Beata María Victoria de Fornari Strata – «Todo pasa y todo es nada, excepto Dios»

De madre de varios hijos a fundadora de una Orden religiosa, la vida de la Beata María Victoria se puede resumir en el abandono filial a la voluntad del Creador, a ejemplo de la Santísima Virgen.

En una hermosa mansión genovesa, el médico de la familia le transmitía una grave noticia al matrimonio Fornari. La situación de Giovanni Francesco, el hijo menor de Girolamo y Bárbara, parecía irreversible.

En medio de ese drama, una voz piadosa y llena de candor trataba de infundir confianza a los padres, diciendo que había «en el Cielo un Médico que tiene remedios superiores a todos los de la tierra, que sólo era necesario recurrir a él, y bastaba invocarlo con confianza» para estar seguros de que el chiquillo recobraría la salud; «os doy mi palabra de ello», concluía la niña, sin dudarlo.1

¿Quién era esta muchacha que, a pesar de tener pocos años, demostraba una fe y sabiduría propias a un santo?

Educación familiar y matrimonio

María Victoria de Fornari Strata había nacido en 1562 en la bulliciosa ciudad de Génova. Era la séptima de nueve hijos del matrimonio Girolamo Fornari y Bárbara Veneroso, conocidos por sus buenas costumbres y piedad.

De temperamento impulsivo, la pequeña María Victoria aprendió a moderarse, estimulada por el ejemplo de sus padres. Se cuenta que siempre demostró un celo modélico y mucha responsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones, lo que vendría a confirmarse años después en la dirección de su Obra religiosa.

Desde temprana edad anhelaba seguir la vida consagrada, pero a los 17 años se casó con Ángelo Strata, por consejo de sus padres. Era un hombre piadoso, y juntos supieron conciliar los deberes de la religión con las responsabilidades de la vida doméstica.

Todos los días rezaban en familia el santo rosario y, ardientes devotos de las llagas de Cristo, en ellas se refugiaban en las dificultades conyugales, de subsistencia y educación de la prole.

Pérdida de su esposo, entrega a María

En 1587, a los ocho años de matrimonio, su marido enfermó gravemente y murió a los pocos días. Había comenzado una de las etapas más difíciles de su vida. Viuda con tan sólo 25 años, embarazada de ocho meses y con cinco hijos más a los que cuidar, María Victoria se sentía emocionalmente debilitada e incapaz de llevar a cabo la misión que le correspondía.

Superó aquella terrible prueba recurriendo con confianza a la misericordia de la Santísima Virgen. Una vez, estando en su cuarto, se arrodilló ante un cuadro de Nuestra Señora con el Niño Jesús y le suplicó entre lágrimas: «Oh Virgen compasiva, te ruego cuanto sé y puedo: por tu bondad, dígnate tomar a estos hijos míos por siervos, porque estando ya privados de padre, por mi parte también pueden llamarse huérfanos y sin madre».2

Mientras rezaba, la Santísima Virgen le tendió los brazos diciendo: «No dudes de nada, porque no sólo velaré por tus hijos, sino también por ti: siempre cuidaré y protegeré particularmente esta casa. Alégrate y no temas. Nada más que quiero una cosa de ti, el resto déjamelo a mí: de ahora en adelante trata de amar a Dios sobre toda criatura».3

Después de tan consoladora visión, sintió apaciguadas las enormes angustias que la asaltaban y, llena de esperanza, venció las tentaciones de desesperación y tristeza.

Su respuesta a la promesa hecha por Nuestra Señora «fue rápida y total, tomó la forma de un voto: el voto de castidad perfecta y perpetua, con el que María Victoria se comprometía no solamente a renunciar a cualquier amor humano, sino también a recuperar una virginidad espiritual».4 Además, ya no usaría ni oro ni vestidos de seda, y abandonaría sus círculos mundanos, dedicándose exclusivamente a la educación de sus hijos hasta el momento en que pudiera abrazar la vida religiosa en el claustro.

Su gratitud, sin embargo, le hacía desear aún más para gloria del Todopoderoso. Y María Santísima le aseguraba interiormente que tal anhelo correspondía a los designios divinos: sus hijos también se consagrarían a Dios, y ella misma lo serviría fundando una nueva Orden.

Religiosa fuera del claustro

Beata María Victoria de Fornari Strata

Al ser miembro de una pía asociación orientada por un sacerdote jesuita, el P. Bernardino Zanoni, María Victoria lo tomó como su director espiritual.

Celoso y hábil pastor de almas, el P. Zanoni aconsejó a aquella alma varonil y de voluntad resuelta a perseverar con confianza en las promesas hechas a Nuestra Señora, estimulándola a constantes progresos en la virtud.

