Una virtud oculta en simples palabras

¡Qué rara es la virtud de la gratitud! A menudo se practica con meras palabras, por educación. Sin embargo, para que sea auténtica, debe rebosar del corazón con sinceridad.

No creo que usted, querido lector, se haya parado nunca a contar cuántas veces al día oye o dice «muchas gracias», incluso en un mundo en el que esta expresión se utiliza cada vez menos. Además, pienso que no he sido el primero que hace resonar hoy en sus oídos tan sugerente fórmula.

Sin embargo, como suele ocurrir con lo que hacemos a diario, el uso de esta fórmula se ha desgastado considerablemente y su significado más profundo se ha vuelto desconocido para casi todos los que a menudo de ella se valen. Assueta vilescunt

Algunos ven en el «muchas gracias» a un simple miembro de esa familia cuya matriarca es la noble dama «buena educación», cuyos hermanos son el aristocrático «por favor» y el gentil «disculpe», y cuyos primos son todas las famosas «palabritas mágicas» que se aprenden de niño.

Pero, en realidad, tras esas dos palabras aparentemente anodinas se esconden valiosas enseñanzas sobre ese acto a un tiempo tan común y raro, sencillo y hermosísimo como es el del agradecimiento.

En cada idioma, un matiz diferente

Los pueblos de lengua inglesa expresan su gratitud a través del thank you, y la formulación alemana no es muy diferente: vielen Dank. Los italianos dicen grazie mille —influenciados por el latín: gratias ago, como en español: muchas gracias. Los franceses prefieren merci beaucoup; los árabes, el shukran jazylan; los japoneses, por su parte, optan por el amable y austero arigató.

Es cierto que todas estas formulaciones tienen la misma finalidad: agradecer. No obstante, la manera de hacerlo tiene sus propios matices en cada idioma.

Santo Tomás de Aquino explica que la virtud de la gratitud presenta tres grados: «El primero es, por parte del hombre, el reconocimiento del beneficio recibido; el segundo, alabarlo y dar las gracias; el tercero, recompensarlo según las propias posibilidades y de acuerdo con las circunstancias de lugar y tiempo».1

Por supuesto, no es necesario recurrir a estos tres elementos al mismo tiempo; le corresponde al hombre prudente decidir, conforme las circunstancias, si uno es suficiente o si se debe poner en práctica los tres.

Quizá por ese motivo ninguno de los idiomas mencionados expresa simultáneamente los tres grados de gratitud. Cada uno, a su manera, hace referencia a uno de ellos.

Primer paso de la gratitud: un ejercicio de memoria

Reconocer. Esto es lo que trata de hacer el thank you: en la lengua inglesa, to thank (agradecer) y to think (pensar) son, etimológicamente, la misma palabra. Y lo mismo ocurre con el alemán: zu danken (agradecer), viene de zu denken (pensar). Es el primer grado de la gratitud. De hecho, no se le puede agradecer algo a un benefector sin considerar, sin reconocer, sin pensar en el beneficio que él nos hizo.

Este reconocimiento debe estar presente, sobre todo, en nuestra relación con el Señor. Santo Tomás afirma que, para cumplir perfectamente el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, la primera condición es «la recordación de los beneficios divinos».2

Vemos, pues, que cuando se pretende adquirir la virtud de la gratitud hay que empezar por ejercitar bien la memoria… Está claro: quien no se acuerda de su benefactor, no se lo agradece; y quien no es agradecido, reflexiona San Agustín,3 pierde hasta lo que tiene.

A veces no basta con reconocer

La forma de agradecimiento de una gran parte de las lenguas latinas se sitúa en el segundo grado enumerado por Santo Tomás: la acción de gracias. Ejemplos de ello son el propio latín (gratias ago), el español (gracias), el italiano (grazie) y el francés (merci)4. La expresión árabe shukran jazylan se refiere igualmente a la acción de gracias.

En la mayoría de los casos, no basta sólo con reconocer interiormente el beneficio que se recibe; es justo e incluso indispensable manifestarle nuestra alegría a quien nos ha hecho un bien; además, es un deber de educación. A veces, sin embargo, ni siquiera es necesario hacerlo con palabras; la simple demostración de alegría ya constituye un agradecimiento.

