es hija del temor de Dios, don que lleva al hombre a conocer su nada ante la grandeza del Creador. Por eso, al oír elogios de los que no se sentía merecedora, experimentó el pudor de los pobres de espíritu, que se sonrojan cuando son exaltados, y ésta fue la causa de su turbación.
Por consiguiente, lejos de verse nublada en su lucidez o de asustarse por la presencia del ángel, María se puso a reflexionar, con suma sabiduría, sobre el significado de aquellas misteriosas alabanzas.
La promesa de la realeza
30 El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin».
La Virgen María brilló a los ojos de Dios, adornada de todas las virtudes y sin sombra de mancha, y por eso halló gracia ante Él, concibiendo en su seno a Jesús, que sería a la vez Hijo del Altísimo e hijo de Ella, Dios y hombre verdadero, el Mesías esperado, descendiente de David.
Un detalle grandioso es la forma en que San Gabriel describe la realeza del Señor: «Reinará para siempre». Es una especie de alianza entre el imperio divino, indeleble, y el reino temporal de Judá, que de alguna manera se eterniza en la persona del Verbo Encarnado.
Nuestra Señora, sin duda, conservó en su Corazón (cf Lc 2, 19) las palabras del arcángel y, meditándolas durante horas sucesivas, traspasó con sapiencial agudeza los velos de este maravilloso misterio. Su humilde reserva respecto de los elogios que había recibido cesó por completo, una vez que se hizo explícita la voluntad divina. ¿Cómo podría rechazar el llamamiento de lo Alto? Si Dios la quisiera como Madre suya, ¿cómo dudar de su providencia y cuidado?
Sin embargo, quedaba por dilucidar un punto esencial.
Virgen para siempre
34 Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
Los misterios de la vida de María nos revelan la grandeza de la omnipotencia divina sobre Ella. ¿No le estará reservado a la humanidad un nuevo pentecostés marial?
Al proponer tal dificultad, la Virgen dejaba claro que había hecho voto de continencia, acogido con entusiasmo por San José. En efecto, estando ya casada, ¿qué otra razón tendría para interrogar al ángel acerca de la concepción del Niño, a no ser la de que estaba impedida, por un motivo superior, consumar la unión matrimonial? Ese momento de la Anunciación pone de relieve el particularísimo amor de Nuestra Señora a la virginidad y su deseo de salvaguardarla a toda costa, ¡incluso ante la perspectiva de ser la Madre del propio Dios!
Por esta pureza nívea e insuperable, el Verbo la eligió como fuente sellada y huerto cerrado (cf. Cant 4, 12) en el que asumiría carne humana. Y fue tal su complacencia por la castidad perfecta de María que, además de preservarla en el momento de la concepción, también lo hizo durante y después del parto, haciendo que su Madre fuera siempre virgen, como canta la Liturgia.
Para Dios nada hay imposible
35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. 36 También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible».
Si tuviéramos que confeccionar un escudo de armas para honrar a Nuestra Señora —difícil empresa, pues en él deberían estar simbolizadas todas las glorias de la creación y de la Redención—, un lema muy adecuado para adornarlo sería: «Para Dios nada hay imposible». En efecto, los misterios de la vida de María nos revelan la grandeza de la omnipotencia divina que actúa sobre Ella y sobre sus devotos.
Debemos esperar intervenciones grandiosas en la línea de la victoria del bien sobre el mal, sabiendo que el rosario nos traerá el triunfo del Inmaculado Corazón de María
En el magníficat están proclamadas las maravillas con las que la Reina del universo fue honrada por el Altísimo, algunas de las cuales hemos escuchado hoy, de labios de San Gabriel. Entre las más sublimes se encuentra, sin duda, el vínculo sobrenatural que el Espíritu Santo estableció con Ella, haciéndola su Esposa y volviéndola fecunda como el rocío que da vida al lirio más perfumado, blanco y noble. Este desposorio místico con el Amor mismo generó una unión incalculable entre ambos que, quizá en un futuro próximo, pueda ser más conocida y apreciada por los santos de los últimos tiempos, como profetizó San Luis Grignion. Algo similar puede considerarse en relación con el Padre eterno, que la cubrió con su sombra, comunicándole en cierto modo su poder creador. ¿A qué grados de dignidad la habrá elevado este inmenso don?
¿Quién sabe si, antes de lo esperado, estos horizontes teológicos cobrarán nueva nitidez, suscitando arrobos de entusiasmo por la Santísima Virgen y obteniendo de Dios, para la humanidad, un nuevo pentecostés marial?
El «sí» decisivo
38 María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
El «fíat» de María a la voluntad del Señor equivale, al mismo tiempo, a un acto de obediencia y de fe. De hecho, se revela inútil separar estas dos virtudes, pues quien no confía difícilmente someterá su voluntad a la de otro. Muy distinto es el caso de quien pone toda su esperanza en Dios, sabiendo que nunca será defraudado. Ese estado de espíritu hace que la obediencia sea pronta y alegre, como la de Nuestra Señora. Su «sí» fue absoluto y definitivo, hasta el punto de haber dividido la historia junto con su divino Hijo, que en ese mismo acto se hacía hombre en su claustro virginal.
Pidamos a la Virgen de las vírgenes la fe absoluta, que redunde en la docilidad y fortaleza necesarias para hacer la voluntad de Dios en cualquier circunstancia.
III – El futuro, en la dependencia del rosario
Es necesario que, en estos tiempos de oscuridad y miseria, los católicos estrechen sus lazos de amor y sumisión a María Santísima, para que, por medio de Ella, se obren verdaderos milagros en sus corazones. Para ello, nada mejor que el rezo del santo rosario, durante el cual, en sus padrenuestros y avemarías, meditamos los misterios de la vida, pasión y la glorificación del Hijo de Dios.
La piadosa repetición de la salutación angélica dispondrá nuestras almas para recibir las gracias marianas que nos transformarán en humildes esclavos de Jesús, hijos confiados del Padre celestial y audaces guerreros de la Virgen. A través de Ella se le mostrará al mundo que para Dios todo es posible, incluso la restauración de la cristiandad, que durante siglos yace bajo el yugo de los vicios y de la corrupción de costumbres.
Los devotos del rosario deben esperar intervenciones grandiosas en la línea de la victoria del bien sobre las fuerzas del mal que, en apariencia, gobiernan los acontecimientos mundiales. El rosario nos traerá el triunfo del Inmaculado Corazón de María. ◊
Notas
1 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. «Le secret admirable du très Saint Rosaire pour se convertir et se sauver», n.º 1. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 268.
2 Idem, n.º 135, pp. 374-375.
3 Idem, n.º 135, p. 375.
Hermoso comentario del Evangelio que todos deberíamos meditarlo. De acuerdo.