Además de sus deberes en la educación de sus hijos, comenzó a realizar numerosas obras de caridad, según se lo permitían sus condiciones, con lo que no tardó en ganarse la incomprensión de buena parte de la alta sociedad genovesa.

Dicen que, teniendo una criada enferma, recibió la orientación de su director de someterse a la voluntad de ésta en todo lo que no fuera pecado. Se esforzó, entonces, con todo cariño y atención, en brindarle los mejores cuidados. No obstante, aquella, de índole caprichosa e ingrata, despreció tanta solicitud y prefirió sujetarse a otros.

Pero al no encontrar a nadie más que la ayudara, la criada tuvo que ser hospitalizada. Tan pronto como se enteró de lo sucedido, María Victoria empezó a ir al hospital para prestarle aún más auxilio, sin mostrarle ningún resentimiento.

También había una pobre moribunda que, atormentada por el demonio, escupía con violencia sobre un crucifijo y gritaba blasfemando. La desdichada contó antes de morir que el espíritu maligno desaparecía despavorido cada vez que la piadosa viuda la visitaba. La familia le pidió entonces que se quedara junto a la cama de la enferma, que finalmente murió en paz.

Su presencia transmitía tanta serenidad que pocos sospechaban que aquella mujer de apariencia tan sencilla y apacible, dispuesta a ayudar a quien lo necesitara, tuviera un temperamento colérico e impetuoso.

Fundación de la Orden de la Santísima Anunciación

Habiendo guiado a todos sus hijos por el camino de la virtud, ya no existía nada que la atara al mundo. Llegaba el momento de cumplir lo que le había prometido a la Virgen Misericordiosa. Para ello contó con la ayuda del P. Zanoni, así como con el apoyo de un matrimonio de la sociedad genovesa, Stefano Centurione y Vicenzina Lomellino, los cuales, después de un retiro, decidieron abrazar el estado religioso. Vicenzina se uniría a María Victoria en la nueva fundación, por consejo del P. Zanoni, y Stefano, que sería ordenado sacerdote años más tarde, se convertiría en su gran bienhechor.

Superada una serie de dificultades, tanto materiales como de carácter eclesiástico, el 19 de junio de 1604 se funda la Orden de la Santísima Anunciación, «comprometida en la clausura exterior y en el recogimiento interior, […] y entregada de manera especial a la adoración del Verbo Encarnado y de la Santísima Eucaristía».5

Usando temporalmente un pequeño edificio, las religiosas llevarían un hábito blanco con escapulario y manto azul, seguido de un velo negro. En este arduo comienzo que toda fundación supone, cuentan que para superar las adversidades la Madre María Victoria no cesaba de repetir: «María Anunciada, María Exaltada, sé siempre nuestra Madre y nuestra Abogada».6

Efectivamente, los problemas no tardaron en aparecer. Stefano Centurione empezó a interferir en la conducción del convento, influenciando a las hermanas para que adoptaran la Regla carmelita, lo que conllevaría a la pérdida de las características propias del nuevo instituto.

Este hecho provocó revuelta y desunión entre las religiosas, ocasionándole a la fundadora un gran sufrimiento. Acostumbrada a confiarse a la Santísima Virgen como un niño en los brazos de su madre, María Victoria recurrió a su intercesión, tal y como lo había hecho tras la muerte de su esposo, oyendo nuevamente palabras de consuelo: «Victoria, ¿qué tienes o de qué te lamentas? Este monasterio es mío: soy yo quien lo ha construido, y quiero cuidar de él. No lo dudes, todo irá bien. Seré la Madre de todas las religiosas de esta casa y la Protectora de toda la Orden».7

Sin que ella tuviera que tomar ninguna medida adicional, la Virgen fue moviendo el interior de cada una de las rebeldes, haciéndolas comprender que no deberían cambiar el carisma original.

El 7 de septiembre de 1605 las religiosas hicieron la solemne profesión perpetua y recibieron a tres nuevas hermanas.

Madre de muchas hijas

La Virgen se manifiesta a la Beata María Victoria

En 1608 las monjas se mudaron a un nuevo monasterio conocido como Casteletto. Esta fundación era un anhelo que la madre priora llevaba en su corazón desde hacía años, ya que comportaría unas condiciones más favorables para la meditación y la contemplación de sus hijas.

Allí aflorarían nuevos dones sobrenaturales en el alma de la fundadora, para beneficio de todas. Un agudo discernimiento de los espíritus y una extraordinaria capacidad para resolver problemas espirituales le permitieron penetrar en el universo interior de sus hijas, a fin de ayudarlas.

Como afirmó una biógrafa, «había nacido para ser madre, y esta vocación suya florecía de nuevo de una forma espiritual y sobrenatural, de la cual la maternidad natural había sido sólo un símbolo».8

Una de las religiosas, por ejemplo, no lograba de ninguna manera exponerle a la superiora un problema de conciencia. Acercándose a aquella hija, la Madre María Victoria le dijo que no se preocupara, pues ella misma se lo contaría todo. Y empezó a describir cada pensamiento de esa monja y a solucionar las dificultades que ésta guardaba en su corazón únicamente para sí y para Dios.