Esto ocurre sobre todo en nuestra relación con Dios. De singular belleza es la comparación que el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira hizo al respecto: «El agua de una fuente que golpea en el suelo y luego salpica hacia lo alto una serie de gotas es también símbolo de la gratitud del beneficiario sobre el que recaen los favores celestiales y que lanza hacia arriba, de nuevo hacia el Cielo, su filial y jubilosa acción de gracias».5

Como las gotas de agua de una fuente es la gratitud de quien recibe favores celestiales y lanza de nuevo hacia el Cielo su jubilosa acción de gracias
Fuente – Mairiporã (Brasil)

Por el contrario, explica San Bernardo,6 cuando somos ingratos con nuestro divino Benefactor, éste puede considerar por perdido el favor que nos ha dispensado y difícilmente nos lo concederá de nuevo, para no malgastar los tesoros de su Providencia.

Una obligación que se hace espontáneamente

Finalmente, analicemos la formulación portuguesa: muito obrigado. ¿Qué viene a significar tal expresión? ¿Acaso que el receptor quiere mostrarle a su benefactor que no aprecia su obsequio y que se ha visto «obligado» a aceptarlo? ¿O bien que, desconfiando de sus buenas intenciones, piensa que éste se ve «obligado» por algo o por alguien a hacerle un favor? Ciertamente que no…

En realidad, dicha fórmula tan singular es la única que se sitúa claramente en aquel tercer y más profundo nivel de gratitud del que habla el Doctor Angélico, que evidentemente presupone los dos anteriores: ob-ligatus; se trata de un vínculo, un deber de retribución.7

Cuando se dice obrigado, se le muestra al benefactor que la satisfacción por el bien concedido es tan grande que suscita la obligación de recompensarlo de alguna manera. Aunque no se trata de algo como una deuda, sino de un deber de honestidad, que nace del corazón. De este modo, la retribución se «paga libremente […] de pura cortesía».8

Por esta misma razón, añade Santo Tomás,9 no conviene que sea inmediata, porque quien se apresura en devolver no tiene el espíritu de un hombre agradecido, sino de un deudor que no ve el momento de verse libre de la deuda. Es mejor esperar el momento oportuno.

Debemos superar el bien que recibimos

Al menos en este aspecto —tal vez uno de los únicos— podemos decir que el portugués y el japonés son muy similares. El atrayente arigató también se refiere al tercer y más alto grado de gratitud, pero de un modo peculiar.

Arigató puede significar: la existencia es difícil, es difícil vivir, rareza, excelencia.10 Los dos últimos significados son fáciles de entender: en un mundo en donde la tendencia general consiste en que cada cual piense en sí mismo, el dar las gracias —un acto tan natural y sencillo— se convierte en algo raro e incluso excelente. Pero ¿cómo se puede relacionar «la existencia es difícil» con la gratitud?

En lo que se refiere a la retribución, Santo Tomás de Aquino11 —con toda razón— se muestra bastante exigente. Según él, la recompensa debe ser mayor que el beneficio recibido.

Este es el motivo: una vez que hemos sido objeto de un favor y, por tanto, de un don gratuito, adquirimos una obligación real de dar también algo gratis. Ahora bien, si la retribución es menor que el beneficio, nuestra «deuda» de honor no estará «saldada»; si es igual, sólo habremos devuelto lo que recibimos. Así pues, para retribuir dignamente, es necesario superar el bien que se nos ha prodigado.

Pero si a veces es difícil, o incluso imposible, igualar en mérito el bien que nos han hecho, ¿cómo se supera esto? Por ejemplo, nunca se le podrá dar a Dios —ni siquiera a nuestros padres— toda la honra que le corresponde por todo lo que hemos recibido. Se entiende así cómo «la existencia es difícil», cómo «es difícil vivir», desde el momento en que hemos sido objeto de un beneficio y estamos dispuestos a recompensarlo en consecuencia.

¿Cómo salir de esta situación? ¿No parecería mejor no ser nunca receptor de benevolencia, huir de todo benefactor, que tener que soportar una carga tan pesada como la gratitud? Si usted, querido lector, ha pensado eso, por favor cálmese; la solución resulta mucho más fácil.

