Vínculo de unión con Jesús y María

Triste es de pensar en el gran número de gentes que con sincero y piadoso afán aspiran a grandes cosas, y el escaso de las que logran su empeño. ¡Cuántas almas llamadas a perfección, como dice Godínez, y cuán pocas las que la alcanzan! ¡Cuántos hombres que ponen manos a la obra con ardor templado por la prudencia, y que mueren dejándosela a medio hacer! […] Me persuadí a que todos los fracasos en materia de perfección procedían de falta de constante dolor de haber ofendido a la divina Majestad. […] Así como toda buena obra se desmorona cuando no tiene por puntual a nuestro divino Salvador, así también la santidad carece de savia que la sustente y vigorice cuando le falta constante dolor del pecado. En efecto, el principio de progreso aquí no es el amor sólo, sino el amor engendrado de la remisión de la culpa. […]

Es además un dolor tranquilo, pues lejos de perturbar la quietud de las almas, es él, por el contrario, quien les restituye la paz perdida, quien sofoca la gritería del gárrulo mundo en nuestros corazones y hace enmudecer al espíritu humano; él quien suaviza las asperezas, modera las exageraciones y obra en todo como por arte mágica, merced a un encanto de singular dulzura y gracia. Es también dolor sobrenatural, pues, en efecto, ¿qué móvil meramente natural pudiera servirle de pasto? Él es todo de Dios y para Dios; llorámosle con lágrimas tiernas como de culpa remitida, no con gemidos de terror, como de culpa que nos ponga en peligro de muerte eterna. Y aun por eso es también fuente de amor: amamos mucho, porque mucho nos ha sido perdonado, y porque recordamos incesantemente las grandes misericordias obradas en nosotros: amamos, porque ya el perdón nos ha quitado aquel temor que al amor pudiera sobreponerse: amamos, porque contemplamos con asombro y ternura la compasión que se ha dignado visitar a tan ruines almas: amamos, porque la dulzura misma del pesar sentido nos produce filial confianza.

He aquí cómo y por qué entre nuestras almas y el místico dolor que durante su vida entera sintieron Jesús y María, no hay otro paralelo posible sino el dolor nuestro de haber caído en pecado; y por el mero hecho de haber Jesús y María padecido dolor, siendo impecables, podemos vislumbrar los misterios de cristiana santidad que se esconden debajo de esta suave y sobrenatural tristeza.

FABER, CO, Frederick William.
«Progreso del alma en la vida espiritual». 2.ª ed.
Madrid: Leocadio López, 1882, pp. 436-445.

 

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