Otra hermana, apenada por una falta cometida, le resultaba difícil pedirle perdón a la fundadora. Un día, mientras aquella se encontraba rezando en la capilla, ésta le puso la mano en el hombro y le dijo que no se afligiera, porque ya estaba todo perdonado. La religiosa, que no le había manifestado a nadie sus disposiciones, redobló su confianza en su madre espiritual.

Poseía, además, una capacidad inaudita para tranquilizar a las almas angustiadas, colmándolas de consuelo y serenidad, aunque a menudo no pronunciara una palabra. A veces, bastaba que las religiosas contemplaran su fisonomía para sentirse reconfortadas.

Religiosa ejemplar

El 25 de octubre de 1611 concluía el período durante el cual estuvo como priora, y la comunidad, creyéndola cansada y desgastada por las obligaciones del cargo, decidió elegir a otra religiosa como superiora. Comenzaba así una nueva etapa de heroísmo y puro amor a la cruz en su vida.

La nueva priora, la Madre María Giovanna Tacchini, usó para con la Madre María Victoria tal dureza y desconfianza que le sirvieron para acrisolar aún más su humildad y sumisión. Parecía que iba deliberadamente con la intención de mortificar a la fundadora, tratándola como la última de las monjas y la novicia más caprichosa.

Sin embargo, su mansedumbre al aceptar las humillaciones impuestas fue ejemplar, hasta el punto de edificar a las demás. Una de las novicias supo solamente años después que aquella religiosa de eximia obediencia era la propia fundadora de la Orden…

La Madre María Giovanna reconoció más tarde lo injusta que había sido con la Madre María Victoria, y que ciertamente su falta había sido permitida por Dios para exaltar aún más sus nobles virtudes y su santidad.

De hecho, a pesar de las pruebas, su generosidad hacia las demás, termómetro del verdadero amor a Dios, no se enfrió. Cuando estuvo un tiempo de enfermera se deshacía en atenciones para con las otras, sin mostrar fatiga y desviviéndose especialmente con aquellas que más la perseguían.

«Todo pasa y todo es nada, excepto Dios»

Convento de la Santísima Anunciación y Encarnación, Serra Riccò (Italia)

Nueve años antes de morir, la Madre María Victoria había predicho que cuando el número de religiosas en el monasterio llegara a cuarenta, el máximo estipulado por las constituciones, ella estaría lista para entregar su alma a Dios. Con profunda alegría vio completarse ese número, pues se acercaba el bendito día.

Los primeros síntomas de su postrera dolencia aparecieron el 3 de diciembre de 1617, fiesta de San Francisco Javier, ocasión en la que asistía a misa y comulgó. A partir de ahí, pasó doce días entre dolores y sufrimientos, esperando que su alma fuera llevada hacia la morada eterna.

El 15 de diciembre de 1617 María Santísima, a quien tanto amaba, la vino a buscar. Tenía 55 años, de los cuales trece los había vivido como religiosa. Inmediatamente, en la habitación en donde se encontraba comenzó a esparcirse una suave fragancia que impregnó hasta los tejidos allí dispuestos.

Iglesia del convento de la Santísima Anunciación y Encarnación, donde descansa el cuerpo incorrupto de la Beata María Victoria

En poco tiempo una multitud invadió el monasterio, a fin de venerar su cuerpo. La túnica de su hábito fue dividida en pedacitos y distribuida entre los genoveses, permaneciendo intactos solamente el velo y el manto. El P. Francesco Ottagio, religioso teatino desahuciado por los médicos, recuperó completamente la salud al tocar uno de estos trozos. Varias curaciones y milagros se fueron sucediendo. En 1629, su cuerpo, incorrupto, fue trasladado al coro del monasterio, para veneración de las religiosas.

De madre de varios hijos a fundadora de una Orden religiosa, la admirable vida de la Beata María Victoria se puede resumir en el abandono filial a la voluntad del Creador, a ejemplo de la Santísima Virgen: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). 

 

Notas


1 VITA DELLA BEATA MARIA VITTORIA FORNARI STRATA. Roma: Bernardino Olivieri, 1828, p. 2.

2 LUPI, Ángela. Due volte madre. 2.ª ed. Milano: San Paolo, 2000, pp. 36-37.

3 Ídem, p. 37.

4 Ídem, pp. 38-39.

5 Ídem, p. 70.

6 Ídem, p. 89.

7 VITA DELLA BEATA MARIA VITTORIA FORNARI STRATA, op. cit., p. 99.

8 LUPI, op. cit., p. 107.

 

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