¿Cuál es la característica peculiar de un alma víctima? Ser de tal manera apagada a los ojos de los hombres que éstos la consideren como «aquella que no tiene nada especial». Santa Marta es una de esas almas.
Forma parte de ese grupo de almas víctimas que, sin mérito alguno, Dios mira con amor, elige y ama gratuitamente: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11, 5). Marta es la primera a la que se menciona como amada por el Señor.
Hermana de Lázaro, hermana de María Magdalena y aquella que hospedaba a Nuestro Señor Jesucristo y le daba descanso, alegría, alimento… Santa Marta, como dice San Agustín, alimentó a aquel que nos ha creado, alimentaba a aquel que nos alimenta; el Redentor se alegraba de estar con ella. Marta servía al divino Maestro y después recogía toda la mesa, mientras Él se recostaba en un diván, con las piernas en alto, y María Magdalena se quedaba a su lado, haciéndole preguntas, a las cuales el Señor respondía. Poco después también llegaba Marta, y las dos hablaban con Él durante horas.
A pesar de ser un alma muy activa, Santa Marta supo encontrar, en su trato con Nuestro Señor Jesucristo, el verdadero equilibrio ante los problemas. Ella debería ser la patrona de las almas contemplativas y activas, patrona de las almas que tienen fe, pues por la oración obtuvo la resurrección de su hermano.