Nuestra vida terrena es una seguidilla de luchas y conquistas por la supervivencia y, sobre todo, para alcanzar el Cielo, galardón de los verdaderos héroes.
Cuando contemplamos un horizonte donde predomina el límpido firmamento añil, nos extasiamos con su placidez. Sin embargo, en ese mismo escenario pueden haber sucedido epopeyas aparentemente discrepantes de la tranquilidad que el paisaje nos presenta.
No me refiero a ningún hecho notable ocurrido en los cielos. El «héroe» del que hablo es un gran desafiador de los aires. No busca brillar ante los hombres, pues su «guerra» es por la supervivencia y acontece a diario. La «gallardía» de este luchador suele pasar desapercibida, pero, al entrar en contacto con ella, nos llenamos de admiración.
Esa figura no está enteramente fuera de nuestro alcance; basta que levantemos la mirada al cielo y allí encontraremos, en pleno vuelo, librando su ardua batalla, al halcón.
Cuando planea en el aire, trasparece en él una compostura llena de tranquilidad, que no le impide estar atento a todo lo que pasa a su alrededor. Evoca así el estado de espíritu de vigilancia y oración, enseñado por el Maestro a sus discípulos y seguidores de todos los tiempos.
El «campo de batalla» del halcón trasciende al de otras aves de rapiña, las cuales suelen capturar animales terrestres. Él, por su parte, procura aventuras más arriesgadas y conquistas más costosas al buscar su caza en los aires. Una vez fijado su blanco con una visión aguda, amplia y analítica, marcha célere en dirección a él. Enfrentando con prodigiosa vitalidad los vientos y la distancia agarra decididamente a su presa con un impulso digno de su altivez. El discernimiento fue previo y cuidadoso, el lance, impetuoso, y el resultado exitoso: he aquí que el halcón regresa victorioso de su expedición.
Podemos encontrar en esta ave una imagen de cómo actúa la voluntad humana. El hombre, antes de hacer cualquier cosa, proyecta un plan: es la inteligencia la que actúa. Definido el objetivo, penetra en el corazón, es decir, la voluntad. A continuación, el individuo empleará los medios necesarios para realizar lo que ha concebido, a semejanza del vuelo decidido y enérgico del animal que contemplamos en este artículo.
Nuestra vida terrena es una seguidilla de luchas y conquistas por la supervivencia y, sobre todo, para alcanzar el Cielo, galardón de los verdaderos héroes que pugnan por la causa de Dios. Nos compete a nosotros medir los desafíos y lanzarnos con entusiasmo en dirección a ellos, según el consejo de la Carta a los hebreos: «corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús» (12, 1-2a).
No huyamos del dolor que hiere nuestros sentidos. Abracemos, por el contrario, los sufrimientos imitando al divino Redentor, «quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz» (Heb 12, 2b). Con paso resoluto y con el alma en llamas, avancemos rumbo a la santidad, desafiando cualquier obstáculo, a fin de que nos convirtamos en instrumentos para la glorificación de Dios y exaltación de la Santa Iglesia, lo que resultará en nuestra eterna salvación. Y nunca nos olvidemos de que en esa peregrinación jamás estaremos solos: una Madre llena de bondad y misericordia vela por cada uno de nosotros y nos señala el camino hacia la morada eterna. ◊
Salve María. Siempre me han fascinado todo tipo de aves rapaces. Pero por desgracia, en el lugar donde vivo apenas se encuentra especímenes. En cuanto pasamos hacia Castilla mi corazón se esponja viendo el vuelo y la magnificencia del porte del halcón.
Tiene la suficiente cercanía para dejarse ver y la rapidez colosal en el ataque. Sin duda, Hna. Cecilia, es mi favorito. En mi imaginación comparo mi alma con este ave y supongo cómo será volar con miras elevadas y objetivo: la Gloria.
Encarnación Romero. Valencia- España