Gratitud no es sinónimo de pago

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el verdadero benefactor actúa sin pretensiones, sin esperar retribución. Por lo tanto, huir de él, por miedo a convertirse en un eterno endeudado, sería como intentar esconderse del sol a medianoche…

El mundo actual, donde todo es comercio, comprende muy poco la virtud de la gratitud. Por eso, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira lamenta que «la virtud de la gratitud sea entendida hoy de forma contable. De modo que si alguien me hace un beneficio, debo responderle, contablemente, con una porción de gratitud igual al beneficio recibido. Hay, pues, una especie de pago: un favor se paga con afecto, así como la mercancía se paga con dinero. Entonces, he recibido un favor y tengo que arrancar de mi alma un sentimiento de gratitud».12

La verdadera retribución es mucho más accesible de lo que imaginamos, porque el beneficio no se paga con oro o plata. El tesoro del que brota la gratitud está dentro de nosotros mismos: nuestro corazón.

El verdadero sentido de esa olvidada virtud

Para discurrir, pues, sobre el verdadero rostro de tan noble virtud, vuelvo a cederle la pluma al Dr. Plinio, que la explicó con la precisión, profundidad y vuelo que le son propios:

«La gratitud es, en primer lugar, el reconocimiento del valor del beneficio recibido. En segundo lugar, es el reconocimiento de que no merecemos ese beneficio. Y, en tercer lugar, es el deseo de dedicarnos a quien nos ha hecho el servicio en proporción al servicio prestado y, más aún, a la dedicación mostrada hacia nosotros. Como decía Santa Teresa de Lisieux: “El amor sólo con amor se paga”. O se paga la dedicación con dedicación o no se paga nada».13

El tercer grado de la gratitud requiere una retribución de amor, en virtud del vínculo creado con el benefactor
Misa en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, Caieiras (Brasil)

Una disputa entre dedicaciones: ésta es la virtud de la gratitud. Qué hermoso y noble es ser émulos unos de otros cuando se trata de afecto, bienquerencia, dedicación. Según San Pablo, ésa es la única deuda digna de un cristiano: «A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo» (Rom 13, 8).

Ahora bien, ¿en qué consiste esa dedicación sino en aquel vínculo tan bien expresado en el muito obrigadoob-ligatus? ¡Cuánta profundidad en palabras tan simples! Pronunciarlas es muy fácil, pero ponerlas en práctica… En este sentido, podemos decir con Mons. João Scognamiglio Clá Dias: «¡Qué rara es la virtud de la gratitud! Muchas veces se practica sólo por educación y con meras palabras. Sin embargo, para que sea auténtica, debe rebosar del corazón con sinceridad».14

Por último, consciente del esfuerzo que usted, querido lector, ha hecho para llegar al final de este artículo, no me atrevería a concluirlo de otra manera que con un sincero y cálido «muito obrigado!». ◊

 

Notas


1 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. II-II, q. 107, a. 2.

2 Santo Tomás de Aquino. De decem præceptis, a. 1.

3 Cf. San Agustín de Hipona. «Sermo 283», n.º 2. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1984, t. xxv, p. 96.

4 «Merci viene de merces (salario), que en el latín popular tomó el significado de precio, del que derivó el de favor y el de gracia» (Lauand, Jean. «“Obrigado”, “Perdoe-me”: a Filosofia de São Tomás de Aquino subjacente à nossa linguagem do dia a día». In: Hospitalidade. São Paulo. Año xvi. N.º 2 [mayo-ago, 2019], p. 142, nota 11).

5 Corrêa de Oliveira, Plinio. «Como grandes voos de espírito». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año iv. N.º 43 (oct, 2001), p. 34.

6 Cf. San Bernardo de Claraval. «Sermo 27», n.º 8. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1988, t. vi, p. 232.

7 Cf. Lauand, op. cit., p. 142.

8 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica. II-II, q. 106, a. 1, ad 2.

9 Cf. Idem, a. 4.

10 Cf. Lauand, op. cit., p. 142.

11 Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, op. cit., a. 6.

12 Corrêa de Oliveira, Plinio. Palestra. São Paulo, 1/6/1974.

13 Corrêa de Oliveira, Plinio. Palestra. São Paulo, 27/12/1974.

14 Clá Dias, ep, João Scognamiglio. «Diez curaciones y un milagro». In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2012, t. vi, p. 412.

 

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