Correcciones maternas

En el arte de instruir bien a los hijos, la reprensión por las faltas cometidas ocupa un lugar primordial. Con sabiduría singular, Dña. Lucilia supo unir, en un mismo corazón, el afecto aterciopelado de una madre y los castigos correctivos de una experta educadora.

En la vida corriente de cualquier niño hay mal comportamiento y ocurren errores. A veces, se rompe un vaso, se estropea una tarta, se derrama la leche… Sin embargo, quienes tienen la obligación de corregir deben hacerlo por amor al orden y a la disciplina, sin dar lugar a reacciones temperamentales desproporcionadas.

Sólo existen dos maneras de corregir: por amor a Dios o por amor a uno mismo, no hay una tercera. Cuando alguien trata mal a los demás, no está amando a Dios sobre todas las cosas, como prescribe el primer mandamiento, sino que se basa en su amor propio. La fórmula más eficaz para corregir a un hijo es mediante el afecto y el buen trato, de tal forma que el niño sienta el universo de bondad que existe detrás de la reprimenda. Esto penetra en el alma más profundamente que decirlo con palabras y luego desmentirlo con acciones…

Sabiduría en la educación y en las reprensiones maternas

Ésta era la escuela de Dña. Lucilia; su egoísmo había sido sustituido por el amor a los demás y a Dios, y por eso nunca maltrataba a nadie. Al contrario, en la educación de sus hijos se mostraba paciente y benigna, dispuesta a ayudar y a perdonarlo todo. Para apreciar bien su sabiduría, basta decir que fue la formadora del Dr. Plinio. Veamos, entonces, ese fundamental papel suyo y cómo, a través de su acción, modeló el alma de su hijo, preservó su inocencia y fue la fuente de toda la virtud que más tarde él demostró. He aquí las palabras del Dr. Plinio:

«Cuando estaba con mi madre, tenía la impresión de una especie de suavidad y de ordenamiento interno que me comunicaba una sensación de tranquilidad razonable. A veces estaba preocupado o con cierto estado de espíritu que no era bueno. […] Pero, al llegar a su presencia y oírla hablar, toda mi agitación interior parecía aquietarse y asentarse; me quedaba menos apegado a las cosas que deseaba, aceptando mejor las renuncias que debía hacer y, por lo tanto, más razonable.

»Tenía la impresión de que mi madre entraba en mi alma y la ponía en orden sin que me diera cuenta, colocándome ante un estado de espíritu tan atrayente, tan suave y tan diferente del que me encontraba, que ella demolía el “castillo malo” que había en mi alma, y me sentía otro. […] Era una especie de castigo “aterciopelado”, donde el “terciopelo” valía más que el castigo y me dejaba encantado… Esto lo hacía con tanta delicadeza que, después de haber hablado conmigo, salía transformado, alegre y satisfecho, percibiendo que se había dado un verdadero desbordamiento de su espíritu, por el que había obtenido de mí las modificaciones que nadie habría conseguido y había vencido todos aquellos prejuicios o inclinaciones que yo no debería tener».1

Equilibrio y afecto al corregir

A veces, sin embargo, cuando alguno de sus hijos cometía un error, Dña. Lucilia se sentía obligada a imponerles un correctivo más severo. Normalmente, según refería el Dr. Plinio, el modo de llevarse una reprimenda era así: como a menudo estaba enferma, solía permanecer reclinada en un sofá, por lo que llamaba a su hijo a través de la Fräulein. Cuando éste llegaba, lo abrazaba por la cintura y le decía:

—Hijo mío, ¿es verdad que hiciste esto, aquello y eso otro?

—Sí, mamá, es verdad.

—Pero, hijo mío, eso no está bien para un niño de tu edad, que debe ser un gran hombre en el futuro. Ofende a Dios y es una falta de educación. ¿Eres consciente de que no deberías haberlo hecho?

—Sí, mamá, lo entiendo.

—¿Te das cuenta de que hacer eso entristece a tu madre?

—Me doy cuenta.

—Ahora mereces que te regañe por ello. Ve a buscar el cepillo de plata que está en el tocador, que te voy a castigar. Pero que sepas que tu madre va a sufrir más que tú.

Plinio le llevaba el cepillo, y ella decía:

—Trae aquí tu manita.

Él extendía la mano y Dña. Lucilia le daba: ¡pam pam pam!

Después le mandaba que pusiera el cepillo en su sitio; cuando volvía, le daba un beso y le decía:

—Hijo mío, no pienses más en eso, ya pasó. Eres un niño muy bueno; ha sido una debilidad tuya. ¿Me prometes que a partir de ahora no volverás a hacerlo?

—Te lo prometo, mamá.

—Pues ya está, vete a jugar.

Usaba el cepillo con dolor en el corazón, porque le hubiera gustado no golpearle, pero lo hacía sin ninguna manifestación de sentimentalismo, comprendiendo que la ley de Dios lo exigía porque la naturaleza humana está desordenada, y si en ciertos momentos no se la hace entrar en vereda se extravía locamente. En el fondo se trataba de impedir que en el futuro el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo fuese «expulsado» del alma de su hijo a causa de un pecado.

Cepillo de plata que usaba para corregir a sus hijos

El legado más precioso

Las reprimendas de Dña. Lucilia dejarían una huella indeleble y luminosa en el alma del Dr. Plinio:

«Las dos cosas más preciosas que me legó mi madre, en el ámbito moral, fueron la bondad y la severidad sabia»
Dr. Plinio no ano de 1912

«Las dos cosas más preciosas que me legó mi madre, no en el ámbito religioso sino en el moral, fueron exactamente, por una parte, la bondad y, por otra, la severidad sabia. […] ¡Cómo me acuerdo de sus “rapapolvos”! ¡Qué seriedad en su mirada y qué compenetración al hacer prevalecer un principio! Cuánta convicción de que si yo no conformase mi vida a esos principios, yo valdría mucho menos para ella. Veía en mí más al hijo amante de los principios que al hijo que debía quererla. Además, ¡cuánta sabiduría en sus palabras! ¡Qué voz tan seria! Al mismo tiempo ¡la bondad no estaba ausente!».2

Y, en otra ocasión, recordaba: «Mi madre tenía una forma única de dar una “regañina”. […] Era hecho, al mismo tiempo, con lógica y afecto. Yo prestaba atención en sus reprensiones, admirado y encantado con su voz, sus ojos, su cariño, su sabiduría y su intransigencia».3 ◊

Extraído, con adaptaciones, de:
Clá Dias, ep, João Scognamiglio.
El don de la sabiduría en la mente, vida y
obra de Plinio Corrêa de Oliveira
.
Città del Vaticano-Lima: LEV;
Heraldos del Evangelio, 2016, t. i, pp. 136-139.

 

Notas


1 Corrêa de Oliveira, Plinio. Notas Autobiográficas. São Paulo: Retornarei, 2010, t. i, pp. 361-362.

2 Corrêa de Oliveira, Plinio. Conferencia. São Paulo, 18/6/1968.

3 Corrêa de Oliveira, Plinio. Charla. São Paulo, 6/4/1972.

 

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